sábado, 4 de noviembre de 2023

Nos visita de nuevo la maravillosa y original poesía del escritor manizaleño John Hoyos

 

LAS LUMINARIAS

Para Mavy, allá... en los fríos aires de Chicago.

 

"Y Dios dijo: que haya luz."

 

Las luminarias son las muchachas más chismosas de la ciudad.

Transnochadoras ellas,

trabajan las veinticuatro horas del día,

para deleite de planificadores urbanos

y tormento de los habitantes de las poblaciones.

 

Descendientes directas de las teas cavernarias

alegan ser las más aristócratas

del amueblamiento citadino.

Dicen ser, por ello, de sangre azul.

Cuando el día se entrega

al mortal abrazo de la noche,

ellas levantan sus párpados,

como persianas verticales,

para empezar su labor.

 

Enemigas acérrimas de la penumbra,

no hay rincón, recodo ni resquicio

que escape a su empeño esclarecedor.

 

Testigas de todo cuanto sucede a su alrededor,

ni un detalle se salva de su reveladora mirada.

 

Conoce los horarios de todos los moradores de la cuadra:

cuando llega el vecino ebrio,

la hora del salto por la ventana de la adolescente enamorada

y cuántos son los maleantes que brincan la reja de seguridad.

 

Una canción de mi tierra dice:

"En la esquina de una plaza

había un faro-farolito

que alumbraba a las parejas

cuando se daban besitos."

Entonces los muchachos de mi generación

declaramos a las farolas

objetivos militares.

Les rompíamos el alma

con certeros proyectiles impulsados por caucheras.

Alarmadas las autoridades

empezaron a cambiarnos las hondas

por esferas de cristal.

Pero, recursivos nosotros,

utilizábamos las canicas como munición.

Los amantes furtivos nos pagaban por cada luminaria

dada de baja.

Así podían practicar, con tranquilidad y deleite,

sus artes amatorias.

 

Son las luminarias,

sin lugar a dudas y además de lengüilargas,

las chicas más elegantes de la urbe.

Siempre erguidas y bien paradas

llevan adornos de metalistería en sus alargados cuerpos,

se inclinan con reverencia ante las calles

y sus múltiples formas

desconciertan a los geómetras.

 

En tiempos pasados,

sobre La Quiebra del Guayabo,

muy nombrada calle de Manizales,

de las farolas colgaban materas florecidas

como si fueran antiguos camafeos.

 

Su capacidad de trabajo se mide en bujías, equivalentes a una vela.

Así pues, ellas son un perpetuo ocho de diciembre para el iluminado niño de Belén.

 

Los criminales las odian,

no los dejan trabajar en paz.

Los ladrones les gritan: ¡Sapas!

Ellas no entienden eufemismos,

las tendrían que llamar "delatoras judiciales",

para mayor claridad

y corrección política.

 

Cuando la claridad besa las calles

ellas bajan los párpados

para su pretendido descanso.

No se llamen a engaño

los pobladores de las polis:

las luminarias siguen mirando,

su labor de corre- ve y diles

es las veinticuatro horas del día.

Las únicas personas

que aprecian a las farolas

son los ciegos.

Ellas les ayudan en su inacabable estado de oscuridad.

 

Las luminarias son,

en definitiva,

las muchachas más chismosas de la ciudad.

 

John Hoyos

Manizales

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