sábado, 5 de febrero de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa. 3. Clichés o lugares comunes. 4. ¿Cuál es el conflicto?

 

Aprovechemos la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy los dos siguientes apartes (3 y 4) de Pura Literatura:

3. Clichés o lugares comunes

Los gustos literarios cambian. Y el uso de los adjetivos es uno de los recursos que más varían en la literatura: cada época tiene los suyos. Cuando leemos a autores de finales del siglo XIX como José Martí o Rubén Darío, ya sabemos que los grandes hombres serán “beneméritos, ínclitos, insignes, preclaros, hidalgos, próceres”, etc. Son los adjetivos de moda.

Asimismo, cuando escuchamos música popular ya sabemos que la mujer será blanca como la “nieve, marfil, mármol”, etc. Se amará siempre con “locura, pasión, delirio, frenesí”, etc. Los labios serán de “rubí, sangre, granate, carmesí”, etc. Los dientes serán “perlas, nácar”, etc. Los corazones estarán “destrozados, rotos, partidos, reventados”, etc. Y los ojos verdes serán “esmeraldas”, los azules serán “como el cielo” y los negros serán “azabache o carbón”.

Estos son símiles o metáforas. El problema consiste en que estas imágenes se gastan y envejecen. Si hoy, en el siglo XXI, escribes un cuento y dices que tu personaje es un “ínclito varón” o una “benemérita dama”, pues el texto sonará muy envejecido.

Asimismo, si describes en un cuento a una mujer y dices que su cuerpo parece una guitarra o un reloj de sol y que su pelo es negro azabache o rubio como el oro… pues estarías usando imágenes viejas y muy gastadas; por tanto, cursis.

A estas imágenes se les llama “clichés” o “lugares comunes”.

El problema es que son imágenes tan repetidas y conocidas que ya no aportan nada a la literatura. En vez de añadirle a un texto, le restan. En vez de ayudar a un autor, lo desprestigian. Cuando me llega un texto con uno de los clichés mencionados arriba, de inmediato sé que se trata de un autor principiante o poco disciplinado o ignorante o falto de talento.

Al escribir, se supone que utilicemos la originalidad. Decir que una mujer es blanca como la nieve no tiene ninguna originalidad.

Por tanto, lo primero que debe hacer un escritor es exterminar de su mente, con una bomba nuclear, todos los lugares comunes que ha leído durante su vida.

Segundo, antes de usar una imagen el escritor debe estar seguro de que no está gastada, de que no es vieja, de que no la ha usado ningún autor de siglos pasados ni ningún compositor de música popular. En vez de decir, por ejemplo, “tu ausencia me parte el corazón”, que es un cliché espantoso, debe encontrar una manera más creativa para decir lo mismo. Esta es una de las razones por las que un escritor debe leer mucho. Quizás se le ocurre una imagen y piensa que se ha inventado la metáfora más original del universo. Pero si fuera un gran lector, podría descubrir que alguien la inventó antes y es un cliché.

Tercero: lo anterior es difícil. No es fácil encontrar imágenes nuevas, originales. En ese caso, dilo de manera literal porque las imágenes no son obligatorias. Si lo único que te viene a la mente son clichés, entonces no uses ninguna imagen. En vez de decir “era blanca como la nieve”, di “era blanca”. No estás usando imágenes. Estás siendo literal. No es malo ser literal. Es malísimo, muy malo, usar un lugar común. Lo literal es escritura directa, por lo general agradable y efectiva. En cambio, el cliché es una mancha que te destruye el cuento o la novela. Un solo lugar común te puede matar una novela completa. No estoy exagerando.

Por último, ya sabemos que en la literatura hay muchas excepciones a las reglas. Los clichés existen y hay veces en que los autores los usan, pero lo hacen de manera consciente y con un claro objetivo artístico, no por ignorancia.

Uno de los usos, por ejemplo, es en el diálogo. Aunque los escritores evaden los lugares comunes al narrar, la verdad es que la gente los utiliza con frecuencia en la lengua oral. Por tanto, si uno de nuestros personajes es un don o una doña que habla con mucho cliché, pues será necesario colocarlos en los diálogos de los personajes. El don o la doña dirá “está lloviendo a cántaros” o “mi hija es blanca como la nieve”. Pero no es el narrador quien lo dice, sino el personaje.

Otra excepción es cuando un autor decide jugar con el cliché para llevarlo en otra dirección. El argentino Manuel Puig trabaja con el lugar común verbal y temático en novelas como Boquitas pintadas y El beso de la mujer araña, entre otras. En Argentina (y luego en California), hace unos años publiqué un cuento en que juego con el cliché “corazón hecho pedazos”. Puedes ver el cuento aquí: “Los pedazos del corazón“.


