viernes, 25 de febrero de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa: 8. Epígrafes. 9. Estructura

Seguimos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy los siguientes aparte 8 y 9 de Pura Literatura:

8. Epígrafes

Un epígrafe es una cita breve (propia o ajena) que suele colocarse al comienzo de un cuento o de una novela. Hay muchas razones por las que se puede utilizar este recurso. Puede ser una frase o verso que:

  • Inspiró nuestra obra.
  • Sirve de introducción a nuestra obra.
  • Ofrece información útil para comprender o aclarar nuestra obra.
  • Comenta o anticipa el estilo de nuestra obra.
  • Sintetiza nuestra obra.
  • Etcétera.

La costumbre es colocar el epígrafe debajo del título, pero antes de la primera oración de la obra. Se coloca a la derecha, en letra más pequeña y en cursiva. En esta forma queda claro que no es parte de la obra, sino que es un epígrafe.

Incluir o no incluir epígrafes depende de la preferencia del autor. Obviamente no es obligatorio.

Termino con dos ejemplos de epígrafes. Son los comienzos de dos cuentos. En el primer ejemplo Cortázar aporta información útil para comprender su cuento. En el segundo, Villiers cita a un príncipe para anticipar el tema del suyo.

La noche boca arriba

por Julio Cortázar

Y salían en ciertas épocas a cazar enemigos;
le llamaban la guerra florida.

A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba (…)

Antonia

por Villiers de L’Isle Adam

Íbamos a menudo a casa de la Duthé: allí hablábamos
de moral y otras veces hacíamos cosas peores.

-El príncipe de Ligne

Antonia vertió agua helada en un vaso y puso en él su ramo de violetas de Parma:

-¡Adiós a las botellas de vino de España! -dijo.

E, inclinándose hacia un candelabro, encendió, sonriendo, un papelito liado con una pizca de phëresli; este movimiento hizo brillar sus cabellos, negros como el carbón.


9. Estructura

Estructura moderna

En términos muy generales podemos decir que hay dos tipos de estructuras narrativas: la tradicional y la moderna.

La estructura moderna es la más fácil de definir porque no existe. O digamos que son tantas y tantas que no se pueden describir, porque la estructura moderna consiste en que el escritor cuenta su historia como le da la gana. En cada texto crea su estructura propia. Descarta casi por completo el uso cronológico de los cuatro pasos de la estructura tradicional.

En la nota sobre estructura tradicional dije que esta consiste de cuatro pasos: Introducción, Desarrollo, Clímax y Desenlace.

En la estructura moderna el autor podría comenzar su novela o cuento en el mismo clímax. O en el desenlace. O empezar en el desarrollo. O donde mejor entienda que debe comenzar la historia. El autor no sigue reglas. Bueno, digamos que la única regla es que la historia sea coherente… y que tenga un conflicto, porque sin conflicto no hay cuento ni novela.

Si utilizamos a “La Caperucita Roja” como ejemplo, el cuento podría comenzar de estas maneras:

1. Comenzar por el desenlaceLa Caperucita Roja, feliz por haberse salvado del lobo, besó a su mamá, quien la abrazaba con los ojos llenos de lágrimas de felicidad. Tanto el cazador como la abuela observaban con satisfacción. Al lado de la cama, en un inmenso charco de sangre, yacía un lobo muerto. Al mirarlo, la Caperucita recordó cuando, tras desobedecer las órdenes de su madre, se encontró de frente con el lobo que la esperaba en el bosque. El lobo le preguntó para dónde iba y ella le contestó…

En este primer ejemplo (comenzar por el desenlace), en algún momento el autor obviamente debe generar una escena retrospectiva para entonces contar lo que sucedió antes del desenlace.

2. Comenzar por el clímaxEl lobo tumbó con las patas a la Caperucita Roja, quien lloraba y gritaba desesperada. El terrible animal, de largos colmillos, le colocó las patas sobre el pecho, de manera que la niña no se podía levantar. Tras lamerle el cuello varias veces, el animal se dispuso a morder de una vez para desgarrar el cuello y empezar a comerse a la Caperucita.  De pronto se abrió la puerta de la casa y entró un cazador enorme, quien al darse cuenta de lo que sucedía apuntó con su escopeta y mató al lobo.

En este segundo ejemplo (comenzar por el clímax), el autor ha optado por empezar en el momento más intenso de su narración. Culmina el conflicto. Evidentemente, el autor tendrá que buscar la manera de contarnos cómo se llegó a este momento climático.

3. Comenzar por el desarrollo: La Caperucita Roja entró al bosque para llevarle una canasta de frutas a su abuela. De pronto se encontró de frente con un lobo de dientes enormes que le preguntó: ¿Adónde vas?

En este tercer ejemplo (comenzar por el desarrollo), la narración comienza directamente en el conflicto. No hay introducción de ningún tipo. A este tipo de comienzo también se le conoce como “in media res”, término latino que significa “en medio de la cosa”. A partir de este comienzo, el autor puede simplemente continuar adelante y contar la historia. O puede volver atrás para ofrecernos escenas del pasado que llevaron a esa escena inicial.

Estos son solo unos ejemplos mínimos de lo que puede hacer un autor con la estructura moderna. Es decir, puede comenzar en el desenlace, el clímax o el desarrollo.

