martes, 27 de agosto de 2019

L A P O É T I C A D E L E S P A C I O


Sugerido de la maestra poeta Marga López Díaz:

L A    P O É T I C A   D E L    E S P A C I O   I
Documento basado en la obra de GASTON BACHELARD.

Uno de los más extraordinarios  filósofos franceses, procede, por confesión expresa, de la filosofía de la ciencia natural. Su rigurosa formación científica le llevó en su madurez a romper sus hábitos de investigación filosófica, para abrazar en forma personalísima, el estudio del fenómeno de la  imagen poética, entendida como simple repercusión o resonancia del ser; en un novedoso y eminente estilo de filosofar. Es de admirar, que en las manos mágicas de este poeta de un insólito género de poesía, las cosas y las criaturas revelan su ontología y lo que es más significativo, su extraordinaria belleza oculta. Bachelard nació en Bar-sur Aube, de Francia, en 1884 y murió en 1962.
Algunas de sus obras: El agua y los sueños, El aire y los sueños, La intuición del instante, La tierra y los ensueños de la voluntad, Psicoanálisis del fuego. La primera edición de este libro en francés, fue en 1957 y en español, en 1965
INTRODUCCIÓN.   - (Apartes literales esenciales)-.
Un filósofo que ha formado todo su pensamiento basado en la filosofía de las ciencias, debe olvidar su saber, si quiere estudiar los problemas planteados por la imaginación poética. Hay que estar en el presente, en el minuto de la imagen. La filosofía de la poesía debe renacer con el motivo de un verso dominante, en la adhesión total a una imagen aislada y en el éxtasis mismo de la novedad de la imagen; ella es un resaltar súbito del psiquismo, esa novedad psíquica esencial del poema. En el resplandor de una imagen poética resuenan los ecos de un pasado lejano y en su novedad tiene un dinamismo propio.
Procede de una ONTOLOGÍA DIRECTA. Esa imagen tiene una SONORIDAD DE SER. EL POETA HABLA EN EL UMBRAL DEL SER.
El poeta no me confiere el pasado de su imagen y, sin embargo, su imagen arraiga en seguida en mí. La comunicabilidad de una imagen singular es un hecho de gran significado ontológico. Se pide a un lector de poemas que no tome una imagen como objeto, sino que capte su realidad específica. La imagen en su simplicidad, no necesita un saber. Es propiedad de una conciencia ingenua. El poeta, en la novedad de sus imágenes es siempre origen del lenguaje. Para aclarar que la imagen es antes que el pensamiento, habría que decir que la poesía es una fenomenología del alma. La palabra alma es una palabra inmortal, es una palabra del aliento. “Los diferentes nombres del alma, en casi todos los pueblos son otras tantas modificaciones del aliento y onomatopeyas de la respiración”. Charles Nodier. Diccionario de onomatopeyas francesas. París, 1828. La importancia vocal de una palabra debe retener por sí sola la atención de un fenomenólogo de la poesía. La palabra alma puede ser dicha con tal convicción que comprometa todo un poema. Para una simple imagen poética no hace falta más que un movimiento del alma. En una imagen poética el alma dice toda su presencia. “La poesía es un alma inaugurando una forma”. Pierre-Jean Jouve. El alma inaugura. Es aquí potencia primera, es dignidad humana. Una impresión conocida de todo buen lector de poemas es que EL POEMA NOS CAPTA ENTEROS. Por su resonancia, por su exuberancia el poeta reanima en nosotros unas profundidades. Se trata de determinar, por la repercusión de una sola imagen poética, un verdadero despertar de la creación poética hasta en el alma del lector. Por su novedad, una imagen poética pone en movimiento toda la actividad lingüística. La imagen poética nos sitúa en el origen del ser hablante. Por esa repercusión, sentimos un poder poético que se eleva candorosamente en nosotros mismos. Luego podremos  experimentar resonancias sentimentales, recuerdos de nuestro pasado. Esa imagen echa raíces en nosotros mismos. Aquí la expresión crea ser. No alcanzamos a meditar en una región que existiría