lunes, 7 de junio de 2021

Decálogos literarios analizados por Andrés Delgado

 

Tomado de semana.com, y sugerido por el escritor y médico Carlos Alberto Valencia.

 

DECALOGOS LITERARIOS: El capítulo de los decálogos tomó vida propia y dada la avalancha de visitas, consideramos que se merece un blog aparte, para degustarlos y organizarlos, para darle el real valor a cada uno de sus autores y sus ideas. Esta página pretende hacer una recopilación de muchos de ellos. Bienvenidos los aportes.

 

En esta breve taxonomía, Andrés Delgado examina y presenta algunos ejercicios de sus talleres de escritura creativa.

La expresión “taller de escritura” es una divagación, un rodeo, una ambigüedad. Lo es porque es evidente que existen múltiples talleres para aprender y practicar la escritura. Por ejemplo, hay talleres de escritura periodística a los que van los poetas que evitan morir de hambre. Allí aprenden a resumir y concretar, evitando los adjetivos floridos y los juicios alborotados. Hay talleres de escritura académica: para aprender a firmar papers y ganar prestigio en la universidad. También existen talleres de escritura jurídica, administrativa, médica. Hay talleres de escritura científica: para bajar a la tierra el lenguaje de las ecuaciones diferenciales. A propósito, el matemático James Maxwell decía que hasta que no describía en inglés sus ecuaciones no tenía plena seguridad de haberlas entendido. Y, claro, hay talleres de escritura literaria, que transmiten una emoción: allí están los talleres de poesía, de cuento, de novela, incluso los talleres de crónica y ensayo, géneros donde el autor cobra lo suyo y no tiene que conservar el anonimato. En esta breve taxonomía de ejercicios comentaremos algunos que se proponen en los talleres de escritura literaria.

Ejercicios de estilo

En un taller de escritura literaria, doña Doralba alegaba que estaba harta de escucharme repetir que el estilo se refiere a las palabras que un escritor decidía utilizar. “El estilo es otra cosa”, decía, “el estilo no puede definirse de manera tan sencilla”. Ante tal enojo era mejor quedarse calladito, además porque a Doralba le encantaba escribir, pero no leer. De manera que yo cerraba el pico. Siempre es bueno saber en qué pelea ajustarse las mangas y en cual hacerse el bobo.

Ejercicios de estilo de Raymond Queneau está muy bien para estudiar el concepto. El libro va sobre una historia sencilla contada en dos párrafos. Luego Queneau la reescribe noventa y nueve veces de maneras distintas, aplicando diferentes estilos, diferentes maneras de usar las palabras. La historia sencilla cobra otro nivel.

En la tarea de escoger las palabras, en un primer momento, podría ayudar el estudio de La cocina de la escritura de Cassany. Luego, un poco al mismo nivel está el Manual de escritura de Andrés Hoyos donde se dejan consejos como “la voz activa es preferible a la voz pasiva”, “la afirmación es preferible a la retórica”, “el lead y la coda: lo que bien comienza bien termina”, “privilegie los sustantivos” y “pastoree sus adjetivos”.

Bien sea para escribir poesía, cuento o crónica es muy importante molerse el cerebro con las palabras que funcionan y con las que no, es decir, forjándose un inventario de cada categoría. Yo, por supuesto, tengo una tablita de Excel con una columna para cada una. De esta manera tener claridad para saber cuáles se ajustan para saber cuáles sirven en la descripción de un atardecer en el Peñol, en la Isla Martinica o en la Pampa argentina. Para pintar a un ladrón o a un policía, que por estos días algunas palabras funcionan para uno y para otro.

Por este lado, podría leer: Apegos y agotamientos: sobre las implicaciones estilísticas del uso de algunas palabras

Ejercicios creativos

El mercado está plagado de libros y ejercicios de escritura creativa. Keri Smith escribió varios: Este no es un libro y Destroza este diario. Son un par de inventarios al estilo de “escribe un mensaje secreto para un extraño, arranca esta página y déjala en un lugar público”. Un buen reto para talleres de escritura creativa para muchachos de colegios.

