viernes, 11 de febrero de 2022

Tips para mejorar nuestra narrativa: 5. Concreto versus abstracto. 6. Demasiada precisión

Seguimos aprovechando la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.

Recorramos hoy los dos siguientes apartes (5 y 6) de Pura Literatura: 


5. Concreto versus abstracto

 

Cuando narramos, lo hacemos con el objetivo de que el lector “vea” lo que contamos. Queremos colocarlo en medio de la acción para que la sienta, para que se sumerja en ese mundo ficticio que estamos inventando. Por eso debemos contar de manera concreta, no abstracta.

Veamos el siguiente ejemplo:

La persona conducía su vehículo mientras comía. De golpe vio a un animal en medio de la vía. Desvió el vehículo y chocó contra un obstáculo. Se escuchó un ruido estrepitoso.

Se supone que el lector haya recibido una imagen clara de lo que ocurre, de la acción. Pero este párrafo deja al lector perplejo. ¿Por qué? Con varias preguntas puedo demostrar el problema. Contéstate estas preguntas:

  1. ¿Quién conducía el vehículo? ¿Hombre o mujer? ¿Joven o mayor?
  2. ¿Qué tipo de vehículo conduce? ¿Motocicleta, auto deportivo, auto de cuatro puertas, camión, remolque, tanque de guerra?
  3. ¿Qué comía? ¿Tortilla, salchicha, hamburguesa, paella, pizza, lasaña, una barra de chocolate?
  4. ¿Qué animal se cruzó en el camino? ¿Un gato, un perro, una vaca, un león, un elefante, una víbora, Bambi?
  5. ¿En qué tipo de vía iba la persona? ¿Camino rural oscuro, carretera, autopista iluminada?
  6. ¿Contra qué chocó? ¿Otro carro, un camión, un árbol, una roca, una nave espacial?
  7. ¿Cómo fue el sonido que se escuchó? ¿Un grito de mujer, un disparo, un cañonazo, el impacto de un auto contra otro, el mugido de una vaca?
  8. ¿Es de día o de noche?

Son tantos los defectos del párrafo citado, que en realidad es un párrafo inútil. No cumple ninguna función excepto confundir y desesperar al lector. Aquí he marcado los errores:

La persona conducía su vehículo mientras comía. De golpe vio a un animal en medio de la vía. Desvió el vehículo y chocó contra un obstáculo. Se escuchó un ruido estrepitoso.

Aunque el párrafo solo incluye cuatro oraciones breves, contiene una cantidad intolerable de errores serios.

Al contar, debemos darle al lector todos los elementos necesarios para que pueda hacerse una imagen clara de lo que contamos. Quizás no hay que resolver cada uno de los ocho problemas; algunos datos pueden quedar para más adelante o tal vez no hagan falta. Pero, al verlos todos juntos, nos damos cuenta de que el párrafo no dice nada.

Mi sugerencia es la siguiente: mientras escribes un texto, o cuando lo revisas, piensa que se trata de las instrucciones para el productor de una película. La cinta se rodará dentro de pocos días y el productor necesita prepararlo todo. Eres el director de la cinta y viene adonde ti, desolado, porque acaba de leer el guión. ¿Qué te preguntará? Pues las mismas ocho preguntas que puse arriba. ¿A cuál de los muchos actores debe llamar para filmar la escena? ¿Qué tipo de vehículo debe alquilar? ¿Qué comida quieres que compre? ¿Qué tipo de animal debe alquilar? ¿En qué tipo de carretera se filmará la escena? ¿Contra qué chocarán? ¿Qué efecto especial necesitas para el famoso “ruido”? Y, por último, necesitará saber si hay que preparar luces para filmar de noche o si la escena es de día.

No somos directores ni productores de cine, pero somos narradores y debemos narrar de forma concreta, de modo que nuestros lectores no se queden perplejos.

 

Debemos ser concretos porque el lector no puede leer tu mente. Si deseas que “vea” algo, debes mostrarlo por medio de la palabra. No tienes que enumerar, pieza por pieza, cada ángulo del vehículo. No tienes que describir en detalle lo que come. Si come lasaña, no tienes que decir con cuántos quesos fue cocinada. No es cuestión de exagerar hasta el aburrimiento. Pero tienes la obligación de narrarle al lector una imagen visual (y auditiva) clara de la escena que le quieres contar.

La narración abstracta es un defecto. Queremos narrar de la manera más concreta posible. Por tanto, una de las muchas maneras en que se podría escribir el párrafo es la siguiente:

Esa noche la adolescente de largo pelo negro conducía su carro descapotado mientras se comía un pedazo de queso suizo. De golpe vio a un enorme caballo blanco en medio de la avenida. Desvió su auto deportivo y chocó contra un camión de reparaciones eléctricas. Se escucharon los estrepitosos gritos de los obreros electrocutados.

Aunque se supone que sea el mismo párrafo, la escena que ahora “ve” y “escucha” el lector es muy diferente porque incluye datos concretos.

