domingo, 13 de junio de 2021

Estilo en la escritura

 

Cuatro temas para mejorar tu estilo de escritura

 

 

    Qué es el estilo

El estilo se refiere a la claridad del texto, a la eficacia con que transmite las ideas que el escritor vuelca en él y permite al lector hacerse una idea exacta y cabal de su significado.

 

El estilo se refiere por tanto a la ortografía y a la gramática, al correcto uso del vocabulario (no usar una palabra por otra, dar con la palabra apropiada), a la concisión, al orden interno del texto y a la forma en que se dispone en él la información.

 

Si el texto no está bien escrito a ese nivel elemental, el lector no pasará más allá de la primera página, y un editor o el miembro de un jurado lo descartarán de manera automática.

 

1.               1.Ortografía y gramática

El objetivo de las reglas gramaticales es lograr que el mensaje que transmite el texto sea fácil y correctamente comprendido por el lector. Que tu lector comprenda sin problemas la historia que has ideado y escrito para él. Pues cuando, casi siempre por desconocimiento, no sigues esas reglas, estás dificultando que el lector comprenda adecuadamente lo que cuentas. No hay forma más efectiva de dejarlo fuera de la historia.

Estudiar ortografía y gramática de una manera metódica puede resultar poco atractivo, pero por suerte hay multitud de libros de estilo en el mercado y sitios web que te permiten realizar consultas rápidas, para resolver tus dudas sobre la marcha, como la RAE.

 

2          2.Concisión

Además de dominar a la perfección ortografía y gramática hay algunos otros aspectos que es importante cuidar en el texto literario para mejorar el estilo de escritura. Uno de ellos es la concisión.

El lenguaje busca transmitir el máximo de significado con el mínimo de medios y, en realidad, el significado a menudo se pierde o resulta confuso cuando las palabras proliferan de forma descontrolada.

El consejo más sencillo es que no uses dos palabras donde puedas usar una. Al usar dos o tres palabras allí donde es perfectamente posible usar una sola, se atenta contra una de las reglas básicas del lenguaje: la economía.

No escribas «hacer mención», escribe simplemente «mencionar»; no escribas «pudo conseguir», «consiguió» es suficiente; no escribas «sentía que se ahogaba», escribe tan solo «se ahogaba»; no escribas «el método a seguir», basta con «el método

Ser conciso no quiere decir que no seas literario.

Atención también a las redundancias y repeticiones. Revisa tu texto para comprobar que no repites una misma palabra en frases cercanas. Si lo haces, trata de sustituir alguna de ellas por un sinónimo.

Por su parte, la redundancia es la «repetición o uso excesivo de una palabra o concepto». Si consideras que una idea no ha quedado clara para el lector, no te limites a repetirla de nuevo: busca otras maneras de exponerla, sírvete de una metáfora o de un símil.

Revisa también si recurres a pleonasmos. El pleonasmo es el empleo en una oración de palabras innecesarias para que esta tenga sentido completo. Expresiones como «repetir de nuevo» o «volar por los aires» o «lapso de tiempo» son redundantes. Bastaría con «repetir», «volar» o «lapso» porque los términos «de nuevo», «por los aires» o «de tiempo» no son necesarios para que la frase tenga un sentido completo y comprensible: no se puede repetir algo que no se ha dicho antes, ni volar por la tierra o el mar y un lapso es «el tiempo entre dos límites».

 

3.        3.Ambigüedad

Un texto literario debe ser, ante todo, claro. El lector debe comprender correctamente su significado. Para mejorar el estilo de escritura debes cerciorarte de que la ambigüedad no intencionada no se cuela en tus textos.

Las frases sin sujeto, o cuyo sujeto no está claro; las frases confusas o incorrectamente construidas; los errores de concordancia; usar la puntuación de forma indebida; descuidar el orden de las frases… todo ello es fuente de ambigüedad en el texto y va a dificultar la lectura. Como ves, manejar con soltura ortografía y gramática es algo imprescindible para un escritor.

Pero la ambigüedad también atañe a la elección de las palabras. Hay palabras cuya indeterminación da lugar a que las frases en las que aparecen no transmitan la idea que pretenden comunicar con claridad y fuerza. Y si hay algo a lo que todo texto literario debe aspirar es a comunicar ideas con claridad y fuerza.

