sábado, 31 de agosto de 2024

El escritor manizaleño, John Hoyos, nos deleita con su costumbrismo epistolar

 

Manizales, 24 de agosto de 2024

 

En el día del lector

 

Querida Constanza:

¿Recuerdas cuando me caracterizaba porque alguien te decía Conny? Que tiempos aquellos, andábamos con la fiebre trotskista por las venas y yo decía que esa forma de nombrarte era pura penetración cultural imperialista. Quién iba a pensar que viajarías al norte, conquistarías a un rubio anglosajón y le darías tres retoños a quienes te empeñas en enseñarles el español. ¡Las vueltas que da la vida!

Yo en cambio, todavía vivo a la sombra del Cumanday y de Poleka Kasue (este es el nombre indígena del nevado Santa Isabel y significa "Doncella de la montaña"), trasegando las calles de esta ciudad que tanto amo y viviendo el sueño de un americano, pero de los del sur.

Pensarás el porqué de mi tozudez escribiendo cartas aún, si es mucho más barato, más rápido y a tono con los tiempos que corren enviarte un correo electrónico. Pues bien, todavía soy un romántico sin redención, sigo anclado en el siglo XX y me niego a la desaparición del género epistolar.

Como decían antaño: paso a explicarte la razón de esta epístola. Soy un enamorado de las calles. Me gusta caminar por ellas, mirar las fachadas, entretenerme en las vitrinas, observar las luminarias, ponerme triste por la desaparición de alguna casa y sorprenderme con las nuevas construcciones. En ocasiones la ciudad nos brinda alguna sorpresa. Y esto fue lo que me ocurrió en días pasados.

Era un viernes por la noche y hacía mucho frío en las calles cubiertas de neblina. A estas alturas del partido ya no me ataca el duende travieso de la rumba, esperaba la buseta para mí barrio y llegar a casa para seguir en la lectura de un libro que me tenía atrapado: "El hombre que amaba los perros" del cubano Leonardo Padura.

Entonces me llamó la atención un aviso de neón, en letras verdes de tamaño pequeño rezaba: QUANTICO. Si así, como la academia de espías que tiene la CIA en el país donde moras. En la segunda línea con letras blancas decía: TABERNA LIBRO.

Y en la última, con grandes letras rojas ponía: NO ENTRE.

Los colores, y en su orden, del glorioso Once de Caldas.

Entenderás que el anuncio de marras me tocó las entrañas. Primero por el nombre que me evocaba las novelas de Ian Fleming que yo leí en unos libritos que cabían en el bolsillo.

La segunda línea me pareció una combinación apasionante, ya sabes de mi debilidad por los buenos rones y los libros añejos, mucho mejor cuando huelen a viejo y con devastadores ataques de polillas. ¿Y qué de la tercera? ¿Una invitación, una provocación o una prohibición?

Como estrategia publicitaria era contundente, así como los restaurantes de medio pelo que se anuncian: FAMOSO DESDE 2024.

Sin vacilar bajé las escaleras que llegaban al establecimiento pues quedaba bajo el nivel de la calle.

Lo primero que sentí fue un agradable olor a bosque que se imponía sobre los consabidos aromas para el aseo. Era lógico, las paredes estaban enchapadas en tablas de madera rústica, las sillas, las mesas y la barra eran del mismo material. Tenía una luz tenue, no como los antros penumbrosos que solo invitan a los devaneos sexuales y la música flotaba en el aire con un volumen suave que invitaba a la conversación.

La melodía que llegó a mis oídos, ya muy deteriorados y en el borde del abismo de la sordera, fue "El ratón" esa canción de Cheo Feliciano que solo provoca amacice. Las lámparas eran de guadua con tiras de trozos de bambú y semillas tropicales. En la pared colgaban unos afiches bien enmarcados y muy de mi gusto. Los Beatles cruzando la calle de Old Abbey Road, la lengua del sello disquero de los Rolling Stones y otro de don Gabriel José de la Concordia García Márquez con la lengua también afuera. Este siempre me ha gustado, dicen las malas idem que fue una foto tomada en el tren cuando regresó a Aracataca. Lo vi por primera vez en la biblioteca pública de Chinchiná.

