En el Relato de un acontecimiento, Ruben Fonseca nos entrega un
relato escena: un autobús que circula por un puente choca con una vaca. El
accidente es observado por algunos vecinos…
En esta historia el narrador apenas presenta a los personajes ni hace disquisiciones sobre los hechos: se limita a contar el suceso, dejando que sean los propios actores quienes nos tramitan su circunstancia mediante sus palabras y sus acciones.
Del blog Escribir & Corregir
Entre las colonias, en las calles y
en las carreteras, existen historias que viven entre el asfalto. Innumerables
sucesos han tenido cabida en esos espacios que nadie reclama pero que de un
instante a otro pueden resultar escenarios perfectos para vislumbrar la
naturaleza humana en su expresión más pura. Y más cruda.
Observamos, hablamos de lo que
sucede, de lo que hemos visto y cómo lo hemos visto. Las personas se reúnen
entre un “buenas tardes, qué habrá pasado, ¿lo conoces?, ay Dios mío, pobre,
mira eso”. Entonces la magia urbana sucede. Muchas mentes comienzan a narrar
diversas historias a través de sus propias realidades, de sus impresiones y de
uno que otro invento de su cosecha para procurar una mejor impresión del
evento. ¿Es este el arte del chisme? Y si lo es, ¿por qué aún no hay una
academia que lo respalde?
En “Relato de acontecimiento”, del
autor brasileño Rubem Fonseca, estamos frente a la narración de alguien que
definitivamente pudiera estar detrás de la creación intelectual de un suceso
desafortunado con fines adecuadamente humanos y sociales.
Como si alguien estuviera parado
contando todo cuanto mira y al momento que sucede, la voz autoral nos informa
que una vaca ha sido la responsable de un accidente a pleno puente con
dirección a São Paulo. En el evento se menciona que personas con nombres y
apellidos han perdido la vida; en un intento por tomar importancia a la
desgracia que esto naturalmente significa.
Pero no son las personas ausentes
quienes se roban la atención; sino la vaca. Y es así que nos enteramos de la
siguiente secuencia. Elías, espectador en primera fila, al instante inmediato
después de asomarse sobre el puente para mirar la escena lamentable, envía a su
esposa por un cuchillo. Han sido los primeros en tener la idea y sus impulsos
acaparadores ya se encuentran latentes en la mirada desesperada de Elías, quien
poco caso hace cuando Lucília llega con el cuchillo y dice: “En el lomo es
donde está el filete”. En cambio, corre con el cuchillo en mano y comienza a
cortar al animal.
Al mismo tiempo, otras voces, otras
miradas competitivas y otros cuchillos ya se encuentran sobre la vaca, dejando
solamente rastros de sangre y vísceras que nadie quiso. El show termina. Debajo
yacen los cuerpos de cuyas historias no se hablará. Por el contrario; las
ventanas de muchas casas se iluminan con los ánimos de aquella vaca desgraciada
que, entre un chisme veloz, dio de comer a tantas personas.
Por Julia Yerves Díaz
El poder de la pluma
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