Palabras como «cosa», «tema», «idea» son palabras comodín que, en muchos contextos, carecen de concreción y vuelven la frase en la que se usan ambigua. Algo parecido sucede con aquellas palabras que se refieren a conceptos o sentimientos intangibles (libertad, felicidad, amor) y que pueden despertar ideas diferentes en diferentes lectores; además, por su carácter abstracto, los conceptos que representan pueden pasar por la mente del lector sin desencadenar una respuesta sensorial.

Intenta servirte de palabras concretas que nombran cosas que la gente experimenta con sus sentidos (naranja, gato, calor). Al usar ese tipo de palabras, lograrás que el lector obtenga una imagen de aquello sobre lo que el texto está hablando y, en consecuencia, le resultará más sencillo entender su significado.

Un buen método para volver concretas ideas o reflexiones de cariz abstracto es, nuevamente, servirse de metáforas y símiles. Por ejemplo, para hablar de un concepto abstracto como la libertad puedes servirte de un símil: «Se sentía libre como un pájaro recién escapado de la jaula».

Pero mucho cuidado al construir tus símiles y metáforas, no vayas a caer en el cliché (como acabamos de hacer nosotros con la imagen del pájaro fuera de la jaula). Si usas imágenes gastadas estarás restando fuerza a tu texto, lo estarás convirtiendo en una acumulación de palabras sin relieve

 

Las metáforas también pueden ser fuente de ambigüedad si la imagen que crean no es certera. Para que tus metáforas sean efectivas, procura reducirlas a un único elemento bien desarrollado.

Por ejemplo, la siguiente metáfora aúna dos elementos: «Como un murciélago surgido del infierno, el director salió de su despacho decidido a resolver la tormenta que se había desatado en un vaso de agua». Por un lado representa al director del colegio como un murciélago salido del infierno, por otro alude a un conflicto menor refiriéndose a él como una tormenta en un vaso de agua.

Sin embargo, un murciélago tiene poco que ver con una tormenta o un vaso de agua, y eso da lugar a que la imagen que se forma en la mente del lector resulte confusa. Sería mejor: «Como el capitán de un navío, el director bogó por la oficina decidido a resolver la tormenta que se había desatado en un vaso de agua». La unión de términos marineros —capitán de navío, bogó, tormenta— forma una imagen clara sin dejar de subrayar la actitud ridícula del director que, muy consciente de su autoridad, se afana por resolver un pequeño conflicto.

La construcción de buenas metáforas y símiles puede elevar tu estilo de manera sustancial. Inclúyelas en tu escritura.

 

4.              4..Pobreza de vocabulario

Para mejorar el estilo de escritura nada mejor que aumentar la riqueza de tu vocabulario. La pobreza léxica puede afectar de manera muy negativa a tu estilo y, de hecho, se relaciona con varios de los elementos que hemos visto hasta ahora.

En cierta medida, es para suplir la falta de léxico por lo que se alargan las frases de manera innecesaria, así «parece» que se escribe mejor (aunque no es cierto). Cuando no se dispone de vocabulario suficiente también es común escribir de manera ambigua, simplemente porque no se es capaz de dar con la palabra certera, la que encaja a la perfección con el sentido del texto. Y se suele incurrir en repeticiones de palabras porque sencillamente no se dispone de otras.

Pero la pobreza de vocabulario perjudica de otras formas al estilo. Una de ellas es usar palabras que no tienen el sentido que les atribuimos, algo que sucede a menudo cuando se usan sinónimos. Aunque sinónimas, entre dos palabras pueden existir diferencias de matiz que hacen que su sentido varíe.

 

Si vas a usar como sinónimo una palabra que no usas habitualmente y cuyo significado exacto desconoces, búscala primero en el diccionario para cerciorarte de que significa lo que crees. Aunque este consejo es válido siempre: si vas a usar una palabra que no forma parte de tu vocabulario habitual o sobre la que tengas dudas, comprueba primero su significado.

Disponer de un vocabulario amplio es imprescindible para un escritor

 

Tomado de:

https://www.sinjania.com/mejorar-el-estilo-de-escritura/?tl_inbound=1&tl_target_all=1&tl_period_type=2&tl_period_days=7

 

Sitios web recomendados para ampliar información:

-      Libros para estudiar gramática y ortografía:

 Aquí se recopilan algunos

-     Vocabulario, significados, sinónimos:

 Real Academia de la Lengua y Fundéu 

-     Sobre la concisión:

 En este estupendo artículo de Relatos Magar encuentras muchas otras formas de trabajar la concisión, con útiles ejemplos

-      Sobre el cliché: Aquí te compartimos algunas otras reflexiones sobre el cliché

-      Para mejorar el vocabulario: Aquí te damos algunas ideas para mejorar tu vocabulario

lunes, 7 de junio de 2021

Decálogos literarios analizados por Andrés Delgado

 

Tomado de semana.com, y sugerido por el escritor y médico Carlos Alberto Valencia.

