viernes, 27 de mayo de 2022

EL SUICIDA. Cuento de Enrique Anderson Imbert. Y a continuación dos comentarios críticos.

 

EL SUICIDA

Enrique Anderson Imbert (Argentina, 1910-2000)

 

Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó.

Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.

¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.

Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien.

Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez.

Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando.

Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.

FIN

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COMENTARIOS CRÍTICOS


1. Reseña critica del cuento

 

 

Biografía

 

Enrique Anderson Imbert nació en la ciudad de Córdoba, a los cuatro años de edad se trasladó a Buenos Aires 12 de febrero de 1910 - Buenos Aires, 6 de diciembre de 2000). Fue un escritor, ensayista, crítico literario y profesor universitario argentino estudió. Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires.

Narrador y crítico literario argentino, autor de un ensayo fundamental, Historia de la literatura hispanoamericana (1954).

 

Resumen

 

Él quería morir, intentó varias cosas para poder morir pero ninguna de las cosas que intentaba funcionaba por que le salía mal ya fuera porque le escondían las cosas o se las cambiaban por otras, pero siempre que lo intentaba fracasaba, cuando llego a casa encontró a su mujer y a sus hijos muertos y volvió a intentarse matar y cuando se iba a aventar por balcón se dio cuenta que todos murieron con cada una de las cosas con las que el intento matarse y no le funcionaron.

 

Evaluación

 

El autor nos trata de decir que tenemos que aceptar nuestra vida tal y como es que aunque tenga muchos defectos tenemos que aceptarla como sea porque siempre tendremos una razón por la cual vivir, que aunque nosotros intentemos lo que sea para desaparecer de ella no lo lograremos porque siempre existirá un motivo por el cual vivir o algo que no los impedirá.

 

En la vida se nos ponen obstáculos por superar y metas por conseguir o perseguir, que tenemos que luchar por ellos para tener lo mejor, todo en la vida lo podremos lograr tenemos ejemplos a seguir y no hay que dejarnos vencer como él lo hizo.

 

 

Reseñado por Ariadna Arrieta Zayas y María Alicia Castillo Munguia. Blog Folletín literario.

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2. Algunos apartes del artículo “Una aproximación literolingüística al texto El suicida de Enrique Anderson Imbert” publicado por Litteranova

https://litteranova.com/2021/12/06/una-aproximacion-literolinguistica-al-texto-el-suicida-de-enrique-anderson-imbert/

 

“El suicida” es un microrrelato que fue publicado en la primera mitad del siglo XX y forma parte de los 21 textos del libro: Las pruebas del caos (1946) del referido autor.

 

En cada género literario, la palabra tiene un valor indiscutible. Sin embargo, en los terrenos de la minificción, esta desempeña una labor distintiva en cuanto a su estructura, ya que es una modalidad textual caracterizada por su brevedad, y, por tanto, cada término empleado cuenta.

Zavala define a este género como: “(…) el género más reciente y complejo en la historia de la literatura.” Es una narración breve que no excede de una página y tiene aproximadamente 250 palabras. Además, se caracteriza por ser breve, diverso, por establecer complicidad con el lector, por ser fractal, fugaz y virtual.

Ánderson Imbert siente fascinación por el género Minificción. En el prólogo de su libro: El gato de Cheshire (1965) señala: “He preferido siempre las formas breves: se ciñen mejor a una teoría relativista del mundo y a una práctica imaginista de la literatura.”

 

En cuanto a su trama, El suicida adentra al lector en la historia de un personaje que toma la decisión de acabar con su vida. Sin embargo, pese a sus múltiples intentos, no puede lograr su cometido y termina por retirarse a su hogar. La tensión narrativa comienza a desatarse cuando el actante se da cuenta del precio que debe pagar por las consecuencias de sus actos.

Por otro lado, en el texto se evidencia lo que el formalista ruso, Víktor Sklovskij señala como extrañamiento. Esto es, aquellas rupturas que provocan sorpresa y experiencias insólitas en los lectores. En El suicida puede percibirse desde que el personaje principal nota que el veneno no le ha hecho efecto.

Además, surgen otras rupturas cuando intenta dispararse y falla: “Entonces disparó su revólver contra la sien. También, cuando se da cuenta de que cada una de las formas de intentos suicidas provocaron la muerte de sus seres queridos y gente alrededor       

Lo anterior provoca un efecto de lo que Zavala llamaría final epifánico, ya que lo que se le revela al personaje, a la par con el lector, es sorpresivo y concluyente. Este efecto es muy importante porque favorece la complicidad con el lector.

En lo que respecta a su tema, El suicida presenta como temática a los efectos que provocan los intentos suicidas en el círculo familiar cercano y en la gente del entorno.

En el caso de El suicida, además de lo obvio, revela las consecuencias que provoca el suicidio en los círculos familiares y sociales.

 

En cuanto a su estructura lingüística, puede destacarse que es un microrrelato compuesto por 249 palabras. La cantidad de adjetivos en El suicida (alrededor de 10) muestra que Imbert domina la escritura breve, ya que como es sabido, en esta modalidad literaria, si un autor los emplea sin necesidad, puede maltratar el texto y limitar el cumplimiento de sus características, lo que provocaría tener un microrrelato de mala calidad. Por eso, como señala el escritor dominicano, Pedro Antonio Valdez (2020), en la minificción deben evitarse todos los elementos innecesarios. Mientras más tacaño uno sea, mejor.

Llama la atención cómo Imbert utiliza adjetivos aislados para contribuir con la elipsis. Recursos que le ayudan a establecer la complicidad y mantener la brevedad.

El ejemplo más evidente es con la palabra inútil, que aparece en el siguiente contexto: “Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil”.

Además, aparecen adjetivos que dentro del texto tienen la función de sustantivo, como es el caso de curiosos: “Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.”. 

Lic. Ólfir A. Guzmán Méndez

 

 

 

 

Tips para mejorar nuestra narrativa: 22. Verosimilitud.

Continuemos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy el siguiente aparte de Pura Literatura: 

22.  Verosimilitud

Podemos escribir sobre cualquier tema. Cualquiera. No hay límites. Podemos contar lo que le ocurrió a un dinosaurio hace cien millones de años o lo que le ocurrirá a un niño dentro de mil millones de años. Nuestra acción puede transcurrir en el lugar más lejano del universo, en un bosque de la Tierra, en el fondo del mar o en la uña de un caballo. Nuestros personajes pueden ser inmortales o solo vivir dos días. Todo lo que se le ocurra a un escritor puede ser contado. Solo hay una regla: nuestra historia debe ser verosímil. De lo contrario, nuestra narración será defectuosa.