antes que el lenguaje. La lectura convierte al lector en un poeta sal nivel de la imagen leída; este orgullo de simple lectura que se nutre con la soledad de la lectura, lleva en sí un signo fenomenológico innegable, si se conserva su simplicidad. En cuanto a nosotros, aficionados a la lectura feliz, no leemos y releemos más que lo que nos gusta, con un pequeño orgullo de lector mezclado con mucho entusiasmo. El orgullo que nace de la adhesión a una dicha de imagen, es siempre discreto, secreto. Está en nosotros, simples lectores, únicamente para nosotros. Es un orgullo de cámara. Nadie sabe que revivimos, leyendo, nuestras tentaciones de ser poetas. Todo lector alienta y reprime, leyendo, un deseo de ser escritor. Todo lector que relee una obra que ama, sabe que las páginas amadas “le conciernen”. La simpatía en la lectura es inseparable de la admiración. Parece que el goce de leer sea reflejo del goce de escribir como si el lector fuera el fantasma del escritor. La imagen poética está siempre por encima del lenguaje significante. Un gran verso puede tener una gran influencia sobre el alma de una lengua. Despierta imágenes borradas. El verso tiene siempre un movimiento, la imagen se vierte en la línea del verso, arrastra la imaginación como si esta fuera una fibra nerviosa. La poesía tiene una felicidad que le  es propia, sea cual fuere el drama que descubre. Se trata de pasar a imágenes no vividas, a imágenes que la vida no prepara y que el poeta crea.
Se trata de vivir lo no vivido y de abrirse a una apertura del lenguaje. El bien decir es un elemento del bien vivir. Las palabras vividas crean un espacio sensible. La conciencia poética, absorta por la imagen, aparee sobre el lenguaje habitual. La imagen poética está siempre bajo el signo de un ser nuevo. Es  una dicha hablada. La poesía TIENE UNA DICHA QUE LE ES PROPIA, SEA CUAL SEA EL DRAMA QUE DESCUBRE. Se trata de vivir lo no vivido y de abrirse a una apertura del lenguaje. “La poesía rebasa constantemente sus orígenes, y padeciendo más lejos en el éxtasis o en la pena, se conserva más libre. Cuanto más avanzaba en el tiempo, mejor dominaba el buceo alejado de la causa ocasional, conducido a la pura forma del lenguaje””. P.J. Jouve. “Miroir”. El poeta sabe bien que su aliento lo llevará más lejos que su deseo. La poesía RESPONDE A PENSAMIENTOS ATENTOS, ENAMORADOS DE ALGO DESCONOCIDO YESENCIALMENTE ABIERTOS AL DEVENIR.
EL POETA ES EL QUE CONOCE, EL QUE TRASCIENDE Y NOMBRA LO QUE CONOCE. NO HAY POESÍA SI NO HAY CREACIÓN ABSOLUTA. La vida de la imagen está toda en su fulguración, en el hecho de que la imagen supere hasta a la sensibilidad. Un acto creador que ofrezca tanta sorpresa como la vida. Ese asombro que excita nuestra conciencia y le impide adormecerse. Proust, decía de las rosas pintadas por ELSTIR, que eran UNA VARIEAD NUEVA, CON LA QUE EL PINTOR, COMO HORTICULTOR, HABÍA ENRIQUECIDO LA FAMILIA DE LAS ROSAS. Proponemos considerar a la IMAGINACIÓN como una potencia mayor de la naturaleza humana. En sus acciones vivas nos desprende a la vez del pasado y de la realidad. Se abre en el porvenir. Es una función de lo IRREAL realmente positiva.
 En el poema que teje lo irreal y lo real, se dinamiza el lenguaje por  la doble actividad d la significación de la acción y del a poesía. Con la poesía, la imaginación se sitúa en el margen donde lo irreal viene a seducir o despertar al ser dormido en su automatismo del lenguaje, se ha penetrado ya en el terreno dela sublimación pura. En este libro solo queremos señalar las imágenes del ESPACIO FELIZ. LA TOPOFILIA. Aspiramos a determinar el valor humano de los espacios de posesión, de los espacios defendidos contra fuerzas adversas, de los espacios amados, LOS ESPACIOS ENSALZADOS. LOS ESPACIOS DE VALORES IMAGINADOS. ESPACIO VIVIDO EN TODAS LAS PARCIALIDADES DE LA IMAGINACIÓN. Los que concentran SER  en el interior de los límites que protegen. LA IMAGIANCIÓN IMAGINA SIN CESAR Y SE PROTEGE CON NUEVAS IMÁGENES.