 

DECALOGOS LITERARIOS: El capítulo de los decálogos tomó vida propia y dada la avalancha de visitas, consideramos que se merece un blog aparte, para degustarlos y organizarlos, para darle el real valor a cada uno de sus autores y sus ideas. Esta página pretende hacer una recopilación de muchos de ellos. Bienvenidos los aportes.

 

En esta breve taxonomía, Andrés Delgado examina y presenta algunos ejercicios de sus talleres de escritura creativa.

La expresión “taller de escritura” es una divagación, un rodeo, una ambigüedad. Lo es porque es evidente que existen múltiples talleres para aprender y practicar la escritura. Por ejemplo, hay talleres de escritura periodística a los que van los poetas que evitan morir de hambre. Allí aprenden a resumir y concretar, evitando los adjetivos floridos y los juicios alborotados. Hay talleres de escritura académica: para aprender a firmar papers y ganar prestigio en la universidad. También existen talleres de escritura jurídica, administrativa, médica. Hay talleres de escritura científica: para bajar a la tierra el lenguaje de las ecuaciones diferenciales. A propósito, el matemático James Maxwell decía que hasta que no describía en inglés sus ecuaciones no tenía plena seguridad de haberlas entendido. Y, claro, hay talleres de escritura literaria, que transmiten una emoción: allí están los talleres de poesía, de cuento, de novela, incluso los talleres de crónica y ensayo, géneros donde el autor cobra lo suyo y no tiene que conservar el anonimato. En esta breve taxonomía de ejercicios comentaremos algunos que se proponen en los talleres de escritura literaria.

Ejercicios de estilo

En un taller de escritura literaria, doña Doralba alegaba que estaba harta de escucharme repetir que el estilo se refiere a las palabras que un escritor decidía utilizar. “El estilo es otra cosa”, decía, “el estilo no puede definirse de manera tan sencilla”. Ante tal enojo era mejor quedarse calladito, además porque a Doralba le encantaba escribir, pero no leer. De manera que yo cerraba el pico. Siempre es bueno saber en qué pelea ajustarse las mangas y en cual hacerse el bobo.

Ejercicios de estilo de Raymond Queneau está muy bien para estudiar el concepto. El libro va sobre una historia sencilla contada en dos párrafos. Luego Queneau la reescribe noventa y nueve veces de maneras distintas, aplicando diferentes estilos, diferentes maneras de usar las palabras. La historia sencilla cobra otro nivel.

En la tarea de escoger las palabras, en un primer momento, podría ayudar el estudio de La cocina de la escritura de Cassany. Luego, un poco al mismo nivel está el Manual de escritura de Andrés Hoyos donde se dejan consejos como “la voz activa es preferible a la voz pasiva”, “la afirmación es preferible a la retórica”, “el lead y la coda: lo que bien comienza bien termina”, “privilegie los sustantivos” y “pastoree sus adjetivos”.

Bien sea para escribir poesía, cuento o crónica es muy importante molerse el cerebro con las palabras que funcionan y con las que no, es decir, forjándose un inventario de cada categoría. Yo, por supuesto, tengo una tablita de Excel con una columna para cada una. De esta manera tener claridad para saber cuáles se ajustan para saber cuáles sirven en la descripción de un atardecer en el Peñol, en la Isla Martinica o en la Pampa argentina. Para pintar a un ladrón o a un policía, que por estos días algunas palabras funcionan para uno y para otro.

Por este lado, podría leer: Apegos y agotamientos: sobre las implicaciones estilísticas del uso de algunas palabras

Ejercicios creativos

El mercado está plagado de libros y ejercicios de escritura creativa. Keri Smith escribió varios: Este no es un libro y Destroza este diario. Son un par de inventarios al estilo de “escribe un mensaje secreto para un extraño, arranca esta página y déjala en un lugar público”. Un buen reto para talleres de escritura creativa para muchachos de colegios.

