domingo, 30 de octubre de 2022

Otro cuento de Claudia Piñeiro: Con las manos atadas

 Con las manos atadas

 

Abrieron la puerta del baño y nos empujaron dentro. El más gordo nos tumbó en el piso, nos sentó espalda con espalda y, con una soga, nos ató las manos, juntas, las de ella con las mías. Luego salió y cerró la puerta con llave. Nos quedamos en silencio esperando que se fueran, todo lo que había de valor en la escribanía ya se lo habíamos entregado. Sin embargo, antes de irse, dieron una última revisada. Por el ruido sabíamos que estaban estrellando los libros contra el piso.

La escribana estaba muy asustada, no debe ser fácil para una mujer joven y linda como ella pasar por una situación así. No es que a mí no se me hubiera cruzado por la cabeza que a lo mejor los tipos me terminaban pegando un tiro. Pero el susto de ella era distinto. Yo vi cuando el gordo le miraba las piernas con ojos libidinosos. Creo que si no fuera porque el que hacía de jefe lo apuraba, terminaba haciéndole cualquier cosa. Tuvo suerte la escribana, la sacó barata.

Del otro lado de la puerta se oyó el ruido de un chorro de agua cayendo desde cierta altura.

—¿Y eso? —dije.

—Están meando, Gutiérrez —me contestó la escribana.

—Mientras no sea sobre el protocolo…

—¡Me importa un carajo el protocolo, Gutiérrez!

La escribana es mal hablada. Una pena, no le queda bien. Y tampoco entiende demasiado del oficio de notario. Un escribano cuida el protocolo como a su propio hijo. Aunque yo no tengo hijos me lo puedo imaginar. A mí sí que me importaba que orinaran sobre el protocolo. Pero claro, mi vida es esta escribanía. Todo lo que soy lo aprendí en este lugar. El tío de la escribana me lo enseñó.

El Doctor Azcona, el escribano. Él sí que hacía un culto de esta profesión. Para él preparar un testimonio, certificar una firma, hacer un estudio de títulos, eran palabras mayores. Él sabía lo que significaba dar fe; si Azcona ponía la firma, uno podía quedarse tranquilo. En cambio esta chica, si no fuera porque estábamos Mirta y yo, no sé qué hacía. Mucha universidad y todas esas cosas, pero cuando hay que ir a los bifes no entiende nada. El Doctor Azcona no tenía hijos. Aunque, en realidad, a mí siempre me trató como a uno. Yo creo que fue para agradecerle lo que hizo por mí que me puse a estudiar abogacía. Y eso que cuando empecé ya había cumplido treinta y ocho años. Me costó bastante. Hubo materias que tuve que dar como tres o cuatro veces. Estoy convencido de que por esa carrera me terminé separando de Julia. Yo no paraba ni un minuto. Las pocas horas libres que me dejaba la escribanía se las dedicaba al estudio, ella se sintió sola y se terminó yendo. En el fondo la entendí. Julia había entrado en una edad difícil para una mujer. Además, siempre tuvimos tiempos distintos, para todo. Al año de separarme me recibí de abogado y empecé con las materias para ser escribano, que era lo que yo realmente quería. El Doctor estaba orgulloso de mí. Siempre me preguntaba cómo me iba en los exámenes, me prestaba libros. Yo estaba seguro de que cuando me recibiera, si pasaba el examen, iba a terminar siendo adscripto a su registro. Estudié tres años seguidos para dar ese examen. pero nunca lo di. Porque entonces apareció ella, una sobrina que yo nunca había oído nombrar, con veintisiete años y el título de escribana recién sacado del horno. Me acuerdo que el día que Azcona me llamó a su oficina y me dictó el borrador del poder por el que le dejaba todo a ella, fue como si me hubieran tirado un balde de agua fría. Cuando pasé el poder al libro me equivoqué tres veces, tuve que hacer tres enmiendas. La primera vez en mi vida que me equivocaba en el libro.

 «Al fin perdiste la virginidad, Gutiérrez», me había dicho Mirta riéndose, mientras yo salivaba.

