sábado, 5 de marzo de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa: 10. Finales. 11. La tercera opción. 12. Maniqueísmo

 Seguimos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy los siguientes aparte 10, 11 y 12 de Pura Literatura:

10. Finales

Abiertos, y cerrados

En términos generales un cuento o una novela puede tener dos tipos de finales: abierto o cerrado.

El final cerrado es cuando la historia termina definitivamente.

El final abierto es cuando algún elemento de la historia ha quedado abierto a la imaginación.

Supongamos que se trata de una novela ubicada en el siglo XVIII. Ayana, una africana joven y bella, es secuestrada en su tierra por piratas ingleses y llevada a Estados Unidos como esclava. Contamos los horrores de su travesía en el barco, el maltrato, la falta de comida y agua, las violaciones, las enfermedades, el hacinamiento, etc. En Estados Unidos la venden a una hacienda de algodón donde trabaja la tierra. El espíritu de Ayana es rebelde y ella busca escapar. Varias veces intenta fugarse y recibe castigos espantosos. Su espalda está cubierta de cicatrices debido a las tantas veces que la han azotado con el látigo.

Finalmente, luego de 300 páginas de sufrimientos, durante un intento de fuga Ayana es capturada y luego azotada hasta la muerte por su amo, con el fin de darle un ejemplo a los demás esclavos. La novela ha terminado definitivamente. Es un final cerrado.

¿Por qué? Porque para que exista un cuento o una novela tiene que haber un conflicto. En el caso del final cerrado, el conflicto ya no existe. Este es el caso de la mayoría de los cuentos de hadas como “La Caperucita Roja”, “La Cenicienta”, “La bella durmiente” o “La bella y la bestia”: el cuento (su conflicto particular) ha terminado.

Pero supongamos que el final de Ayana ha sido otro. Luego de 300 páginas de sufrimientos, un joven pasa a caballo y ve a Ayana trabajando la tierra. A pesar de sus tribulaciones, sigue bella. El hombre (David) se enamora de Ayana y ofrece comprársela al amo. Al principio el amo se resiste, porque de vez en cuando le gusta usar a Ayana para satisfacerse sexualmente, pero David sigue subiendo el precio hasta que el amo ya no puede resistir: vende a Ayana. El nuevo amo lleva a Ayana a su mansión y lo primero que hace es regalarle la libertad a cambio de nada. Le dice que puede quedarse en la casa y vivir como una dama hasta que se conozcan mejor. David le asigna sirvientes a Ayana, le compra la mejor ropa, la coloca en una estupenda habitación de la mansión. Poco a poco Ayana va bajando la guardia y descubre que las intenciones de David son genuinas: la ama. Un día el joven le ofrece matrimonio. Ayana le dice que agradece mucho todo lo que él ha hecho por ella, pero le confiesa que está indecisa: no sabe si casarse con él o regresar a su hogar en África. Suben a una colina. La tarde es fresca. Abrazados, miran el atardecer. David le dice a Ayana que la ama, pero que ella es libre. Ser su marido lo haría feliz, pero la decisión está en manos de ella. Si Ayana decide regresar a África, él la llevará personalmente para garantizar su seguridad. Se besan y termina la novela.

En este caso se trata de un final abierto. ¿Por qué? Para empezar, no sabemos qué decisión tomará Ayana. Basados en lo que conocemos de su carácter y sentimientos, podemos especular. Por tanto, en cierta medida un aspecto del conflicto ha quedado en el aire. Pero, aclaro, en realidad la parte principal del conflicto -la esclavitud y el sufrimiento de Ayana- ha quedado resuelto. Ya no es esclava ni sufre. En ese sentido, el conflicto ha terminado. Por eso sentimos que realmente estamos ante el final de una novela, que no es una novela incompleta. Pero la decisión definitiva de Ayana, que no se nos revela, hace que el final quede abierto… a la interpretación o especulación.

En resumen: ambos finales son igualmente válidos y agradables. La diferencia principal es que en el final cerrado el conflicto ha quedado absolutamente resuelto. En el final abierto queda una porción del conflicto abierto a la imaginación del lector.

Finales sorpresivos

Un final sorpresivo es aquel que termina de modo inesperado. Mientras más inesperado el final, mayor es la sorpresa.

Algunas personas piensan que todos los cuentos deben tener un final sorpresivo. No es cierto. Hay muchísimos cuentos geniales que no tienen finales sorpresivos.

Las instrucciones para escribir un final sorpresivo son sencillas: que sorprenda. Pero no es tan simple. Muchas veces los escritores de poca experiencia cometen el error de crear un final sorpresivo… pero defectuoso. El lector lo lee, se sorprende, pero luego se siente defraudado o engañado. Esto puede ocurrir por varias razones.

La principal, tal vez, es que un final sorpresivo no puede salir de la nada. Hay que “preparar” al lector para un final sorpresivo. Si no ha habido absolutamente ninguna señal de ese posible final, el lector se siente engañado. Y nunca es bueno engañar al lector.

Por eso los buenos autores, cuando escriben un cuento con final sorpresivo, van soltando pistas casi invisibles durante la obra, de modo que no delaten el final. Pero, tras leer el final y sorprenderse, el lector recuerda algunas cosas que leyó antes y se dice “Ah, lo debí sospechar cuando hizo esto” o “Ah, por eso fue que dobló a la izquierda en vez de doblar a la derecha”. Etcétera.

