lunes, 30 de noviembre de 2020

Poema SI... del escritor y poeta Rudyard Kipling. Nobel de literatura 1907

 


 
Si...

Si puedes mantener la cabeza en su sitio cuando todos a tu alrededor
la pierden y te culpan a ti.
Si puedes seguir creyendo en ti mismo cuando todos dudan de ti,
pero también aceptas que tengan dudas.
Si puedes esperar y no cansarte de la espera;
o si, siendo engañado, no respondes con engaños,
o si, siendo odiado, no incurres en el odio.
Y aun así no te las das de bueno ni de sabio.

Si puedes soñar sin que los sueños te dominen;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes encontrarte con el triunfo y el fracaso,
y tratar a esos dos impostores de la misma manera.
Si puedes soportar oír la verdad que has dicho,
tergiversada por villanos para engañar a los necios.
O ver cómo se destruye todo aquello por lo que has dado la vida,
y remangarte para reconstruirlo con herramientas desgastadas.

Si puedes apilar todas tus ganancias
y arriesgarlas a una sola jugada;
y perder, y empezar de nuevo desde el principio
y nunca decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón, y tus nervios y tendones,
a cumplir con tus objetivos mucho después de que estén agotados,
y así resistir cuando ya no te queda nada
salvo la Voluntad, que les dice: "¡Resistid!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
O caminar junto a reyes, sin menospreciar por ello a la gente común.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos pueden contar contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el implacable minuto,
con sesenta segundos de diligente labor
Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,

y —lo que es más—: ¡serás un Hombre, hijo mío!

                                                                         Joseph Rudyard Kipling 

                                                                         (Bombay, India Británica,1865-Londres,1936) 

Noviembre 29: 7.725 palabras de domingo y penúltimo día. Tribu comprometida con el ejercicio.





 

domingo, 29 de noviembre de 2020

"Proyectos de literatura". Agripina Montes del Valle. Poeta colombiana: Salamina, Caldas 1844 - Anolaima Cundinamarca 1915.


 Tomo de El Malpensante esta joya:  "Proyectos de literatura" de Agripina Montes del Valle.                                                              

Carbono 14

Proyectos de literatura

En la Manizales del siglo XIX, una intelectual debía sobreponerse a las pataletas de sus hijos y a la picardía de sus criadas para abrirse un espacio creativo en medio de las vicisitudes del hogar. 

Dedicados al fino y distinguido caballero Dr. Román de Hoyos.

 

Voy, me dije hace algunas noches, a escribir un largo artículo sobre mis impresiones. Es tanto lo que me rodea y atormenta, que al fin, a fuerza de tanto sentir, es preciso que escriba.

Era viernes, la noche estaba radiante con la majestad de sus astros, la luna brillaba derramando su blanca luz en las sombras: todo estaba en silencio; mis tres hijos dormían. Meditabunda, de codos sobre una mesa, lanzaba de vez en cuando interrogadoras miradas a todo lo que me rodeaba, pensando solo en el nombre que le daría a mi largo artículo en proyecto. “Las noches, esto es lo que más me impresiona”, me dije, y escribí sobre un pliego de papel en forma de epígrafe: “la noche”.

No te prevengas, mi querido lector: yo no trataba de describir la belleza de la luna flotando sobre diáfanos vapores en la inmensidad de un cielo índigo. La tranquila y majestuosa noche que tenía presente no estaba en armonía con mi pensamiento. Solamente me proponía descubrir lo que sucede en casa al toque de oración. ¡Qué bullicio! ¡Qué tempestad de gritos! ¡Santo Dios! La hora de oración, ¡ah! En casa es terrible –tres niños gritando: el uno porque no lo acuestan, el otro porque no le han dado su leche y aquella, en fin, porque se le antoja llorar–. Tres niños casi de una misma edad son para enloquecer a cualquiera que tenga la cabeza mejor entornillada que la que esto escribe.

Figúrate ahora, mi bondadoso lector, si después de una barahúnda de gritos, en que la pobre madre da gracias a Dios porque la casa está en paz, le vendrían a la cabeza ideas poéticas para cantar la pompa de las bellezas del cielo y las confidencias misteriosas de las flores que persigue de paso algún rayo fugitivo de la luna. ¡Imposible! ¡Imposible! En la cabeza aturdida solo se siente luchar el pensamiento, sin poderse equilibrar.