Pero también puede crear cualquier estructura que desee. Por ejemplo, es común que la estructura moderna prescinda de algunos pasos que la estructura tradicional consideraba imprescindibles. Es poco frecuente encontrar un cuento moderno que incluya una introducción tradicional o un desenlace tradicional. Estos dos pasos, en gran medida, han desaparecido.

Sin embargo, tanto el desarrollo (conflicto) como el clímax (punto de mayor tensión) siguen siendo indispensables. Sin conflicto no hay novela ni cuento. Sin clímax la novela o el cuento se quedarían a medias, incompletos. Desarrollo y clímax son imprescindibles.

En gran medida el lector contemporáneo prefiere y se ha acostumbrado a narraciones que comienzan in media res.

Hoy día las largas introducciones se perciben como aburridas. El lector moderno prefiere comenzar con el conflicto y luego (en el camino) irse enterando de los detalles que sean necesarios para entender la historia con mayor profundidad.

Resumo: no hay estructura moderna. Cada autor moderno inventa la estructura propia.

Sin embargo, aclaro que estos son precisamente los retos que interesan a un escritor. Por ejemplo, un escritor se puede decir: “Ya que las introducciones largas no están de moda, yo voy a escribir un cuento bueno y moderno con una larga introducción”. Será su reto. Pero lo hará de tal forma que al lector le gustará leer esta introducción. El lector se quedará con la impresión de que esa introducción tenía algo “diferente”, era original, no era anticuada, y por eso representa un reto superado con éxito por parte del autor.

 

Estructura tradicional

Desde niños ya somos expertos en la estructura tradicional, porque es la que utilizan casi todos los cuentos de hadas e infantiles que nos contaban nuestros padres. Consiste de cuatro partes:

1. Introducción

2. Desarrollo

3. Clímax

4. Desenlace

 

1. En la Introducción normalmente se contextualiza la historia. Se indica la época, el lugar, los personajes, etc. Se describe el país, la ciudad, la calle, la casa, la habitación, la cama, la almohada; también los personajes, la ropa que visten, sus modos de transporte, la comida, etc. En fin, se presenta la información que, en opinión del autor, hace falta conocer antes de contar la historia como tal.

Si usamos como ejemplo “La Caperucita Roja”, pues la introducción generalmente indica que “había una vez” una muchacha muy buena y bonita que vivía con su mamá en la orilla del bosque. (“Había una vez” es una fórmula tradicional que significa “hace un montón de tiempo en un lugar impreciso”.) La mamá era de X manera, la nena era de Y manera. Y ambas vivías felices en una casita que era de Z manera. La mamá horneaba postres, la nena jugaba con su muñeca y olía las rosas; en fin, todo era pura felicidad. Y a la muchacha le decían Caperucita Roja porque la mamá le había hecho una hermosa capa roja.

2. El Desarrollo empieza cuando comienza el conflicto. Hasta ahora no ha habido conflicto, todo el mundo es feliz, todos están contentos, pero un día la mamá le pide a la Caperucita que le lleve una cesta de comida a la abuela y le advierte que no entre al bosque porque el lobo se la puede comer. La nena sale, pero de inmediato entra al bosque y se encuentra con el lobo. Ha comenzado el conflicto porque ya existe la posibilidad muy real de que el lobo se coma a la niña.

A partir de ahora estamos en pleno Desarrollo del cuento. Continuamos leyendo porque queremos (necesitamos) saber si la Caperucita se va a salvar o si el lobo malvado se la comerá. La tensión narrativa continúa aumentando. Normalmente la inmensa mayoría de un cuento o novela, la casi totalidad de un cuento o novela, es el Desarrollo.

Llega la escena de la cama. Abuelita, qué ojos grandes. Abuelita, qué orejas grandes. Abuelita, qué dientes grandes. Hasta que de pronto el lobo sadista intenta comerse a la pobre Caperucita. Entonces aparece el cazador y mata al lobo.

Hay muchas otras versiones de este cuento, porque es folclórico y cada persona lo cuenta a su manera. En otras versiones, por ejemplo, el lobo se come a la Caperucita y a su abuela, pero el cazador le abre el vientre al lobo muerto y saca a las dos víctimas. O la abuela está encerrada en la despensa. Etc.

Usemos la versión en que la abuela está encerrada en el ropero y el cazador mata al lobo en el momento justo en que intenta comerse a la Caperucita.

Tan pronto muere el lobo, ha terminado el Desarrollo porque ya no hay tensión narrativa. Podemos dormir tranquilos. La Caperucita se ha salvado.

3. El Clímax es el momento en que el cazador mata al lobo. Es el punto de mayor intensidad en la narración. Y justamente en este punto climático es que termina el Desarrollo porque ha cesado el conflicto. El lobo ha muerto y la Caperucita ya no está en peligro. La razón de ser del cuento, que era contarnos la peligrosa aventura de la Caperucita con el lobo, ha terminado. El Clímax suele ser breve, aunque podría extenderse.