En la barra estaban sentados dos parroquianos solitarios y solo una de las mesas estaba ocupada. Yo seguí hasta el fondo y me senté en una mesita con las espaldas contra la pared. Una precaución que tomo como si fuera un mafioso en conflicto con otros capos.

A mi mesa llegó una chica y con el sensual acento de quienes viven en las laderas del Galeras me preguntó:

―¿Qué desea tomar?

―Un ron ―le respondí.

―Tenemos ron Viejo de Caldas en varias presentaciones. El tradicional, Juan de la Cruz, añejo de cinco años y León Dormido.

Decidí darle una azotaina a mi menguado bolsillo y pedí un doble de León Dormido.

―Solo y, si me lo sirve en una copa de coñac, mejor.

Ya sabes, para tomarlo despacio y dándole calor, como si fuera una bebida para los dioses.

Espero Constanza que no te estes aburriendo con esta carta tan larga, pero el asunto vale la pena. Sigo pues: me dediqué a observar el lugar con más tranquilidad y el ambiente me cautivó. En las paredes había muchas fotografías de escritores que sería muy tedioso enumerarte. Te diré de dos que me llamaron la atención: una de don Jorge Luis Borges con su gato Beppo y otra de don León de Greif fumando pipa y con una copa en la mano. Otras eran de músicos latinos y de rock and roll como Rubén Blades, Benny More, Janis Joplin y Jim Morrison. También una foto de Mozart enorme, aparecía a las carcajadas. Seguro era sacada de la película AMADEUS. A un costado de

 la mesa donde me encontraba estaban unos anaqueles en madera rústica y con numerosos libros. En la parte superior, un letrero que decía:

"Tome uno y léalo. Lléveselo si quiere, pero cuando regrese traiga otro para compartir sus aventuras literarias". Qué tal, Constanza. ¿No te parece una bacanería?

Al otro lado un panel que me conmovió y me regresó a mis años mozos. Fotos de Fidel Castro, Ernesto Guevara, Augusto Cesar Sandino, Camilo Torres, Camilo Cienfuegos, Vladimir Ilich Ulianova (conocido en los bajos fondos como Lenin) y la que más me impactó: Liev Davidovich Bronstein (alias Trotsky) con un perro. El libro que me tenía atrapado trata de su asesinato por Ramón Mercader.

Fué como entrar en un túnel del tiempo. Me transporte a un pasado, ya lejano, cuando frecuentábamos la taberna Kien de la calle 24 y entre ron y ron tratábamos de torcer el destino del mundo a los gritos. ¿Recuerdas aquellas calendas cuando te invadió una fiebre separatista y ondeabas la bandera de Antioquia Federal? Sería como un paraíso, me decías: Antioquia, las sábanas de Córdoba, una parte del Chocó para salir al Pacifico, los tres departamentos del viejo Caldas, el norte del Tolima y el norte del Valle del Cauca. ¿No te parece? Adiós al horrible centralismo de Bogotá. Yo te escuchaba con paciencia y una vez me desahogué y te dije: Oigan a mi mamá. Bastante tenemos con el imperialismo Yanqui, con el ruso y el chino y usted, " China hereje", nos quiere imponer el imperialismo paisa. No jodas Constanza, ¿te imaginas a monseñor Builes hablando contra los liberales en el púlpito de la catedral?

Ay mi querida amiga, su Merced ya estaba al norte del rio Bravo cuando empezó el furor del cártel de Medellín, era mucha la nieve que había visto caer cuando las autodefensas, aupadas por el hombre del Ubérrimo, le dieron su bañito de sangre al país. Y todavía no había llegado a Manizales la pujanza paisa, la que se adueñó de la telefónica, la que compró la mayoría de la Chec, la que quería Aguas de Manizales y la empresa de aseo. La que impuso un alcalde que borró mi barrio San José del mapa de la ciudad, la que me ocasionó la pesadilla de ver la Catedral transportada sobre balineras para ser instalada en Barrio Triste. Menos mal que la clase dirigente de la ciudad reaccionó, tarde, y les pararon el abusivo expansionismo. Pero me estoy trepando por las ramas y no pretendo llenarte de tedio en esa población llamada Springfield.