La literatura, ese sueño de la mujer espiritual y sensible, no puede realizarse cuando ella ha contraído deberes tan sagrados como los del hogar. El inteligente y espiritual Dr. Vergara V. ha dicho muy bien al decir que si el hombre de negocios que cultiva su imaginación hace un milagro, la mujer hace tres. Y él tiene razón porque las “mujeres casadas sacrifican a las musas; pero al pie de las cunas de sus hijos y después de haber atizado la llama en el hogar cumpliendo con los deberes de esposas y madres cristianas”. La mujer, abnegada hasta el más sublime sacrificio, no vacila jamás en tomar lo amargo de la copa para hacerle al hombre menos detestable el resto. Y, dígase lo que se quiera, la parte peor del matrimonio la tomamos las mujeres. Para los hombres, en el curso del día, se guarda la poesía del hogar; para nosotras, la fea prosa de las largas noches de insomnio, y tantas otras incomodidades que sería largo referir.

Cuando una pobre madre logra el silencio de la noche, ya está cansada, fatigada su alma de luchar con la estupidez de las criadas, esa cruz abominable, la peor del matrimonio, y de lidiar con los hijos, porque las criadas del día entran a las casas a servir de señoras. Así es que si por no embotar su pensamiento pretende escribir sus impresiones del día, su malestar, su espíritu fatigado, no la dejan.

Mi largo artículo se quedó esta vez con el epígrafe, porque meditando y pensando sobre lo que sucedía en casa al toque de oración, se pasó rápidamente el tiempo y cuando menos acordé sonaron las doce en el reloj. Me levanté sorprendida de la rapidez de las horas, y me fui a la cama preguntándome si realmente era un sueño la literatura para la mujer casada.

La noche siguiente, después de acostar a los niños y dejar la casa en paz, me fui al escritorio con la firme intención de escribir. “Esta noche sí escribo”, exclamé, “pues si no brilla en mi escrito, la lucidez que reflejan las sonoras, fáciles y hermosas composiciones del paisano Dr. Echeverri, ni se gusta en él la cadenciosa música que imprimen en su elegante prensa Madiedo, Samper, Vergara, Borda y Caro, si me falta en fin la luz del genio, por lo menos brillará la verdad, pues lo que voy a escribir es la copia fiel de lo que siento”. Pero esa noche era el reverso de la anterior: sin luna, sin una sola estrella, melancólica y fatídica como el destino –un frío glacial entraba por los postigos de las ventanas, el viento apagaba la luz, todo era calamidad–; está visto, ya no podré escribir jamás.

Diciendo esto, me preparaba a levantarme cuando un terceto de gritos puso término a mis nocturnas ilusiones literarias.

La noche subsiguiente, fiel a las ideas que me dominaban, emprendí mi tarea de nuevo y me preparaba a escribir cuando entró mi cara mitad llevando un periódico en la mano.

–¿Qué escribes? –me dijo.

–Nada –le contesté–. Quisiera escribir algo sobre la noche; pero las cosas de casa son tan prosaicas que por esto creo que no se realizará jamás mi pensamiento, pues hace tres noches consecutivas que reposa el mero epígrafe del largo del artículo que tengo en la cabeza –y le señalé el papel donde realmente solo había escrito “la noche”.

–Mejor que no hayas escrito –me contestó–, porque en este periódico (que era el número 28 de El Oasis) hay un hermoso artículo de Selgas que lleva el mismo título.

Esa vez me alegré casi, porque aunque muy bien me supuse que la noche de Selgas no trataría sobre los asuntos de casa, bastaba para mí que el solo título estuviera al servicio del ilustre español. Tomé el periódico y leí con mucho gusto su sentida como hermosa producción.

Selgas, ese dulce poeta que canta con su corazón de niño, con el vigor del genio todo lo que es bello, justo, noble, grande, magnífico y sublime. Dulce y adorable poeta que reúne al poder de su brillante inteligencia la suave delicadeza de la sensitiva imagen de su ternura por todo lo que es bello. Y si “el estilo es el hombre” (perdonadme el Sr. Santos Jaramillo), los ojos de Selgas deben ser azules, porque según la valiente expresión del Dr. Samper, “unos ojos azules son por lo común dos miniaturas del cielo”; y ese hombre que entusiasma y avasalla por su genio, que permite admirar sin conocer los soberbios cuadros que salen de su pluma, rebosando de poesía de inalterable lógica, ese hombre debe tener en sus ojos la expresión y el reflejo de esos cielos que canta tan admirablemente.