Carl Gustav Jung compara el alma con la casa, ¿No encontramos, en nosotros mismos, soñando en nuestra simple casa, consuelos de gruta? No solamente nuestros recuerdos, sino también nuestros olvidos, están “alojados”. Nuestra alma es una morada. Así aprendemos a “morar” en nosotros mismos. Las imágenes de la casa están en nosotros tanto como nosotros estamos en ellas. ¿No encontramos en nuestras  mismas casas reductos y rincones donde nos gusta agazaparnos? Agazapar, pertenece a la fenomenología del verbo habitar. Solo habita con intensidad, quien ha sabido agazaparse. Llevamos en nosotros toda una reserva de imágenes del agazapamiento.
“Casa, jirón de prado, oh luz de la tarde
De súbito alcanzáis faz casi humana,
Estáis junto a nosotros, abrazando, abrazados.    R.M. RILKE

I.                   LA CASA DEL SÓTANO A LA GUARDILLA. EL SENTIDO DE LA CHOZA.
“¿Quién vendrá a llamar a al puerta? / Puerta abierta, se entra / Puerta cerrada, un antro. / El mundo llama del otro lado de mi puerta.”
Para un estudio fenomenológico de los valores de la intimidad, la casa es, sin duda alguna, un ser privilegiado. Y la imaginación aumenta los valores de la realidad.  Través de todos los recuerdos de todas las casas que nos han albergado, y allende todas las casas que soñamos habitar, se desprende una esencia íntima que justifica el valor singular de todas nuestras imágenes de  intimidad protegida. Es preciso rebasar la descripción de la casa, sus hechos o impresiones, para llegar a las virtudes primeras, a aquellas donde se revela una ADHESIÓN innata a la función primera de habitar, captar ese germen de la felicidad central, segura, inmediata. En toda vivienda, incluso en el castillo, el encontrar la concha inicial, es la tarea ineludible del fenomenólogo; esa realidad profunda de cada uno de los matices de nuestro apego a un lugar de elección; cómo habitamos nuestro  espacio vital de acuerdo con todas las dialécticas de la vida, cómo nos enraizamos de día en día, en un  “rincón del mundo”. La casa es nuestro Rincón del mundo, NUESTRO PRIMER UNIVERSO. ES REALMENTE UN COSMOS. Un cosmos en toda la acepción del término, Vivir realmente la calidad PRIMITIVA, calidad que pertenece a todos, si aceptan SOÑAR.
Pero nuestra vida adulta se halla tan despojada de los bienes primeros.

 Los lazos antropocósmicos están tan relajados que no se siente su primer apego en el universo de la casa. En los valores del espacio habitado, el no-yo protege al yo. Todo espacio realmente habitado lleva como esencia la noción de casa.
Veremos, en el curso de este ensayo, cómo la imaginación trabaja en ese sentido cuando el ser ha encontrado el menor albergue: veremos a la imaginación construir “muros” con sombras impalpables, confortarse con ilusiones de protección o temblar tras unos muros gruesos y dudar de las más sólidas atalayas. En la más interminable de las dialécticas, el ser amparado sensibiliza los límites de su albergue. Vive la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los sueños. Desde ese momento, todos los refugios, todos los albergues, todas las habitaciones tienen valores de onirismo consonantes. Los verdaderos bienestares tienen un pasado. Todo un pasado viene a vivir por el sueño en una casa nueva.
La vieja expresión: “transportamos allí nuestros dioses lares” tiene mil variantes. Y la ensoñación se profundiza hasta el punto en que una propiedad inmemorial se abre para el soñador del hogar más allá del más antiguo recuerdo.  La casa, como el fuego, como el agua, nos permitirá evocar fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo inmemorial y del recuerdo.  En esta región lejana, memoria e imaginación no permiten que se las disocie. Una y otra trabajan en su profundización mutua, son una comunidad del recuerdo de la imagen. Por los sueños las diversas moradas d nuestra vida se compenetran y guardan los tesoros de los días antiguos. Cuando vuelven, en la nueva casa, los recuerdos de las antiguas moradas, vamos al país de la Infancia Inmóvil, LO INMEMORIAL.