4. En el Desenlace meramente se atan los cabos sueltos de la historia. En una de las versiones más conocidas, llega la mamá a la casa de la abuela. Ella y el cazador sacan a la abuela del cuartito en que estaba encerrada o de la barriga del lobo. La sonriente Caperucita anuncia que aprendió su lección y que nunca volverá a desobedecer a su mamá. Todos sonríen felices y se abrazan. El cazador (soltero) y la mamá (viuda) se miran con una gran sonrisa. Poco tiempo después la mamá y el cazador se casan y todos viven felices para siempre.

En resumen, esta es la estructura tradicional de un cuento o una novela. Es la que muchos autores -conocidos y desconocidos- han utilizado durante miles de años para contar sus narraciones. Sin embargo, ya no se usa mucho porque los autores modernos prefieren usar estructuras modernas.




domingo, 20 de febrero de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa: 7. LOS DIÁLOGOS (1)

 Seguimos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy el siguiente aparte (7 ) de Pura Literatura: 

7.Diálogos

 

Consideraciones técnicas

Los diálogos normalmente se marcan con rayas. 

Tamaño de las rayas:  

Hay varios tamaños de rayas. En general, yo diría que básicamente están la corta, la mediana y la grande.

¿Cuál raya debe usarse para los diálogos de los cuentos o novelas? No importa. Usa la que prefieras. Cuando se trata de tus manuscritos, realmente da igual.

Cuando llega el momento de publicar el libro, cada editorial ya tiene su estilo y preferencias. Usarán para tu libro la raya que utilizan para todos sus libros.

En mis textos (en mi computadora) prefiero poner la raya mediana, ni muy larga ni muy corta, simplemente por razones estéticas. La larga me parece que desperdicia mucho espacio y la corta me parece demasiado corta. Pero, repito, es solo para uso personal, en mi computadora, porque la editorial, como ya dije, usa la raya que sus artistas gráficos prefieren.

Cuando un texto se va a publicar en Internet, como en el caso de Ciudad Seva, el problema es que las rayas largas y medianas a veces no salen bien; el lector solo ve basurilla digital (un montón de signos locos), en vez de la raya. Por eso, cuando es una publicación puramente digital, como el caso de los cuentos de Ciudad Seva, lo preferible es usar la raya pequeña, que es la que está en el teclado (normalmente a la derecha del 0). Esta raya pequeña es la más confiable porque nunca se distorsiona.

 

Por otra parte, el diálogo se compone de dos partes: el diálogo mismo y las acotaciones. Una acotación es una nota que explica la acción, el pensamiento, el espacio circundante, la apariencia física o el estado emocional de los personajes. Veamos el siguiente ejemplo:

-¿Ya compraste el auto?

-Ayer.

-¿Y te gusta?

-¿Realmente te importa?

Al leer lo anterior, nos parece que la persona que pregunta “¿Y te gusta”?  lo hace de manera normal, por curiosidad. Y luego nos da la impresión de que la otra persona le contesta en un tono impertinente o malcriado al preguntar: “¿Realmente te importa?” Sin embargo, las acotaciones pueden cambiar por completo el sentido de un diálogo. Veamos ahora:

-¿Ya compraste el auto?

-Ayer.

-¿Y te gusta? -pregunta Ester, altanera.

-¿Realmente te importa? -contesta José, temeroso.

En los primeros dos párrafos no hay acotaciones. Solo diálogo. Los párrafos tercero y cuarto incluyen acotaciones que modifican radicalmente la lectura. Ahora nos enteramos de que Ester está enojada y de que José tiene una actitud temerosa.

Decir “¿Realmente te importa?” en tono altanero o temeroso obviamente no es lo mismo. Y muchas veces la acotación es la única manera de comunicar esta diferencia.

Es decisión del autor incluir o no incluir acotaciones en sus diálogos.

 

Bien, ya conocemos los aspectos técnicos de las rayas y las acotaciones. Así que pasemos a los criterios literarios que rigen la creación de diálogos.

 

 

Usar oraciones cortas, directas, al grano

Los poemas épicos (La ilíadaEl mío Cid, etc.) se destacan por los larguísimos monólogos de sus personajes. Durante varias páginas hablan y hablan de manera incansable, solemne y pomposa. Asimismo ocurre con el teatro del Siglo de Oro español, en que personajes como Segismundo, de La vida es sueño, de pronto declaman larguísimos monólogos reflexivos.

El diálogo moderno es diferente porque busca la naturalidad. En la vida real normalmente hablamos en frases cortas, al grano y con elipsis. Y así deben ser los diálogos de tu narración. Por supuesto que hay excepciones. De vez en cuando hay personajes que hablan y hablan y hablan. Pero si deseas utilizar a un personaje que hable mucho debes estar seguro de que su diálogo tenga algún elemento (cómico, original, sorprendente, morboso, reflexivo, filosófico, etc.) que realmente fascine al lector. O que su largo parlamento contenga información esencial para la obra. De lo contrario, será insufriblemente aburrido.

No basta solamente con que las oraciones sean cortas. Si no se manejan bien, el diálogo con frases cortas también puede resultar aburrido.

 

Véase el siguiente diálogo que para un lector del siglo XXI el ejemplo es una tortura insufrible. Seguramente le darán ganas de tirar el libro contra la pared.

-Hola.

-Hola.

-¿Cómo estás?

-Bien, ¿y tú?

-No me quejo.

-Ah, me alegro.