“Vero” (verdad) “símil” (similar). “Verosímil” significa similar a la verdad. Verosímil significa “creíble”. No significa “real”, solo “creíble”.

Veamos un ejemplo sencillo. Llevan a un vagabundo ante un juez. Lo verosímil es que el juez hable como una persona educada, con cierto dominio del vocabulario legal, y que el vagabundo hable como una persona poco educada. Eso es lo verosímil. Lo verosímil no requiere justificación. Presentamos el diálogo de ambos y el lector lo acepta como natural. Punto. Continuamos con la próxima escena porque no hay problemas de verosimilitud.

Pero ¿cuál sería la reacción del lector si los papeles se invirtieran? ¿Si el juez habla como un rufián sin educación y el vagabundo como un filósofo? ¿Si el juez empieza a usar palabras soeces mientras el vagabundo diserta sobre la “evolución ética del concepto de la justicia a través de la historia”?

La reacción del lector sería de rechazo o incredulidad porque de inmediato sentirá que el texto es inverosímil. Aunque no conozca la palabra ni el concepto literario, el lector sabe cuando está ante un disparate. No pensará “este texto es inverosímil”, pero probablemente se dirá “esto es ridículo”.

Así funciona la verosimilitud:

1. Cuando un texto es “normal”, no requiere justificación.

2. Cuando ocurre una situación que no es “normal”, entonces hay que justificarla literariamente. Es decir, hay que convertirla en verosímil.

Cuando la situación no es “normal”, debemos incluir dentro de la narración, y de forma natural, elementos que la justifiquen.

Por ejemplo, en el caso que estamos discutiendo podríamos contar que el vagabundo es un exprofesor de filosofía que se convirtió en alcohólico y perdió el trabajo y la casa. Así de sencillo, con rapidez, hemos justificado ante el lector que un vagabundo posea un vocabulario y una elocuencia que normalmente no encontraríamos en un vagabundo. El lector, al enterarse de estos detalles, puede aceptar que un vagabundo reflexione ante el juez sobre la evolución del concepto ético de la justicia… y sobre muchos temas más… especialmente si todavía está borracho.

En el caso del juez, igualmente habría que justificar su acción. ¿Es alcohólico y ese día, quizás por primera vez en su carrera, llegó borracho al tribunal? ¿Es bipolar y ese día no tomó su medicina? ¿Esa mañana tomó un medicamento que ha tenido el efecto de desorientarlo mentalmente? ¿De pronto ha tenido un brote sicótico? ¿Vive en un país corrupto y su papito millonario le compró el diploma de abogado y la plaza de juez? Cualquier justificación de este tipo, nuevamente, haría que el lector acepte la conducta inusual del juez en el estrado.

Ahora, al volver a la escena, tenemos a un exprofesor de filosofía que está ante un juez corrupto o con problemas mentales. Al leer cómo ambos se expresan, el lector lo aceptará sin problemas porque el diálogo le parecerá “normal” en esas circunstancias.

Yo podría dar múltiples ejemplos adicionales. Digamos que en tu cuento o novela una anciana conversa con su nieta de 13 años sobre música. La abuela hablará con entusiasmo (y nostalgia) sobre el trío Los Panchos, Julio Iglesias, Juan Luis Guerra, Danny Rivera, José José, Roberto Carlos, Raphael y otros cantantes que la nieta jamás en su vida había escuchado mencionar. Por otra parte, la nieta hablará de Daddy Yankee, Bad Bunny, Ozuna, Allmighty, Jon Z, Miky Woodz y de otros cantantes que la abuela jamás ha oído mencionar y apenas puede pronunciar. Esto sería “normal”. No hay que justificarlo porque sabemos que cada generación tiene sus ídolos y gustos.

¿Pero qué sucede si se invierten los papeles? ¿Sería creíble que una anciana de 88 años sea fanática de Daddy Yankee y que una niña de 13 años se pase el día escuchando al trío Los Panchos? No es verosímil. Si se crea una escena así, sin otra justificación, realmente sería comedia, pero no comedia a propósito. El lector se reirá por la ridiculez del texto… y del autor.

Sin embargo, al igual que el caso del juez y el vagabundo, un buen escritor puede crear una abuelita que sea una auténtica fanática de Daddy Yankee.

Hay que buscar una razón por la cual tiene esos gustos. Por ejemplo, es una acaudalada productora de música, productora de radio, dueña de una tienda de música, dueña de una cadena de discotecas o abuela de uno de estos músicos. Por tanto, conoce la música porque le deja dinero o por razones familiares. Le ha cogido el gusto. Quizás no la escucha todos los días, pero cuando tiene que escucharla la disfruta. Son muchas las razones que nos podemos inventar para que la fanática anciana de Daddy Yankee sea verosímil.

En el caso de la nena, digamos que se crió en el campo, muy pobre, aislada, solo ella y su abuelito, y que este se pasaba el día entero escuchando viejos discos de Los Panchos. El abuelito acaba de morir y la nieta, recién llegada a la ciudad, se ha quedado con ese gusto musical. O la nieta es una de estas chicas que busca ser diferente, odia estar a la moda, desea poseer un estilo propio, y un día, al buscar ropa vintage en una boutique, esta chica descubrió la música de Los Panchos y le gustó.

Repito: se puede escribir cualquier historia, pero debe ser “verosímil”. Esta es la palabra clave. Y es necesario hacerlo bien, con esmero, para que las justificaciones no parezcan traídas por los pelos ni pegadas con cola. Las justificaciones deben ser una parte misma de la trama, no un párrafo añadido como si fuera un remiendo o parche.

Por último: una vez establecidas por nosotros las reglas del juego, ni siquiera nosotros podemos violarlas. Digamos, por ejemplo, que escribes una novela que transcurre en el planeta Marte y que describes a los marcianos como criaturas rojas con cinco piernas. Vale. Te lo aceptamos y seguimos leyendo. Pero más adelante, en la página 140, de pronto llega un marciano con dos piernas a un restaurante. Esto será un disparate, porque todos los lectores ya han aceptado que los marcianos tienen cinco piernas. Al aparecer un marciano con dos piernas, que a nosotros (terrícolas) nos parecerá normal, hay que comprender que para los marcianos de la novela será un monstruo o, como mínimo, un incapacitado físico. Al no cumplir con nuestras propias reglas (“los marcianos tienen cinco piernas”) hemos creado una escena inverosímil e inaceptable.

