domingo, 8 de noviembre de 2020

Antología FELIPE 2020: Cuentos cortos para esperas laragas

Ayer recibí el libro "Antología Cuentos cortos para esperas largas", de FELIPE -Festival Internacional de Pereira-. Entre 1023 participantes, seleccionaron 20. Un cuento mío entró en él. Se los comparto.






Aliado en la sombra

 

 

Durante este septiembre en Bogotá el aire ha estado denso, no es capaz de soplar una hoja. Lo respira la gente que va y viene, espeso como el chocolate santafereño que toman en las tardes. Nos defendimos de los españoles, y entre nosotros los granadinos no sabemos entendernos.

 

Manuelita y Simón acaparan mi atención. Lo digo como si yo fuera muy importante, ¡ja! Pero estoy embobado con ellos, para bien, claro, aunque nadie los quita de su entrecejo. A pesar de tantas tierras y personas libertadas o quizá debido a ello, no quieren dejarlos tranquilos.

 

Su amor me deslumbra, lo asumo como propio. Me dedico a preservar las dos clases de amor que comparten mis héroes. ¿Cómo ser su aliado en la sombra? Me pregunto sabiendo la respuesta, cuestionarme reafirma el deber nacido en mí.

 

Comienzo a maquinar las acciones a seguir para que se fortalezca y esté seguro ese amor que con pasión viven entre ellos y hacia su patria. Para empezar, debo seguir de cerca sus pasos, identificar los peligros que enfrentan. Con esta cara de bobo que me mando, nadie sospecha ni me repara.

 

—¿Sumercé sabe quién se salió del congreso anoche cuando todos se habían ido y qué llevaba el tipejo ese bajo el brazo? –Le pregunto a la secretaria, estamos afuera del caserón del palacio.

—Sí, aquel criollo de corbatín y sombrero de copa, véalo, ahí viene.

—Si lo entretiene mientras averiguo lo que se trae, le regalo estos panes.

—¿Nada más?

—Le encimo esta mogolla santafereña, ¿la quiere o la desdeña?

—Está bien, la quiero, pero con los panes. Mientras más brilla lo que me ofrecen, menos confío, ¿y usted qué se trae?

—Le van a gustar… Endulzo su oído.

—¿Para qué desea saberlo? –Indaga maliciosa.

—No pregunte, sumercecita, que si le cuento no entiende.

—Si es para atravesarse a los conspiradores mezquinos, le ayudo con gusto.

 

Y así con uno y con otro, con una jugada y otra, me voy enterando de las posibles artimañas usadas en contra de mis héroes. Supe que muchos tienen un plan para entorpecer su camino. A él lo quieren matar, a ella la quieren vejar. Corro a llevarles la información a tiempo. Así como la vez en la vía a Duitama cuando iban a emboscar a mi general, la señora Manuelita no quería dejarlo salir. Él nos ignoró, no nos creyó, se fue porfiado. Por fortuna, los cobardes fallaron.

 

Por la costurera supe del nuevo plan, este más decidido, mejor cocinado:

 

—Con comandante y varios militares de su lado, van dispuestos a dar en el blanco.

—¿A mi general?

—Sí, esta noche van a acabar con su vida, no hay remedio, son muchos liberales y soldados.

—¿Cómo? ¿Quiénes? ¿Dónde?

—En el palacio, allí mismito. Toda esa partida de neogranadinos desagradecidos que se dicen intelectuales.

—¡Oh, no!... ¡Hay que avisarles!

—Sí, corra, mire cómo se hace oír, yo no puedo, ¡ni de vainas!

 

Noche de septiembre: un reptil yace tranquilo sobre el lecho terroso; en ángulo recto la luna delata sus rayas intercaladas, amarillas, negras y rojas, una rabo de ají. La ventana se abre, el interior de la recámara del palacio se ilumina con esa bombilla rimbombante del cielo, lo veo saltar. Yo sé que él tiene tres peligros: aporrearse al caer, ser presa de la serpiente, morir a manos de sus conspiradores.

 

Agarro la víbora por su punto frágil, la doblego. Salvado el primer obstáculo. Antes ha de morir ella que mi general. Luego la veo (a Manuelita) asomarse y cerrar la ventana. Sus ojos pardos como almendras asadas se meten dentro de los míos en un pacto secreto, solo media el silencio. Cuanto más delicada la misión, más secretismo suele necesitar. Entro en una cofradía sagrada con la mujer de la ventana. Mi misión se afianza: ser su aliado, el de ambos, su cómplice imperturbable.

 

Si mañana la historia revela estos sucesos, se verá que fui su protector, que les llevé información útil para esquivar los ataques mortales y que este 25 de septiembre de 1828, yo lo resguardé bajo un puente, con mi propia ruana, hasta el amanecer cuando José Palacios me ayudó a esconderlo.

                                                                                                                                          Galu 2020


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