-¿Quieres un café?

-No quiero ser una molestia.

-No es molestia.

-Pues bien, gracias.

-¿Con leche?

-Sí, gracias.

-¿Y azúcar?

-Sí, también. Gracias.

-¿Azúcar blanca o morena?

-Cualquiera. Me da igual.

-¿Cuántas cucharaditas?

-Solamente dos, gracias.

-¿Y qué te trae por acá?

 

Claro, en cierta medida reproduce fielmente conversaciones de la vida real. Con frecuencia hablamos en esta forma. Pero crear diálogo no es cuestión de reproducir el habla diaria. En ese caso cualquier persona podría escribir diálogo porque le bastaría con grabar una conversación al azar y luego ponerla por escrito. Pero los escritores no somos grabadoras. El arte del diálogo consiste en crear un balance; es decir, un diálogo que suene natural, pero que ha sido trabajado literariamente para mantener la tensión narrativa y no aburrir.

 

Una versión más efectiva del diálogo anterior sería algo así:

-Ah, Pedro, ¡tanto tiempo! ¿Te tomas un café?

-Sí, claro, con gusto.

-¿Y qué te trae por acá?

Con estas tres intervenciones (en vez de las 19 anteriores) basta para que el personaje pueda empezar a contestar “qué lo trae” a la casa de su amigo.

 

Elipsis

Al dialogar utilizamos la elipsis. Veamos un ejemplo pésimo:

Un hombre pasa por la carretera en su automóvil. Ve a una mujer de pie, al lado de un carro. El hombre detiene su auto y nota que el de la mujer tiene una llanta vacía:

-Hola, señorita, buenos días.

-Buenos días.

-¿Tiene una goma vacía?

-Sí, caballero.

-Ah, pues con mucho gusto voy a ayudarla. Estacionaré mi auto al otro lado de la carretera.

-Gracias, señor.

El hombre estaciona el carro y camina hasta la mujer:

-¿Tiene usted gato, señorita?

-No sé si tengo gato. Es que no sé nada sobre autos. Lo siento mucho.

-No hay problema, señorita, entonces por favor abra el baúl.

-Como no, caballero.

En este ejemplo sobran palabras. En realidad, parece un diálogo de telenovelas, donde todo se dice y se redice de forma ampulosa. Pero pensemos en la vida real, porque el diálogo debe ser natural. En ese caso, tal vez sería algo así:

 

Un hombre pasa por la carretera en su automóvil. Ve a una mujer de pie, al lado de un carro. El hombre detiene su auto y nota que el de la mujer tiene una llanta vacía:

-Hola, ¿tienes gato?

-Perdona, es que no sé nada sobre carros.

-Un momento.

El hombre estaciona el carro y camina hasta la mujer:

-Por favor, abre el baúl para ver si tienes gato.

-Sí, claro, muchas gracias.

 

Ahora el diálogo suena más natural porque va al grano y utiliza la elipsis.

 

La elipsis es la omisión voluntaria de un segmento de nuestra oración que el lector (u oyente) puede inferir. Los siguientes son ejemplos clásicos (y obvios) de elipsis verbales:

 

-Dime con quién andas…

-Más vale pájaro en mano…

-Al buen entendedor…

 

Cuando omitimos el resto de una de estas frases, el lector comprende lo que queremos decir. Sabe que terminan con “y te diré quién eres”, “que cien volando” o “con pocas palabras bastan”. Por eso, en nuestra cultura, a menos que estemos hablando con niños, basta con decir: “Ahora estás sin dinero. Debiste coger los diez mil pesos cuando te los ofrecieron. Más vale pájaro en mano…”

Al dialogar, usamos la elipsis continuamente. De hecho, desde el momento en que nos saludamos usamos la elipsis. Un saludo muy común es “¿Qué tal?” ¿Qué significa “qué tal”? En realidad no significa nada, es una oración incompleta. El saludo correcto y completo sería “¿Qué tal estás hoy?” o “¿Qué tal te encuentras hoy?” Pero hubo un momento en que la segunda mitad de la oración dejó de hacer falta. A todo el mundo le bastaba con escuchar “¿Qué tal?” para saber lo que se le preguntaba. Y “¿Qué tal?” se convirtió en una elipsis. Algo similar ocurrió con la palabra “adiós”. Al principio, al despedirnos, decíamos “Te encomiendo a Dios”. Y pasaron los siglos. Y llegó el momento en que algún escritor, lingüista o vago comprendió que bastaba con “adiós” para que el receptor comprendiera el mensaje.

Ahora que sabemos lo que es la elipsis, es fundamental utilizarla en el diálogo. Al hablar usamos la elipsis porque apoyamos nuestras palabras con gestos faciales, movimientos con las manos o corporales… y hasta con silencios.

Si estoy con un amigo en una calle con muchos restaurantes, y escojo al fin dónde quiero comer, es probable que le diga:

-Vamos.

Y que luego indique con una mano o con la mirada el restaurante al que quiero ir. No es necesario que diga:

-Ah, Miguel, luego de estar aquí parados cinco minutos, he optado por comer en el Restaurante Las Delicias, ese que tenemos al otro lado de la calle, ligeramente a la derecha, como a treinta metros de distancia, con la fachada verde y las puertas blancas.