Otros títulos que marchan por esta línea son Este libro lo escribes tú, de Carlos García Miranda, en el que se proponen 78 retos de escritura creativa. Uno de los más graciosos es “las cosas están vivas”. La consigna es tomar la voz de algunos objetos y escribir lo que dirían. De esta manera, se pretende plasmar lo que pensaría la taza de tu baño, por ejemplo, las plantas que siempre olvidas regar, el limón podrido que mantienes en la nevera o el libro que tienes pendiente de leer en la mesita de noche desde hace más de un año.

Son libros livianos y entretenidos. Son para recrearse y jugar, para soltar el teclado, el lápiz, para destrabar las palabras a diestra y siniestra, es decir talleres de escritura creativa.

En esta misma parte de la biblioteca se podrían ubicar: El gozo de escribir de Natalie Goldberg y El camino del artista de Julia Cameron y otros libros con expresiones como “mayor libertad”, “disparadores creativos”, “desbloqueo”, “encuentros con el artista interior”, “el juego”, “introspección guiada”, “horizontes imaginativos”, incluso “camino espiritual” y “nuestra verdadera naturaleza”.

Hay ocasiones en que estos retos apelan más a las terapias de autovaloración que a la creación estética. Lo cierto es que en la escritura creativa hay una palabra clave: disparadores; es decir, los detonantes, la pólvora con la que se descubre una idea. Muy cerca de este punto está la escritura automática de André Breton y los surrealistas. Es seguro que me voy a ganar un problema con mis amigos poetas. No importa. Acá vamos. Ellos me perdonarán de antemano.

En la escritura creativa podrían encajar esas cosas del cadáver exquisito, la irracionalidad, la visceralidad, el trance y la fuma. Es un tipo de escritura que no tiene filtro y el autor permite que toda ocurrencia, cualquier asociación, recuerdo, nostalgia o apuesta por el futuro, cualquier juicio o justificación quede escrita. Desde esta trinchera disparó en muchas ocasiones el querido Andrés Caicedo y su flujo de la conciencia, la herencia de Joyce y Proust, y a pesar de ello Caicedo escribió cosas muy buenas. Por acá también aparece Cortázar y su combo.

En este cajón cabe buena parte de los talleres que se realizan en ferias y fiestas del libro, en espacios en los que se prioriza en el juego. Pero por supuesto, eso es claro (qué tal obligar a la gente a quebrarse el lomo con un buen cuento o poema).

Ahora bien, un taller de escritura literaria no debería detenerse solamente en estos ejercicios. Son necesarios otros prototipos de problemas que acá llamaremos ejercicios de rigor.

Ejercicios de rigor

En este tipo de ejercicios hay una palabra clave: edición. Cuando la escritura creativa pasa por la edición parece que se convierte en otra cosa. Las novelas, por lo general, tienen que salvar un filtro y aunque parezcan naturales y espontáneas son cerebrales y premeditadas.

¿Y los poemas no se editan? Dirán mis amigos poetas. Se editan, claro, pero no todos, y por eso algunos poemas también son “ejercicios técnicos”. Algunos libros que siguen esta línea son Mientras escribo, de Stephen King; Cartas a un joven novelista, de Mario Vargas Llosa; El guion, de Robert McKee. La crítica más común para ellos es que son muy flojos porque parecen enseñando trucos, porque dejan fórmulas, recetas, como si la literatura se tratara de una ecuación, como si el arte obedeciera a la operación de algunas variables que siempre arrojarían un resultado.

Son libros “muy aristotélicos” dicen los vanguardistas. Y es verdad, son trucos muy básicos, pero también es cierto que son necesarios. Lo que sucede es que este tipo de libros se ocupan de problemas fundamentales de la narrativa. No estoy seguro si estos mecanismos también se presentan en la poesía. En algunos casos también se necesitan para la crónica, sobre todo en la construcción de escenas, diálogos y descripción de personajes.