Se escuchó el golpe de la puerta de entrada al cerrarse, y luego un silencio.

—Se fueron…

—¿A usted lo espera alguien, Gutiérrez?

—No… yo soy solo… me separé hace un tiempo.

—Entonces, si no hacemos algo, hasta mañana no nos encuentra nadie.

Intentamos sacarnos la soga, pero enseguida nos dimos cuenta de que era imposible y de que, cuanto más tirábamos, más se ajustaba el nudo.

La escribana giró sus piernas hacia la puerta y la empezó a patear. Yo la miré por sobre mi hombro. Alcanzaba a verle la pantorrilla. En una de sus patadas se le voló un zapato. Traté de decirle que me parecía un esfuerzo inútil pero no me escuchó. Siempre parecía que no me escuchaba. Sobre todo cuando le iba con algún asunto de trabajo complicado: «Gutiérrez, no me venga con problemas. Soluciónelo y cuando lo tenga resuelto me viene a ver». Era evidente que ella no era escribana de raza. Esa chica se metió en la profesión porque vio la veta que tenía con su tío. Lo único que parecía importarle eran los trajecitos que se ponía, demasiado cortos para lo que se usa en nuestro ambiente. Y que el color de los zapatos combinara con el de la cartera.

—Yo no puedo creer que tenga que pasar la noche acá…

—Por qué no se tranquiliza y trata de descansar…

—¡Gutiérrez, ¿a usted le parece que yo puedo descansar en estas condiciones?! ¡Tengo el culo frío por las baldosas del piso, las manos apretadas contra su trasero, y usted hablándome todo el tiempo!

Se le fue la mano. A medida que el tiempo corría me tuvo que dar la razón. El sueño la fue venciendo. Me di cuenta por cómo se movía su espalda sobre la mía cuando respiraba. Acomodó su cabeza sobre mi hombro y la dejó caer hacia atrás.

 

—Apóyese tranquila, escribana, que yo no tengo nada de sueño —le dije, pero no me oyó porque ya estaba dormida.

Se movía, apenas, y al hacerlo refregaba el pelo contra mi cuello. Hasta me hacía un poco de cosquillas. Pero no la iba a despertar, cómo le iba a hacer eso. Me acomodé para que ella calzara mejor. Tenía puesto el perfume que usa siempre, aunque esta vez parecía mucho más fuerte. Yo estaba acostumbrado a oler la estela que dejaba, pero me mareaba sentirlo tan cerca. Su oficina siempre olía a ella. Me acuerdo de que un día que firmó muchas actas y poderes, antes de guardar el protocolo, me lo llevé hacia la cara y lo olí. Era como si ella estuviera ahí, metida adentro del libro mismo. Nunca antes la había tenido tan cerca como en ese baño. Si giraba mi cabeza hacia su lado, podía apoyar mi nariz sobre su pelo y olerlo. Lo hice. Justamente la estaba oliendo cuando ella se despertó.

—Gutiérrez, ¿nos tiramos de lado así podemos dormir mejor?

—Como usted diga, escribana.