"La invención de Ramón" del chileno José Donoso. Análisis del cuento por Ana Sofía Álvarez

 

La invención de Ramón

José Donoso*

 

¿No la conoces? Es Sylvia Corday, la de Ramón del Solar… Ya sabes toda esa historia. Sí, parece que la hubieran armado con módulos de plástico, como a un maniquí de escaparate. Dicen que no tiene cara. Facciones, desde luego, no tiene. ¿Dónde está la nariz, por ejemplo? Nadie jamás se la ha visto. Dicen que ni Ramón. Todas las mañanas se sienta delante del espejo y se inventa la cara, se la pinta como quien pinta una naturaleza muerta, por ejemplo, o un retrato… después, claro que Ramón la ha armado pieza por pieza para que ella pueda, bueno, no sé, bañarse, y esas cosas. A veces uno ve a Ramón durante semanas enteras sin Sylvia. Uno le pregunta por ella y él contesta que está en Cappadocia posando para Vogue; está muy de moda Cappadocia ahora. Ya iremos todos. Con Raimunda y Ricardo estamos pensando organizar un charter. Pero es mentira que está en Cappadocia. Sylvia jamás ha estado más allá de Tarrasa. Es porque se ha aburrido con ella y no la arma y no la pinta. Deja guardadas todas las piezas en una caja especial: durante esas semanas Ramón descansa y ella también; por eso es que ella está tan increíblemente joven, porque durante esas semanas que pasa guardada y sin armar el tiempo no transcurre para ella. Después, cuando Ramón la comienza a echar de menos otra vez, la vuelve a armar y salen juntos a todas partes.

FIN

* José Donoso fue un escritor, periodista y profesor chileno (Santiago, 5 de octubre de 1924, 7 de diciembre de 1996)

Formó parte del llamado «boom latinoamericano» de las décadas de 1960 y de 1970, y recibió varios galardones, entre ellos el Premio Nacional de Literatura en 1990.

 

 

Análisis del cuento por Ana Sofía Álvarez ―Prezi―.

Temas:

Superficialidad

Se ve reflejada en que Ramón usa a Sylvia que es plástica y superficial, para aparentar. Muñeca en el sentido de lo manipulable, hecha a su antojo, manipulada como él quiere

La invención de Ramón de José donoso en el cuento vemos cómo Sylvia es el objeto superficial En beneficio de Ramón para aparentar le a la sociedad.

La modelo Sylvia Corday encarna la mujer perfecta modelada por un hombre intolerante de una verdadera autonomía en ella. Su rostro ovoide y perfectamente artificial no es más que una superficie en que otros le pintan distintas realizaciones de la belleza y después se los quitan con Vanishing cream quitándole también la capacidad de ver oír o hablar. Su pareja le desarma el cuerpo inverosímil de maniquí como si realmente se hiciera de módulos de plástico, y lo guarda cuando se aburre con ella o no quiere que salga.

Conveniencia

Vemos cómo va ligada directamente con la superficialidad. Ramón usa a Silvia para su propio beneficio, la busca cuando se ve aburrido.

Aparentar que tiene a su lado a la mujer ideal va ligado con la reputación que Ramón desea tener.

Machismo

Silvia como objeto de Ramón: "¿No la conoces? Silvia corday de Ramón del Si". Manera en la que la trata, el uso que le da: "Es porque se ha aburrido con ella y no la arma y no la pinta..." "Después cuando Ramón la comienza a echar de menos otra vez, la vuelve a armar y salen juntos a todas partes".

Intertextualidad

La vida secreta de los maniquíes de Gay Talese: "No nos importa su moralidad, pero sí queremos que parezcan bien educadas".

"O quizás estaban haciendo lo que por lo general hacen los hombres: soñar con la mujer perfecta, con la maravillosa mujer sin edad y sin defectos que no existe en carne y hueso, solo en la imaginación.

Ana Sofía Álvarez ―Prezi―.

 

lunes, 23 de mayo de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa: 21. Tono narrativo. Y a renglón seguido, otra óptica del mismo tema , con ejemplo

Continuemos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy el siguiente aparte de Pura Literatura: 


21 Tono narrativo


El tono narrativo es la actitud que asume el narrador al contar una historia. Se puede contar la misma historia de muchísimas maneras. Si una señora mayor resbala y se cae al intentar bajar de un autobús, la anécdota se puede contar de manera burlona, trágica, cómica, compasiva, moralista, etcétera. Es el mismo incidente. Absolutamente los mismos datos: una señora que resbala y se cae. Pero la narración de este incidente puede variar inmensamente según el tono utilizado por el narrador.

Una de las principales decisiones que debe tomar un autor, al comenzar su narración, es la selección del tono con que contará su cuento o novela.

A grandes rasgos creo que podemos identificar tres tonos o actitudes principales:

1. El autor de rodillas ante personajes que reconoce como seres superiores. Algunos ejemplos son las obras épicas como El mío Cid, la Ilíada y las novelas de caballerías, en las que el autor narra las peripecias de dioses, semidioses, héroes, genios, etc.

2. El autor sentado, de tú a tú, junto a personajes que reconoce como sus iguales. Algunos ejemplos son obras realistas como Rojo y negro, Madame Bovary y Crimen y castigo: el autor narra las peripecias de hombres y mujeres que de algún modo son sus semejantes.

3. El autor de pie, en un balcón alto, ante personajes que viven abajo y son inferiores. Algunos ejemplos son el Cándido, de Voltaire; el Buscón, de Quevedo; y los cuentos de Monterroso y Saki: el autor narra las peripecias de seres dignos de burla o desprecio.

Estas tres grandes actitudes se manifiestan concretamente en el tono específico que escoge un autor para narrar su obra. Las opciones son innumerables. A continuación incluyo una lista parcial de tonos, ya que existen muchos más:

Abatido – absurdo - admiración – afligido – agresivo -alegre -amable – amoroso -cálido -
científico – cínico – cómico – compasivo – condescendiente – coraje – cordial – crítico – deprimido – despectivo – entusiasta – erótico – familiar - filosófico – formal – grave – histérico -horror -humorístico – iconoclasta – idealista -incisivo -indignado – informal – informativo -ingenioso – íntimo – iracundo – irónico – jocoso – melancólico – misterioso - moralista/moralizante – nostálgico -odio – parco – paródico – periodístico – persuasivo – pesimista – ponderado – pornográfico – positivo – realista – religioso – respetuoso - reverente – romántico – sarcástico – satírico – sensual – serio – solemne – sombrío – taciturno – terror – tétrico – trágico – tranquilo – triste - y muchos más.


Y ahora veamos otra aproximación al mismo tema:


¿Qué es el tono literario?

 

         Cuando hablamos del tono literario de un texto nos referimos a la actitud del narrador a lo que él o ella narra.  En otras palabras, el tono es la emoción principal que refleja en el estilo narrativo del narrador.