Un diálogo como el anterior nos indica, de inmediato, que el autor es un principiante… o un escritor con poco talento.

 

Voz propia

 

Cada personaje debe tener voz propia; o sea, hablar de un modo particular. Idealmente, en nuestra novela o cuento debería llegar el momento en que el lector sepa quién habla sin que el narrador tenga que decirlo. Esto se logra por el nivel cultural del personaje, su vocabulario, sus muletillas, su sentido del humor, su sintaxis o cualquier otro elemento que lo destaque. En la novela Don Quijote, de Cervantes, llega un momento, bastante temprano en la obra, en que al leer un diálogo sabemos de inmediato si habla don Quijote o Sancho Panza.

Es importante esta diferencia porque todo lector, consciente o inconscientemente, sabe que una abuelita de 80 años de edad no habla como su nieta de 15. Es un defecto que todos los personajes hablen iguales. Los escritores principiantes frecuentemente cometen el error de poner a todos los personajes a hablar de la misma manera, con el mismo sentido de humor, la misma sensibilidad, los mismos comentarios irónicos, el mismo arrojo, el mismo sarcasmo, etc. Con frecuencia la forma de hablar de los personajes es la misma del autor. Este es un enorme defecto.

 

Lenguaje fonético

No recomiendo el uso del lenguaje fonético (“abogao” en vez de “abogado”). Es irritante y difícil de leer. Además, no es auténtico. Por lo general se usa el lenguaje fonético para representar el habla de campesinos, personajes urbanos pobres, criminales, etc. Pero ¿son ellos los únicos que se saltan letras o sílabas al hablar? Nadie, en ningún país, pronuncia absolutamente todas las letras cuando habla. A veces, incluso, pronuncian las letras de manera diferente. Muchos españoles pronuncian la D final como Z. Dicen que viven en “Madriz” o que han dicho toda la “verdaz”. Y los puertorriqueños tendemos a pronunciar algunas R como L, de modo que decimos “puelto” o “comel”.

Si realmente queremos reproducir de manera fonética el habla de un personaje, tendríamos que hacerlo con todos los personajes de nuestro libro, desde el más pobre hasta el más rico, desde el menos educado hasta el catedrático más prestigioso. Por eso no tiene sentido hacerlo, salvo en excepciones. En la literatura siempre hay excepciones.

 

Regionalismos

Sobre 20 países hablan español en el mundo, somos unos 500 millones de hispanohablantes. Si escribes con los regionalismos de tu país, los lectores de los otros no te entenderán. Hoy día quedan muchas obras clásicas que se escribieron originalmente con regionalismos. Ahora se leen en las escuelas o universidades solo porque son lectura obligada. Pocos lectores van a una librería a comprar estas obras por placer. Durante una época estuvieron de moda, pero ahora es normal que las ediciones de estos libros incluyan glosarios en la parte de atrás para poder comprender el texto. En mi experiencia, a pocas personas les gusta leer libros con glosarios. Por eso no creo que sea buena idea escribir con regionalismos. Si consideras indispensable utilizar algunas palabras para ambientar tu texto, vale, pero en ese caso no abuses. Haz como Juan Rulfo, que usa pocos regionalismos para “sazonar” sus textos, pero los utiliza de manera que un lector no mexicano, por el contexto, puede deducir el significado (sin utilizar un glosario). Asimismo, ocurre con Gabriel García Márquez. Es puramente colombiano, nadie lo duda, sin embargo, cualquier persona que conozca la lengua española comprende sus libros sin problemas. Esa es la clave.

Como en casi todo lo relacionado con la literatura, hay excepciones. Grandes escritores argentinos, como Julio Cortázar y Jorge Luis Borges, escribieron en el lunfardo argentino que ya se conoce ampliamente en el entorno hispanohablante. De todos modos, no es difícil, para quien lo lee por primera vez, comprender que “vos” significa “tú” y que algunas palabras, como el imperativo, se acentúan de forma diferente.

 

¿Quién habla?

 

Es fundamental escribir el diálogo con claridad, de modo que el lector sepa, en cada instante, quién habla. Hay autores que no desean utilizar acotaciones; como resultado, hay momentos en que el lector se pierde, no sabe quién habla. Esta es una situación que se debe evitar. Cuando hablan solo dos personas quizás no sean tan importantes las acotaciones. Si uno de los personajes es femenino (Juana) y el otro masculino (Gabriel), es bastante sencillo dejar claro quién habla. Por ejemplo:

-Estoy enfurecida.

-¿Qué ocurre?

-Mario se cree que soy estúpida.

-¿Qué te hizo?

-Gastó todo el dinero sin decirme nada.

-Comprendo. Yo me pondría furioso.

En el ejemplo de arriba, de inmediato sabemos que es Juana la que comienza la conversación con Gabriel, porque dice “enfurecida”. Siempre podemos saber quién habla porque solo uno de ellos usa el femenino. Pero si son dos mujeres o dos hombres los que conversan, ya no se puede utilizar este recurso. Tal vez usaríamos los nombres. Supongamos que hablan Juana y Emilia:

-Estoy enfurecida, Emilia.

-¿Qué ocurre?

-Mario se cree que soy estúpida.