Nos dejamos caer hacia su derecha y fuimos estirando las piernas. Enseguida la escuché respirar profundo otra vez y supe que estaba dormida. Sentí la curva de su cola sobre mi cintura. Se acurrucó y apoyó su pie descalzo sobre mi pantorrilla. Me saqué los zapatos con esfuerzo, siempre me ajusto mucho los cordones para que no se me deshaga el nudo mientras camino. Yo camino bastante, treinta cuadras por día. Le saqué el zapato que le quedaba puesto y le froté la planta del pie. Pensé que podía tener frío. Sus manos se movieron en el hueco que dejaban las curvas de nuestras cinturas. Le quise dar calma y entrelacé mis dedos con los de ella. Acaricié sus dedos subiendo y bajando los míos tanto como la soga me lo permitía. La escribana tenía la piel suave. Lo comprobé haciendo pequeños círculos con mis yemas. Se ve que ella soñaba con alguien porque en un momento me apretó la mano fuerte, con confianza, como debía hacer con esos hombres que la llamaban a la escribanía. Mi mano quedó aplastada contra la curva de su cola. La recorrí apenas y comprobé que era tal como la imaginaba. Me hubiera gustado apretarla. Por un momento me imaginé atado a ella, pero frente a frente, sintiendo su respiración sobre mi cara, llevando las manos atadas de los dos hasta sus pechos para tocarlos, sintiéndola donde más la sentía. Me imaginé que la besaba, una y otra vez, bien profundo, como si me quisiera meter dentro de ella. Me imaginé dentro de ella. Y fue tan real como cuando tenía catorce años y me movía entre las sábanas. Real aunque yo estuviera tirado en el piso del baño de la escribanía con las manos atadas. Porque lo que sucedía dentro de mí solo era posible si yo estaba dentro de ella. Traté de que ese momento durara, que no se fuera, moviéndome apenas para no molestarla. Entonces, cuando sentía un placer que no recordaba haber sentido antes, no pude más y me dejé ir. Creo que fue mi último aliento lo que la despertó, me puse alerta, aunque enseguida se durmió otra vez. Yo también me dormí.

Cuando Mirta entró a la mañana siguiente, no podía parar de gritar. La escribana empezó a patear la puerta otra vez, pero Mirta gritaba tanto que no la oía. Entonces grité yo, con una fuerza que no solo sorprendió a la escribana sino a mí mismo. Mirta trajo al encargado del edificio y abrieron la puerta. Enseguida nos desataron. La escribana se quejó de sus brazos entumecidos, creo que yo también los tenía entumecidos. Y de inmediato le pidió a Mirta que se comunicara con la policía mientras ella llamaba a alguien por la otra línea. Debe de haber llamado a un hombre, le pidió que viniera a buscarla. Yo la espiaba mientras juntaba papeles orinados del piso. La escribana tenía la pollera arrugada, estaba despeinada y el maquillaje se le había corrido. Me quedé mirándola.

—¿Qué mira, Gutiérrez? ¿Por qué no se va a dar una ducha y a descansar un poco?

Me puse colorado. Bajé la vista y me encontré con mi pantalón manchado por una humedad espesa. Agarré la carpeta de la «Sucesión Martín Cabrera» que estaba sobre el escritorio y la puse delante de mí, a esa altura. Miré a la escribana y a Mirta, ninguna me miraba.

—Andá tranquilo, Jorge, que yo me ocupo de todo —dijo Mirta—. Con la noche que pasaste, no sé cómo podés seguir en pie.

La escribana se fue apenas le avisaron que estaban esperándola abajo. Yo también; unos minutos después tomé mi sobretodo y me fui.

El ascensor olía a ella.

 

 

Más tips para escribir mejor, capítulo IV: 2. Preposiciones "de" y "a"

 

2.    Preposiciones “de” y “a”


Preposición "de": ¿Cómo saber si hay dequeísmo o queísmo?


Hay que convertir la expresión que nos hace dudar en frase interrogativa. Si necesitamos la preposición «de» para hacer la pregunta, en la oración de nuestra duda también se empleará esta preposición.

Otro método para reconocer el error consiste en sustituir la proposición (oración) subordinada sustantiva por un pronombre demostrativo (eso, esto...). Hay que tener presente que la frase subordinada empieza con la conjunción «que».

Después de este repaso, ya estamos listos para analizar las oraciones planteadas en la consulta. Apliquemos la recomendación de reemplazar la oración subordinada por el pronombre demostrativo:

Siempre llego a la conclusión que debemos leer más o Siempre llego a la conclusión de que debemos leer más.

En las dos oraciones tenemos que sustituir «que debemos leer más» por el pronombre demostrativo «eso»:

Siempre llego a la conclusión eso (incorrecto).

Siempre llego a la conclusión de eso (correcto).

En la primera oración, nótese que al reemplazar la frase que comienza con «que» por el pronombre demostrativo «eso», la oración queda inconsistente. Esto nos indica que en «Siempre llego a la conclusión que debemos leer más» hay queísmo; es decir, falta la preposición «de».