6. Demasiada precisión

 

La mayor parte de las veces no es necesario (ni prudente) ser demasiado precisos cuando narramos. Es necesario, por supuesto, ser concretos y darle al lector la información que necesita para “ver” la escena que estamos contando… pero hay que evitar el exceso. Veamos el siguiente párrafo de una escena en que una detective entra furtivamente, de noche, a la oficina oscura de un sospechoso:

La detective Pérez se dobló hacia el frente y buscó en un archivo que estaba al lado del escritorio color caoba, con bordes plateados, de 74 centímetros de alto y 110 centímetros de ancho. Con la mano izquierda abrió la gaveta y con los dedos de la mano derecha empezó a separar las carpetas. Durante ocho minutos miró los nombres y los apellidos de 115 pacientes. Luego giró el cuerpo completo hacia la izquierda, de frente a la puerta, y la miró durante 20 segundos, sin moverse. Luego dio 15 pasos hasta la salida, agarró el pomo plateado de la puerta con la mano derecha, la giró hacia la izquierda, haló la cerradura y abrió la puerta. Entonces salió de la oficina y con la mano izquierda apagó la linterna de mano roja que siempre llevaba en la cartera.

En este ejemplo (tomado de un ejercicio real) podemos identificar una cantidad alarmante de datos innecesarios que alargan la narración y aburren al lector.

No es necesario decir que se dobló hacia el frente. Dentro del contexto, es obvio. No se va a colocar de espaldas al archivo y doblarse hacia atrás.

 

Cuando se lleva a cabo una acción ordinaria, no es obligatorio especificarla. Si por alguna misteriosa razón la protagonista decide colocarse de espaldas al archivo, pararse encima del archivo, arrodillarse frente al archivo o buscar dentro de la gaveta de cualquier otra manera que no sea la normal, entonces hay que explicar. ¿Por qué decidió brincar encima del archivo y, desde una posición incómoda, buscar dentro de la gaveta? Esto hay que justificarlo narrativamente para que sea verosímil. ¿Es acróbata, extraterrestre, loca?

Pero, cuando la acción es ordinaria, no hay que contarla con detalles excesivos.

Veamos otros ejemplos:

Si una mujer policía entra a buscar una carpeta en un archivo, no hay que describir en detalle el color, la altura y el ancho del escritorio que está al lado. Si hay alguna razón especial para describirlo, pues se describe. Pero para una escena breve como esta, en la que solo hay una búsqueda rápida dentro de una gaveta, la descripción es innecesaria porque no aporta nada a la trama.

No es necesario decir que abrió la gaveta con la mano izquierda ni que usó los dedos de la mano derecha para separar las carpetas. Con decir que empezó a leer los nombres en las carpetas es suficiente. A menos que la detective esté herida, tenga un brazo fracturado, sea manca o tenga algún otro problema con las manos, no es necesario tanto detalle.

Suena demasiado matemático decir que durante ocho minutos exactos leyó nombres y apellidos de 115 pacientes. Primero, da la impresión de que el narrador está contando la historia con un cronómetro en la mano. ¿Por qué tanta precisión? Tampoco hay que decir que leyó “nombres y apellidos”. Es evidente. Basta con decir “nombres”. Además, al decir “115 pacientes”, igual da la impresión de que el narrador tiene alguna obsesión con las matemáticas.

Arriba dice que “giró el cuerpo completo hacia la izquierda”. ¿Aporta algo a la trama esta precisión? ¿Hay que decir “a la izquierda”? ¿Cambia la trama si la detective gira a la derecha? Además, cuando se gira el cuerpo, naturalmente es el cuerpo completo, a menos que se trate de la protagonista de una película de horror o de contorsionistas. Por tanto, es evidente. No hay que decir “completo”.

Al decir 20 segundos y 15 pasos, nuevamente da la impresión de que el escritor está cronometrando la acción de la trama, lo cual le resta naturalidad a la narración.

Se indica que la protagonista agarró el pomo “plateado” con la “mano derecha”, la “giró a la izquierda”. Y apagó la linterna con la “mano izquierda”. Nuevamente, la pregunta que debemos hacernos es: qué aporta a la trama que el pomo sea plateado o dorado, la mano con que fue agarrado, hacia dónde se giró y la mano con que la detective apagó su linterna.

Estos son ejemplos de exceso de precisión, lo cual aburre mucho al lector porque lo obliga a leer un montón de sandeces innecesarias.

A menos que sea fundamental para la trama, es mejor usar términos más “humanos” y menos “matemáticos”. En vez de “ocho minutos” se puede decir “durante varios minutos”, “un buen rato”, “pocos minutos”, etc. O se puede decir “sintió que habían transcurrido ocho minutos y que ya debía salir”. Pero decir “ocho minutos”, a secas, suena como una competencia olímpica y no como una narración literaria.

 

Por último, hay veces en que, debido al exceso de información, dejamos fuera detalles realmente importantes que harán dudar al lector. Por ejemplo, al final del párrafo nos enteramos de que la detective se iluminaba con una linterna de mano. Pero este dato ahora nos resulta contradictorio. Si ella abría tal gaveta con una mano y luego usaba la otra mano, ¿dónde llevaba la linterna? ¿En la boca?

Una redacción más efectiva del ejemplo anterior podría ser la siguiente:

La detective Pérez se colocó la linterna de mano en la axila y buscó en el archivo que estaba al lado del escritorio. Abrió la gaveta y empezó a separar las carpetas. Durante breves minutos miró los nombres de más de cien pacientes. Luego giró hasta colocarse de frente a la puerta y la miró durante varios segundos, sin moverse. De pronto, con muy pocos pasos, llegó hasta la puerta, abrió y salió de la oficina. Apagó la linterna roja que siempre llevaba en la cartera.


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