sábado, 27 de agosto de 2022

Cuento ADIÓS de Guy de Maupassant

 
Adiós
Guy de Maupassant*

Los dos amigos acababan de comer. Desde la ventana del café veían el bulevar muy animado. Les acariciaban los rostros esas ráfagas tibias que circulan por las calles de Paris en las apacibles noches de verano y obligan a los transeúntes a erguir la cabeza, incitándolos a salir, a irse lejos, a cualquier parte en donde haya frondosidad, quietud, verdor… y hacen soñar en riveras inundadas por la luna, en gusanos de luz y en ruiseñores.
Uno de los dos -Enrique Simón- dijo, suspirando profundamente:
-¡Ah! Envejezco. Antes, hace años, en noches como ésta, el mundo me parecía pequeño, era yo capaz de cualquier diablura, y ahora, sólo siento desilusiones y cansancio. ¡Es muy corta la vida!
Estaba ya un poco ventrudo. Tenia una esplendorosa calva y cuarenta y cinco años, aproximadamente. Su acompañante -Pedro Carnier- algo más viejo, pero también más ágil y decidido, respondió:
-Para mi, amigo mío, la vejez llegó sin avisarme; no lo noté siquiera. Yo vivía siempre alegre; siempre fui vigoroso, divertido, emprendedor, y continúo siéndolo. Como nos miramos al espejo todos los días, no advertimos los estragos de la edad, porque su obra es lenta, incesante, acompasada, y modifica el rostro de una manera tan suave, tan continua, que resulta para cada cual imperceptible; no hay en su labor transiciones apreciables. Por eso no morimos de pena, como sin duda moriríamos advirtiendo en un instante los desmoches que sufre nuestra naturaleza en dos o tres años solamente. No podemos apreciarlos. Para que uno se diese cuenta de lo que pierde, seria necesario que pasara sin mirarse al espejo seis meses. ¡Oh! ¡ Qué sorpresa tan desoladora recibiría!
“¿Y las mujeres, amigo mío? Son más dignas de compasión que nosotros. Yo compadezco mucho, con toda mi alma, compadezco sinceramente a esas pobres criaturas llamadas mujeres. Toda su dicha, todo su poder, toda su gloria, todo su orgullo, toda su vida se reducen a su belleza, que dura diez años.
“Yo envejecí sin darme cuenta, me creía un adolescente aún, mientras andaba ya rondando la cincuentena. No padeciendo ningún achaque, ninguna dolencia, ninguna debilidad, vivía como siempre, dichoso y tranquilo.
“La revelación de mi vejez se me ofreció de una manera sencilla y terrible, que me dejó anonadado, aturdido, macilento durante una temporada. Luego, acabé resignándome, y aquí me tienes otra vez tan fresco.
“Como nos acontece a todos, los amores turbaron con frecuencia mi tranquilidad, pero un amor, uno principalmente, me llegó a lo vivo.. ¡Qué mujer aquella! La conocí a la orilla del mar, en Etretat, un verano, hará doce años aproximadamente, poco después de terminada la guerra. Nada tan delicioso como aquella playa, tempranito, a la hora del baño. Es pequeña, redonda como una herradura; la rodean altas costas blanquecinas horadadas por los rudos embates de las olas, formando esas aberturas extrañas que se llaman las Puertas: una, enorme, avanzando en el mar su estructura gigantesca; la otra, enfrente, achatada, como si se hubiese acurrucado.
“Numerosas mujeres, formando espléndida muchedumbre, se reúnen y se apiñan sobre la estrecha extensión pedregosa que cubren de vestidos claros, convirtiéndola en un jardín cercado por altas peñas. El sol cae de lleno sobre las costas, sobre las sombrillas de brillantes matices, sobre el mar de un azul verdoso; y todo aquello es alegre, vivo, encantador; todo sonríe a los ojos.
“Plácidamente sentadas junto al agua, vemos a las bañistas. Bajan envueltas en sus peinadores de franela, que abandonan con airoso y resuelto ademán, en cuanto llegan a la franja espumosa de las olas tranquilas. Entran en el mar, avanzando rápidamente, hasta que un estremecimiento frío y delicioso las detiene y las turba un instante, produciéndoles una breve sofocación.