 4. ¿Cuál es el conflicto?:

Sin conflicto no hay cuento ni novela.

Para que un texto pueda llamarse “cuento” o “novela” debe tener un conflicto. El texto puede ser una narración hermosa, espectacular, única… y mucho más. Pero no es un cuento ni una novela si no tiene conflicto.

Veamos un fragmento de la novela La regenta, de Clarín:

La heroica ciudad dormía la siesta. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles…

En este largo fragmento se describe una ciudad. Punto. No hay conflicto de ningún tipo. De esta misma manera el autor puede continuar durante cinco, cincuenta, cien o mil páginas. Mientras solo describa a la ciudad, a los personajes, al paisaje, etc., el texto podrá llamarse “estampa”, “memoria”, “impresión”, “anécdota”, “leyenda”, “mito”, “biografía”, “crónica”. “epístola”, “poema en prosa” o cualquier otra cosa, pero no será cuento ni novela.

Podemos hablar, por ejemplo, de “estampas” campesinas, urbanas, rurales, industriales, etc. Una estampa campesina puede consistir de veinte páginas que describen la vida en el campo. Se explica cómo son las casas, las camas, la comida, la rutina de trabajo, etc. Pero no hay más. No hay un conflicto central. La estampa es un retrato que no tiene el objetivo de crear un cuento o una novela.

Un conflicto puede ser épico. Puede involucrar a varios países o al mundo entero. Puede conllevar la transformación o muerte de muchos millones de seres humanos. Un ejemplo sería una novela sobre la invasión de Rusia por parte de Alemania con 4.5 millones de soldados, y la muerte de 26 millones de rusos como resultado de la invasión.

O el conflicto puede ser mucho menor, bastante cotidiano, como el hecho de que a un niño se le pierda su juguete favorito o que una mujer tenga una piedra en su zapato.

Al fragmento de Clarín, usado arriba, se le podría hacer un cambio menor para convertirlo en el comienzo de una novela o cuento. Veamos:

La heroica ciudad dormía la siesta, sin que ninguno de sus vecinos se hubiera percatado del fuego que comenzó en la sacristía y ya se extendía hasta los bancos de madera de la iglesia, chamuscaba la puerta principal y reptaba hasta los establos abarrotados de paja y heno. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo… 

Al añadirle un conflicto al texto inicial de Clarín, ya lo hemos convertido en el comienzo de un cuento o de una novela porque ya hay un conflicto: la ciudad podría quemarse.

Veamos otro ejemplo. Coloco aquí un resumen:

Papá compró un carro nuevo. Invitó a toda la familia a visitar el campo. Salieron papá, mamá y las dos hijas adolescentes. Por el camino vieron montañas muy bonitas. Planicies muy bonitas. Llegaron a una finca en el campo. Vacas, bueyes, cerdos, gallinas. Allí estaban los miembros de la familia. Abuela, abuelo, tíos, tías, primos, primas, etc. Eran unas 30 personas. Cocinaron un lechón a la vara. Comieron comida típica. Tomaron ron y cerveza y jugos diversos. Jugaron dominó. Oh, la pasaron muy bien. Fue un día bonito. Toda la familia muy contenta. Al atardecer, papá, mamá y las dos muchachas regresaron a la capital. Fue un viaje largo y agotador, pero llegaron felices a la casa. Habían disfrutado de un hermoso domingo familiar.

Lo resumido en este ejemplo es una trama, pero no de un cuento. ¿Por qué no es cuento? Porque no hay conflicto. Puede ser una estampa campesina, una crónica, parte de unas memorias o de una biografía, una anécdota, pero no es un cuento.

Hagamos un cambio pequeño. Digamos que, al rato de llegar a la finca, una de las hijas de papá le pide a una prima de la misma edad que se vayan a hablar debajo de un árbol que queda retirado de la fiesta. Allá le dice, en secreto y bastante preocupada, que está embarazada. Hablan un poco más. Luego vuelven a la fiesta. Todo lo demás podrá continuar igual, pero ya tenemos el comienzo de un cuento. Hay un conflicto. Y, claro, según se desarrolle el resto del texto, sabremos al fin si esa confesión era el conflicto principal del cuento o si se quedará en la mera anécdota.

En resumen: un texto que pretenda ser “cuento” o “novela”, pero que no tenga conflicto, es un texto defectuoso.

Por último, como ya he dicho antes en estas notas, los autores siempre buscan retos. La regla del conflicto está escrita en piedra y es irrompible. Pero, en el caso de buenos escritores que saben lo que hacen, hay cuentos que pueden dar la impresión de no tener conflicto. Pero no es cierto. Son conflictos muy sutiles, pero existen.


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