Recordemos que una frase tiene dequeísmo cuando se usa innecesariamente la preposición «de» entre el verbo y la conjunción «que». Por lo tanto, hay dequeísmo cuando la sintaxis de la frase no exige la secuencia «de + que».

Hay queísmo cuando se omite la preposición «de» en contextos en que es necesaria la secuencia «de + que».

 

Preposición “a” 

La preposición a indica comúnmente el término, objeto o tendencia de la acción. No solo va delante de la persona que recibe la acción del verbo y delante de aquella a la cual resulta el daño o provecho, sino también después de los verbos de movimiento, y en las frases que expresan la distancia de un lugar o tiempo a otro, la diferencia entre dos objetos, o el punto a donde alcanza la cosa.

Función  

Ejemplos

Notas

Complemento directo

La noticia alborotó a todos

Complemento indirecto

Da limosna a los necesitados

En los verbos de movimiento

Llegamos a Albarracín

No precede a adverbios como allí.

Distancia de lugar y tiempo, y diferencia entre dos cosas

Fue de Madrid a Cádiz; De las ocho a las nueve estuvo leyendo

Punto a donde alcanza algo

Le llegaba el agua a la boca; Subía la cuenta a mil pesos.

Modo de hacer una cosa

a caballo, al contrario, a gritos, a lo duque, a lo letrado, a ojos cerrados, a oscuras, a pie, a manos llenas, a pecho descubierto, al revés, a rienda suelta, a sangre fría, a todo correr

Tiempo en que algo sucede

al anochecer, a las dos de la mañana, al día siguiente, a su llegada, a su advenimiento al trono

Lugar

Sentarse a la mesa, o a la derecha; Estar a la sombra; Crecer a su abrigo; La vi a la ventana; Se asomó al balcón; Estaba a la puerta; Le puso una cadena al cuello; Llevaba la insignia al pecho; Mirarse al espejo

No puede usarse la preposición a en todos los casos; por ejemplo, no es correcto: ×Estoy a Roma. Suele usarse con lugares próximos, de modo que a la puerta no es exactamente en la puerta, sino tal vez a un par de metros.

Motivo

a instancias de los parientes, a ruegos de su madre, a causa del frío que hacía, esto es, por causa del frío; Despertar a las voces de alguien

Afirmación

a fe de caballero, a fuer de hombre honrado, a buen seguro

Semejanza, uso o costumbre

Cortó el nudo a lo Alejandro; Una berlina a la inglesa; Una montera a la española; Obrar a lo soldado

Por esto equivale en algunos casos a según

Instrumento con que se hace algo

Pasó los habitantes a cuchillo; Tocar unas seguidillas a la guitarra; Quien a hierro mata, a hierro muere; Lo molieron a palos

Precio de las cosas

A 20 pesos el kilo

Diversiones y entretenimientos

Jugar a las cartas; Jugar al tenis

Entre un nombre repetido, movimiento pausado o continuo

Gota a gota, hilo a hilo, paso a paso

Que nada media entre dos objetos

Le hablé cara a cara; boca a boca, o rostro a rostro; Ir mano a mano; Navegar costa a costa

Entra además en la composición de muchas locuciones adverbiales*.  

a lo menos, a menudo, a tontas y a locas, a trueque de

A consecuencia de los usos generales de esta preposición, puede ir después de los adjetivos acostumbrado, aficionado, amarrado, asido, contrario, igual y otros muchos, como también después de los verbos que vienen de dichos adjetivos o dan origen a ellos: acostumbrarse, aficionarse, amarrar, asirse, contrariar, igualar, etc.

Con complemento directo (el que está exigido por el verbo y completa su significación al designar la entidad a la que afecta directamente la acción verbal. 

También se lo llama objeto directo o complemento acusativo y la capacidad que tienen los verbos de tener complemento directo es la transitividad).

 

La preposición a puede introducir el complemento directo en ciertos casos, especialmente cuando se refiere a personas. En ocasiones, sin embargo, un complemento directo de persona puede no llevar la preposición o, por el contrario, puede tenerlo siendo de cosa.