Otros títulos que marchan por esta línea son Este libro lo escribes tú, de Carlos García Miranda, en el que se proponen 78 retos de escritura creativa. Uno de los más graciosos es “las cosas están vivas”. La consigna es tomar la voz de algunos objetos y escribir lo que dirían. De esta manera, se pretende plasmar lo que pensaría la taza de tu baño, por ejemplo, las plantas que siempre olvidas regar, el limón podrido que mantienes en la nevera o el libro que tienes pendiente de leer en la mesita de noche desde hace más de un año.

Son libros livianos y entretenidos. Son para recrearse y jugar, para soltar el teclado, el lápiz, para destrabar las palabras a diestra y siniestra, es decir talleres de escritura creativa.

En esta misma parte de la biblioteca se podrían ubicar: El gozo de escribir de Natalie Goldberg y El camino del artista de Julia Cameron y otros libros con expresiones como “mayor libertad”, “disparadores creativos”, “desbloqueo”, “encuentros con el artista interior”, “el juego”, “introspección guiada”, “horizontes imaginativos”, incluso “camino espiritual” y “nuestra verdadera naturaleza”.

Hay ocasiones en que estos retos apelan más a las terapias de autovaloración que a la creación estética. Lo cierto es que en la escritura creativa hay una palabra clave: disparadores; es decir, los detonantes, la pólvora con la que se descubre una idea. Muy cerca de este punto está la escritura automática de André Breton y los surrealistas. Es seguro que me voy a ganar un problema con mis amigos poetas. No importa. Acá vamos. Ellos me perdonarán de antemano.

En la escritura creativa podrían encajar esas cosas del cadáver exquisito, la irracionalidad, la visceralidad, el trance y la fuma. Es un tipo de escritura que no tiene filtro y el autor permite que toda ocurrencia, cualquier asociación, recuerdo, nostalgia o apuesta por el futuro, cualquier juicio o justificación quede escrita. Desde esta trinchera disparó en muchas ocasiones el querido Andrés Caicedo y su flujo de la conciencia, la herencia de Joyce y Proust, y a pesar de ello Caicedo escribió cosas muy buenas. Por acá también aparece Cortázar y su combo.

En este cajón cabe buena parte de los talleres que se realizan en ferias y fiestas del libro, en espacios en los que se prioriza en el juego. Pero por supuesto, eso es claro (qué tal obligar a la gente a quebrarse el lomo con un buen cuento o poema).

Ahora bien, un taller de escritura literaria no debería detenerse solamente en estos ejercicios. Son necesarios otros prototipos de problemas que acá llamaremos ejercicios de rigor.

Ejercicios de rigor

En este tipo de ejercicios hay una palabra clave: edición. Cuando la escritura creativa pasa por la edición parece que se convierte en otra cosa. Las novelas, por lo general, tienen que salvar un filtro y aunque parezcan naturales y espontáneas son cerebrales y premeditadas.

¿Y los poemas no se editan? Dirán mis amigos poetas. Se editan, claro, pero no todos, y por eso algunos poemas también son “ejercicios técnicos”. Algunos libros que siguen esta línea son Mientras escribo, de Stephen King; Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa; El guion, de Robert McKee. La crítica más común para ellos es que son muy flojos porque parecen enseñando trucos, porque dejan fórmulas, recetas, como si la literatura se tratara de una ecuación, como si el arte obedeciera a la operación de algunas variables que siempre arrojarían un resultado.

Son libros “muy aristotélicos” dicen los vanguardistas. Y es verdad, son trucos muy básicos, pero también es cierto que son necesarios. Lo que sucede es que este tipo de libros se ocupan de problemas fundamentales de la narrativa. No estoy seguro si estos mecanismos también se presentan en la poesía. En algunos casos también se necesitan para la crónica, sobre todo en la construcción de escenas, diálogos y descripción de personajes.

Este tipo de libros, que llamaremos “textos aristotélicos” para darle gusto a la vanguardia, contestan las preguntas de la narrativa primaria: qué es un personaje, cómo se construye un villano, qué es un clímax narrativo, preguntas básicas que todo estudiante de escritor podría aprender. Qué es un acontecimiento narrativo, cómo se construye una escena, cómo se crea una conexión emocional con el lector, entre otros, son problemas narrativos que podrían estudiarse si se tiene la pretensión de contar historias.

