viernes, 1 de abril de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa: 16. Mundo ficticio. 17. Pomposidad, verbosidad.

Continuemos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy los siguientes apartes de Pura Literatura: 

16. Mundo ficticio


Cuando escribimos un cuento o una novela estamos creando un mundo ficticio. Queremos que el lector entre a nuestro mundo ficticio y lo acepte como real. Como resultado, el lector podrá reír, llorar, asustarse, alegrarse, indignarse, etc. El lector reacciona de esta manera porque acepta nuestra ficción como una “realidad”.

El atrapado lector se sumerge por completo en la buena ficción y la disfruta. Acompaña al Quijote durante sus aventuras, sus triunfos y sus dolores. Asimismo, siente tristeza cuando mueren Úrsula Iguarán o madame Bovary.

El lector no ha perdido el contacto con su realidad. Aunque esté plenamente dentro de tu mundo ficticio, si de pronto siente un temblor de tierra soltará el libro de inmediato y buscará la manera de ponerse a salvo. Una vez terminada la crisis, volverá a sumergirse en el mundo ficticio que has creado.

Esta, en pocas palabras, es la teoría.

Ahora bien: el mayor reto de una buena obra literaria, y de un buen escritor, es sostener un impecable mundo ficticio a través de toda la obra literaria. El desafío es crear ese mundo ficticio y luego no lastimarlo ni destruirlo. El menor defecto desbarata la ilusión del mundo ficticio y expulsa al lector a trompadas. Luego, es difícil recuperar al lector. Si el lector abandona el libro por una causa externa (temblor de tierra, sueño, trabajo, hambre) felizmente vuelve a tu libro. Pero si abandona el libro debido a un defecto de la narración, perderá los deseos de seguir leyendo.

Algunos errores pueden ser graves. Por ejemplo, el narrador dice que el personaje viajó desde México a Buenos Aires en avión. Unas cuantas páginas después, dice que llegó en barco. El lector percibe esta inconsistencia casi como un puñetazo en la cara y se pregunta si estabas borracho cuando escribiste la obra… el lector pierde la ilusión del mundo ficticio en que estaba sumergido.

Otros errores pueden parecer menores, pero en realidad no hay errores insignificantes. Basta un error ortográfico, como la falta de un acento, para absolutamente desintegrar tu mundo ficticio. El lector se distrae, se sale de tu mundo literario, le mira las costuras a tu obra literaria y se pregunta si el autor sabe redactar o si es un ignorante. Los lectores no perdonan.

Un ejemplo es el siguiente:

Cuando yo llegue a la casa de mi madre y me senté a comer, de pronto descubrí lo cansado que estaba.

El lector, con razón, piensa que se trata de una acción futura (“cuando yo llegue”), pero luego descubre que evidentemente no se le colocó el acento a “llegué”, porque el resto de la oración indica que se está hablando en pasado: “senté”, “descubrí”, “estaba”. Este tipo de error inquieta al lector y lo llena de desconfianza ante el texto.

Veamos un caso más extremo:

Yo se la clave.

Yo sé la clave.

Yo se la clavé.

La misma oración, tres opciones. ¿Cuál es la verdadera?

Igual de importante son las comas. Una sencilla coma cambia por completo el sentido de la oración. Por ejemplo:

Vamos a comer niños.

Vamos a comer, niños.

 

El cine nos sirve para un último ejemplo tan claro como visual. Supongamos que estamos viendo una película histórica, ubicada durante la conquista de América en el siglo XVI. Estamos muy sumergidos en la acción. Tememos por la vida de la protagonista porque están a punto de matarla. Nos sudan las manos. Sentimos estrés. Pero de pronto un micrófono grande entra a la pantalla y se queda unos segundos encima de la cabeza de la actriz. ¿Qué nos ocurre? Sorpresa, enojo, risa burlona, disgusto, indignación… De pronto ya no nos sentimos dentro de ese maravilloso mundo ficticio que tanto nos gustaba. Se ha arruinado. Ahora es solamente una película mala.

Tu cuento o novela deben estar perfectos. Tu objetivo es crear un mundo ficticio verosímil. Cualquier error bastará para desmantelar el mundo ficticio que tanto trabajo te ha dado crear… y te dejará sin lectores.

No basta, por tanto, con escribir una buena obra literaria. También es fundamental no cometer errores.

     17. Pomposidad, verbosidad

Alguien podría escribir:

La espigada homo sapiens del género femíneo deglutió con alborozo la guayaba rosácea y esferoidal.

A este defecto se le conoce como pomposidad, verbosidad, afectación, verborrea, ampulosidad, barroquismo y de muchas maneras más.

El problema es evidente. La literatura tiende a buscar la naturalidad. Además, es bueno que el lector comprenda lo que está leyendo.

Por eso aconsejo siempre buscar la manera más directa de decir lo que queremos decir. El mismo mensaje de arriba puede redactarse de maneras más agradables. Una de ellas sería:

La mujer alta se comió la guayaba con placer.

Recomiendo evitar la pomposidad. Pero, por supuesto, en el arte siempre hay excepciones. Y pueden ser muchas.

Por un lado, puede que el escritor pretenda crear su propio lenguaje barroco. Sabe lo que hace y lo que escribe. No son disparates producto del descuido o la pedantería, sino manejos o juegos artísticos con el lenguaje. Varios autores han hecho esto y supongo que lo seguirán haciendo.

Otra excepción podría ser un personaje nuestro. Ya sea en primera persona o en diálogo, resulta que un personaje de nuestro cuento o novela habla de manera pomposa y le encanta expeler verborrea. Si el personaje es así, no podemos corregirlo. Hay que dejar que se exprese según su naturaleza. Pero en este caso el autor tendrá el difícil desafío de escribir verborrea divertida; de lo contrario, el lector aborrecido tirará el libro contra la pared.

Supongo que hay otras excepciones que en este momento no me vienen a la mente. Lo importante es lo siguiente: a menos de que se trate de un manejo consciente del lenguaje, lo ideal (sobre todo en el caso de un principiante) es buscar una escritura natural y clara… y evitar tanto la pedantería como la pomposidad vacua.

En vez de obligar a nuestro personaje a gritar: “¡Advertencia apremiante: una flama candente e ígnea se disemina de forma díscola e indómita por nuestro dilecto y vetusto domicilio!”, es mucho mejor que grite: “¡Fuego!”

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