También se lo llama objeto directo o complemento acusativo y la capacidad que tienen los verbos de tener complemento directo es la transitividad.

Lleva la preposición en los siguientes casos, entre otros:

1. Cuando el complemento es una persona o varias personas conocidas y definidas, aunque hay excepciones:

Vi a mi hermano ayer

Haga el favor de servir a María

Busco a un criado mío [uno concreto]

Pero busco un criado [quiero contratarlo]

En ocasiones, para evitar ambigüedades, se suprime la a en el complemento directo:

Recomendé el criado a mi madre

Ciertos verbos cambian su significado según lleven o no a:

Él enseña los perros al público [~ los muestra]

Él enseña a los perros [~ los educa]

Mi hermana quiere un criado [~ le gustaría tener uno]

Mi hermana quiere a un criado [~ lo ama]

Los bandidos robaron los niños [~ se los llevaron]

Los bandidos robaron a los niños [~ les quitaron algo a los niños]

2. Cuando el complemento directo alude a un animal que se considera inteligente o que se aprecia, así como a una cosa personificada:

El toro mató al caballo

Ama mucho a su perro

Persiguió al león

Ella acariciaba a sus gatos

Temían a la muerte

Las campanas aclaman a la victoria

3. Para evitar ambigüedades, cuando el sujeto y el complemento denotan cosas y el primero va al pospuesto al verbo:

Al terror sucedió la calma

Alcanzó el rápido al tren expreso

Usos impropios

En ocasiones la preposición a en lugar de otras que en el contexto serían más apropiadas, como para, en, etc.

iniciarse en la lectura

iniciarse a la lectura

montarse en el tren

montarse al tren

en el momento actual

al momento actual

el rescate de la princesa

el rescate a la princesa

Posible influencia de verbo rescatar o de ayuda

servir para una función

servir a una función

contraproducente para sus intenciones

contraproducente a sus intenciones

Probable cruce con contrario a

kilómetros por hora

kilómetros a la hora

Las confusiones en el régimen de algunos verbos originan que se introduzca a cuando no debe haber preposición alguna. Un ejemplo es el caso de mandar. Este verbo no debe llevar preposición, y si la lleva, la idea es de finalidad:

Me mandó a comprar tabaco (para que comprara tabaco).

Sin embargo, si lo que se pretende expresar es solamente la acción que depende del verbo (el complemento directo) la preposición no aparece en el español de España, aunque en el de América sí aparece:

Me mandó a llamar. Me mandó llamar.

La mandó a traer los papeles. La mandó traer los papeles.

Algo similar sucede con acostumbrar. Cuando se construye este verbo con la preposición a se le otorga el sentido de 'habituar', 'adquirir la costumbre':

Debes acostumbrarla a hacer sus ejercicios.

Cuando equivale a soler puede prescindirse de la preposición, pero también vale con ella:

No acostumbro a comer nada entre horas. No acostumbro comer nada...

viernes, 21 de octubre de 2022

Un cuento de la escritora contemporánea Claudia Piñeiro*

 

Basura para las gallinas

(Del libro "Quién no")



Se dispone a atar la bolsa de plástico negro. Tira de las puntas para hacer el nudo. Pero resultan cortas, puso demasiado en esa bolsa, ya ni sabe cuánto ni qué metió dentro para llenarla, todo lo que encontró dando vueltas por la casa.

Levanta la bolsa en el aire desde la abertura y la sacude con golpes cortos y secos de manera que el contenido se comprima y libere más espacio para el nudo. La ata dos veces, dos nudos. Comprueba que el lazo haya quedado firme tirando del plástico hacia los costados. El nudo se aprieta, pero no se deshace.