En este punto vale la pena anotar que, por ejemplo, en la pintura antes de pasar al impresionismo siempre es bueno estudiar la teoría del color y la perspectiva, así como en la música antes de pasar por la atonalidad es conveniente estudiar la armonía básica y la polifonía.

Los “textos aristotélicos” ayudan a escribir literatura para el entretenimiento, porque es verdad, la literatura de la línea dura responde a otros pálpitos. Ya lo hemos dicho por otros lados. La literatura del entretenimiento es masiva, popular y aparentemente sencilla. Por los “textos aristotélicos” ayudan a resolver problemas de estructura, de conflictos, de escenas.

Se ha dicho que un taller de escritura narrativa es un gimnasio mental donde se fuerzan repeticiones para agilizar y fortalecer los músculos de las habilidades necesarias para el género. Si lo que quiero es aprender a crear un personaje necesitaré obligatoriamente repetir el ejercicio una y otra vez, inventar uno, otro y otro, hasta que incorpore la técnica para crearlos. Y lo mismo con la creación de atmósferas y clímax narrativos. La clave es ensayar, repetir, volver a repetir, como en un gimnasio, ejecutándolas muchas veces.

Los ejercicios creativos hacen hincapié en los disparadores mientras que los ejercicios de rigor en la técnica. 

¿Y entonces, cómo se ejercita el músculo en una maestría de escrituras creativas?

La creatividad es muy necesaria para el punto de partida, para la generación de las ideas y para aliviar bloqueos. Sin embargo, una vez superada la etapa inicial hay que vaciarlo todo en el colador, decantarlo, pulir para que se pueda leer. Y esto solo es posible si se racionaliza editando con las herramientas de la técnica.

En el libro Cómo se cuenta un cuento, que recopilan algunas sesiones del taller de escritura de guion de Gabriel García Márquez, se expone la metodología del taller: se proponen historias y entre todos los asistentes las van comentando y puliendo. El título del libro es un tanto engañoso pero enganchador, como todo lo de Gabo, porque no es un taller de cuento es un taller de guion. Pero no importa, aun así, es un gran libro para asomarse a esta metodología.

En una oportunidad, intentando solucionar un problema narrativo, al elegir un suceso entre varios posibles, el maestro resumió la diferencia entre ejercicios técnicos y creativos de la siguiente manera: “Sí, esta propuesta parece ser la mejor. Es la más creativa. Por cierto, estas palabras —creativo, creativa— las vamos a oír mucho aquí, en el taller. Las reservaremos para aquellas soluciones que no sean simplemente técnicas. A la técnica pertenecen algunos recursos… que nos ayudan a decir, de la mejor manera posible, lo que queremos decir. Pero las ideas fundamentales, las que hacen avanzar la historia, pertenecen al campo de la creación”.

Gabo señala que, si bien al principio se necesita pasar por ejercicios de creatividad, luego hay que hacer una ronda de ejercicios de rigor. Desde este punto de vista un taller de escritura creativa se queda corto cuando abarca algunos géneros como las novelas y los cuentos. El taller parece insuficiente porque encaja solamente un tipo de ejercicios, los que hacen avanzar la historia. Por eso, creo, es diferente un taller de escritura creativa a uno de escritura narrativa.

Ahora vamos al subtítulo. Al respecto se vienen varias preguntas. ¿En una maestría en escrituras creativas qué tipo de ejercicios se prioriza? ¿Los disparadores? ¿La técnica? Creo que el nombre de la maestría tiene ya una ruta y según lo que hemos comentado hasta entonces ya tiene un derrotero para seguir.

Por otra parte, en una entrevista el escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez dijo que “la escritura se enseña mal, pero hay que aprenderla bien”. Y Gabriel García Márquez dijo que "la literatura no se aprende en la universidad, sino leyendo y leyendo a los otros escritores".

Para dar luces sobre el tema le pregunté al escritor y cronista Alberto Salcedo Ramos qué pensaba y esto me dijo: “Borges decía que un maestro es alguien capaz de contagiar un entusiasmo. Si en una maestría en escritura uno encuentra por lo menos un maestro capaz de inspirar, de abrir algún camino nuevo, ya se habrá justificado la experiencia. En todo caso, no creo que la maestría sea una fábrica de fórmulas milagrosas. Quien quiere escribir debe estar dispuesto a forjarse con sus propias equivocaciones y búsquedas. Nada está garantizado. Hay que aplicar el célebre verso navajo: ‘salta, ya aparecerá el piso’”.