“Pocas bellezas resisten al examen que permite un baño. Allí se las juzga, se las analiza desde los pies hasta el pelo. Sobre todo, la salida es terrible, porque descubre todas las imperfecciones, aun cuando el agua de mar es un poderoso remedio para las carnes lacias.
“La primera mañana que vi en el baño a la mujer que debía enamorarme como ninguna, me dejó ya encantado y seducido. Sus líneas eran perfectas y sus formas bien pronunciadas y firmes. Además, hay rostros cuyo encanto nos penetra y nos domina bruscamente, invadiéndonos, conquistándonos de pronto. Imaginamos que aquella mujer es la que debe hacernos felices, que sólo nacimos para quererla y adorarla. En aquel momento sentí esa extraña sensación, esa violenta sacudida que nos dice: «Aquí está la única, la deseada.»
“Me hice presentar a ella, y bien pronto me hallé apasionado como nunca -ni hasta entonces, ni después- lo estuve. Sus encantos me abrasaban el corazón.
“Es a un tiempo delicioso y terrible verse de tal modo poseído, dominado por una mujer. Es casi un suplicio, y asimismo es una dicha incomparable. Su mirada, su sonrisa, los cabellos de su nuca oscilando traviesos, los menores detalles de su rostro, sus gustos más insignificantes me desconcertaban, me arrebataban, me enardecían. Ella era mí dueña, mi voluntad era suya y suyo todo mi ser; me atraía, esclavizándome, con sus palabras, con sus ojos, con sus ademanes, hasta con sus vestidos y con sus adornos; todo lo que la hermoseaba, ejercía sobre mí una influencia diabólica.
“Me hacia suspirar su velillo puesto sobre un mueble, me desconcertaban sus guantes abandonados sobre un sillón. La hechura y la elegancia de sus vestidos me parecían inimitables. Ninguna mujer llevaba sombreros como los suyos.
“Era una mujer casada. Su marido iba todos los sábados a verla para volverse los lunes. Aquellas visitas no me apuraron: vi siempre al marido con la mayor indiferencia. No me daba celos. Ignoro el motivo; pero jamás hombre alguno de los que traté influyó tan poco, tuvo tan poca importancia en mi vida, ni ocupó menos mi atención.
“¡Cuánto la quería! ¡Qué apasionado estaba yo por aquella mujer! Y ¡qué bonita era! ¡Qué graciosa! ¡Qué joven! Era la juventud, la elegancia, la frescura misma. Nunca pude convencerme, como entonces, de que la mujer es una criatura deliciosa, fina, elegante, delicada, hecha con todos los encantos y todos los primores. Nunca pude convencerme, como entonces, de la belleza seductora encerrada en la curva de una mejilla, en el mohín de unos labios, en los repliegues de una oreja, en la forma del órgano estúpido que se llama nariz.
Aquello duró tres meses, al cabo de los cuales me fui a los Estados Unidos con el corazón traspasado. Su recuerdo no me abandonaba, persistente y triunfante.
“Aquella mujer me poseía de lejos como de cerca me había poseído. Pasaron los años, pero no la olvidé. Su encantadora imagen se ofrecía constantemente a mis ojos, no se borraba ni un solo instante de mi pensamiento. Aquel amor inextinguible me dominaba; era un cariño constante y fiel, una ternura tranquila, como la memoria venerada y dulce de lo más hermoso, de lo más encantador que había conocido yo en mi vida.
*
“¡Doce años representan muy poco en la existencia de un hombre! Tanto es así, que apenas podemos darnos cuenta de que pasan. Uno tras otro, los años transcurren a la vez apacible y atropelladamente, lentos y precipitados; parecen interminables y se acaban en seguida. Se van sumando con tanta rapidez, se empujan y suceden de tal modo, que no dejan casi un rastro perceptible. Desvanecidos a la sombra de nuestros deseos, de nuestros afanes, pasan de continuo. Y si queremos volver atrás los ojos para discurrir acerca del tiempo que ha pasado, no podemos darnos clara explicación de cómo envejecimos. La vejez sorprende al hombre un día, y el hombre se pregunta de dónde sale aquella triste compañera, que no le abandonó un solo instante.