         Para entender este concepto hay que tener en cuenta la idea de que hay muchas maneras de contar la misma cosa.  Se dice que hay sólo un número finito de historias que hemos de repetir constantemente a través de la historia de la humanidad.  De allí el atractivo universal de la literatura; de que textos como la Odisea de Homero, escrita aproximadamente en el siglo VIII AD, aún resuenen en nuestros espíritus.  De hecho, ya decía Eclesiastés, hijo de David, que ”no hay nada nuevo bajo el sol.” 

         Si siempre contamos las mismas historias, entonces la manera en la cual se cuenta algo adquiere mucha importancia.  Esta manera o forma de contar es lo que denominamos el estilo narrativo.  El estilo narrativo que adopta el narrador reflejará la manera en la cual el narrador se siente hacia lo que cuenta.  El tono literario intenta describir esta emoción del narrador hacia aquello que cuenta.  De esto que el tono se exprese con un adjetivo que describe una emoción.

         Aunque se puede utilizar casi cualquier adjetivo para describir el tono literario de un texto la siguiente lista presenta los adjetivos más usados en análisis literario.


·         Tono trágico

·         Tono irónico

·         Tono paródico

·         Tono íntimo

·         Tono jocoso

·         Tono serio

·         Tono formal

·         Tono informal o familiar

·         Tono moralista

·         Tono realista

·         Tono idealista

·         Tono melancólico

·         Tono sombrío

·         Tono condescendiente

·         Tono parco

·         Tono periodístico

Estudia el siguiente ejemplo.

1.     Luis García murió ayer a las siete de la tarde.

2.    Mi hermano Luisin, el Chiquitín, se despidió de mí ayer, no como solía hacer todas las tardes, a las siete de la noche más triste de mi vida.

3.    El señor García Montes se apartó de esta vida pasajera rumbo a la eterna el día de ayer antes de que el sol cesara de regalarnos su luz y se escondiera definitivamente.

4.    Al fin calló Luis su bocota y cayó, ayer en la tarde, en un dulce y envidiable sueño cual niño mimado en las faldas de su madre o como sapo apachurrado en la autopista.

 Tomemos la primera oración como la narrativa básica-lo que pasó- sin embelecos o decoraciones. De esta podríamos decir que tiene un tono parco, periodístico, realista. 

    La segunda oración tiene un tono íntimo, familiar, melancólico. 

    La tercera oración refleja un tono formal, serio, y trágico. 

    La cuarta oración expresa un tono jocoso, informal, y condescendiente. 

 

                                                                                Amherst College, S’08 SPAN 3, 5 PFM


martes, 17 de mayo de 2022

Bienvenida esta colaboración de Hernando Restrepo Díaz: "El Flecha", de David Sánchez Juliao.

 

Desempolvando viejos recuerdos. I

 

De mi vida guardo muchísimos recuerdos, mas los que evoco con mayor frecuencia son aquellos ocurridos durante los años 60 y 70; en dicha época, nuestra ciudad de Medellín resplandecía como “La ciudad de la eterna primavera” -así conocida por sus condiciones climatéricas, envidiables para cualquier ciudad-; existían grandes bosques de selva virgen, así como abundantes prados y jardines, ayudándonos con sus aromas y sus flores a disipar las penas -que nunca nos pueden faltar-; adicionalmente a lo anterior, nuestras costumbres eran muy sanas, dentro de ellas añoro mucho los bailes de amigos que armábamos en las casas, en los que hombres y mujeres nos deleitábamos bailando y bebiendo (sin necesidad de emborracharnos), al son de la música de esos tiempos, la verdadera música.

 

Era esa le época en la que yo en la casa escuchaba con frecuencia los relatos de David Sánchez Juliao, escritor costumbrista, periodista y diplomático, nativo de Lorica (Córdoba), en especial El Flecha, y El Pachanga. Me atraía en ellos la forma en la que narraba su propio autor, con su voz impregnada del puro acento de la costa caribe, en los términos sencillos propios de la dialéctica popular de dicha región -el español costeño-; gozaba al oírlos por contener mucho sentido del humor y por la gran energía y emoción que Sánchez Juliao le imprimía en su propia voz al personaje principal de cada una de ellos.

 

En esta ocasión quiero invitarlos a conocer, unos, a rememorar, otros, El Flecha, una de las obras más conocidas y famosas del citado escritor. Es un cuento que relata un encuentro casual en un bar de Lorica, el Tuqui Tuqui, entre Sánchez Juliao y un boxeador, El Flecha. Entablan allí una amena charla, este último -quien se dirige al escritor como al viejo Deibi y define a quien se desempeña como escritor, así: "…man que desde la máquina de escribir es el ampaller del partido de la vida"-, es un hombre nacido en “…Lorica-saudita (le dicen así por la cantidad de turcos que hay…”, un loriquero del pueblo, un pobre negro que decía que su vida era como un partido de beisbol. Desempeñó varios oficios, auto proclamándose como: “el rey del rebusque”; pero “…quería ser boxeador. Desde que vivía en el barriecito ese ande todavía vivo, el Kenider, el barrio más bacano de Lorica, porque es el único con nombre de presidente de los Estados Unidos. Bueno, desde que vivía en ese barrio en donde a uno como negro no le queda otra alternativa que el ring y la fama, marica…”. Siempre soñó con llegar a ser un “champion” para darle una casa a su mamá “como las pirámides de Egipto”.  “…el día que me llevaron a Montería, al Estadio 18 de junio, a la primera pelea fuera de Lorica, pasó lo que pasó…

 

Pero mejor dejo aquí estas notas y les reitero la invitación a leer El Flecha, para que se deleiten con estas y otras ocurrencias allí relatadas con gran maestría por David Sánchez Juliao. Además, pueden escuchar dicho cuento en la voz de su propio autor, ya que él fue el primer escritor del mundo en grabar, en 1975, un audiolibro en un casete.


Hernando Restrepo Díaz. M.D.

 

EL FLECHA

David Sánchez Juliao

 

Es la noche del sábado. Vengo del campo. Conduzco mi jeep WilIys. De repente, recuerdo que tengo que escribir hasta tarde y que se me han acabado los cigarrillos: ¿dónde conseguirlos? Tal vez en las chazas del mercado, pero no, ya los chaceros deben de haberse marchado. ¿Frente al Teatro Colombia? Es muy tarde. La clientela de Marlboro debe de haber entrado ya a ver la película mexicana de hoy. ¿Frente al Teatro Marta? Tampoco, debe de haber pasado lo mismo. El Bar Tuqui-Tuqui, ese es el lugar. Allí los venden más frescos que en ningún otro lado.

