sábado, 29 de enero de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa. 1 y 2. CARACTERIZACIÓN DE LOS PERSONAJES

 Aprovechemos la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Vamos a recorrer en varias sesiones los siguientes apartes, de Pura Literatura y comenzamos hoy con CARACTERIZACIÓN de los personajes.

Haremos ejercicios aplicando estas ayudas.

Quienes quieran compartir el suyo, ¡bienvenidos!

1. Caracterización directa

  1. Hay dos maneras de caracterizar a un personaje: de forma directa o indirecta. Esta nota es sobre la caracterización directa. (Véase aquí mi nota sobre la caracterización indirecta.)

    “Caracterización” es la técnica por medio de la cual decimos cómo es un personaje, cuál es su personalidad, su carácter. No se trata de descripción física. Los escritores principiantes a veces confunden caracterización con descripción. Si un hombre es alto, delgado, pelinegro y de manos grandes, esto no tiene nada que ver con su personalidad. Asimismo, el hecho de que una mujer sea bella y rubia tampoco define su personalidad.

    Cuando caracterizamos no decimos cómo es el físico de la persona, sino su mente o personalidad.

    Ahora bien: la caracterización directa es la más sencilla. Solo decimos cómo es el personaje. Veamos dos ejemplos. El primero lo he tomado del primer párrafo del cuento folclórico “Juan Sinmiedo“:

    Érase un padre que tenía dos hijos, el mayor de los cuales era listo y despierto, muy despabilado y capaz de salir con bien de todas las cosas. El menor, en cambio, era un verdadero zoquete, incapaz de comprender ni aprender nada, y cuando la gente lo veía, no podía por menos de exclamar: «¡Este sí que va a ser la cruz de su padre!». Para todas las faenas había que acudir al mayor…

    El cuento usa caracterización directa porque dice de manera explícita que el mayor de los hijos era “listo y despierto, muy despabilado y capaz de salir con bien de todas las cosas”. Y dice con claridad que el menor es “un verdadero zoquete, incapaz de comprender ni aprender nada”. O sea, el narrador nos explica cómo son las personalidades (no el físico) de estos dos personajes.

    Veamos otro ejemplo. Es el comienzo de la versión de Charles Perrault del cuento folclórico “La Cenicienta“:

    Había una vez un gentilhombre que se casó en segundas nupcias con una mujer, la más altanera y orgullosa que jamás se haya visto. Tenía dos hijas por el estilo y que se le parecían en todo. El marido, por su lado, tenía una hija, pero de una dulzura y bondad sin par; lo había heredado de su madre que era la mejor persona del mundo.

    Otra vez tenemos a un autor que nos dice, en el comienzo mismo, que la segunda esposa de su personaje es “altanera y orgullosa”, que las hijas de la mujer son iguales (“por el estilo”), y que la hija del hombre es de “una dulzura y bondad sin par”, que había heredado de su madre.

    En esto consiste la caracterización directa. Es cuestión de informar, de manera directa, cómo son los personajes. No los hemos visto actuar todavía. No somos testigos de cómo son ni de qué cosas dicen o piensan. Lo creemos porque el narrador nos lo ha dicho. No lo ha mostrado.

    En la nota dedicada a la “caracterización indirecta” compararé ambas técnicas y diré cuál es la preferible. En esta dirección puedes ver mi nota sobre la “caracterización indirecta“.


    2. Caracterización indirecta:


    Hay dos maneras de caracterizar a un personaje: de forma directa o indirecta. Esta nota es sobre la caracterización indirecta. (Véase aquí mi nota sobre la caracterización directa.)

    “Caracterización” es la técnica por medio de la cual decimos cómo es un personaje, cuál es su personalidad, su carácter. No se trata de descripción física.

    La caracterización indirecta es más difícil que la caracterización directa porque requiere crear una escena o una serie de escenas en que se dramatice cómo es un personaje. En la caracterización directa basta decir: “Miguel es un hombre envidioso”. Ya está dicho. Hemos caracterizado al personaje con cinco palabras.

