Aprovechemos la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa.
Recorramos hoy los dos siguientes apartes (3 y 4) de Pura Literatura:
3. Clichés o lugares comunes
Los gustos
literarios cambian. Y el uso de los adjetivos es uno de los recursos que más
varían en la literatura: cada época tiene los suyos. Cuando leemos a autores de
finales del siglo XIX como José Martí o Rubén Darío, ya sabemos que los grandes
hombres serán “beneméritos, ínclitos, insignes, preclaros, hidalgos, próceres”,
etc. Son los adjetivos de moda.
Asimismo, cuando escuchamos música popular ya sabemos que la mujer será
blanca como la “nieve, marfil, mármol”, etc. Se amará siempre con “locura,
pasión, delirio, frenesí”, etc. Los labios serán de “rubí, sangre, granate,
carmesí”, etc. Los dientes serán “perlas, nácar”, etc. Los corazones estarán
“destrozados, rotos, partidos, reventados”, etc. Y los ojos verdes serán
“esmeraldas”, los azules serán “como el cielo” y los negros serán “azabache o
carbón”.
Estos son símiles o metáforas. El problema consiste en que estas
imágenes se gastan y envejecen. Si hoy, en el siglo XXI, escribes un cuento y
dices que tu personaje es un “ínclito varón” o una “benemérita dama”, pues el
texto sonará muy envejecido.
Asimismo, si describes en un cuento a una mujer y dices que su cuerpo
parece una guitarra o un reloj de sol y que su pelo es negro azabache o rubio
como el oro… pues estarías usando imágenes viejas y muy gastadas; por tanto,
cursis.
A estas imágenes se les llama “clichés” o “lugares comunes”.
El problema es que son imágenes tan repetidas y conocidas que ya no
aportan nada a la literatura. En vez de añadirle a un texto, le restan. En vez
de ayudar a un autor, lo desprestigian. Cuando me llega un texto con uno de los clichés
mencionados arriba, de inmediato sé que se trata de un autor principiante o
poco disciplinado o ignorante o falto de talento.
Al escribir, se supone que utilicemos la originalidad. Decir que una mujer es blanca como
la nieve no tiene ninguna originalidad.
Por tanto, lo
primero que debe hacer un escritor es exterminar de su mente, con una
bomba nuclear, todos los lugares comunes que ha leído durante su vida.
Segundo, antes de usar una imagen el escritor debe estar seguro de que no está
gastada, de que no es vieja, de que no la ha usado ningún autor de siglos
pasados ni ningún compositor de música popular. En vez de decir, por ejemplo,
“tu ausencia me parte el corazón”, que es un cliché espantoso, debe encontrar
una manera más creativa para decir lo mismo. Esta es una de las razones por las
que un escritor debe leer mucho. Quizás se le ocurre una imagen y piensa que se
ha inventado la metáfora más original del universo. Pero si fuera un gran
lector, podría descubrir que alguien la inventó antes y es un cliché.
Tercero: lo anterior es difícil. No es fácil encontrar imágenes nuevas, originales. En ese caso, dilo de
manera literal porque las imágenes no son obligatorias. Si lo único que
te viene a la mente son clichés, entonces no uses ninguna imagen. En vez de
decir “era blanca como la nieve”, di “era blanca”. No estás usando imágenes.
Estás siendo literal. No
es malo ser literal. Es malísimo, muy malo, usar un lugar común. Lo
literal es escritura directa, por lo general agradable y efectiva. En cambio, el cliché es una
mancha que te destruye el cuento o la novela. Un solo
lugar común te puede matar una novela completa. No estoy
exagerando.
Por último, ya sabemos que en la literatura hay muchas excepciones a las reglas. Los
clichés existen y hay veces en que los autores los usan, pero lo hacen de
manera consciente y con un claro objetivo artístico, no por ignorancia.
Uno de los usos, por ejemplo,
es en el diálogo. Aunque los escritores evaden los
lugares comunes al narrar, la verdad es que la gente los utiliza con frecuencia
en la lengua oral. Por tanto, si uno de nuestros personajes es un don o una
doña que habla con mucho cliché, pues será necesario colocarlos en los diálogos
de los personajes. El don
o la doña dirá “está lloviendo a cántaros” o “mi hija es blanca como la nieve”.
Pero no es el narrador quien lo dice, sino el personaje.
Otra excepción es
cuando un autor decide jugar con el cliché para llevarlo en otra dirección. El
argentino Manuel Puig trabaja con el lugar común verbal y temático en novelas
como Boquitas pintadas y El beso de la mujer araña,
entre otras. En Argentina (y luego en California), hace unos años publiqué un
cuento en que juego con el cliché “corazón hecho pedazos”. Puedes ver el cuento
aquí: “Los pedazos del corazón“.
4. ¿Cuál es
el conflicto?:
Sin
conflicto no hay cuento ni novela.
Para que un texto pueda llamarse
“cuento” o “novela” debe tener un conflicto. El texto puede ser una narración
hermosa, espectacular, única… y mucho más. Pero no es un cuento ni una novela
si no tiene conflicto.