Deja la bolsa a un lado y se lava las manos. Abre la canilla, deja correr el agua mientras carga sus manos con detergente. Cuando era chica, en su casa, no había detergente, usaban jabón blanco si había. Ella ahora tiene detergente, se trae del que compran por bidones en el trabajo, llena una botella vacía de gaseosa y la guarda en su mochila. Tampoco había bolsas de plástico cuando era chica, su abuela metía en un balde todos los restos que podían servir para abonar la tierra o para alimentar a las gallinas y lo que no lo quemaba detrás del alambre, sobre el camino de tierra. Al balde iban las cáscaras de papas, los centros de las manzanas, la lechuga podrida, los tomates pasados de maduros, las cáscaras de huevo, la yerba lavada, las tripas de los pollos, su corazón, la grasa. Desde que vive en la ciudad, en cambio, usa bolsas de plástico, bolsas del mercado o bolsas compradas especialmente para cargar basura como la que acaba de atar. En una misma bolsa mete todos los restos sin clasificar, porque donde vive ahora no hay gallinas ni tierra que abonar.

Cierra la canilla y se seca las manos con un repasador limpio. Mira el reloj despertador que dejó esa tarde sobre la heladera, es hora de sacar la bolsa a la calle para que se la lleve el camión de la basura. Camina por el pasillo angosto que comparten todos los vecinos. Colgando de la mano izquierda lleva la bolsa agarrada con fuerza por el nudo; debe dejarla en la vereda apenas unos minutos antes de que pase el basurero. En la mano derecha lleva el manojo de llaves, que le pesa casi tanto como la bolsa. El llavero de metal es un cubo con el logo de la empresa de limpieza para la que trabaja, de la argolla plateada cuelgan las llaves del edificio y de cada una de las cinco oficinas que limpia, las llaves de un trabajo anterior adonde ya no va, las dos llaves de la puerta hacia la que camina ahora con la bolsa de la basura golpeando contra su pierna mientras avanza, la llave de la puerta de su casa planta baja al fondo, la del sótano donde guarda la bicicleta con la que va a trabajar su marido cuando tiene trabajo, y la de la puerta del cuarto de su hija, la que acaba de agregar al llavero después de encerrarla.

Cuando llega a la puerta de calle manotea el picaporte pero no se abre, deja la bolsa en el piso, pasa las llaves una a una girando sobre la argolla hasta que da con la correcta. Mete la llave y abre la puerta. Primero una y después la otra; la segunda llave la agregaron después de que entraron ladrones en el departamento «H». Traba la puerta con un pie mientras carga otra vez la bolsa. En ese corto tramo hasta el árbol donde la dejará para los basureros, la lleva abrazada contra su pecho. Al abrazarla se da cuenta de que la aguja de tejer perforó el plástico y saca su punta hacia ella, como si la señalara. La mira pero no la toca. Gira la bolsa para que la aguja de metal no le apunte.

Llega al árbol y apoya la bolsa otra vez en el piso, junto a bolsas que otros dejaron antes. Con el pie presiona la aguja para que se meta dentro, de donde no tuvo que salir. La aguja entra hasta que se topa con algo y entonces ella ya no aprieta más, para que no salga por el otro lado y termine siendo peor. Se queda mirando el orificio que perforó la aguja esperando ver salir por él un líquido viscoso, pero el líquido no sale. Si saliera y alguien le preguntara, ella diría que es de cualquiera de las otras cosas que tiró dentro para llenar la bolsa. Pero del agujero no sale nada.

Juega con las llaves mientras espera al camión de la basura. Gira las llaves una a una por la argolla. Es de noche, aunque todavía no terminó la tarde, el frío de julio le corta la cara. Se frota los brazos para darse calor. Agita el llavero como si fuera un sonajero. Ya está, ya se termina, quisiera entrar otra vez a su casa a ver cómo está su hija, pero no puede dejar la bolsa ahí sola. Teme que alguien husmee en su basura buscando algo que pudiera servirle. O un animal, atraído por el olor. Ella sabe que los animales pueden oler cosas que nosotros no olemos; allá donde vivía con su abuela había animales, perros, un burro, gallinas; en una época hasta tuvieron un chancho. En la ciudad hay perros. Tiene frío, pero no puede irse y dejar que uno de ellos ataque con voracidad la bolsa que acaba de sacar para los basureros. En casa de su abuela había tres perros. Su abuela también usó una aguja, pero no la bolsa de plástico sino uno de los dos baldes. Lo que largó su hermana fue al balde de las gallinas. Ella vio a su abuela sacárselo a su hermana, por eso sabe cómo hacer con su hija: clavar la aguja, esperar, los gritos, los dolores de vientre, la sangre, y después juntar lo que salió en el balde y tirarlo a las gallinas. Ella aprendió viendo a su abuela. Y así lo hizo hoy, igual que como se acordaba.