    En cambio, para la caracterización indirecta hay que poner al personaje a actuar. El lector, al ser testigo de las acciones, pensamientos o palabras del personaje, podrá concluir (de forma indirecta) cómo es el personaje. El narrador no lo dice: el lector lo deduce por las acciones del personaje.

    Veamos un ejemplo. A continuación colocaré un cuento breve de José Luis González que se llama “La carta“:


    La carta

    San Juan, puerto Rico
    8 de marso de 1947

    Qerida bieja:

    Como yo le desia antes de venirme, aqui las cosas me van vién. Desde que llegé enseguida incontré trabajo. Me pagan 8 pesos la semana y con eso bivo como don Pepe el alministradol de la central allá.

    La ropa aqella que quedé de mandale, no la he podido compral pues quiero buscarla en una de las tiendas mejores. Digale a Petra que cuando valla por casa le boy a llevar un regalito al nene de ella.

    Boy a ver si me saco un retrato un dia de estos para mandálselo a uste.

    El otro dia vi a Felo el ijo de la comai María. El está travajando pero gana menos que yo.

    Bueno recueldese de escrivirme y contarme todo lo que pasa por alla.

    Su ijo que la qiere y le pide la bendision.

    Juan

    Después de firmar, dobló cuidadosamente el papel ajado y lleno de borrones y se lo guardó en el bolsillo de la camisa. Caminó hasta la estación de correos más próxima, y al llegar se echó la gorra raída sobre la frente y se acuclilló en el umbral de una de las puertas. Dobló la mano izquierda, fingiéndose manco, y extendió la derecha con la palma hacia arriba.

    Cuando reunió los cuatro centavos necesarios, compró el sobre y el sello y despachó la carta. Fin.


    El protagonista del cuento se llama Juan. El texto consiste, primero, de una carta en la que no hay narrador para darnos información. Luego termina con dos párrafos de narrativa, en tercera persona, en los que en ningún momento el narrador nos dice cómo es la personalidad de Juan. No dice si es bueno o malo, sabio o tonto, pobre o rico, etc. Solo nos describe con pocas palabras unas acciones de Juan.

    Sin embargo, al leer la carta podemos concluir, gracias a la ortografía, que Juan es casi analfabeta. También podemos inferir que es pobre, campesino, de poca educación, desempleado y sin oficio. Ha llegado a San Juan, la capital, y es evidente que ha emigrado del campo. Deducimos, además, que es un buen hijo. Aunque está pasando por mucha necesidad económica (debe pedir dinero para despachar la carta), le dice a su madre, para que ella no sufra, que todo le va bien en la ciudad.

    El narrador en ningún momento nos ha dicho nada sobre el personaje. Sabemos sobre Juan porque lo hemos inferido al ver sus acciones.

    Por tanto, repito, la caracterización indirecta es cuando los narradores no decimos cómo es el personaje, sino que lo mostramos por medio de sus acciones.

    Ahora bien: ¿cuál técnica es preferible? ¿Cuál es la más efectiva? ¿La caracterización directa o indirecta?

    La respuesta es clara: la caracterización indirecta es más efectiva y preferible porque nos “muestra” cómo es el personaje. Nos sentimos testigos. No lo podemos olvidar. Si un autor nos dice al comienzo de un cuento, de forma directa, que “Juan es un buen hijo”, es posible que cuando vayamos por la página cinco de la obra ya lo hayamos olvidado. No hemos visto a Juan en acción. No lo hemos visto actuar como un buen hijo. Solo nos lo dijeron, de pasada, al comienzo del texto, y lo olvidamos.

    En cambio, cuando leemos una buena escena que caracteriza a un personaje, nos sentimos testigos de su personalidad. Si un amigo nos dice “Juan es un mal hijo”, de inmediato nos sorprendemos y podemos refutar: “¿Pero no viste la carta tan cariñosa y considerada que le escribió a su mamá?

    Asimismo, si un amigo nos dice “Juan es un hombre educado”, podemos buscar el cuento y probarle a nuestro amigo, con el texto en la mano, que Juan no es un hombre educado porque su ortografía es la de una persona que ni siquiera terminó la escuela primaria.