Este tipo de libros, que llamaremos “textos aristotélicos” para darle gusto a la vanguardia, contestan las preguntas de la narrativa primaria: qué es un personaje, cómo se construye un villano, qué es un clímax narrativo, preguntas básicas que todo estudiante de escritor podría aprender. Qué es un acontecimiento narrativo, cómo se construye una escena, cómo se crea una conexión emocional con el lector, entre otros, son problemas narrativos que podrían estudiarse si se tiene la pretensión de contar historias.

En este punto vale la pena anotar que, por ejemplo, en la pintura antes de pasar al impresionismo siempre es bueno estudiar la teoría del color y la perspectiva, así como en la música antes de pasar por la atonalidad es conveniente estudiar la armonía básica y la polifonía.

Los “textos aristotélicos” ayudan a escribir literatura para el entretenimiento, porque es verdad, la literatura de la línea dura responde a otros pálpitos. Ya lo hemos dicho por otros lados. La literatura del entretenimiento es masiva, popular y aparentemente sencilla. Por los “textos aristotélicos” ayudan a resolver problemas de estructura, de conflictos, de escenas.

Se ha dicho que un taller de escritura narrativa es un gimnasio mental donde se fuerzan repeticiones para agilizar y fortalecer los músculos de las habilidades necesarias para el género. Si lo que quiero es aprender a crear un personaje necesitaré obligatoriamente repetir el ejercicio una y otra vez, inventar uno, otro y otro, hasta que incorpore la técnica para crearlos. Y lo mismo con la creación de atmósferas y clímax narrativos. La clave es ensayar, repetir, volver a repetir, como en un gimnasio, ejecutándolas muchas veces.

Los ejercicios creativos hacen hincapié en los disparadores mientras que los ejercicios de rigor en la técnica. 

¿Y entonces, cómo se ejercita el músculo en una maestría de escrituras creativas?

La creatividad es muy necesaria para el punto de partida, para la generación de las ideas y para aliviar bloqueos. Sin embargo, una vez superada la etapa inicial hay que vaciarlo todo en el colador, decantarlo, pulir para que se pueda leer. Y esto solo es posible si se racionaliza editando con las herramientas de la técnica.

En el libro Cómo se cuenta un cuento, que recopilan algunas sesiones del taller de escritura de guion de Gabriel García Márquez, se expone la metodología del taller: se proponen historias y entre todos los asistentes las van comentando y puliendo. El título del libro es un tanto engañoso pero enganchador, como todo lo de Gabo, porque no es un taller de cuento es un taller de guion. Pero no importa, aun así, es un gran libro para asomarse a esta metodología.

En una oportunidad, intentando solucionar un problema narrativo, al elegir un suceso entre varios posibles, el maestro resumió la diferencia entre ejercicios técnicos y creativos de la siguiente manera: “Sí, esta propuesta parece ser la mejor. Es la más creativa. Por cierto, estas palabras —creativo, creativa— las vamos a oír mucho aquí, en el taller. Las reservaremos para aquellas soluciones que no sean simplemente técnicas. A la técnica pertenecen algunos recursos… que nos ayudan a decir, de la mejor manera posible, lo que queremos decir. Pero las ideas fundamentales, las que hacen avanzar la historia, pertenecen al campo de la creación”.

Gabo señala que, si bien al principio se necesita pasar por ejercicios de creatividad, luego hay que hacer una ronda de ejercicios de rigor. Desde este punto de vista un taller de escritura creativa se queda corto cuando abarca algunos géneros como las novelas y los cuentos. El taller parece insuficiente porque encaja solamente un tipo de ejercicios, los que hacen avanzar la historia. Por eso, creo, es diferente un taller de escritura creativa a uno de escritura narrativa.

Ahora vamos al subtítulo. Al respecto se vienen varias preguntas. ¿En una maestría en escrituras creativas qué tipo de ejercicios se prioriza? ¿Los disparadores? ¿La técnica? Creo que el nombre de la maestría tiene ya una ruta y según lo que hemos comentado hasta entonces ya tiene un derrotero para seguir.

Por otra parte, en una entrevista el escritor mexicano Alberto Ruy Sánchez dijo que “la escritura se enseña mal, pero hay que aprenderla bien”. Y Gabriel García Márquez dijo que "la literatura no se aprende en la universidad, sino leyendo y leyendo a los otros escritores".