NOS RECONFORTAMOS REVIVIENDO RECUERDOS DE PROTECCIÓN. Los recuerdos del mundo exterior no tendrán nunca la misma tonalidad que los recuerdos de la casa. Somos siempre un poco poetas y nuestra emoción tal vez solo traduzca la poesía perdida. Hay imágenes que nos conmueven con una profundidad insospechada. En los poemas, tal vez más que en los recuerdos, llegamos al fondo poético del espacio de la casa. La casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la casa nos permite soñar en paz. Al ensueño le pertenecen valores que marcan al hombre en su profundidad. Las moradas del pasado son en nosotros imperecederas. Ella da valores de continuidad, sin ella el hombre sería un ser disperso. Los sostiene a través de las tormentas del cielo y de las tormentas de la vida.  Es cuerpo y alma. Es el primer mundo del ser humano. Antes de ser lanzado al mundo el hombre es depositado en la cuna de la casa. Siempre, en nuestros sueños, la casa es una gran cuna. LA VIDA EMPIEZA BIEN, EMPIEZA ENCERRADA, PROTEGIDA, TODA TIBIA EN EL REGAZO DE UNA CASA.
Desde el punto de vista del fenomenólogo que vive  de los orígenes, la metafísica consciente que se sitúa en el instante en que el ser es “lanzado al mundo”, depositado en un estar-bien, en el bien-estar asociado primitivamente al ser. El sr reina en un paraíso terrestre de la materia, fundido en la dulzura de una materia adecuada. Cuando se sueña en la casa natal, en la profundidad extrema del ensueño, se participa de este calor primero, de esta materia bien templada del paraíso material. Queremos señalar así la plenitud primera del ser de la casa. Si la casa tiene rincones, guardillas (buhardillas), sótano, corredores, nuestros recuerdos hallan refugios trascendentes.
EL TOPOANÁLISIS es el estudio de los parajes de nuestra vida íntima. En sus mil alvéolos el espacio contiene tiempo comprimido. El espacio sirve para eso. Frente a las soledades, el topoanalista puede preguntarse si era grande la habitación, si estaba atiborrada de objetos la guardilla, si era caliente el rincón, de dónde venía la luz o como se saboreaban los silencios de los diversos albergues del ensueño solitario. Es en el espacio donde encontramos esos bellos fósiles de duración, concretados por largas estancias. El inconsciente reside. Y todos los espacios de nuestras soledades pasadas, los espacios donde hemos sufrido de la soledad o gozado de ella, son en nosotros imborrables. Incluso cuando ya no se tiene granero ni desván, quedará siempre el cariño que le tuvimos a esos espacios, la vida que vivimos en la guardilla. Se vuelve allí en los sueños nocturnos. Se vuelve al valor de una concha. Cuando se llega a lo último de los laberintos del sueño, cuando se tocan las regiones del sueño profundo, se conocen tal vez reposo antehumanos. Lo antehumano toca aquí lo inmemorial. Antaño la guardilla podía parecernos demasiado estrecha, fría; pero ahora en el recuerdo vuelto a encontrar por el ensueño, es pequeña y grande, cálida y fresca, siempre consoladora.
Habría que comprender, igualmente, a los espacios que nos llaman fuera de nosotros mismos. Hay un ensueño del hombre que anda, un ensueño del camino. “Llevadme, caminos!...” dice Marceline Desbordes-Valmore, pensando en su Flandes natal. ¡Y qué objeto dinámico es el sendero, los senderos familiares de la colina! En mi cuarto pasisiense, el recuerdo de aquel sendero me sirve de ejercicio. Al escribir esta página, me siento liberado del deber de dar un paseo; estoy seguro que he salido de casa.
George Sand (Aurora Dupin), soñando a orillas de un sendero de arena amarilla ve transcurrir la existencia. Escribe: “¿Hay algo más bello que un camino? Es el símbolo y la imagen de la vida activa y variada.”