    La caracterización indirecta es mucho más efectiva.

    En ese caso, ¿por qué usar la caracterización directa? Si la caracterización indirecta es la más efectiva, ¿no debemos usarla siempre?

    No es necesario. La respuesta breve es que usamos la caracterización indirecta para los personajes más importantes de un cuento o una novela, aquellos que necesitamos conocer con mayor profundidad.

    Pero si se trata de un personaje de poca importancia puede ser preferible usar la caracterización directa porque es más económica, requiere menos espacio. Si el protagonista visita una farmacia para comprar aspirinas, basta con decir “el farmacéutico simpático” o “el farmacéutico antipático”. No hay que escribir una larga escena para mostrar al farmacéutico en acción, porque la visita es un elemento sin trascendencia en la obra.

    Si un estudiante le hace una consulta breve a su profesor sobre un tema que no tendrá más importancia en la obra, basta con decir “el sabio profesor” o “el profesor ignorante”. No es necesario escribir un diálogo de varias páginas para mostrar al profesor hablando de manera sabia o estúpida.

    En conclusión, la caracterización indirecta es más efectiva pero no es necesario usarla en todas las ocasiones.

    En esta dirección puedes ver mi nota sobre la “caracterización directa“.

sábado, 1 de enero de 2022

Cierre del 2021 con reflexiones interesantes sobre la pandemia

 

Reflexiones sobre la situación mundial actual, a causa de la pandemia provocada por el SARS-COVID-19.

 

Por Hernando Restrepo Diaz. MD. II parte.

 

Continuando con nuestro tema de reflexiones acerca de los efectos, totalmente negativos que a nivel mundial sigue causando esta pandemia provocada por el SARS-COVID -19 ―tan inesperada como nefasta―, ahora nos enfocamos en la situación vivida por quienes ejercen la profesión, por obvias razones, más directamente afectada por tal crisis: la de los trabajadores de la salud; y yendo aún más profundamente, enfatizamos en su impacto sobre la profesión médica. Para ello, nos adentramos, con todo respeto, en el heterogéneo mundo que envuelve la vida de un médico, quien, luego de dedicar todos los años de su vida laboral a la práctica asistencial ―amén de formar su hogar―, llega a su retiro obligado y prudente, y cómo ya durante el ocaso de su vida es afectado por segunda vez por la enfermedad causada por el nuevo Coronavirus.

 

LA ENFERMEDAD POR CORONAVIRUS Y EL MEDICO-PACIENTE Fragmento A

 

El dolor en el presente se experimenta como ofensa. El dolor en el pasado se recuerda como enojo. El dolor en el futuro se percibe como ansiedad. 

Deepak Chopra

 

Me escribe un viejo amigo y colega, con quien soy además coetáneo y coterráneo. Esto me dice:

Hola, recordado amigo, espero te encuentres bien, en unión de los tuyos. Yo, como toda mi familia, y como mucha gente, y ante el advenimiento de las vacunas, comencé a pensar que esto ya había pasado, que ya por fin retornaríamos a la ansiada normalidad. Si te pregonan por todos los medios de comunicación ―apoyándose en conclusiones y recomendaciones de las entidades científicas―, que ellas, las esperadas vacunas, serían la panacea, pues la confianza te va invadiendo ―por muy médico que seas, no puedes escapar al sentir como cualquier ciudadano―; así entonces, te haces vacunar, y listo!

 

Aunque, en honor a la verdad, debo aclarar que esas mismas publicaciones científicas recomendaban continuar, no obstante estar vacunados, con las medidas de precaución: el frecuente y buen lavado de las manos, el buen uso de las mascarillas, evitar el contacto físico cercano ―en especial las aglomeraciones―, ventilar adecuadamente las habitaciones, priorizar los espacios abiertos, así como observar precauciones al toser.