Después de releído tan lindo artículo, con mucha calma tomé la pluma y la pasé dos o tres veces sobre “mi noche”, pues en realidad yo no trataba de describir sino “mis noches” y esta vez, como las otras dos, mis castillos de literatura vinieron al suelo. Sin embargo, la cuestión se reducía a buscar otro nombre para encabezar mi artículo, pues está visto que las grandes empresas estimulan las pequeñas.

Al día siguiente me propuse escribir, pero era lunes y la casa estaba en un desorden espantoso, porque aunque mis tres hijos están pequeños, dos de ellos me dan que hacer por ocho.

El día anterior, estando yo fuera de casa, los niños de la vecindad en compañía de los míos, o diré más bien, los míos en compañía de los otros, se subieron al balcón con una hornilla que contenía ceniza y carbón, y no solo no se contentaron con regarlo todo, sino que también sobre las tablas pintaron triques y enormes y fierísimos matachines, dejándome la escala en un estado tristísimo, embadurnada de carbón y ceniza. La lavada de la escala era, pues, la primera ocupación del día y ordenar que fuera un peón a limpiar con cal las paredes de los corredores que estaban llenas de arañazos y sendos figurines por el estilo de los de la escala. En esto y en arreglar la casa se pasó un poco de tiempo. Después de almuerzo empezaron a llegar visitas hasta las tres, hora de comer en casa. Un rato después de la comida, cuando soñaba con la deseada hora, oí un ruido como de una tabla rodando, seguido de un grito agudo. “¡Santísimo Dios!”, exclamé, “ya se mató algún muchacho”. Ese golpe siempre fue en la cabeza de Alfonso que sonó. Una tabla de un sobrecielo que estaba en falso y que el inquieto niño hacía días estaba molestando con el palo de una escoba se desprendió sobre su enemigo y le rompió la frente.

Confundida con la travesura inaguantable de tan indomable muchacho, sin saber qué hacer, y afanadísima con este contratiempo, ocurrí a buscar papel inglés para vendarle la herida, y una vez que cesó el llanto me puse a leer los periódicos del correo que habían llegado de Bogotá. Cuando concluí ya era bastante tarde y se acercaba la terrible hora de oración con todo su ruidoso séquito. Ya no era posible escribir y me resolví a aguardar la noche.

En efecto, después de que pasó la tempestad, infatigable en mis ideas, fui al escritorio y esta vez más afortunada logré escribir, pero no sé lo que escribí, porque a una hora más avanzada de la noche me levanté para irme a la cama. Solo recuerdo que el título era “El hogar”.

Y ahora, mi querido lector, pregúntame, ¿dónde está ese artículo, que ya me tienes fastidiado con tus largas digresiones y con tu pesadísima prosa? ¡Paciencia! Voy a referirte en dos palabras el breve martirologio de mi humilde producción.

El martes como a las cuatro de la tarde, libre de los hijos y de todo lo que me molesta a tiempo de escribir, me fui al escritorio a poner en limpio el borrador de “mi hogar”. Tristísimo y amargo era el desengaño que me aguardaba. La pieza estaba inconocible: muebles, papeles, libros, todo rodaba por el suelo en el más miserable estado –lleno de arenilla y tinta; dos tinteros que estaban en la mesa los habían derramado sobre todo lo que había en la pieza–. La más soberana incomodidad se apoderó de mi ser: la rabia, el despecho y por último la más engañosa calma se sacudieron en mí con extraordinaria rapidez. Salí a preguntarle a las criadas quién había abierto las puertas a esos genios de la destrucción.

–Pues su mercé mesma –me contestó Juana, una de las criadas–. Cuando mi seño Triana vino de visita a prestar un número de Los Locos dejó sin llave la puerta y el niño grande y la niña María se entraron de rejilón y cuando yo fui ya habían derramao la tinta, y luego porque su mercé no se pusiera más brava les cerré la puerta y los dejé adentro, y cuando busté jué a sacar la visita al portón les abrí otra vez y salieron.