 

Me dirijo hacia allá, parqueo el jeep frente a la acera, entro, y cuando me acerco al mostrador a decir, "despácherne un paquete de Marlboro, pero americano", oigo su voz que me llama desde una mesa:

******

-Erda, mira quién entró ahí: el viejo Deibi, mi amigo. Viejo Deibi: venga, venga viejo Deibi: choque esos cinco gusanos del extremo de la extremidad superior derecha, en español: déme la mano.

-Aja, Flecha, ¿qué ha habido?

 

-Bueno, bien viejo Deibi, siéntese aquí, vea, siéntese aquí, con este man que no lo defraudará, el Flecha. Este man que vive en el mundo de Marlboro, ¿sabe como'e? Venga, siéntese, que se lo sugiere su amigo. Erda, viejo Deibinson, sabe que desde hace rato, mire, lo tengo visté, echándole el ojo para lanzarle las incidencias del partido de mi vida. Ah, vaina, pregunte si no aquí en Lorica. Erda, me decía la gente izque, está por allí, y vaina, cogiendo datos p'a escribir un libro, y yo, ñerda, fildíandolo a campo abierto todo el tiempo y cház, me cae usted hoy, lo que es la vida, vea, aquí en el Tuqui-tuqui", de bombito al pitcher.

 

Erda, vea, yo aquí estoy con este par de manes. Eche, pero levántense ustedes, no joda, no ven que llegó el man Coco, el man coco-drilo de la localidad, oígase bien: de la loca-lidad. Porque, nojooda, aquí en este Lorica sí hay loco, cuadro. Con razón decían el otro día en la televisión que Lorica no descansa sobre un cementerio indígena sino sobre un manicomio chibcha, cuadro.

 

Bien, ¿se mete el traguito, viejo Deibi? Erda. Métase un traguito aquí con estos manes, vea, que me están  poniendo un canal bien panameño, y que los tengo bebiendo desde las cinco de la tarde, una botellita de aguardiente que la pago yo, para que ellos beban todo lo que quieran, me dejen hablar y se callen. Eche, de algo tiene que servirle la plata al pobre, cuadro. Bueno, pa no hablar más, se los presento, vea viejo Deibi: este es el Mono Mira. El Mono es el apodo, porque ¿no lo ve? Parece un pato albino, como blanquiado con cal, ¿ah? Mira es el apellido. Mira: ¡qué apellido! Y el nombre completo, traducido al inglés, el Mono Mira: quiere decir: in inglish: The Monkey Look, Y este es Eric Manzur, un turquito ensamblao en Colombia, porque es hijo de un árabe que se llama Ben-Jálamela-Mí, pero la mamá es loriquera. Manzur, óigase bien, Eric Man-Zur, gue quiere decir, "un man del sur", porque el Líbano, por si no lo sabía, viejo Deibi, queda de Pasto p'abajo; y este man, para información de ustedes, es un escritor. Ahora, qué es un escritor, brutos de carajo. Pues, el Real Diccionario de la Academia de la Lengua lo definió así, escritor: dos puntos: "man que desde la máquina de escribir es el ampaller del partido de la vida". Errrda: ¿cómo les quedó el ojo? ¡Tronco'e definición, ah!  Pero, viejo Deibi, en serio, ¿sabe una vaina? La vida mía es un partido de béisbol, la madre. Y ahora ahí con  usté, en la esquina de la mesa, en la almohadilla de primera, el turquito Manzur aquí en la segunda, y The Monkey Look en la tercera, le voy a lanzar pelota parlanchina de la buena. Pero antes de empezar a lanzarIe en firme, déjeme hacerle aquí a este par de manes unas prácticas de calentamiento para que sepan cómo fue que usted y yo nos conocimos.

 

Oigan ignorantes: cuando el Davy Sánchez Juliado era un man barro, que se la pasaba por aquí por Lorica pasiando el hambre por las calles, queriendo ser escritor, así peludo y bacano, bueno: para entretener el estómago se consiguió unas clasesitas de Historia Universal en el Colegio Superior Departamental de Bachillerato y Carreras Intermedias Lácides C. Bersal, óigase bien, Colegio Superior Departamental de Bachillerato y Carreras Intermedias, Lácides C. Bersal (tronco de nombre p'a tres salones, ¿ah?). Bueno, y el viejo Davy ahí nos dictaba en ese colegio, Historia Universal y vaina. Erda y nos hablaba de un poco de vainas que, nojoda, no tenían un carajo que ver con las vainas que le rayan a uno el ojo de tanto miradas todos los días aquí en Lorica. Nos hablaba izque de Napoleón y su Watergate, de Simón Bolívar y su azúcar Manuelita Refinada, de la torre Infiel de París, del Museo de la Ubre, la Universidad de la Vaina' erda, y un poco de vacilones ahí raros. Erda y nosotros qué carajo; nosotros queríamos ser era pitcher de la Selección Colombia, porteros del Junior de Barranquilla, guacharaqueros de Alejo Durán, cantante de los Hermanos Martelo o sparring de Pambelé. Vainas bacan as, estimulantes y tal. Erda y las vainas que el viejo Davy nos enseñaba no tenían que ver nada con el swing de uno. Porque, ¿qué tiene que ver la torre Infiel de París con la Iglesia 'e Lorica, pues? ¿o la Universidad de la Vaina con el colegio del profesor Simón? Eche, nada. Nada, Natilla. Y el viejo Davy, ahí fajao en el tablero y vaina, enseñándonos a nosotros esa vaina, eche. Yo lo que quería ser era boxeador. Bueno, mejor dicho, lo soy, pues, pero ahora no lo soy. Mejor dicho, lo fui. Bueno, mejor dicho, quiero serIo. Y no te rías, Monkey Look, nojada, porque si te sigues riendo te suspendo el trago.  -Ajá, viejo Deibi, ¿se mete el otro?

 

-Espérate, Flecha, no tan seguido, no tan seguido, calma, calma.

