Se siente gladiador, compra lociones
que indefectiblemente son a plazos,
cree que en la conquista hay soluciones
para su edad, complejo de pelmazo.
Con vestido simplón, recién planchado
trata de deslumbrarla el pobre diablo,
cuida el cabello para que el peinado
dé personalidad a su retablo.
El teléfono sirve de consuelo
a su arrebato de cocacolismo
pues se siente atrevido mocosuelo.
Pero ¡ qué diantres !, si ya peina canas,
es socio de un feroz reumatismo
y todo se le va en las puras ganas.
Justicia a la Carta
atildado caballero
amante de la ley y la justicia
decidió demandar a un fullero
que lo entrampó tranquilo y con sevicia.
Pero qué batallar sin resultados
entre artículos, parágrafos e incisos,
sintió que el mundo se lo había tragado
a pesar de argumentos bien precisos.
Sin las coimas y sin las comisiones
todo se queda ahí y ni se inicia
para mal de sus sólidas razones.
No convino con tales procederes
de malandrines y de mercaderes
que sin Dios fusilaban la justicia.
La Solterona
Si la recuerdo es porque me da rabia
haya vivido siempre de rodillas:
vistiendo santos, asistiendo a misa
y siguiendo un ejemplo de traílla.
El “que dirán” fue siempre talanquera
para hacer de su vida cosa grata,
no conoció el amor porque no era
capaz de desafiar a las beatas.
Entre litografías de los santos
de su devota complacencia quiso
derrochar lo mejor de sus encantos
y lo que pudo hacer, pues no lo hizo.
Por el pueblo dormido en su pereza,
en un ambiente monacal y huero
circuló, vegetó, fue la nobleza
de un alma que no tuvo ningún pero.
Y yo no le perdono que si acaso
un galán le propuso matrimonio
ella nunca intentara dar un paso
aunque fuese de físico demonio.
No supo del amor su claro acento,
ni el arrumaco de un doncel ardido,
salvó así el honor de nuestro ancestro
pero se condenó en el olvido.
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