Por toda respuesta me entré al aposento diciendo: “Bendito sea Dios, que ni por más que una se mate consigue quién le sirva con voluntad y con interés por las cosas de la casa”.

En esto entró mi esposo de la calle y me dijo:

–¿Que tienes, hija, que estás con esas bravatas?

–¡Qué he de tener! ¿No sabes que no hay cosa peor en el mundo que lidiar con voluntades ajenas?

–¿Qué ha sucedido, pues? –me replicó con la calma que lo caracteriza.

–Ven –le dije– y lo sabrás.

Y lo llevé a la pieza para mostrarle la obra de mis hijos y de la estupidez de una criada.

–Mira –le repetí–, esos diablillos han dado al traste con mi querido manuscrito, fruto tardío de cuatro largas noches.

–¿Qué hemos de hacer, hija? ¿No son nuestros hijos? ¡Y cómo es que hemos de vivir sin quién nos sirva, cuando la cruz negra es indispensable a la cruz blanca!

–Verdaderamente –le contesté llena de incomodidad– son nuestros hijos. No vuelvo nunca a escribir, no se entiende una sola palabra de lo que escribí; no solo me han roto mis demás manuscritos sino que a este le dieron baño de tinta.

–Cálmate, hija. Luego cuando estés en paz, sin la bulla de esos chinos, escribes otro artículo sobre el mismo asunto.

–¡Dios me libre! –Le respondí–, cuando todo se me queda en proyecto y luego una función de estas acaba de arreglarlo todo.

Y salí otra vez de la pieza, desalentada y palpando la fría realidad de que en esta tierra las mujeres casadas no seremos nunca literatas.

Es por esto, mi piadoso lector, que no ha visto la luz pública mi artículo, pues no salió vivo del escritorio. Allí mismo murió a fuerza de baños de tinta, y es por eso que al referirte lo que me ha pasado he llamado a esto “Proyectos de literatura”.

  

Sábado 28 de noviembre/2020: 6.502 palabras

 

sábado, 28 de noviembre de 2020

Más consejos para escribir: Decálogo del escritor Margaret Atwood

Decálogo del escritor

Margaret Atwood

1. Tenga un lápiz a mano para escribir en los aviones. Las lapiceras chorrean. Sin embargo, si la mina se rompe no la puede afilar porque no se puede llevar un cuchillo a bordo. Así que lleve dos lápices.

2.  Si al segundo lápiz se le rompe la mina siempre puede recurrir a una lima de uñas de metal o de cristal.

3.  Lleve algo para escribir. El papel es bueno. En un apuro, pedazos de madera o su propio brazo son útiles.

4.  Si usa una computadora, guarde siempre los textos en un pen-drive.

5.  Haga ejercicios de espalda. El dolor distrae.

6.  Mantenga la atención del lector (probablemente lo logre si consigue mantener la suya). Pero no sabe quién es el lector, de modo que es como pescar peces con una honda en la oscuridad. Lo que fascina a A matará de aburrimiento a B.

7.  Lo más probable es que necesite un diccionario, una gramática elemental y un asidero a la realidad. Esto último significa que no hay almuerzo gratis. La escritura es un trabajo. También un juego. No le dará un plan de
pensiones. Algunas personas pueden prestar ayuda, pero en esencia lo único que cuenta es Ud. Nadie lo obliga a hacerlo: Ud. lo eligió, así que no se queje.

8.  Nunca lea su obra con la inocente expectativa que tiene en la primera y deliciosa página de un libro nuevo, porque Ud. la escribió. Ha estado entre bambalinas. Ha visto cómo los conejos se metían en el sombrero. Pídale a un par de amigos que le echen un vistazo antes de lanzarlo al negocio editorial. Pero es mejor que no tenga una relación romántica con ninguna de esas personas, a no ser que quiera romper con ella.

9. No se quedes sentado en medio del bosque. Si está perdido en la trama o se ha bloqueado, vuelva sobre sus pasos allí donde erró. Y tome otro camino. Y/o cambie al personaje. Cambie el tiempo. Cambie la primera página.