 

Y todos en casa, mayores y jóvenes, acudimos prestos a la vacunación recomendada; bien sabíamos que no quedábamos por ello exentos de la enfermedad en cuestión, pero sí nos auguraban, en caso de afectarnos, menos complicaciones. Y aquella falsa seguridad en que ya podíamos ir de regreso a la normalidad una vez vacunados, pues ciertamente fue reforzada por la evidente disminución a escala mundial de contagios y de muertes. Los privilegiados con la vacunación completa, en una o en dos dosis ―según la marca―, fuimos un buen porcentaje de personas a nivel mundial, pero muchas gentes que han querido vacunarse no han logrado acceso a tales beneficios, aunque, como sucede siempre, muchos otros disponían de las vacunas, pero no han querido someterse a ellas, por prejuicios diversos, respetables, pero no razonables del todo.

 

Los retos de la vida no están ahí para paralizarte, sino para ayudarte a descubrir quién eres.

Bernice Johnson Reagon

 

Pero, admitámoslo, nadie, absolutamente nadie, nos vendió la idea de que podíamos ya considerar que estábamos libres de este mortal virus. Esas fueron nuestras propias conclusiones, derivadas de la gran ansiedad que nos envuelve y que nos conduce a idealizar nuestro regreso cuanto antes a la vida anterior, a la que consideramos como nuestra vida normal. Así como cuando crees que tu nuevo amor es lo máximo, y disimulas cualquiera cosa negativa de esa persona y solo avizoras lo positivo en ella, en aras del afecto del que careces y buscas desesperadamente.

 

Pero así somos, y entonces, olímpicamente, creímos muchos que toda esta horrible tragedia ya estaba bajo control; y eso lo concluimos al observar la actitud asumida por parte de las autoridades, vale decir, ¡de aquellos dirigentes llamados a saber que están hablando de algo tan grave, que incluso ya ha matado a muchos!  Y es más, a ser muy cuidadosos con sus conceptos, los cuales obligatoriamente deben tener fundamento en lo científico. Ellos, en efecto, autorizaban la apertura de escenarios deportivos, hoteles/moteles, teatros, centros comerciales, parques recreativos, bares/cantinas, restaurantes, etc. ―aunque insistían en seguir las recomendaciones ya citadas―. Sin embargo, ellos mismos propiciaron las aglomeraciones con las medidas anteriores y además, enfatizándonos en que aprovecháramos los muy promocionados días sin IVA. Y, con todo esto, nos dijimos: pues ¡a la calle!

 

Y fue así como empezamos a tener cercanías con los nuestros en casa, a saludarnos y despedirnos con besos de amor y de los otros, los abrazos iban y venían; a recibir y hacer visitas, salíamos a tomar un café a algún centro comercial y a vitrinear o loliar (como dice mi señora). Incluso, asistíamos a reuniones y fiestas familiares. Y por supuesto, mi amigo, sucedió lo que tenía que suceder:

Ese tal virus, esa arma letal, ¡nos dio un portazo en la cara! Y nos despertó de nuestro letargo a la realidad indeseada.

Comenzamos entonces a caer en casa con una “gripita” ―como la siguen llamando muchos incautos―, con varios síntomas, aunque moderados al inicio, y envueltos en el bien llamado efecto dominó: del menor de los tres hijos, pasó a sus hermanos, luego a la madre, y por último al suscrito ―aun siendo quien menos salía de casa, pero a su vez el de mayor morbilidad―.  Y así, vimos cómo se aliviaba el uno, pero pasándosela al siguiente, y así escalonadamente. Como era de esperarse, los muchachos no le paraban bolas al asunto y seguían en las calles, interactuando con muchas personas mientras desempeñaban sus respectivas ocupaciones; (¡y por supuesto, iban así llenando de más bichos la casa!); sin embargo, cosas de juventud, rápidamente alcanzaban a recuperarse casi totalmente de sus síntomas. La matrona, por su parte, en buena hora logró recuperarse.

