De Juan Jacinto Muñoz Rengel (2013), donde la metáfora científica einsteniana se vincula, como suele ser habitual, con elementos subjetivos:
«La mosca revolotea sobre las ramas del árbol, ajena al
camaleón que sigue su zigzag crispado con los globos de sus ojos giratorios. El
reptil calcula la pauta de su trayectoria, y trata de enfocar al insecto con
ambos ojos antes de proyectar la lengua que esconde en su boca, por completo
ignorante del hombre que a unos metros de distancia graba toda la escena con su
cámara. El humano no sabe que, en ese momento, un ser inteligente de otra
galaxia espiral utiliza su tecnología de observación para estudiar sus comportamientos
a cuarenta y dos millones de años luz de distancia. Ninguno de ellos puede
imaginar, por supuesto, que yo llevo un rato contemplando cada movimiento desde
la inmensa lejanía de otra estructura cósmica, desde otro
supercúmulo situado a doce megapársecs. No pueden imaginarlo porque, entre
otras cosas, todos ellos dejaron de estar vivos hace millones de años, y se
extinguieron junto a sus formaciones estelares y sistemas planetarios. Una súbita
comezón me recorre las yemas de la membrana plástica
ventral. Es un picor persistente, y siento el impulso de
aliviarlo; pero me contengo. Y muy despacio, casi con disimulo, desvío mi
sistema de observación hacia las jóvenes protogalaxias distantes, apenas
dibujadas, desde las que me observarán en el futuro» (pp. 108-109).
Tomado del material de la asignatura Experimentación
y Nuevas Formas de Expresión Literaria, UNIR.
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