Cada uno debería hablar de sus carreteras, sus encrucijadas, sus campiñas perdidas. HENRY DAVID THOREAU  dice que tiene el plano de los campos inscritos en el alma y Jean Wahl escribió:
“El aborregamiento de los setos/ en mí lo siento”.
Cubrimos así el universo con nuestros diseños vividos. No hace falta la exactitud, sino que estén tonalizados sobre el modo de nuestro espacio interior. El espacio llama a la acción, y antes de la acción nuestra imaginación trabaja. Siega y labra. Habría que cantar los beneficios de todas estas acciones imaginarias. En esta obra consagramos nuestras investigaciones a la región de la intimidad, a la región donde el peso psíquico domina. NINGUNA INTIMIDAD AUTÉNTICA RECHAZA. TODOS LOS ESPACIOS DE INTIMIDAD SE DESIGNAN POR UNA ATRACCIÓN.
Su estar es bienestar. La topofilia. En ese sentido estudiamos el albergue. Estos valores son sencillos, se hallan profundamente enraizados en el inconsciente y se les vuelve a encontrar por una simple evocación; entonces el matiz revela el color. La palabra de un poeta, porque da en el blanco, conmueve los estratos profundos de nuestro ser. Toda casa enriquecida por un onirismo fiel, debe conservar su penumbra; se relaciona con la literatura profunda, es decir, con la poesía. Solo debo decir de la casa de mi infancia lo necesario para ponerme yo mismo en situación onírica, para situarme en el umbral de un ensueño donde voy a DESCANSAR en mi pasado.

Entonces puedo esperar que mi página contenga algunas sonoridades auténticas, quiero decir una voz lejana en mí mismo que será la voz que todos oyen cuando escuchan en el fondo de la memoria, tal vez allende la memoria, en el campo de lo inmemorial. Se comunica únicamente hacia los otros una ORIENTACIÓN hacia el secreto, sin poder decir jamás éste objetivamente. En esta vía se orienta al onirismo, no se le realiza. Leamos este ejemplo, donde el poeta Sainte-Beuve evoca su casa de Canaen:  “…Amigo mío que no has visto estos lugares, o que si los hubieras visitado, no podrías ahora sentir mis impresiones y mis colores…no vayas ahora a tratar de representártelos por lo que te digo: deja que la imagen flote en ti; pasa levemente; la menor idea te bastará…”
Yo solo, en mis recuerdos de otro siglo, puedo abrir la pequeña habitación en el fondo de un granero, decir que desde la ventana, a través de la desgarradura de los tejados, se veía la colina; abrir la alacena profunda que conserva todavía, para mí solo, el aroma único del olor de las uvas que se secan sobre el zarzo. ¡El olor de las uvas! Olor límite; para percibirlo hay que imaginar muy a fondo. Si dijera más, el lector no abriría, en su habitación nuevamente encontrada, el armario único, el armario de olor único, que señala una intimidad. Para evocar los valores de intimidad, se precisa un estado de lectura suspensa. Es en el momento en que los ojos del lector abandonan el libro, cuando la evocación de mi cuarto puede convertirse en umbral de onirismo para los demás. Cuando es un poeta quien habla, el alma del lector resuena, conoce esa resonancia, que como lo expone Minkowski, devuelve al ser la energía de un origen.

Por lo tanto, tiene sentido decir, en el plano de una filosofía de la literatura y de la poesía en que nos situamos, que “se escribe un cuarto”, se “lee un cuarto”, se “lee una casa”. Así, al leer el poema, se suspende la lectura y se empieza pensar en alguna antigua morada. Abrimos al lector una puerta al ensueño. Los valores de intimidad son tan absorbentes que el lector VUELVE A VER ese espacio antiguo de su intimidad. Ya marchó a escuchar los recuerdos de un padre, de una abuela, de una madre, de una sirvienta, de “la sirvienta de gran corazón”. Así el ser domina el rincón de sus recuerdos más apreciados. La casa natal es una casa habitada; está físicamente inscrita en nosotros; es un grupo de costumbres orgánicas. Con veinte años de intervalo, pese a todas las escaleras anónimas, volveríamos a encontrar los reflejos de la “primera escalera”, no tropezaríamos con un peldaño un poco más alto. Todo el ser de la casa se desplegaría, fiel a nuestro ser. Empujaríamos con el mismo gasto la puerta que rechina, iríamos sin luz hasta la guardilla lejana. El menor de los picaportes quedó en nuestras manos.