Y lo mismo le pregunté al escritor Gilmer Mesa, y esto contestó: “Para escribir se requieren dos cosas: tener algo que contar y saber cómo hacerlo. Lo primero es indudable que solo se logra viviendo a fondo, partiéndose la crisma con el día a día, sin importar en donde se esté y cómo se viva. La segunda es algo más complicado y se aprende con atención y dedicación al oficio y en eso creo que sí cumplen un papel fundamental los cursos de escritura creativa. Nadie puede enseñar el talento, eso es algo imposible de definir y a lo más que llegamos es a descubrir quién lo tiene y quién no. Pero la técnica, el ritmo, la estructura y todas las herramientas que hacen de un texto algo digerible, encarretador y fluido se aprenden. De manera que se estudian estas maestrías para depurar la técnica y mejorar el estilo. Además, allí hay gente apropiada para leer las creaciones y encontrar quien lea objetivamente lo que uno hace.”

¿Un aprendiz de escritor para qué tendría que ir a la universidad? Entre otras, me parece, para aprender a leer, pero no a leer de cualquier manera, sino a aprender a leer como escritor. El inefable Ricardo Piglia lo explica en el libro El último lector y particularmente en el ensayo Cómo está hecho el “Ulysses”. Piglia desempaca su destornillador y su martillo para intentar abrir la máquina de Joyce. En las páginas siguientes destornillará y machacará abriendo los mecanismos y ojeando formalismos, retirará un tornillo y otro, limpiará y echará un ojo para descubrir qué hay dentro. Entonces encuentra algunos dispositivos formales que le interesan. Solo algunos, los que lo seducen, los que tiene tiempo de describir, los que le caben en el ensayo porque es claro que Piglia limita su trabajo descriptivo dejando otros dispositivos narrativos por fuera. Al escritor argentino le interesan, en este ensayo, como él mismo dice, “los problemas de la construcción y no los de la interpretación”.

Sigamos con la idea: aprender a leer “desde una posición cercana a la composición misma”. En Cómo está hecho el “Ulysses” Ricardo Piglia cita a Nabokov: “El buen lector, el lector admirable no se identifica con los personajes del libro, sino con el escritor que compuso el libro”. Efectos personales de Juan Villoro es otro ejemplo de esta propuesta, lecturas personales que describen cómo se relacionó el escritor con un texto desde la construcción.

Volviendo con la opinión de Gabo, por este lado también se difiere con él. Creo que, en una maestría de escritura, aparte de los ejercicios, sean cualquier que fueran, sería muy bueno entrenar un método de lectura, aquel que enseña a leer como escritor. En una maestría de escritura creativa, sería muy interesante que a un estudiante además de la hermenéutica, se le enseñe a usar el destornillador y el martillo. Con ellos podría desarmar los libros con las poéticas que le interesan. Si le interesa la literatura de la línea dura el estudiante podría aprender a desarmar las obras con los que se siente identificado. Si al aprendiz de escritor le interesa la literatura del entretenimiento podría buscar su poética en estos autores. Ahora, otro asunto diferente, y problemático sucede en los ámbitos académicos en los que se denigra de la literatura popular, la literatura masiva, y se cree que estas obras no merecen ser objeto de estudio. Pero esa es otra discusión.


martes, 1 de junio de 2021

EL PUNTO DE VISTA DEL NARRADOR en los textos literarios

  

 

EL PUNTO DE VISTA DEL NARRADOR   

El punto de vista es el ángulo de visión que adopta el narrador para contarnos la historia. Por eso se habla también de focalización: el punto óptico del narrador se convierte en un foco que alumbra a los personajes y sus acciones. Los tipos de narradores más importantes son los siguientes: 

Narrador protagonista 

El protagonista nos cuenta con sus propias palabras lo que siente, piensa, hace u observa. La acción del relato es la historia de ese personaje y todos los demás existen a través de él. 

Si el narrador se limita a contar aquello que ve y hace, la narración será externa y objetiva. Si además emite sus pensamientos, sentimientos y elucubraciones, la narración será interna y subjetiva. 