 

Comentábamos entre nosotros, con mucho asombro, cómo muchas personas ―de los mismos a quienes se nos sigue denominando “seres racionales” ―, no usaban las mascarillas o las llevaban de adorno (?); incluso los veíamos portar mascarillas “último modelo”. (¡Es increíble hasta donde llega nuestro afán de negocio, en unos, y de exhibición, en otros!). Pero, aun así, nos relacionábamos con ellas, unas veces lográbamos sacarles el cuerpo, pero en otras no.

Bien, ¿y el veterano...?, ¿yo?, pues, seguí muy enfermo y hube de ser recluido en la clínica, (casualmente en la misma en la que estuve a mediados del año pasado, el fatídico 2020). ¿Recuerdas, mi amigo, que en esa ocasión, hace un año largo, desde aquí mismo te dirigí mi primera misiva? Nunca podré olvidar lo que me ocurrió y cómo el personal que me atendió en ese entonces, con su dedicación y sapiencia, me lograron sacar de semejante emergencia en la que me vi envuelto; ¡casi me voy de este mundo!

Te lo repito, mi viejo y caro amigo, así somos, ¡no escarmentamos! Y heme aquí de nuevo, pues recaí y aun vacunado, me estaba complicando ―hay que tener en cuenta ante todo mi edad avanzada, amén de mis antiguos problemas de hiperreactividad bronquial, causantes de la dificultad respiratoria que a veces me invade―, así como también juegan papel importante todas las comorbilidades mías y de los otros afectados. Pero, aquí vamos, me tienen, al igual que a otros pendejos, quienes, como yo, también se tragaron el cuento de que ya esta pandemia era solo historia; nos tienen en una sala especial y, en observación con aislamiento obligatorio a todos los nueve porque nuestras pruebas resultaron positivas ―entre nosotros hay jóvenes, adultos y los viejos, los menospreciados adultos mayores, (y sabemos que también hay niños pequeños y escolares muy enfermos) ―. Es que, durante esta pandemia, el Coronavirus nos ha demostrado hasta la saciedad que no respeta edades, géneros o razas, y que, excepto él, ¡nadie más tiene corona!

En justicia, debo destacar cómo la atención por parte de todo el personal de salud ha sido muy especial; me pongo a observarlos detenidamente y admiro su dedicación y esmero; desempeñar estas profesiones, ya sea la de enfermería o la de bacteriología, o de medicina, no es nada fácil ― ¡nunca lo ha sido! ―. Definitivamente, la experiencia ha demostrado que estos menesteres asistenciales, el arte de manejar personas, no está para ser desempeñados por cualquiera. Eso, vos y yo lo experimentamos antaño durante nuestro ejercicio profesional y dentro de las muchas fatigas consecuentes.

Y este personal sanitario, como seres humanos que son, no pueden disimular sus temores, (¡ni tienen por qué hacerlo, no faltaba más!), al acercársenos para algún examen de laboratorio, o para suministrarnos alguna medicación o para evaluarnos, debido a que somos pacientes contaminados y a la vez contaminantes. Tienen todo el derecho a pensar en ellos y en los suyos; el riesgo más grande que tienen encima muchos de estos abnegados profesionales de la salud ―uno de tantos―, es el de no contar con las adecuadas medidas de protección para ejercer sus oficios, causa por la que han caído incapacitados y aislados muchos, y otros, lastimosamente inmolados al interior de esta pandemia.

¿Y, quién les responde a ellos y a sus familias por estos perjuicios y por sus sacrificios?

Ahora vemos cómo, para colmo, desde este segundo semestre de 2021, se nos está promocionando que debemos acudir a una tercera dosis… ¿Hasta cuándo?

 

Debo ahora, caro amigo, suspender nuestro diálogo textual. Es la hora de mi terapia respiratoria, y para ella se me acerca una hermosa joven, rubia ella, y muy afable.

 

Hemos jugado a la 'ruleta rusa' con nuestra salud. Nos autoadministramos medicamento (...) esto ha provocado que nuestro sistema inmunológico se defienda con más dificultad que hace años

Antonio Navalón

 

Esta historia continuará.

 

Hernando Restrepo Diaz. MD.

Medellín, diciembre 31 de 2021