Les comparto este texto maravilloso del manizaleño literato John Hoyos
EL
CONFINAMIENTO Y LA CUARENTENA
Ahora, cuando en
todo el mundo vivimos una situación tan inusual por culpa de un bicho que tan solo
se ve con un microscopio, es pertinente hacer una diferenciación: en
confinamiento, obligatorio por cuenta de una orden presidencial, estamos todos
los ciudadanos de este país del Sagrado Corazón de Jesús. Por nuestro bien, para no ser atacados por el
Virus Corona 19.
La cuarentena
la deben guardar aquellas personas enfermas invadidas ya por el tan mentado
micro-organismo o quienes se sospecha ya le dieron alojamiento en sus
cuerpos. Recuerdo cuando los tripulantes
de la nave espacial Apolo XI regresaron de su viaje a la luna, después del
amarizaje, ellos fueron sometidos a una cuarentena como prevención a una
posible enfermedad, virus o bacteria importados desde el espacio sideral.
Mi abuela,
quien nunca creyó en los gringos caminando por la superficie de Selene, me
hablaba de otra cuarentena: los días de aislamiento a los que se sometían las
mujeres después de un parto. Eran cuarenta
(tal vez de allí venga su nombre), durante los cuales la parturienta se
encerraba en una habitación sellada por completo. No podían entrar los rayos
del sol ni las corrientes de aire, para la buena salud de la madre y el bebé.
Durante 960 horas la mujer y su criatura nunca se bañaban. Cómo sería el hedor de la habitación que
desde ese entonces quedó institucionalizado el uso de los atormentadores
tapabocas. Por aquellas calendas no se hablaba de alimentación sana y las
madres se sometían a una rigurosa dieta: se comían cuarenta gallinas y, para
rematar, un ovejo. ¿Se imaginan ustedes a Carolina Cruz con un régimen
alimenticio como este? Mejor dicho, no la vuelven a llamar de Caracol. Y como
si lo anterior fuera poco, quienes querían conocer al recién llegado bebé se
aparecían con un tarro de galletas Saltinas Noel, esos grandotes y cuadrados,
porque las Saltinas La Rosa venían en un tarro redondo. El regalo era para que la parturienta se
pudiera tomar los algos y las meriendas con chocolate “bien parviado”. Por eso, cuando a las loras les preguntaban:
¿Patojita, quiere cacao? Ellas respondían: ¡Siii, pero bien parviado!!! A esto
le agregaban coladitas de Maizena y Caspiroletas para que la nueva mamá saliera
alentada de la cuarentena y pudiera recuperar sus fuerzas para el próximo
embarazo. Con ese yantar yo me aguanto el encierro que sea, eso sí, con ducha.
En cuanto al
confinamiento, en esta materia los europeos nos llevan kilómetros de ventaja. Ellos
tienen experiencia desde la alta Edad Media cuando el papa Justiniano en una
bula proclamó que los gatos eran criaturas diabólicas; entonces en el viejo
continente se desató una masacre de mininos que permitió la proliferación de
los ratones. Los roedores acabaron con todos los quesos y se convirtieron en
vectores de la temible Peste Negra, Bubólica o de Justiniano (por ignorante el
viejo). En esos tiempos los gobernantes no contaban con la franja de televisión
de las seis de la tarde, por eso no podían socializar sus órdenes y a todo el
que anduviera por las calles, como buen colombiano, lo pasaban al papayo y sin
fórmula de juicio.
Los reyes,
príncipes, duques, marqueses, condes y señores feudales no sabían nada de
derechos humanos ni garantías constitucionales para el libre movimiento. Por esta razón los europeos de entonces no conocieron
el Pico y Cédula, mucho menos el Pico y Género (el lenguaje de entonces era
excluyente, no se conocían términos como “todes”), cuando se daban cuenta de
una casa con un apestado, enviaban a la tropa para que la tapiaran. Y santo
remedio, de forma automática quedaba establecido el distanciamiento social. Los
sobrevivientes de la vivienda no podían salir al mercado, hacer diligencias
bancarias ni reclamar pócimas donde los boticarios. Así evitaban que se
esparciera la enfermedad, aminoraban los índices de contagio y aplanaban la
curva de un sablazo. Cuentan las malas
lenguas que la peste fue llevada a Europa por unos comerciantes italianos
llegados del lejano oriente, por eso también les achacaron la culpa a los
amarillos oji-rasgados.
Pero los
habitantes del viejo continente vivían relajados, estaban incomunicados por
completo y eran ignorantes de lo que sucedía en el resto del mundo. No tenían que soportar las barbaridades de
Donald Trump, las estupideces de Jair Bolsonaro, el hablar pausado (como
escuchándose a sí mismo) de Andrés Manuel López Obrador ni el programa
vespertino de Iván Duque Márquez. No veían noticieros donde mencionaban la
peste trescientas ochenta y seis mil doscientas cuarenta y tres veces por día. Tampoco tenían la internet, por ello
eran inmunes a las noticias falsas, los rumores malintencionados y toda la mala
leche que destilan en las redes sociales. Tampoco escuchaban radio, por eso
eran ignorantes del número de muertes, las tasas de contagio y la cantidad de
personas que se habían recuperado. Les importaba un carajo las medidas que
estaban tomando los reinos vecinos y los reyes no hablaban de “los abuelitos”,
le tenían pavor a morir a manos de algún viejo de buena puntería con el arco.
En unas leves
investigaciones que emprendí, encontré algo en común con los habitantes de Europa
por esas calendas: los gobernantes también eran corruptos, los políticos eran
duchos para el robo y los banqueros (sobretodo lombardos italianos) carecían de
escrúpulos, como cualquier Luis Carlos Sarmiento Angulo.
Pasaban los
tediosos y largos días de confinamiento escuchando maravillosas historias, la
tradición oral era muy importante para aquel entonces. Como no hay mal que por bien no venga, a don
Giovanni Boccacio le tocó refugiarse en una villa campestre y allí escribió un
libro que legó para la posteridad:”El Decamerón”. Allí el maese nos narra diez maravillosas
historias, muy apropiadas para estos tiempos del Virus Corona 19.
Y ya para
terminar, como decía don Darío Silva en “Lambicolor”, si usted, querido lector,
ha tenido la paciencia de llegar a esta línea, le agradezco en el alma y, en
definitiva, los dos estamos más desprogramados que comentarista deportivo hoy
en día.
John Hoyos
Super, buenisimo!!!!!!con mucha historia, y ademas con muy buen sentido del humor. Me rei bastante es lo qq necesitamos ahora. FELICITACIONES!!!!. UN ABRAZO.
ResponderBorrarJajajajajaja JH: muy ameno y ciertas tus afirmaciones perfumadas de tu fino humor. Gracias JJ y Galu por darlo a conocer
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