A veces se da la situación que el protagonista no llega a comprender lo que le pasa, mientras que el lector goza del privilegio de entender aquello para lo que el protagonista está ciego. Otras veces el personaje habla consigo mismo y la narración se convierte en un monólogo interior, lo que entrega el relato a vaivenes de la mente, desórdenes de pensamiento, espantos e ilusiones. James Joyce en su famoso Ulises lleva esta técnica hasta el extremo. El ejemplo por antonomasia de narrador protagonista sería el de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. 

 Narrador testigo

 En este caso el narrador queda en los márgenes del relato, es decir, no es el protagonista sino un personaje secundario que nos cuenta las andanzas del primero. Puede ser un viejo amigo, un pariente, un vecino o un simple transeúnte.

 Un caso claro de narrador testigo es el Doctor Watson, que nos refiere las aventuras de Sherlock Holmes, un personaje con más peso en la narración que él. También la mayoría de la novela negra americana ha sido narrada utilizando este narrador testigo, que no es sino el detective (Philip Marlowe en las novelas de Raymond Chandler, Sam Spade en las de Dashiell Hammet, etc.) que comienza a investigar una trama y que no sabe más que el lector acerca de ella. De esta forma se sostiene la tensión narrativa, pues el lector va descubriendo e intrigándose con las mismas cosas que el detective.

 Esta forma de narrar no da acceso a la vida interior del protagonista más que de una forma limitada. El narrador testigo no puede referirnos lo que piensan o sienten los personajes sino a través de sus gestos.

Narrador omnisciente 

Este tipo de narrador es Dios en el microcosmos de la historia. Lo sabe todo: el principio y el final de la narración; lo que los personajes sienten, piensan y hacen; lo que deberían haber hecho y no hicieron; lo que soñaron y no recuerdan... Es un dios que penetra en el interior de la conciencia de los habitantes del relato, desvela los escondites de su personalidad y, en ocasiones, tiene la osadía de juzgarles.

 

Por otra parte, esta divinidad es ubicua espacial y temporalmente; puede decirnos el pasado y el futuro y cambiar de lugar para estar en dos sitios a la vez, puede contarnos hechos que no han presenciado ninguno de los protagonistas o escondernos otros que alguno ha vivido. Selecciona a su gusto y elige la distancia con que narrar la historia. 

Este tipo de narrador se usaba mucho en las novelas del siglo XIX, y ejemplos claros son las de Balzac, Tolstoi o Flaubert. Veamos un fragmento de Madame Bovary donde se puede observar la omnisciencia del narrador: 

Narrador cuasi-omnisciente 

Imaginemos una cámara de cine: con ella podemos seguir a los personajes adonde vayan, observar sus gestos y sus reacciones, saber de sus lágrimas, gritos, palideces y rubores, pero será el lector quien interprete las emociones de los personajes y no el narrador. Tendremos conocimiento de sus actos, pero nunca podremos penetrar en su mente o saber lo que han soñado esa noche. Podremos presentar al personaje agitándose durante el sueño o despertándose violentamente en medio de la noche (pues el objetivo de la cámara puede penetrar en todos los espacios del relato), pero para saber el contenido de su pesadilla necesitamos que se la cuente a alguien para que el micrófono de la cámara pueda captar su voz. 

El narrador cuasi-omnisciente deja de ser dios, y se diferencia del narrador testigo en que no es un personaje y, por tanto, no ha de estar presente en el desarrollo de la acción: si los personajes están dialogando en una celda, por ejemplo, el narrador testigo habría de estar encerrado en esa celda, mientras que el cuasi-omnisciente puede relatarnos lo que ocurre allí donde ningún otro hombre puede llegar. 

Ejemplos de este tipo de narrador nos los da la generación de la mirada o noveau roman, una de cuyas representantes es Marguerite Duras y su famosa novela El amante, en que se mezcla un narrador protagonista (la chica) con uno cuasi-omnisciente que nos relata las acciones de forma absolutamente cinematográfica.  

Propuesta de trabajo (cuatro puntos de vista) 

Imagínate que vas en el metro o en el autobús y se produce un incidente. Nárralo brevemente bajo los cuatro puntos de vista que se han estudiado en esta lección: con un narrador protagonista (es decir, en el pellejo del protagonista del incidente); con un narrador testigo (o sea, con la voz de alguien que estuviera allí pero no fuera el protagonista); con un narrador omnisciente (es decir, en tercera persona, narrando los hechos de forma más o menos objetiva); con un narrador cuasiomnisciente (como si de una cámara de cine se tratara).

 Del curso gratuito de escritura,  escuela de escritores.com