Sin duda las casas sucesivas donde hemos habitado más  tarde han trivializado nuestros gestos. Pero nos sorprende mucho, si entramos en la antigua casa, tras décadas de odisea, el ver que los gestos más finos, los gestos primeros son súbitamente vivos, siempre perfectos. La casa natal ha inscrito en nosotros la jerarquía de las diversas funciones de HABITAR. Somos el diagrama de las funciones de habitar esa casa y todas las demás casas no son más que variaciones de un tema fundamental. La palabra hábito es una palabra demasiado gastada  para expresar ese ENLACE APASIONADO De NUESTRO CUERPO  que no olvida LA CASA INOLVIDABLE.
 Recuerdos de los sueños que solo la meditación poética puede ayudarnos a encontrar otra vez. La poesía, en su gran función, vuelve a darnos las situaciones del sueño. La casa natal es más que un cuerpo de vivienda, es un cuerpo  de sueño. La casa, el cuarto, el granero donde estuvimos solos, proporcionan los marcos de un ensueño interminable, de un ensueño que solo la poesía, por medio de una obra, podría terminar, realizar.   Si se da a todos esos retiros su función, que es la de albergar sueños, puede decirse como yo afirmaba en un libro anterior (La terre et les revéries du repos ), que existe para cada uno de nosotros una casa onírica, una casa del recuerdo-sueño, perdida en la sombra de un más allá del pasado verdadero. Decía que esa casa onírica es la cripta de la casa natal. Estamos aquí en la unidad de la imagen y del recuerdo, en el mixto funcional de la imaginación y de la memoria. Determinar el “ser verdadero” de nuestra infancia.  La infancia es ciertamente más grande que la realidad. Son las potencias del inconsciente las que fijan los recuerdos más lejanos. Es en el plano del ensueño, y no en el plano de los hechos donde la infancia sigue en nosotros viva y poéticamente útil. Por esta infancia permanente conservamos la poesía del pasado. Habitar oníricamente la casa natal, es más que habitarla por el recuerdo, es vivir en la  casa desaparecida como lo habíamos soñado. ¡Qué privilegios de profundidad hay en los ensueños de niño! ¡Dichoso el niño que ha poseído, verdaderamente poseído, sus soledades! Es bueno, es sano que un niño tenga sus horas de tedio, que conozca la dialéctica del juego exagerado y de los aburrimientos sin causa, del tedio puro. En sus Memorias, Alejandro Dumas dice que era un niño aburrido, aburrido hasta llorar. Cuando su madre lo encontraba así, llorando de aburrimiento, le decía: -¿Por qué llora Dumas?
-Dumas llora, porque Dumas tiene lágrimas – contestaba el niño de seis años-. Qué bien señala el tedio absoluto, ese tedio que no procede nunca de una falta de compañeros de juego. ¿No hay niños que dejan de jugar para ir a aburrirse a un rincón del desván? Desván de mis tedios, cuántas veces te he echado de menos, cuando la vida múltiple me hacía perder el germen de toda libertad. Más allá de todos los valores positivos de protección, en la casa natal se establecen valores de sueño. Últimos valores que permanecen cuando la casa ya no existe. Y no olvidemos que son esos valores de sueño los que se comunican poéticamente de alma a alma. La lectura de los poetas es esencialmente ensueño.
La casa es un cuerpo de imágenes que dan al ser razones o ilusiones de estabilidad. Reimaginamos sin cesar nuestra realidad: distinguir todas esas imágenes sería decir el alma de la casa; sería desarrollar una verdadera psicología de la casa.
Creemos que para ordenar esas imágenes hay que tener en cuenta dos puntos de enlace principales: 1. La casa es imaginada como un ser vertical. Se eleva. Es un llamamiento a nuestra conciencia de verticalidad. 2. La casa es imaginada como un ser concentrado. Nos llama a una conciencia de centralidad.