-Pero ¿qué te hizo, Juana?

-Se gastó todo el dinero, sin decirme nada.

-Te comprendo. Yo me pondría furiosa.

Además del género y el nombre, podemos usar muchos otros recursos para indicar quién habla, como el nivel cultural, vocabulario, muletillas, sentido del humor o la sintaxis particular del personaje.

El asunto se complica bastante cuando hablan más de dos personajes. Puede prestarse a mucha confusión si no está claro, en todo momento, quién habla cuando se trata, digamos, de un grupo de seis personas en una mesa. En estos casos es fundamental tomar pasos para garantizar que el lector no se pierda. Será casi inevitable usar acotaciones para constantemente indicar “dijo Emilia”, “exclamó Gabriel”, “se quejó Juana”, etc. Si no se usan acotaciones, de alguna manera el autor debe asegurarse de que los lectores sepan qué está pasando. De lo contrario, el diálogo será un caos.

 

Información para el lector

 

Al escribir diálogo nos proponemos reproducir la forma natural en que las personas conversan entre sí. Veamos el siguiente ejemplo:

En un centro comercial se encuentran una chica y un cuarentón:

-Hola, doctor Rivera, profesor mío de Historia en la Universidad Acme, ¿cómo está usted?

-Qué tal, Flavia González, discípula mía y amiga de Gladys, estoy bien, gracias. ¿Y tú?

-Bien. Como toda chica de 19 años, ando buscando una tienda para comprar ropa porque esta blusa roja que llevo puesta ya no me gusta.

-Ah, me ocurre igual con esta corbata azul de puntos blancos que llevo puesta, y que en realidad ya está vieja.

En este ejemplo he exagerado un error común entre los escritores principiantes. El error se llama “información para el lector”. Los personajes dialogan de manera artificial porque el narrador, de manera poco hábil, ha querido ofrecerle al lector información sobre los personajes. Esta no es la manera de hacerlo. Ningún estudiante va a saludar a un profesor e indicarle qué clase toma con él ni dónde. Ambos lo saben, a menos que el profesor tenga miles de estudiantes, trabaje en varias universidades o esté senil.

Cuando las personas dialogan, no se dicen cosas que ambos saben. No dicen “Hola, te saludo aquí en San Juan”, porque ambos ya saben que están en San Juan. Asimismo, el profesor no va a contestar con nombre y apellido. El autor de este ejemplo quiso que el lector supiera que Rivera es profesor de Historia en la Universidad Acme y que la estudiante se llama Flavia González. Pero lo hizo de manera torpe. Luego, la muchacha dice su edad y describe el color de su blusa. El profesor no es ciego. Puede ver que la blusa es roja y que ella la lleva puesta. Y la muchacha tampoco es ciega. No hay que decirle el color y diseño de la corbata. Basta con mostrarla. Toda esta información es un disparate y destruye el diálogo, que queda como un mero ejercicio de aficionado. Lo básico de este diálogo es lo siguiente:

En un centro comercial se encuentran una chica y un cuarentón:

-Hola, doctor Rivera.

-Qué tal, Flavia, ¿cómo estás?

-Bien. Buscando una blusa nueva porque esta ya no me gusta.

-Ah, me ocurre igual con mi corbata. Ya está vieja.

Si el autor considera indispensable comunicarle al lector, en este momento del cuento o la novela, la información del primer ejemplo, deberá buscar otra manera de hacerlo. Puede integrar la información en el diálogo, pero de manera natural. O puede dar la información en la breve introducción. O puede decirla por medio de acotaciones. Puede usar todos estos recursos o una combinación de ellos. Por ejemplo:

En un centro comercial se encuentran Miguel Rivera, cuarentón, y la joven Flavia González.

-Hola, doctor Rivera.

-Qué tal, Flavia, ¿cómo estás? -le responde el profesor a su estudiante de Historia de la Universidad Acme.

-Bien. Buscando una blusa nueva porque esta ya no me gusta.

-Ah, me ocurre igual con mi corbata -el profesor agarra su corbata azul de puntos blancos-. Ya está vieja. Pero esa blusa roja te queda bien. Mi hija de 19 años tiene una similar y me parece linda.

-Yo conozco a Gladys. Somos amigas. ¿Ella no se lo ha dicho?

Habría miles de maneras de comunicar esta información. En el ejemplo anterior solo ofrezco una. Tras una breve introducción para ubicar al lector, por medio de un diálogo natural y de acotaciones concisas comunicamos la misma información que se intentó transmitir de manera torpe en el primer ejemplo.

 

Consejo final

 

Además de leer explicaciones teóricas, como esta que has leído ahora, obviamente la manera más sencilla de aprender a escribir diálogo es por medio de la lectura de cuentos y novelas con diálogos magistrales. Yo añadiría que también es bueno leer teatro, el cual consiste casi 100% de diálogo. Y no solo el teatro moderno es efectivo para aprender buen diálogo. Hay obras clásicas, como El avaro, de Molière, que sorprenden por la modernidad de sus diálogos ágiles y eficaces.


viernes, 11 de febrero de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa: 5. Concreto versus abstracto. 6. Demasiada precisión

Seguimos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy los dos siguientes apartes (5 y 6) de Pura Literatura: 


5. Concreto versus abstracto

 

Cuando narramos, lo hacemos con el objetivo de que el lector “vea” lo que contamos. Queremos colocarlo en medio de la acción para que la sienta, para que se sumerja en ese mundo ficticio que estamos inventando. Por eso debemos contar de manera concreta, no abstracta.