Veamos un fragmento de la
novela La regenta, de Clarín:
La heroica ciudad dormía la siesta.
El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba las nubes blanquecinas que se
rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles no había más ruido que el
rumor estridente de los remolinos de polvo, trapos, pajas y papeles que iban de
arroyo en arroyo, de acera en acera, de esquina en esquina revolando y
persiguiéndose, como mariposas que se buscan y huyen y que el aire envuelve en
sus pliegues invisibles. Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la
basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como
dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando
unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles…
En este largo fragmento se describe
una ciudad. Punto. No hay conflicto de ningún tipo. De esta misma manera el
autor puede continuar durante cinco, cincuenta, cien o mil páginas. Mientras solo describa a la
ciudad, a los personajes, al paisaje, etc., el texto podrá llamarse “estampa”,
“memoria”, “impresión”, “anécdota”, “leyenda”, “mito”, “biografía”, “crónica”.
“epístola”, “poema en prosa” o cualquier otra cosa, pero no será cuento ni
novela.
Podemos hablar, por ejemplo, de
“estampas” campesinas, urbanas, rurales, industriales, etc. Una estampa
campesina puede consistir de veinte páginas que describen la vida en el campo.
Se explica cómo son las casas, las camas, la comida, la rutina de trabajo, etc.
Pero no hay más. No hay un conflicto central. La estampa es un retrato que no
tiene el objetivo de crear un cuento o una novela.
Un conflicto puede ser épico. Puede
involucrar a varios países o al mundo entero. Puede conllevar la transformación
o muerte de muchos millones de seres humanos. Un ejemplo sería una novela sobre
la invasión de Rusia por parte de Alemania con 4.5 millones de soldados, y la
muerte de 26 millones de rusos como resultado de la invasión.
O el conflicto puede ser mucho menor,
bastante cotidiano, como el hecho de que a un niño se le pierda su juguete
favorito o que una mujer tenga una piedra en su zapato.
Al fragmento de Clarín, usado arriba,
se le podría hacer un cambio menor para convertirlo en el comienzo de una
novela o cuento. Veamos:
La heroica ciudad dormía la
siesta, sin que ninguno de sus vecinos se hubiera percatado del fuego
que comenzó en la sacristía y ya se extendía hasta los bancos de madera de la
iglesia, chamuscaba la puerta principal y reptaba hasta los establos
abarrotados de paja y heno. El viento Sur, caliente y perezoso, empujaba
las nubes blanquecinas que se rasgaban al correr hacia el Norte. En las calles
no había más ruido que el rumor estridente de los remolinos de polvo…
Al añadirle un conflicto al texto
inicial de Clarín, ya lo hemos convertido en el comienzo de un cuento o de una
novela porque ya hay un conflicto: la ciudad podría quemarse.
Veamos otro ejemplo. Coloco aquí un
resumen:
Papá compró un carro nuevo. Invitó a
toda la familia a visitar el campo. Salieron papá, mamá y las dos hijas
adolescentes. Por el camino vieron montañas muy bonitas. Planicies muy bonitas.
Llegaron a una finca en el campo. Vacas, bueyes, cerdos, gallinas. Allí estaban
los miembros de la familia. Abuela, abuelo, tíos, tías, primos, primas, etc.
Eran unas 30 personas. Cocinaron un lechón a la vara. Comieron comida típica.
Tomaron ron y cerveza y jugos diversos. Jugaron dominó. Oh, la pasaron muy
bien. Fue un día bonito. Toda la familia muy contenta. Al atardecer, papá, mamá
y las dos muchachas regresaron a la capital. Fue un viaje largo y agotador,
pero llegaron felices a la casa. Habían disfrutado de un hermoso domingo
familiar.
Lo resumido en este ejemplo es una
trama, pero no de un cuento. ¿Por qué no es cuento? Porque no hay conflicto.
Puede ser una estampa campesina, una crónica, parte de unas memorias o de una
biografía, una anécdota, pero no es un cuento.
Hagamos un cambio pequeño. Digamos
que, al rato de llegar a la finca, una de las hijas de papá le pide a una prima
de la misma edad que se vayan a hablar debajo de un árbol que queda retirado de
la fiesta. Allá le dice, en secreto y bastante preocupada, que está embarazada.
Hablan un poco más. Luego vuelven a la fiesta. Todo lo demás podrá continuar
igual, pero ya tenemos el comienzo de un cuento. Hay un conflicto. Y, claro,
según se desarrolle el resto del texto, sabremos al fin si esa confesión era el
conflicto principal del cuento o si se quedará en la mera anécdota.
En resumen: un texto que pretenda ser
“cuento” o “novela”, pero que no tenga conflicto, es un texto defectuoso.
Por último, como ya he dicho antes en
estas notas, los autores siempre buscan retos. La regla del conflicto está
escrita en piedra y es irrompible. Pero, en el caso de buenos escritores que
saben lo que hacen, hay cuentos que pueden dar la impresión de no tener
conflicto. Pero no es cierto. Son conflictos muy sutiles, pero existen.
excelente. Gracias.
ResponderBorrar