Continuemos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.
Recorramos hoy el siguiente aparte de Pura Literatura:
22.
Verosimilitud
Podemos escribir sobre cualquier
tema. Cualquiera. No hay límites. Podemos contar lo que le ocurrió a un
dinosaurio hace cien millones de años o lo que le ocurrirá a un niño dentro de
mil millones de años. Nuestra acción puede transcurrir en el lugar más lejano
del universo, en un bosque de la Tierra, en el fondo del mar o en la uña de un caballo. Nuestros personajes pueden ser inmortales
o solo vivir dos días. Todo
lo que se le ocurra a un escritor puede ser contado. Solo hay una regla:
nuestra historia debe ser verosímil. De lo contrario, nuestra narración
será defectuosa.
“Vero” (verdad) “símil” (similar). “Verosímil”
significa similar a la verdad. Verosímil significa “creíble”. No significa
“real”, solo “creíble”.
Veamos un ejemplo sencillo. Llevan a
un vagabundo ante un juez. Lo verosímil es que el juez hable como una persona
educada, con cierto dominio del vocabulario legal, y que el vagabundo hable
como una persona poco educada. Eso es lo verosímil. Lo verosímil no requiere justificación.
Presentamos el diálogo de ambos y el lector lo acepta como natural. Punto.
Continuamos con la próxima escena porque no hay problemas de verosimilitud.
Pero ¿cuál sería la reacción del
lector si los papeles se invirtieran? ¿Si el juez habla como un rufián sin
educación y el vagabundo como un filósofo? ¿Si el juez empieza a usar palabras
soeces mientras el vagabundo diserta sobre la “evolución ética del concepto de
la justicia a través de la historia”?
La reacción del lector sería de
rechazo o incredulidad porque de inmediato sentirá que el texto es inverosímil.
Aunque no conozca la palabra ni el concepto literario, el lector sabe cuando
está ante un disparate. No pensará “este texto es inverosímil”, pero
probablemente se dirá “esto es ridículo”.
Así
funciona la verosimilitud:
1.
Cuando un texto es “normal”, no requiere justificación.
2.
Cuando ocurre una situación que no es “normal”, entonces hay que justificarla
literariamente. Es decir, hay que convertirla en verosímil.
Cuando la situación no es “normal”,
debemos incluir dentro de la narración, y de forma natural, elementos que la
justifiquen.
Por ejemplo, en el caso que estamos
discutiendo podríamos contar que el vagabundo es un exprofesor de filosofía que
se convirtió en alcohólico y perdió el trabajo y la casa. Así de sencillo, con
rapidez, hemos justificado ante el lector que un vagabundo posea un vocabulario
y una elocuencia que normalmente no encontraríamos en un vagabundo. El lector,
al enterarse de estos detalles, puede aceptar que un vagabundo reflexione ante
el juez sobre la evolución del concepto ético de la justicia… y sobre muchos
temas más… especialmente si todavía está borracho.
En el caso del juez, igualmente
habría que justificar su acción. ¿Es alcohólico y ese día, quizás por primera
vez en su carrera, llegó borracho al tribunal? ¿Es bipolar y ese día no tomó su
medicina? ¿Esa mañana tomó un medicamento que ha tenido el efecto de
desorientarlo mentalmente? ¿De pronto ha tenido un brote sicótico? ¿Vive en un
país corrupto y su papito millonario le compró el diploma de abogado y la plaza
de juez? Cualquier justificación de este tipo, nuevamente, haría que el lector
acepte la conducta inusual del juez en el estrado.
Ahora, al volver a la escena, tenemos
a un exprofesor de filosofía que está ante un juez corrupto o con problemas
mentales. Al leer cómo ambos se expresan, el lector lo aceptará sin problemas
porque el diálogo le parecerá “normal” en esas circunstancias.
Yo podría dar múltiples ejemplos
adicionales. Digamos que en tu cuento o novela una anciana conversa con su
nieta de 13 años sobre música. La abuela hablará con entusiasmo (y nostalgia)
sobre el trío Los Panchos, Julio Iglesias, Juan Luis Guerra, Danny Rivera, José
José, Roberto Carlos, Raphael y otros cantantes que la nieta jamás en su vida
había escuchado mencionar. Por otra parte, la nieta hablará de Daddy Yankee,
Bad Bunny, Ozuna, Allmighty, Jon Z, Miky Woodz y de otros cantantes que la
abuela jamás ha oído mencionar y apenas puede pronunciar. Esto sería “normal”.
No hay que justificarlo porque sabemos que cada generación tiene sus ídolos y
gustos.
¿Pero qué sucede si se invierten los
papeles? ¿Sería creíble que una anciana de 88 años sea fanática de Daddy Yankee
y que una niña de 13 años se pase el día escuchando al trío Los Panchos? No es
verosímil. Si se crea una escena así, sin otra justificación, realmente sería
comedia, pero no comedia a propósito. El lector se reirá por la ridiculez del
texto… y del autor.
Sin embargo, al igual que el caso del
juez y el vagabundo, un buen escritor puede crear una abuelita que sea una
auténtica fanática de Daddy Yankee.
Hay que buscar una razón por la cual
tiene esos gustos. Por ejemplo, es una acaudalada productora de música,
productora de radio, dueña de una tienda de música, dueña de una cadena de
discotecas o abuela de uno de estos músicos. Por tanto, conoce la música porque
le deja dinero o por razones familiares. Le ha cogido el gusto. Quizás no la
escucha todos los días, pero cuando tiene que escucharla la disfruta. Son
muchas las razones que nos podemos inventar para que la fanática anciana de
Daddy Yankee sea verosímil.
En el caso de la nena, digamos que se
crió en el campo, muy pobre, aislada, solo ella y su abuelito, y que este se
pasaba el día entero escuchando viejos discos de Los Panchos. El abuelito acaba
de morir y la nieta, recién llegada a la ciudad, se ha quedado con ese gusto
musical. O la nieta es una de estas chicas que busca ser diferente, odia estar
a la moda, desea poseer un estilo propio, y un día, al buscar ropa vintage en
una boutique, esta chica descubrió la música de Los Panchos y le
gustó.
Repito:
se puede escribir cualquier historia, pero debe ser “verosímil”. Esta es la
palabra clave. Y es necesario hacerlo bien, con esmero, para que las
justificaciones no parezcan traídas por los pelos ni pegadas con cola. Las
justificaciones deben ser una parte misma de la trama, no un párrafo añadido
como si fuera un remiendo o parche.
Por
último: una vez establecidas por nosotros las reglas del juego, ni siquiera
nosotros podemos violarlas. Digamos, por ejemplo, que escribes
una novela que transcurre en el planeta Marte y que describes a los marcianos
como criaturas rojas con cinco piernas. Vale. Te lo aceptamos y seguimos
leyendo. Pero más adelante, en la página 140, de pronto llega un marciano con
dos piernas a un restaurante. Esto será un disparate, porque todos los lectores
ya han aceptado que los marcianos tienen cinco piernas. Al aparecer un marciano
con dos piernas, que a nosotros (terrícolas) nos parecerá normal, hay que
comprender que para los marcianos de la novela será un monstruo o, como mínimo,
un incapacitado físico. Al no cumplir con nuestras propias reglas (“los
marcianos tienen cinco piernas”) hemos creado una escena inverosímil e
inaceptable.
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