Volvamos a Quantico. La taberna ya estaba muy animada con una concurrencia variopinta. Estudiantes, oficinistas y ejecutivos en busca de alguna canita al aire. La música era un agradable equilibrio entre salsa, rock, protesta y boleros. Para darte una idea ya había escuchado Juliana de Cuco Valoy, Escaleras al Cielo de Led Zeppelin, La Maza de Silvio Rodríguez, La Bohemia de Charles Aznavour y uno que otro boleto. Nada de rancheras ni tangos. Bueno, tango sí. La Balada para un Loco de Astor Piazzolla.

¿Y yo? Bien, gracias. En la pequeña pista de baile había tres parejas y estaba buscando alguna fémina para pisarle los callos. Ya andaba por el tercero o cuarto ron cuando sucedió. Y este es el objeto de esta carta.

En la puerta estaba un muchacho como desorientado y con un aire de desamparo que me impactó. Tenía el pelo lacio, partido en línea recta sobre la cabeza y un poco más abajo de los hombros. Llevaba unos lentes gruesos, una camiseta de manga corta, unos jeans azules desteñidos y tenis blanco. Yo me dije: este tipo se va a morir de frío. Entró con paso vacilante y se dirigió al baño. Cuando salió, me interpuse en su camino y lo invité a unos rones. Casi como un acto de misericordia. Aceptó y se sentó a mi mesa. Sería un atentado contra mis finanzas pedir una botella de León Dormido, entonces le dije a la chica que nos trajera "mediecita de ron normal", así con ese diminutivo que tanto usamos los colombianos.

Por su acento ya tenía ubicado a mi ocasional compañero. Era del valle del Cauca y como si hubiera adivinado mi pensamiento empezó a decir:

Yo vengo de Cali y el frío me va a matar. Estaba en un cine-club dando una charla sobre cine y literatura y aquí me refugie para buscar un poco de calor.

Era de agradable conversación, pero le costaba vencer la timidez. Me dijo que el lugar era agradable y acogedor. Me contó que había estado en California, no le entendí si estudiando cine, pero que había regresado a Cali. Volvió con una fiebre apasionada por el rock and roll, pero había descubierto la música antillana. Tenía una amiga llamada Mariángela y un amigo a quien le decían Ricardito, El Miserable quien había probado todo tipo de drogas y que era cliente asiduo del Hospital Siquiátrico de San Isidro. Me dijo que escribía sobre cine y que tenía una novela de mucha música. Era de charla agradable, pero estaba un poco nervioso y miraba a todos los lados. Me pidió disculpas y salió para el baño. Después me agradeció con la mirada, caminó hacia la puerta de QUANTICO y se perdió en la neblina de Manizales.

Yo me quedé solo y tan desamparado como él frente a la mitad de media botella de ron.

Su imagen no me abandonaba y era tan cercana a mí. Me serví un ron doble y seguí pensando en el muchacho caleño con quien había libado varios rones de caña y se había perdido en las calles de Manizales. Ese día no era la primera vez que lo veía. Él llegaba a mí de un pasado ya remoto.

Me tomé otro doble y me puse a mirar las fotografías de escritores cuando lo vi: ANDRES CAICEDO. El autor de QUE VIVA LA MUSICA. Aquella novela que tanto me gustó en mi juventud. El mismo que se tomó cincuenta seconales y se largó para siempre por los aires de la eternidad. Abrí y cerré lo ojos, sacudí la cabeza, me pasé la mano por la frente y me bebi otro doble de Viejo de Caldas.

Mire otra vez la foto y si, era él. ¿Qué me pasa? ¿Un delirio de ron?

Llamé a la chica, pagué la cuenta, metí lo que quedaba de licor en mi mochila y salí a la fría, nublada y desierta calle de Manizales en busca del ectoplasma de Andrés Caicedo.

 

Entiendes Constanza la razón de esta carta. Por favor no pienses que estoy loco, que talvez fue un sueño, una alucinación o un exceso de alcohol. Todo fue real.

Te aprecio y te recuerdo en la distancia. Perdona los errores de ortografía y redacción.

Tu amigo,

             John.

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