Veamos el siguiente ejemplo:

La persona conducía su vehículo mientras comía. De golpe vio a un animal en medio de la vía. Desvió el vehículo y chocó contra un obstáculo. Se escuchó un ruido estrepitoso.

Se supone que el lector haya recibido una imagen clara de lo que ocurre, de la acción. Pero este párrafo deja al lector perplejo. ¿Por qué? Con varias preguntas puedo demostrar el problema. Contéstate estas preguntas:

  1. ¿Quién conducía el vehículo? ¿Hombre o mujer? ¿Joven o mayor?
  2. ¿Qué tipo de vehículo conduce? ¿Motocicleta, auto deportivo, auto de cuatro puertas, camión, remolque, tanque de guerra?
  3. ¿Qué comía? ¿Tortilla, salchicha, hamburguesa, paella, pizza, lasaña, una barra de chocolate?
  4. ¿Qué animal se cruzó en el camino? ¿Un gato, un perro, una vaca, un león, un elefante, una víbora, Bambi?
  5. ¿En qué tipo de vía iba la persona? ¿Camino rural oscuro, carretera, autopista iluminada?
  6. ¿Contra qué chocó? ¿Otro carro, un camión, un árbol, una roca, una nave espacial?
  7. ¿Cómo fue el sonido que se escuchó? ¿Un grito de mujer, un disparo, un cañonazo, el impacto de un auto contra otro, el mugido de una vaca?
  8. ¿Es de día o de noche?

Son tantos los defectos del párrafo citado, que en realidad es un párrafo inútil. No cumple ninguna función excepto confundir y desesperar al lector. Aquí he marcado los errores:

La persona conducía su vehículo mientras comía. De golpe vio a un animal en medio de la vía. Desvió el vehículo y chocó contra un obstáculo. Se escuchó un ruido estrepitoso.

Aunque el párrafo solo incluye cuatro oraciones breves, contiene una cantidad intolerable de errores serios.

Al contar, debemos darle al lector todos los elementos necesarios para que pueda hacerse una imagen clara de lo que contamos. Quizás no hay que resolver cada uno de los ocho problemas; algunos datos pueden quedar para más adelante o tal vez no hagan falta. Pero, al verlos todos juntos, nos damos cuenta de que el párrafo no dice nada.

Mi sugerencia es la siguiente: mientras escribes un texto, o cuando lo revisas, piensa que se trata de las instrucciones para el productor de una película. La cinta se rodará dentro de pocos días y el productor necesita prepararlo todo. Eres el director de la cinta y viene adonde ti, desolado, porque acaba de leer el guión. ¿Qué te preguntará? Pues las mismas ocho preguntas que puse arriba. ¿A cuál de los muchos actores debe llamar para filmar la escena? ¿Qué tipo de vehículo debe alquilar? ¿Qué comida quieres que compre? ¿Qué tipo de animal debe alquilar? ¿En qué tipo de carretera se filmará la escena? ¿Contra qué chocarán? ¿Qué efecto especial necesitas para el famoso “ruido”? Y, por último, necesitará saber si hay que preparar luces para filmar de noche o si la escena es de día.

No somos directores ni productores de cine, pero somos narradores y debemos narrar de forma concreta, de modo que nuestros lectores no se queden perplejos.

 

Debemos ser concretos porque el lector no puede leer tu mente. Si deseas que “vea” algo, debes mostrarlo por medio de la palabra. No tienes que enumerar, pieza por pieza, cada ángulo del vehículo. No tienes que describir en detalle lo que come. Si come lasaña, no tienes que decir con cuántos quesos fue cocinada. No es cuestión de exagerar hasta el aburrimiento. Pero tienes la obligación de narrarle al lector una imagen visual (y auditiva) clara de la escena que le quieres contar.

La narración abstracta es un defecto. Queremos narrar de la manera más concreta posible. Por tanto, una de las muchas maneras en que se podría escribir el párrafo es la siguiente:

Esa noche la adolescente de largo pelo negro conducía su carro descapotado mientras se comía un pedazo de queso suizo. De golpe vio a un enorme caballo blanco en medio de la avenida. Desvió su auto deportivo y chocó contra un camión de reparaciones eléctricas. Se escucharon los estrepitosos gritos de los obreros electrocutados.

Aunque se supone que sea el mismo párrafo, la escena que ahora “ve” y “escucha” el lector es muy diferente porque incluye datos concretos.