Estos puntos están enunciados de un modo abstracto; pero no es difícil reconocer, por medio de ejemplos, su carácter psicológicamente concreto.
La verticalidad es asegurada por la polaridad del sótano y la guardilla; se puede oponer la irracionalidad del tejado a la irracionalidad del sótano. El tejado dice en seguida su razón de ser; protege al hombre que teme la lluvia y el sol.
Los geógrafos no cesan de recordar que en cada país, la inclinación del tejado es uno de los signos más seguros del clima. Se “comprende” la inclinación del tejado. Para el soñador, el tejado agudo rebana las nubes. Hacia el tejado todos los pensamientos son claros. En el desván, se ve al desnudo, con placer, la fuerte osamenta de las vigas. Se participa de la sólida geometría del carpintero. El sótano es útil, pero es ante todo el ser oscuro de la casa, el ser que participa de los poderes subterráneos. Soñando con él nos acercamos a la irracionalidad de lo profundo.  Nos hacemos sensibles a la función de habitar, hasta el punto de convertirla en réplica imaginaria de la función de construir. Con los sueños en la clara altura estamos en la zona racional de los proyectos intelectualizados. Paro en cuanto al sótano, el habitante apasionado lo cava, lo cava más, hace activa su profundidad. De lado de la tierra cavada, los sueños no tienen límite. Presentaremos después ensueños de ultrasótano. He aquí como el psicoanalista C.G. JUNG se sirve de la doble imagen del sótano y el desván para analizar los miedos que habitan la casa. En su libro: EL HOMBRE DESCUBRIENDO SU ALMA hace comprender la esperanza que tiene el ser consciente de: aniquilar la autonomía de los complejos desbautizándolos.  La imagen es esta: La conciencia se conduce ahí como un hombre  que, oyendo un ruido sospechoso en el sótano, se precipita al desván para comprobar que allí no hay ladrones y que, por consiguiente, el ruido era pura imaginación. En realidad, ese hombre prudente no se atrevió a aventurarse en el sótano”. En vez de enfrentarse con el sótano (el inconsciente), “el hombre prudente” de Jung, le busca a su valor las coartadas del desván. Allí ratas y ratones pueden alborotar a gusto.
Si aparece el señor, volverán silenciosos a su escondite. En el sótano se mueven seres más lentos, menos vivos, más misteriosos. En el desván los miedos se  “racionalizan” más fácilmente; en el sótano, incluso para los valientes, la racionalización es menos rápida y menos clara, no es nunca DEFINITVA. En el desván la experiencia del día puede siempre borrar los miedos de la noche. En el sótano las tinieblas subsisten noche y día. Incluso con su palmatoria en la mano, el hombre ve en el sótano cómo danzan las sombras sobre el negro muro. Reavivamos la primitividad y la especificidad de los miedos. En nuestra civilización, que pone la misma luz en todas partes e instala la electricidad en el sótano, ya no se baja ahí con una vela encendida. PERO EL INCOSNCIENTE NO SE CIVILIZA. ÉL SI TOMA LA VELA PARA BAJAR AL SÓTANO. Leyendo los cuentos de EDGAR ALLAN POE el fenomenólogo y el psicoanalista a una comprenderán su valor de realización. Esos cuentos son miedos infantiles que se realizan. El lector que se “entrega” a su lectura, oirá al gato negro, signo de las faltas no expiadas, maullar detrás de la pared. El soñador de sótanos sabe que los muros son paredes enterradas, paredes de un solo lado, muros que tienen TODA la tierra tras ellos. Y el drama crece y el miedo se exagera. ¿Pero qué cosa es un miedo que deja de exagerar? En esa simpatía de temblor, el fenomenólogo aguza el oído, como escribe el poeta Thoby Marcelin,  “al ras de la locura”. El sótano es entonces locura enterrada, grama emparedado. Los relatos de los sótanos criminales dejan en la memoria huellas imborrables, huellas que no nos gusta acentuar: ¿quién querría releer El barril de amontillado? El drama es aquí demasiado fácil, pero explota los temores naturales, temores que están en la doble naturaleza del hombre y de la casa.












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