Hay muchos cuentos importantes con finales sorpresivos. Uno de los más famosos es “El collar“, de Guy de Maupassant. Otros ejemplos son:

El almohadón de plumas“, Horacio Quiroga

El deán de Santiago“, Juan Manuel

El golpe de gracia“, Ambrose Bierce

La esperanza“, Villiers de L’Isle Adam

La mujer“, Juan Bosch

La pata de mono“, W.W. Jacobs

La ventana abierta“, Saki

Partir es morir un poco“, Jacques Sternberg

En el caso de estos cuentos con finales sorpresivos bien preparados, ocurren dos cosas.

Primero, al llegar al final no nos sentimos engañados como lectores. Al contrario: nos parece que esa sorpresa inesperada era el final lógico del cuento.

Segundo, cuando hacemos una segunda lectura del cuento confirmamos que el lector no se sacó el final de un sombrero, como un mago saca una paloma, sino que nos fue dejando pistas por el camino.

Otro error grave, frecuente entre principiantes que pretenden escribir finales sorpresivos, es utilizar el viejísimo truco de “todo era un sueño”. Este es un recurso no solo viejísimo, sino un megacliché muy gastado y desprestigiado.

La situación es la siguiente: estamos leyendo un cuento fascinante. Y ahora el protagonista está en un tremendo problema que parece irresoluble. Queremos ver de qué manera ingeniosa el autor resuelve la situación. Está, digamos, de espaldas a una pared, desarmado, con quince enemigos apuntándole con rifles. ¿Cómo se salvará? Pero de pronto el autor interrumpe la narración para anunciar que el protagonista despertó. ¡Oh, todo era un sueño!

Este es un recurso fácil, pésimo, que desprestigia al autor porque el lector se siente engañado… y, como he dicho, nunca es bueno engañar al lector.

En resumen: un cuento no necesita un final sorpresivo. Y los finales sorpresivos no deben estar traídos por los pelos; hay que prepararlos bien para que sean efectivos.

11.La tercera opción

Tu cuento o novela va muy bien, pero de pronto llegas a un momento crítico. Un policía, por ejemplo, regresa a su casa antes de tiempo y descubre a su esposa en la cama con otro hombre. El policía tiene un arma. Tal parece que solo hay dos opciones: el policía dispara o no dispara. Un escritor del montón escogería una de las dos opciones… y resuelto el texto. ¿Pero realmente deseas ser un escritor del montón?

Para lograr mayor originalidad, recomiendo no utilizar ninguna de las opciones evidentes, sino siempre buscar lo que llamo la “tercera opción”. Nunca es fácil encontrarla. Si lo fuera, todo el mundo lo haría.

El cuento “El caso del bulevar Beaumarchais“, de Georges Simenon, es un buen ejemplo de lo que llamo la “tercera opción”. ¿El asesino es el marido o la hermana? Lean el cuento para que observen cómo un gran escritor encontró la tercera opción:

12. Maniqueísmo

Para el cristianismo, al igual que para otras religiones, solo hay un dios, quien es muy bueno. Buenísimo. En cambio, el demonio no es un dios, es solo un diablo, y es un ser muy malo. Malísimo.

En el siglo III nació una religión conocida como “maniqueísmo”. Esta decía que no hay un dios sino dos: uno bueno y otro malo. Ambos dioses tienen la misma “categoría” y eternamente luchan entre sí.

Bueno, basta de historia. A algún literato se le ocurrió usar esta religión para crear el término literario “maniqueísmo”, que consiste en la literatura que solo tiene dos tipos de personajes: buenos y malos. No tiene personajes intermedios. No existe el gris. Los personajes maniqueos son perfectamente buenos o perfectamente malos.

El maniqueísmo literario en un defecto. Ningún autor serio desea que sus obras sean maniqueas. Son las obras comerciales las que normalmente se destacan por su maniqueísmo. En el cine norteamericano, por ejemplo, los soldados estadounidenses siempre son perfectamente buenos, respetuosos, valientes, honestos, amables… mientras que los musulmanes (o chinos o rusos o cubanos, depende del enemigo de moda) son perfectamente malos, irrespetuosos, cobardes, deshonestos y groseros. No hay punto intermedio. No hay grises. Si por casualidad aparece en la película un musulmán, chino, ruso o cubano que sea “bueno”, se deberá a que trabaja para el lado norteamericano y ha traicionado a los suyos. O sea, es un Judas. Esto ocurre también en novelas comerciales de acción, espionaje, vaqueros, policíacas, etc. Es muy fácil identificar estas obras. Uno se pregunta quién es el “bueno” y quién es el “villano”.

El maniqueísmo literario es un defecto porque la gran literatura, por ser arte, pretende reflejar la realidad humana. Y los seres humanos no son maniqueos. Nadie es perfectamente bueno ni perfectamente malo. Nadie. Los seres humanos nos movemos siempre en un área gris intermedio. Y con estos matices grises es que trabaja la literatura. Esta es nuestra materia prima.

La literatura maniquea es artificial, no es auténtica.

Antes de dar por concluida tu obra literaria, asegúrate de que tus personajes no sean maniqueos.


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