Solo que esta vez resultará mejor, porque ella ahora sabe qué tiene que hacer si su hija grita de dolor y no deja de largar sangre, sabe dónde llevarla, a ella no se le va a morir. En la ciudad es distinto, hay hospitales o salitas médicas cerca. Su abuela no sabía qué hacer, no había lugar al que llevar a su hermana. Donde ellos vivían no había nada, ni siquiera vecinos. No había manojos con llaves que abren y cierran tantas puertas. No había bolsas de plástico ni gente que revolviera en lo que dejaban los otros. Pero había gallinas que se comían la basura.

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 *Claudia Piñeiro es una escritora, guionista de televisión, dramaturga y contadora de.Burzaco, Argentina, Nació el10 de abril de 1960. Premio Sor Juana Inés de la Cruz, Premio Platino a Mejor Creador de Serie. Nominaciones: Premio Booker Internacional, Premio Platino a Mejor Creador de Serie. 44 títulos: Catedrales · Raphael Baldaya · Una suerte pequeña · Elena sabe · Quién no · Las maldiciones · Las viudas de los jueves.  Tuya...

Más tips para escribir mejor: Evitar el “que” galicado

 

QUE GALICADO

 

Un galicismo es el empleo de palabras o giros provenientes del idioma francés. Se sabe que la lengua francesa ha hecho muchos aportes al español (en cuanto a léxico), pero también, han introducido construcciones y formas que en el castellano tienen equivalentes (algo que también ocurre con otros idiomas).

El “que” galicado es una estructura usada de forma incorrecta en el español (que viene del francés) y consiste en emplear un “que” como adverbio relativo, después del verbo “ser” conjugado, en lugar de los adverbios de modo, tiempo y lugar.

Ejemplos

 

 

Fue en Medellín que nací.

Formas de evitarlo

 

Fue en Medellín donde nací.

Eran los lunes que iba al gimnasio.

Eran los lunes cuando iba al gimnasio.

El domingo pasado fue que nos vimos.

El domingo pasado fue cuando nos vimos.

Fue a Pedro que lo invité a comer.

Fue a Pedro a quien invité a comer.

Es en mi país que hay muchas montañas.

Es en mi país donde hay muchas montañas.

Con ese balón fue que hicieron el gol.

Con ese balón fue con el que hicieron el gol.

¡Qué inteligente que es tu amiga!

¡Qué inteligente es tu amiga!

¿Es por esto que no estuviste presente?

¿Es por esto por lo que no estuviste presente?

Es en la casa que vivo que hay piscina.

Es en la casa en la que vivo donde hay    piscina.

Es por esa razón que lo hizo.

Es por esa razón por la que lo hizo.

Es por ese camino que salimos.

Es por ese camino por donde salimos.

Es en ese lugar en que hablamos.

Es en ese lugar en el que hablamos.

Desde ayer es que no lo veo.

Desde ayer no lo veo.

Es a ti que felicito.

Es a ti a quien felicito.

Fue, entonces, que lo hicimos.

Fue, entonces, cuando lo hicimos.

Ahí fue que lo descubrieron.

Ahí fue donde lo descubrieron.

Así es que escribe.

Así es como se escribe.

En el siglo XV fue que se descubrió a América.

En el siglo XV fue cuando se descubrió a América.

Allá fue que se conocieron.

Allá fue donde se conocieron.

De esa forma es que se hace el ejercicio.

De esa forma es como se hace el ejercicio.

Por eso será que se comporta así.

Por eso será por lo que se comporta así.

Aquí es que trabajo.

Aquí es donde trabajo.

Ayer fue que lo leí.

Ayer fue cuando lo leí.