10.  La oración debería funcionar. O leer algo más. O una visualización constante del Santo Grial, que es la versión final y publicada de su esplendoroso libro. 

Nov. 27: 8.235 palabras en la tribu Manizales del Nanowrimo





viernes, 27 de noviembre de 2020

Mi voz, de Oscar Wilde.

 

Mi voz

Oscar Wilde

 

Dentro de este inquieto, apresurado y moderno mundo,
Arrancamos todo el placer de nuestros corazones, tú y yo.
Ahora, las blancas velas de nuestra nave ondean firmes,
Pero ha pasado el momento del embarque.

Mis mejillas se han marchitado antes de tiempo,
Tanto fue el llanto que la alegría ha huido de mí,
El Dolor ha pintado de blanco mis labios,
Y la Ruina baila en las cortinas de mi lecho.

Pero toda esta tumultuosa vida ha sido para ti
No más que una lira, un luto,
Un sutil hechizo musical,
O tal vez la melodía de un océano que duerme,
La repetición de un eco.


Diez mil treinta y tres palabras que nos surgen en noviembre 26.



jueves, 26 de noviembre de 2020

Un minicuento del escritor mejicano Juan José Arreola: La migala

 

La migala


La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.

El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.

Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.

La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.

Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.

Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.

Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.

Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.

Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.

                                                                                                   Juan José Arreola

                                                                                                                       (1918-2001)


25 de noviembre: 10.187 palabras escritas por la tribu en acción







 

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Decálogo del perfecto cuentista. Horacio Quiroga. Otros consejos que nos ayudan en la labor de escribir

 

 

Decálogo del escritor

1.    Cree en un maestro —Poe, Maupassant, Kipling, Chejov— como en Dios mismo.

2.    Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.

3.    Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia.

4.    Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas. Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.

5.    No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.

6.    Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: "Desde el río soplaba el viento frío", no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o asonantes.

7.    No adjetives sin necesidad. Inútiles serán cuantas colas de color adhieras a un sustantivo débil. Si hallas el que es preciso, él solo tendrá un color incomparable. Pero hay que hallarlo.

8.    Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos pueden o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.

9.    No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino.

10. No pienses en tus amigos al escribir, ni en la impresión que hará tu historia. Cuenta como si tu relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida del cuento.

                                                                                     Horacio Quiroga (1879-1937)


24 de noviembre: 8.311 palabras. Inicio de última semana de nuestro propósito de escribir a diario

 

martes, 24 de noviembre de 2020

Yo, imperturbable. Walt Whitman

 Yo, imperturbable

Walt Whitman

 

Yo, imperturbable, a gusto en la Naturaleza,

 

amo de todo o amante de todo,

aplomo en medio de cosas irracionales,

 

compenetrado como ellas, pasivo,

receptivo, silencioso como ellas,

 

encuentro mis ocupaciones, pobreza,

notoriedad, flaquezas, delitos, menos

importantes de lo que pensaba;

 

yo, hacia el mar mexicano o en

Mannahatta o en el Tennessee,

o bien al norte o tierra adentro,

 

un hombre de río,

o un hombre de los bosques

o de cualquier tipo de vida campestre

en estos Estados o en esta costa,

o los lagos o Kanada,

 

yo, donde sea que viva mi vida, 

¡ser un hombre balanceado

para las contingencias,

 

para afrontar la noche, las tormentas,

el hambre, el ridículo, los accidentes,

los desplantes,

como lo hacen los árboles y los animales! 

Noviembre 23: 5.927 palabras. Solo nos falta una semana

 

lunes, 23 de noviembre de 2020

Consejos interesantes: Decálogo del escritor. Augusto Monterroso

 

Decálogo del escritor
Augusto Monterroso

Primero.
Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre.

Segundo.
No escribas nunca para tus contemporáneos, ni mucho menos, como hacen tantos, para tus antepasados. Hazlo para la posteridad, en la cual sin duda serás famoso, pues es bien sabido que la posteridad siempre hace justicia.

Tercero.
En ninguna circunstancia olvides el célebre díctum: “En literatura no hay nada escrito”.

Cuarto.
Lo que puedas decir con cien palabras dilo con cien palabras; lo que con una, con una. No emplees nunca el término medio; así, jamás escribas nada con cincuenta palabras.

