Concierto
para Amadeo
La música me
ponía en un estado de
entumecimiento
muy agradable, un poco singular.
Parecía como
si todo se inmovilizara,
salvo el
latir de las arterias; como si la vida
hubiera huido
de mi cuerpo y fuera muy bueno estar tan cansado.
Marguerite
Yourcenar, Alexis o el Tratado del inútil combate
Violines,
chelos y contrabajos de la Orquesta de Cámara interpretan “Las cuatro
estaciones” del compositor italiano Antonio Vivaldi. Amadeo lee el programa de
mano mientras camina hasta la segunda fila, cerca del escenario. Deja la
gabardina de invierno en la silla del lado y se sienta en la que está junto al
pasillo. Quedan pocos puestos vacíos. Saca el celular, mira el reloj, faltan
unos minutos para las siete y Jota aún no llega. La sala se oscurece.
En el allegro
del inicio las notas agudas de los instrumentos de cuerda penetran los
oídos de Amadeo. Cierra los ojos, se deja llevar por la melodía, su cuerpo
vibra. Lleva el compás con movimientos ligeros de los pies mientras imita con
las manos al director de la orquesta. Fija la mirada en los violines, imagina
los arcos rompiendo las cuerdas, alterando la obra musical. Piensa en su vida
mientras mira el escenario. El pelo corto de la solista lo distrae.
Ve reflejada, en esa mujer, su cara de niño lindo: pelo dorado,
nariz respingada, mirada de hielo. Los niños se burlaban: Eres una de esas… él
se tapaba los oídos, prometía desquitarse. Aturdido revive la voz grave de su
padre: Te enseñaré a ser como yo... Amadeo sacude la cabeza. Recoge la
gabardina, la acerca a su nariz… la loción de Jota, percibe la caricia distante
de la tela impermeable. Pasan por su mente imágenes de los treinta y tantos
años viviendo juntos.
Siente el
golpe de los arcos contra las cuerdas de la viola. Esa palabra estremece su
cuerpo, no supo defenderse del hombre que desnudó su inocencia. Escucha el
violín que toca la solista. En medio del silencio de la sala, busca el celular,
escribe un mensaje a Jota inspirado en las notas tristes de los instrumentos de
viento. La orquesta anuncia tormenta. Los violines imitan el sonido del trueno,
aceleran los arcos que relampaguean para indicar el final de la primavera.
Piensa en los cosméticos de la mamá. Amadeo desfilaba frente al espejo con
falda corta, blusa de seda bordada con lentejuelas, zapatos de tacón alto. Una
sonrisa iluminaba su cara, creía que, tal vez, esa era la felicidad.
La
temperatura sube con los acordes de la música. Percibe esa sensación de
pesadez, de aturdimiento que se siente en verano. La orquesta en pleno presagia
el fin del movimiento.
El celular
timbra, la gente mira, hace gestos de reproche. Amadeo se levanta, va hasta el
vestíbulo, sus dedos bailotean mientras devuelve la llamada. Buzón de mensajes.
Desesperado envía un audio con la voz de intimidad que le despierta la música.
Jota no responde. Amadeo apaga el celular y regresa a la sala con la cabeza
agachada. En el
IX Concurso
Cuentos cortos para esperas largas
movimiento rápido de los violines escucha el gemido del viento
cuando sacude las nubes, cuando atrae la lluvia, cuando aleja las pasiones.
Al final del
concierto, recoge la gabardina, la pone sobre los hombros y sale a la calle. Su
nariz se resiente: la ciudad exhala un vapor de niebla, oculta la gente, los
edificios se esfuman, las luces ensombrecen los árboles de la avenida. Amadeo
envuelve la bufanda en el cuello y se pone los guantes de cuero. Si Jota
respondiera el mensaje… tomaríamos unas copas, baile, tangos, otra noche de
placer, comezón en el cuerpo, piensa agitado. No, no, Jota no me dejaría sentir
el frío del invierno, se dice mientras camina.
Los taxis
pasan llenos, ninguno para. Son las nueve, la noche avanza. Las luces de los
relámpagos titilan en la montaña mientras el horizonte se pierde en la
penumbra. Amadeo vaga por las calles al ritmo de la tormenta.
*Martha Lucía Londoño Carvajal
Arquitecta manizaleña, constructora de mitos, sueños, utopías. Proyecta la luz y la sombra de la imaginación con trazos de realidad.
Hace parte del taller Vecinas del Cuento, Manizales.
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