-Bueno bien. Puesí: entonces el viejo Deibi nos enseñaba ahí en ese colegio. Y una vez le metí una mamada de gallo al viejo Deibi, se acuerda viejo Deibi, con la vaina de los egipcios. Nojoda, ¿se acuerda? Estaba el viejo Deibi y vaina, fajado en el tablero, explicándonos a nosotros la vida de los egipcios y tal. Y en la última fila, estábamos los temibles de la clase: el Salo Jattin, el Buche'e Pavo, Burrito'e Totumo, el Chicle'e Bomba, René Puche y yo: haciendo relajo, izque reformando los refranes del español y vaina. Por ejemplo, el Chicle’bomba, así en voz baja, decía: (sin que el profe lo oyera) "ojos que no ven", y respondía el Salo: "a la fija es ciego"; decía el Burrito'e Totuma izque, "cuando el río suena", contestaba yo "se ahogó una orquesta, marica"; y decía el Buche'e pavo, "indio comido", y respondía René Puche: "Indio marica". Total que el viejo Deíbi nos agarró en la jugada. Ñerda y me mandó a mí a salir al tablero a hablar de los egipcios. Me acuerdo que salí yo caminando así, lentamente, con caminadito de beisbolista, nalguitapará, como cuando van pal home, y cejitas alzaítas de detective de película mejicana. y llegué al tablero y me le cuadré y le digo: "Dígame, viejo Profe", y me dice "bueno, Durango, hábleme de los egipcios". Y le digo: "Mierda, mi viejo Deibi, ¿los egipcios?". y me dice "sí, los egipcios". "Bueno, los egipcios eran unos manes legales, sabe". Y me dice el viejo Deibi: "¿Y en qué consistía la legalidad egipcia?", y digo yo, "Bueno, en que esos manes, nojoda, hacían unas pirámides tablúas, sipotúas, del porte de la house que le voy a hacer yo a mi mother cuando sea Champion, ¿sabecómo 'e?".

 

Pero viejo Deibi, yo andaba, así, desorientado, porque yo lo que quería ser era boxeador, lamadre. Jueputa profesión pa gustarrne, nojoda, más que la comida. Desde que vivía en el barriecito ese ande todavía vivo, el Kenider, el barrio más bacano de Lorica, porque es el único con nombre de presidente de los Estados Unidos. Bueno, desde que vivía ahí, en ese barrio en donde a uno como negro no le queda otra alternativa que el ring y la fama, marica. Sí, porque las demás profesiones, usted lo sabe, viejo Deibinson, son oficios p'a blancos. Lamadre. Bueno, a no ser que usted, nojoda, como negro se meta a uno de esos oficios en los que hay que rebuscarse como acompañado de la medallita de la Santísima Trinidad (tres personas divinas-y-un-solo-Dios-verdadero) Sí, porque yo no sé en este país cómo un carajo de carpintero, latonero, albañil, jarriador de agua, embolador, vendedor de Marlboro, minorista'e Kent, carretillero, jarriabulto, portero'e cabaré, picotero, cabrón de puta vieja, ayudante'e bus, fabricador de jaula, vendedor de raspao, chasero, escritor (no se empute, viejo Deibi, no se empute, for please), administrador de un agáchate, mandadero, vendedor de maní, acordionero, serenatero, fotógrafo'e bautismo, sacristán, voceador de periódico, vendedor de tinto, llantero, mecánico o empalmador, puede vivir. Lo que se gana en esos oficios, viejo Deibi, usted lo sabe, ñerda, no da, nojoda, ni pa' entretener al estómago, pues. Y eso que el estómago es un pelao chiquito, ahh: tu lo engañas, y vaina, con una colombina, un chupetín, y hasta el día siguiente, chao.

 

Ahí en el Kenider vivía yo con mi vieja. ¿Y ella sabe de qué vivía? De lavarle a los blancos. De ahí, de los calzoncillos sucios de los mandamás de Lorica, salió mi primer par de guantes. Qué ironía, ¿ahh? Y con todo eso hay unos cabrones que dicen que el boxeo es una profesión digna. ¡Mandan güevo, ahh! Pero la vieja mía, sabe, viejo Davy, era profesional de dos vainas: profesional del lavado y profesional de lengua. Oígase eso: de lengua. Yo creo que la profesión mía de boxeador nació de ver peliar a mi mamá con las vecinas, la madre. Erda: yo creo que el día que la vieja mía se muera, el gasto del entierro va a s ser doble. Sí, mano. Un ataúd talla midium para ella y su cuerpo, y otro king size, para su lengua. ¡Jueputa vieja pa gustarle la pelea! ¿Ahh? Es que es hasta compra pelea. Jooda, llega al como de ver dos viejas peliando y darle a una cien pesos pa' peliar con la otra. ¡Jodaaa! La madre que una vez soñé que cuando fuera campeón le iba a regalar dos vainas a mi vieja: una casa como las pirámides de Egipto y una consulta con un médico peleólogo, cuadro. Es que esa vieja mía con tal de pelear con la gente es capaz hasta de buscarle otra interpretación a las palabras. Mire: me acuerdo que una vez, estaba yo todavía pelao, me demoré jugando trompo en el callejón de las Miranda, y cuando llegué a la casa me dijo izque: "Adónde estabas tú, muchacho'e carajo". "Estaba jugando trompo en el callejón de las Miranda", le dije yo. Errrrrda: y enseguida me esparachinó: "Bueno, ¿y tú qué carajo tienes que ir a jugar trompo en el callejón de las Miranda, unas viejas cacorras solteronas a las que nadie en Lorica se ha querido comer?".

 

Pero eso no es nada, mire: una vez yo llegué a la casa llorando porque Juana Hicaco me había pegado un cocotazo, y se lo dije a mi mamá: "Mami: Juana Hicaco me pegó un cocotazo". Enseguida mi vieja salió a la calle y miró pa' la casa de Juana Hicaco y sin que ella estuviera por ahí, empezó a gritar para que todo el barrio la oyera: "No jada, Juana Hicaco, estás jodida, pegándoles cocotazos a los pelaos. Estás igualita a la China Restrepo, que no hay lanchero, ni chofer, ni embolador, ni acordionero que no se la haya comío ... ". Erda no se ría, no se ría, eso no es nada. Oiga esto: Otro día, bueno, hace tiempo ya, había dos viejas en el barrio .dándose lengua de acera a acera, de pretil a pretil: Tí-ta-tí-ta-ti-ta, Y se gritaban vainas la una a la otra: "Tú qué vienes a hablá, si tu hijo dijo que se había ido para Venezuela y se fue para un cabaré de Pereira a repartírselo a los cachacos"; y la otra le decía: "Y tu, abre el ojo con tu hijo, que mejor ni te lo digo". "¿Y tú qué hablas?, le gritaba la otra, si tu marido es abstemio de la ‘guasamalleta’ y tú tienes que abrirle la puerta a otro, ¿crees que eso no se sabe?". Y la vieja mía, mientras las dos viejas se daban látigo con la lengua de pretil a pretil, se paseaba por la calle frente a ellas de ida y de venida, de ida y de venida, esperando la oportunidad para meterse, tratando de cogerse un boleto en la pelea. Hasta que una de las viejas, ya desesperada, tuvo que gritarle: "Pero niña Tulia, tranquila que no es con usté, no es con usté". Ñerda, y la vieja mía se para y le grita: "Más hijueputa eres tú".