Quinto.
Aunque no lo parezca, escribir es un arte; ser escritor es ser un artista, como el artista del trapecio, o el luchador por antonomasia, que es el que lucha con el lenguaje; para esta lucha ejercítate de día y de noche.

Sexto.
Aprovecha todas las desventajas, como el insomnio, la prisión, o la pobreza; el primero hizo a Baudelaire, la segunda a Pellico y la tercera a todos tus amigos escritores; evita pues, dormir como Homero, la vida tranquila de un Byron, o ganar tanto como Bloy.

Séptimo.
No persigas el éxito. El éxito acabó con Cervantes, tan buen novelista hasta el Quijote. Aunque el éxito es siempre inevitable, procúrate un buen fracaso de vez en cuando para que tus amigos se entristezcan.

Octavo.
Fórmate un público inteligente, que se consigue más entre los ricos y los poderosos. De esta manera no te faltarán ni la comprensión ni el estímulo, que emana de estas dos únicas fuentes.

Noveno.
Cree en ti, pero no tanto; duda de ti, pero no tanto. Cuando sientas duda, cree; cuando creas, duda. En esto estriba la única verdadera sabiduría que puede acompañar a un escritor.

Décimo.
Trata de decir las cosas de manera que el lector sienta siempre que en el fondo es tanto o más inteligente que tú. De vez en cuando procura que efectivamente lo sea; pero para lograr eso tendrás que ser más inteligente que él.

Undécimo.
No olvides los sentimientos de los lectores. Por lo general es lo mejor que tienen; no como tú, que careces de ellos, pues de otro modo no intentarías meterte en este oficio.

Duodécimo.
Otra vez el lector. Entre mejor escribas más lectores tendrás; mientras les des obras cada vez más refinadas, un número cada vez mayor apetecerá tus creaciones; si escribes cosas para el montón nunca serás popular y nadie tratará de tocarte el saco en la calle, ni te señalará con el dedo en el supermercado.

El autor da la opción al escritor de descartar dos de estos enunciados, y quedarse con los restantes diez.

Seguimos en la consigna de escribir a diario en este mes. 7.460 en domingo 22 de noviembre.



domingo, 22 de noviembre de 2020

Minicuento Armisticio. Juan José Arreola

 

Armisticio

Juan José Arreola

Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso, en ruinas.

Noviembre 21: 6.885 palabras en nuestro Nanowrimo


sábado, 21 de noviembre de 2020

Poema La palabra de Mario Benedetti

La palabra

Mario Benedetti

 

La palabra pregunta y se contesta

tiene alas o se mete en los túneles

se desprende de la boca que habla

y se desliza en la oreja hasta el tímpano

 

la palabra es tan libre que da pánico

divulga los secretos sin aviso

e inventa la oración de los ateos

es el poder y no es el poder del alma

y el hueso de los himnos que hacen patria

 

la palabra es un callejón de suertes

y el registro de ausencias no queridas

puede sobrevivir al horizonte

y al que la armó cuando era pensamiento

puede ser como un perro o como un niño

y embadurnar de rojo la memoria

puede salir de caza en silencio

y regresar con el moral vacío

 

la palabra es correo del amor

pero también es arrabal del odio

golpea en las ventanas si diluvia

y el corazón le abre los postigos

 

y ya que la palabra besa y muerde

mejor la devolvemos al futuro.

 

Del libro: Inventario cuatro. De Mario Benedetti 

Día 20, solo faltan 10. En estas dos terceras partes hemos escrito 167.552 palabras en la tribu. Qué viva la sinergia y el ejercicio de escribir.


 

viernes, 20 de noviembre de 2020

Y a propósito de la palabra y el escribir, este poema de Juanamaría Echeverri

                       Personajas

                              3

 

La palabra es otra posibilidad del silencio,

densas ambas,

no se sabe cuál es la que más vibra

piel adentro.

Y otra vez regresa a la escritura

A verse completa y desnuda,

a punto de ser quebrados sus más íntimos

miedos

con la pedrada que esquiva y esquiva

pero que de nuevo salta

desde atrás

hasta siempre.

 

(“A Emily L” Marguerite Duras)

                              Juanamaría Echeverri Escobar

                                            Manizales, Colombia 

El ejercicio de escribir nos acompaña, bien tribu. 7997 en noviembre 19.