Para dar luces sobre el tema le pregunté al escritor y cronista Alberto Salcedo Ramos qué pensaba y esto me dijo: “Borges decía que un maestro es alguien capaz de contagiar un entusiasmo. Si en una maestría en escritura uno encuentra por lo menos un maestro capaz de inspirar, de abrir algún camino nuevo, ya se habrá justificado la experiencia. En todo caso, no creo que la maestría sea una fábrica de fórmulas milagrosas. Quien quiere escribir debe estar dispuesto a forjarse con sus propias equivocaciones y búsquedas. Nada está garantizado. Hay que aplicar el célebre verso navajo: ‘salta, ya aparecerá el piso’”.

Y lo mismo le pregunté al escritor Gilmer Mesa, y esto contestó: “Para escribir se requieren dos cosas: tener algo que contar y saber cómo hacerlo. Lo primero es indudable que solo se logra viviendo a fondo, partiéndose la crisma con el día a día, sin importar en donde se esté y cómo se viva. La segunda es algo más complicado y se aprende con atención y dedicación al oficio y en eso creo que sí cumplen un papel fundamental los cursos de escritura creativa. Nadie puede enseñar el talento, eso es algo imposible de definir y a lo más que llegamos es a descubrir quién lo tiene y quién no. Pero la técnica, el ritmo, la estructura y todas las herramientas que hacen de un texto algo digerible, encarretador y fluido se aprenden. De manera que se estudian estas maestrías para depurar la técnica y mejorar el estilo. Además, allí hay gente apropiada para leer las creaciones y encontrar quien lea objetivamente lo que uno hace.”

¿Un aprendiz de escritor para qué tendría que ir a la universidad? Entre otras, me parece, para aprender a leer, pero no a leer de cualquier manera, sino a aprender a leer como escritor. El inefable Ricardo Piglia lo explica en el libro El último lector y particularmente en el ensayo Cómo está hecho el “Ulysses”. Piglia desempaca su destornillador y su martillo para intentar abrir la máquina de Joyce. En las páginas siguientes destornillará y machacará abriendo los mecanismos y ojeando formalismos, retirará un tornillo y otro, limpiará y echará un ojo para descubrir qué hay dentro. Entonces encuentra algunos dispositivos formales que le interesan. Solo algunos, los que lo seducen, los que tiene tiempo de describir, los que le caben en el ensayo porque es claro que Piglia limita su trabajo descriptivo dejando otros dispositivos narrativos por fuera. Al escritor argentino le interesan, en este ensayo, como él mismo dice, “los problemas de la construcción y no los de la interpretación”.

Sigamos con la idea: aprender a leer “desde una posición cercana a la composición misma”. En Cómo está hecho el “Ulysses” Ricardo Piglia cita a Nabokov: “El buen lector, el lector admirable no se identifica con los personajes del libro, sino con el escritor que compuso el libro”. Efectos personales de Juan Villoro es otro ejemplo de esta propuesta, lecturas personales que describen cómo se relacionó el escritor con un texto desde la construcción.

Volviendo con la opinión de Gabo, por este lado también se difiere con él. Creo que, en una maestría de escritura, aparte de los ejercicios, sean cualquier que fueran, sería muy bueno entrenar un método de lectura, aquel que enseña a leer como escritor. En una maestría de escritura creativa, sería muy interesante que a un estudiante además de la hermenéutica, se le enseñe a usar el destornillador y el martillo. Con ellos podría desarmar los libros con las poéticas que le interesan. Si le interesa la literatura de la línea dura el estudiante podría aprender a desarmar las obras con los que se siente identificado. Si al aprendiz de escritor le interesa la literatura del entretenimiento podría buscar su poética en estos autores. Ahora, otro asunto diferente, y problemático sucede en los ámbitos académicos en los que se denigra de la literatura popular, la literatura masiva, y se cree que estas obras no merecen ser objeto de estudio. Pero esa es otra discusión.


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