 

-Bueno, viejo Deibi, va el tercero, Complázcame.

-Bueno, va, pues.

 

-Bien, me gusta eso. Nojoda, viejo Davy. Pero imagínese si uno no va a resultar boxeador en un barrio con cipote agresividad. No joooda, yo creo que yo en otro mundo en el que hubiera nacido blanco, por ejemplo, y en un barrio donde la gente se hablara con la gente, la madre si no hubiera estudiado pa' gerente, pues. La madre si no. Pero nacer uno en un barrio en donde la vieja de uno no se habla con la gente de las cuatro cuadras a la redonda, eso es una vaina tesa, cuadro, tesa. Nojoda, a la pobre gente de esos barrios como el Kenider yo no sé qué le dan, cuadro, ni qué le hacen, para que, no joda, anden siempre emputados contra los de su misma clase. Yo creo que, la madre, en las Nojoda, porque eso es mucho no gustar la gente de la gente, cuadro. Eche, y a los blanquitos, que son los entrenadores de la selección de fútbol de la humanidad, aquí y en La Conchinchina, en el Kenider y en Cafarnaún, los ves tú todo lo contrario: de cojí-pipidos. Erdaa : no pelean entre ellos ni pal putas, marica. Porque ellos sí saben que "familia que roba unida permanece unida". Y cuando medio ven que se les está jodienda la vaina sacan un pinjiter, un Carter o un Agudelo Villa y listo: se arregló la vaina. Por eso, mientras tu los ves a ellos brillando hebilla, amazorcaítos todos los año nuevos en su Club Social, allá en el Centro, el hijueputa barrio Kenider de nosotros es una corraleja humana, mano.

Y por eso también, después de ese entrenamiento, de ver desde chiquito a la gente embestirse con la gente, a mí, el salto al ring me quedó pilao. Y más pilao todavía, pararle bolas al primer entrenador que llegara ofreciéndome tres chupetines para que fuera a su gimnasio a darle trompás a un saco de arena, marica. Pero el entrenador ese, el primero que llegó a hablar con mi vieja, le dijo, y vaina, que yo era un man con futuro en el encordado y tal; que tenía, sabe, ritmo, sum, buenos brincoteos, defensas chéveres y vaina. La vieja mía al principio se emputó, se subió, como el AIkaseltzer, pero después del malestar estomacal, y vaina, chsssh, se bajó, "y cómo lo hace", dijo y vaina. Ni modo: no pudo impedir que el viejo Flecha le pisara los talones a su vocación. Así que desde ese día, ahí me tenía usted entrenando en el gimnasio, y vaina, y viendo peleas de aficionados en la gallera de Lorica, y tal. Ah, e sosí: que siguiera en el colegio estudiando los egipcios, fue la condición que puso mi vieja. Yo estaba por esos días, sabe, atravesando la edad esa en que uno se define -dos puntos-: o le das la cara a la humanidad femenina por delante o le das la espalda a la humanidad masculina por detrás. La edad del tibiritábara, sabe, la edad de la situación Brillantina Moroline, de la campanita, del tres y dos, bases llenas, último inning; la edad del Níágara en Bicicleta, la edad del to be or not to be. Pero yo decidí ser tuve, sabecomo'é? Pero lo que son las coincidencias: por esos días yo había terminado mis amores con "La Pelusa", que era la “María casquitos” más cotizada de Córdoba; y me había dedicado ya a las pelás. ¿Pero cómo decirle? Viejo Deibi, a la pelás, así pelás-pelás, animal racional y vaina. No jodaaa, a la semana de estár entrenando, toda Lorica-saudíta (le dicen así por la cantidad de turcos que hay ahí), repito, toda Lorica-saudita supo el futuro de mis puños. Erda, se regó la noticia como verdolaga en playa. Y empecé, y vaina, a caminar por el pueblo con aguaje de rey y vaina, con caminadito de "yatedigo ", "de ¿sabecomo é?", mejor dicho, con un caminadito bien verdadero. Para mejor decir le: caminaba como bailaba. Y a buscarle la pelea a to 'el mundo, marica. Erdaa: cuando veía a los blanquitos esos de la sociedá, y tal, que pasaban en sus cic1as con sus pelaítas aliado, me les iba y los empujaba de maldá. Erdaa: y cuando medio me reviraban , me les cuadraba así con aguaje de KasiuscIey: ¿Y qué, y qué?! ¿Te vas a meter con el futur-champion? ¡Métete conmigo para que veas que te pongo la cerca de dedos en el crucifijo de los mocos! Bueno, cómo sería la vaina que la inspección de policía me multó la mano, marica. Onde se la pusiera a alguien encima, me mandaban boleta de captura, cuadro. ¿Qué tal? Erda, por ese tiempo, me saqué un borreguito a lo Elvis Presley: q.e.p.d , con todo y borrego), erda, y se me dio por fumar Lucky, cuadro, o Viceroy, eso sí, con Mejora! picadito adentro p'a trabarme en cine. Nojoda, porque en aquellos tiempos la Guajira estaba en nada, la ‘maricachafa’ no existía,¿ sabecomo é?. Mejor dicho, para resumirle, apenas dejé el colegio por aquellos tiempos, se me metió la bacanidad en la sangre.

 

Como al mes de esa vaina la emisora de Lorica metió un sirenazo pa' anunciar que yo iba a peliar en la gallera con un man de Cartagena: un man como de dos metros, Pullanube Salcedo, se llamaba. Pero qué va, cuadro, me lo bajé en el quinto. En el -quin-too, Me gané trecientas barras, que son mil pesos (porque según el cambio del día, la barra está a tres pesos, sabe) - La barra es la unidad monetaria de la República Soberana e Independiente de la Legalidad-o Le llevé trecientas barras, es decir, mil pesos a la vieja mía. Era la primera vez que la vieja veía tanto billete junto. La gente en el barrio me prestaba los billetes pa' manosiarlos y me los devolvía. Total que ahí contenta y tal, la vieja me curó los moretones con parches de alcanfor y hojitas de toronjil.

