Una mujer que mira
los yarumos plateados
El ojo que tú ves
no es ojo porque tú lo ves.
Es ojo porque él te vea ti.
Antonio Machado.
Eran las dos de
una tarde amodorrada. El sol entraba a la oficina de Fanny por el ventanal. Se apeñuscó
en un rincón donde esa molestia no la alcanzara. El riiinnn del aviso de correo
electrónico urgente sonó en su computador, todos son urgentes, pensó. No se molestó en abrirlo. De pronto, miles de
abejas se despertaron en sus oídos: la orden de que todo el personal de la
empresa entraba en cuarentena y trabajaría
desde casa, a partir del día siguiente.
Ella de inmediato
pensó en su apartamento, estaba estrenando. Se lamentaba de no haber tenido
suficiente tiempo para disfrutarlo. Parece que me ha llegado el momento ¡qué
maravilla! Pensó. Después de su divorcio, su único amante fiel era el PC.
Aquella misma noche, dispuso los espacios, aunque en realidad no eran
bastantes: un salón con ventanal que mira a otra torre de apartamentos; una
mesa de vidrio, dos sillas a juego y un sofá con dos puestos. Instaló allí su
pc y una pila de carpetas que consultaba con alguna frecuencia. A dos pasos una
cocineta invadida por una nevera, como si fuera un elefante metido dentro del
closet; una ventana de vidrios opalizados que daba al interior del edificio. Hacia
el lado derecho, un primoroso baño y al frente la habitación de Fanny con una
cama, un nochero y una puerta de vidrio que abre a un balcón.
Al quinto día, la
mujer, ya tenía instalada una rutina y observaba cómo su vigoroso amante iba
perdiendo encanto, le parecía un trasto inservible lleno de tareas bizarras. Se
sintió ineficiente y cansada. Sin ánimos de conectarse con su familia y amigos,
el celular solo servía para recibir instrucciones de trabajo: poner números y
quitar números, que al final de mes se convertían en un informe invadido de gráficos
llenos de cifras y porcentajes.
Al sexto día, la
rutina se apoderó de Fanny como la hojarasca. Decidió levantarse un poco más
tarde. Recorrió el dormitorio, con la sensación de que era la primera vez que
dormía en él. Su cama sin hacer parecía un gran reguero de leche tibia. Rozó la
sábana con sus manos, la soltó evitando la tentación de volver a buscar allí el
sopor que distrae del aburrimiento. Volteó
la cabeza como si alguien la llamara, una puerta de vidrio que daba acceso al
balcón la sorprendió como si no se hubiese percatado de su existencia; corrió
el velo que como párpado entornado cubría un agujero profundo con un gran chorro
de luz. Un ojo que la miraba, pensó alarmada. Salió al mirador, el vacío de un
cielo infinito y eterno que habitaba a su lado, ella no lo sabía. La Epifanía
de que aquel balcón fuera un ojo que la miraba la llenó de verdades.
La primera verdad
fue que sus ojos color miel la engañaban, no le permitieron ver la realidad ¡miro
sin ver! meditó. Los pájaros me miran, hace mucho que no tengo ojos para ellos,
la luz del sol me muestra el milagro de la naturaleza, la adultez me quitó esa
posibilidad. Así permaneció en espera de que llegara un pensamiento que pusiera
todo en su sitio, fue útil. Decidió observar el fluir de sus sentimientos. Acodada
en la baranda del balcón, vio el bosque de yarumos plateados recostado contra un
horizonte estático. Fanny recordó su niñez con sus hermanos, atravesando los
matorrales infinitos que se alzaban contra su vista. Allí se sintió extasiada,
como si la niñez se le rebelara con detalles inusitados.
De nuevo en su mesa
de trabajo, se sintió envuelta por una euforia agradecida, el buzón de correo
estaba lleno. Trabajó con inquietud. El ojo la esperaba en las sombras del
crepúsculo, le perteneció desde entonces; regresó al balcón, los pájaros se
despedían del día y ella saludaba la noche. Recordó el film el inadaptado, el
protagonista en un mundo de sombras amenazantes, él buscaba los colores y los
juegos de los niños que traen la libertad. Encontró por fin el ojo que lo
miraba y se metió en él. Fue expulsado de aquella ciudad por atreverse a ver
con una mirada prohibida, pero encontró la felicidad. Fanny volvió a su pc con la
certeza que da la valentía que sale del corazón. Escribió:
Señor Rodriguez:
De manera
comedida, me permito presentar renuncia al cargo de Analista de datos que hasta
el día de hoy desempeñé en su empresa. Agradezco la oportunidad y confianza que
me brindó durante los veinte años de trabajo,
Atentamente,
Fanny Díaz
¿Qué nos muestra la quietud de este tiempo? Ese sería un título opcional para una historia plagada de imágenes y de enseñanzas, que a través del confinamiento al que nos obligó un agente externo, nos muestra cómo ese encierro descubre en nuestro interior aquello que ha dormido por mucho tiempo, pero que sigue ahí... algo muy cercano a la libertad, muy cercano a lo que somos todos... ¡Gracias! Bellísima manera de despertar y renunciar a las ataduras que nosotros mismos nos imponemnos.
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