6. Demasiada precisión

 

La mayor parte de las veces no es necesario (ni prudente) ser demasiado precisos cuando narramos. Es necesario, por supuesto, ser concretos y darle al lector la información que necesita para “ver” la escena que estamos contando… pero hay que evitar el exceso. Veamos el siguiente párrafo de una escena en que una detective entra furtivamente, de noche, a la oficina oscura de un sospechoso:

La detective Pérez se dobló hacia el frente y buscó en un archivo que estaba al lado del escritorio color caoba, con bordes plateados, de 74 centímetros de alto y 110 centímetros de ancho. Con la mano izquierda abrió la gaveta y con los dedos de la mano derecha empezó a separar las carpetas. Durante ocho minutos miró los nombres y los apellidos de 115 pacientes. Luego giró el cuerpo completo hacia la izquierda, de frente a la puerta, y la miró durante 20 segundos, sin moverse. Luego dio 15 pasos hasta la salida, agarró el pomo plateado de la puerta con la mano derecha, la giró hacia la izquierda, haló la cerradura y abrió la puerta. Entonces salió de la oficina y con la mano izquierda apagó la linterna de mano roja que siempre llevaba en la cartera.

En este ejemplo (tomado de un ejercicio real) podemos identificar una cantidad alarmante de datos innecesarios que alargan la narración y aburren al lector.

No es necesario decir que se dobló hacia el frente. Dentro del contexto, es obvio. No se va a colocar de espaldas al archivo y doblarse hacia atrás.

 

Cuando se lleva a cabo una acción ordinaria, no es obligatorio especificarla. Si por alguna misteriosa razón la protagonista decide colocarse de espaldas al archivo, pararse encima del archivo, arrodillarse frente al archivo o buscar dentro de la gaveta de cualquier otra manera que no sea la normal, entonces hay que explicar. ¿Por qué decidió brincar encima del archivo y, desde una posición incómoda, buscar dentro de la gaveta? Esto hay que justificarlo narrativamente para que sea verosímil. ¿Es acróbata, extraterrestre, loca?

Pero, cuando la acción es ordinaria, no hay que contarla con detalles excesivos.

Veamos otros ejemplos:

Si una mujer policía entra a buscar una carpeta en un archivo, no hay que describir en detalle el color, la altura y el ancho del escritorio que está al lado. Si hay alguna razón especial para describirlo, pues se describe. Pero para una escena breve como esta, en la que solo hay una búsqueda rápida dentro de una gaveta, la descripción es innecesaria porque no aporta nada a la trama.

No es necesario decir que abrió la gaveta con la mano izquierda ni que usó los dedos de la mano derecha para separar las carpetas. Con decir que empezó a leer los nombres en las carpetas es suficiente. A menos que la detective esté herida, tenga un brazo fracturado, sea manca o tenga algún otro problema con las manos, no es necesario tanto detalle.

Suena demasiado matemático decir que durante ocho minutos exactos leyó nombres y apellidos de 115 pacientes. Primero, da la impresión de que el narrador está contando la historia con un cronómetro en la mano. ¿Por qué tanta precisión? Tampoco hay que decir que leyó “nombres y apellidos”. Es evidente. Basta con decir “nombres”. Además, al decir “115 pacientes”, igual da la impresión de que el narrador tiene alguna obsesión con las matemáticas.

Arriba dice que “giró el cuerpo completo hacia la izquierda”. ¿Aporta algo a la trama esta precisión? ¿Hay que decir “a la izquierda”? ¿Cambia la trama si la detective gira a la derecha? Además, cuando se gira el cuerpo, naturalmente es el cuerpo completo, a menos que se trate de la protagonista de una película de horror o de contorsionistas. Por tanto, es evidente. No hay que decir “completo”.

Al decir 20 segundos y 15 pasos, nuevamente da la impresión de que el escritor está cronometrando la acción de la trama, lo cual le resta naturalidad a la narración.

Se indica que la protagonista agarró el pomo “plateado” con la “mano derecha”, la “giró a la izquierda”. Y apagó la linterna con la “mano izquierda”. Nuevamente, la pregunta que debemos hacernos es: qué aporta a la trama que el pomo sea plateado o dorado, la mano con que fue agarrado, hacia dónde se giró y la mano con que la detective apagó su linterna.

Estos son ejemplos de exceso de precisión, lo cual aburre mucho al lector porque lo obliga a leer un montón de sandeces innecesarias.

A menos que sea fundamental para la trama, es mejor usar términos más “humanos” y menos “matemáticos”. En vez de “ocho minutos” se puede decir “durante varios minutos”, “un buen rato”, “pocos minutos”, etc. O se puede decir “sintió que habían transcurrido ocho minutos y que ya debía salir”. Pero decir “ocho minutos”, a secas, suena como una competencia olímpica y no como una narración literaria.

 

Por último, hay veces en que, debido al exceso de información, dejamos fuera detalles realmente importantes que harán dudar al lector. Por ejemplo, al final del párrafo nos enteramos de que la detective se iluminaba con una linterna de mano. Pero este dato ahora nos resulta contradictorio. Si ella abría tal gaveta con una mano y luego usaba la otra mano, ¿dónde llevaba la linterna? ¿En la boca?

Una redacción más efectiva del ejemplo anterior podría ser la siguiente:

La detective Pérez se colocó la linterna de mano en la axila y buscó en el archivo que estaba al lado del escritorio. Abrió la gaveta y empezó a separar las carpetas. Durante breves minutos miró los nombres de más de cien pacientes. Luego giró hasta colocarse de frente a la puerta y la miró durante varios segundos, sin moverse. De pronto, con muy pocos pasos, llegó hasta la puerta, abrió y salió de la oficina. Apagó la linterna roja que siempre llevaba en la cartera.