 

-Erda, viejo Deibi, pa' qué le cuento de las peleas que siguieron, ¿para qué? Si le doy detalles, ahí queda usté frío, tutipley, pa' to' el día. El caso es que seguí peliando y entrenando, y unas veces me iba mal y otras bien. Que va, pero me di cuenta de que yo no daba pa' más, cuadro. No desarrollaba, me entiende, por más que le daba a los sacos de arena. No joda y me convencí de que yo estaba hecho pa' ganarme las trescientas barras al cambio del día todos los sábados de la historia en todas las galleras del mundo; y que no iba a ser campeón mundial ni una mierda, ni le iba a regalar a mi vieja una casa como las pirámides de Egipto; ni que iba a salir retratado en la primera página del Espectador abrazando una cipote mona en biquini, y vaina. Erda, tronco'e desilusión, cuadro. Estuve, nojoda, a punto de samparrme un raspao de cola con leche y raticida, pa’ suicidarme, mano. Pero qué va: después de tanto pensado me convencí de que pa' suicidarse también se necesita entrenamiento.

 

Por eso, el día que me llevaron a Montería, al Estadio 18 de Junio, a la primera pelea fuera de Lorica , pasó lo que pasó Claro, viejo: tenía yo ya el ánimo en las rodillas. Pero, erda, subí al cuadrilátero brincando y tal, haciéndome el contento. Iba a pelear con el Johnny González, “la mano de piedra más fuerte de todo Córdoba”. Erda: y ahí pasó lo que pasó: Me agarró el Johnny en el primero y taaas,un manducaso a la cara y yo, chás, a la lona; como quien dice: a besarle los pies a Coltejer. Ñerda, y en el momento en que el referee empezó a contar, uno, dos, tres, cuatro, chás, se fue la luz en el estadio, marica. Erda, y se hizo un silencio duro, hondo, crudo, mano. Pero él referee siguió contando en el oscuro: cinco seis, siete y cuando iba por ocho, chás, llegó la luz de nuevo. Noojooda, me imagino la cara del referee y la del público, y la del Johnny , marica, cuando encontraron la lona vacía. Porque, nojoda, yo, cuando llegó la luz, estaba como a cuatro cuadras del estadio, caminando pa' mi casa, marica. Salí volando, como una flecha. Siiií: yo a ese man no me le paraba más. Así es, cuadro: yo soy un caso único en el boxeo de este país: un boxeador al que la gente bautiza el día que se retira. Desde ese día soy el veloz, "el super-rápido", "el ultrasónico", "el rompecandao", "el vuela-más-quel-viento", "the arrow": "El Flecha".

 

De ahí pa’lante, jodido, mano: chofer de plaza. Un dueño de taxi me dio un jeep para que lo manejara, un W.V.M. -porque como ahora hay B.M.W.-, el mío era W.V.M: o sea, un WillysVuelto Mierda. Nojoda, pero al mes me lo quitó porque yo me la pasaba era jugando al boxeo y dándome pataditas en las pelotas con los otros choferes de Lorica, y vaina. Erda, hasta que todos los dueños de carros de Lorica se pusieron de acuerdo pa' no darme ningún jeep a mí, porque les estaba pervirtiendo el gremio, y vaina. Nojoda, dejé por sécula seculorum de ser boxeador, mano. No joda, y lo que más me duele es que tanta película del Che Guevara que vi yo pa' aprendé a boxeá, lamadre. Eche, sí, porque yo aprendí a boxear fue viendo películas del Che Guevara. Man verraco ese con la muñeca, mano. Nojoda, ese man sí jalaba trompá. Indio que se le paraba así en la selva de Méjico, lo cogía, tu, tuc, tuc, tuc: a la lona, mano. Jooda, ese man, la madre si no tira más puño que Fidel.

-Echeee, no te rías, Monkey Look, la madre si no, pues si te sigues riendo te suspendo el trago.

 

-Bueno, viejo Deibi, ¿se mete el otro?

 

-Bueno, va, pues.

                     .

-Viejo Deibi: le juro, por mi madrecita y Dios, que yo más que todo quería ser boxeador, para sacar a mi vieja de ese barrio, lamadre. Pero qué va, mano, a mí la esperanza también noquió en el quinto.. ¿Quiere ver cómo narraría yo, viejo Deibi, una pelea mía con la esperanza? Vea, vea: "Vemos allá a la esperanza en su esquina, con bata francesa, zapaticos tenis americanos, pantalonetica con la bandera de los Estados Unidos, guantes de cuero fino de cabretilla; alimentaba y masajiada por el señor Presidente de la República; lista la esperanza en su esquina. Y en la otra esquina, fanáticos del boxeo, Javier Durango, alias el Flecha, con tenis loriqueros de cuero de abarca, pantaloneta de lona de cama y un guante de catcher en cada mano; lo masajea y lo alimenta la jodidez de este hijueputa mundo. Listos los boxeadores en el centro del ríng, Se abrazan, la esperanza y el Flecha. El referee, que es éste sistema de vainas, se aleja y hace la seña. Los boxeadores se cuadran en el centro del ríng, y empiezan: Gancho de derecha y swing de izquierda del Flecha que no llegan a su destino ... Uppercut de izquierda, upper de derecha, swing de izquierda del Flecha a la cara de la esperanza, pero nada: es una mole esta esperanza, inamovible, fuerte, invencible. Uppercut de izquierda y gancho de derecha nuevamente de la esperanza al rostro del Flecha ... el Flecha responde con un jab de izquierda que tampoco llega a tocar a la esperanza ... Directo de derecha de la esperanza ahora a la cara del Flecha que retrocede un poco ... Uppercut de izquierda, gancho de derecha, swing de izquierda de la esperanza ... Vuelven ahora al centro del encordado los boxeadores, latiendo en la punta de los pies ... Gancho de izquierda, gancho de derecha de la esperanza ... otro uppercut de izquierda de la esperanza, directo de derecha de la esperanza ... y se va a la lona, se va a la lona el Flecha, con un gancho de izquierda y un directo de derecha ... Va por siete, va por ocho, nueve y dieeezzz .... Knockout fulminante de la esperanza a Javier Durango, alias el Flecha, knockout fulminante, caballeeeros... ".

 

-Puesí, hermano, viejo Deibi: la esperanza también me noquió en el primero, me tiró a la lona, sabe. Y ahí sigue la vieja mía lavando pa' los blancos y yo aquí: hablándole mierda a usté, y bebiendo pa' olvidar, cuadro. Pero lo que más me duele sabe qué es, viejo Deibi: que la botella ésta que nos estamos metiendo, ha salido de la batea de ella, de una ropa limpia que entregó ayer en la casa de los Lavalle. Fíjese: ella con su trabajo me está patrocinando todas estas vagabunderías de estarle hablando a usté aquí pa' que usté escriba su libro. Y lo otro que yo me pregunto es si la vieja mía con su lavado de ropa no estará patrocinando lo que usted va a escribir, viejo Deibi, Piense en eso. Porque yo creo que hasta la literatura en este país sale de los calzoncillos sucios de los blancos, la madre si no.

 

(Bogotá, 1977).