“Al cabó de doce años, me pareció que habían pasado sólo algunos meses desde aquel verano delicioso en la encantadora playa de Etretat. De regreso en Paris, un día de la última primavera, me fui a Malsons-Laffitte, para comer con unos amigos. En la estación, casi al momento de ponerse en marcha el tren, subió al vagón una señora obesa, escoltada por cuatro niñas. Apenas me digné mirar a la madre llueca, tan abultada, tan redonda, tan mofletuda, tan poco interesante, que remolcaba con dificultad su respetable mole y su numerosa descendencia.
“Respiró agitada, como si estuviese ahogándose, fatigada por la prisa que se dio para llegar a tiempo. Las niñas comenzaron a charlar. Yo, desdoblando un periódico, empecé a leer.
“Acabábamos de pasar la estación de Asnières, cuando mi compañera de viaje me interrogó de pronto:
“-Dispense usted la pregunta, caballero: ¿No es usted el señor Carnier?
“-Sí, señora.
“Entonces ella soltó la risa; una risa franca de mujer tranquila y modesta. Pero noté en su acento un asomo de triste desencanto, al preguntarme:
“-¿No me conoce usted?
“Dudé de contestar. En efecto, creí haber visto en alguna parte aquella cara: sus facciones me recordaban algo, alguien… Pero ¿quién? ¿Dónde? ¿Cuándo las había visto?
“Y respondí:
“-Efectivamente… Creo…, si… no… Yo la conozco a usted; no hay duda… Si me diera usted su nombre…
“Ella, ruborizándose un poco, pronunció:
“-Julia Lefévre.
“Nunca he recibido impresión tan violenta. Me pareció que todo acababa para mí en un segundo, como si de pronto se hubiera desgarrado ante mis ojos un velo tras el cual se me revelarían desventuras amenazadoras y terribles.
“¡Era ella! Una señora obesa y vulgar, ¡ella! Y habla lanzado al mundo aquella nidada, ¡cuatro niñas!, durante mi ausencia. Las criaturas me asombraban tanto como su madre. Obra suya; eran los retoños de su vida. Crecieron y ocupaban ya un lugar en el mundo; mientras la deliciosa hermosura, la maravilla de gracia y belleza que yo conocí, se había desvanecido, ya no inspiraba ningún entusiasmo. ¿Cómo se realiza una transformación tan espantosa en tan breve tiempo? En un día…, porque hubiera jurado que horas antes la vi como era… ¡y la encontraba de pronto cambiada! ¿Es posible? Un sufrimiento, una congoja me oprimía el corazón, y también una protesta indignada, rebelándome contra la Naturaleza, contra esa obra infame de brutal destrucción.
“La contemplé angustiado. Luego, al oprimir su mano, acudieron lágrimas a mis ojos. Lloré su juventud perdida; lloré su muerte. Había muerto la que yo conocí, la señora mofletuda y abultada que se me presentó era otra; ¡yo no la conocía!
“También ella, emocionándose, balbució:
“-He cambiado mucho, ¿no es verdad? Así es el mundo; ¡todo pasa! Ya lo ve usted; ahora soy una madre solamente, una madre cariñosa, una madre buena. Lo demás, pasó, acabó, no volverá. ¡Oh! Ya supuse que usted no me reconocería si por casualidad nos encontráramos, como ha sucedido. También usted ha cambiado bastante. Tuve que fijarme bien, que reflexionar mucho, que discurrir algo, para estar segura de no engañarme. Tiene usted ya el pelo blanco. Naturalmente. ¡Hace mucho tiempo! Mi niña mayor, tiene diez años. ¡Hace ya doce años!
“Miré a la niña y descubrí en ella un encanto semejante al que tuvo su mamá en otro tiempo; las facciones, las formas de la criatura, recordando las de su madre, aún eran de contornos indecisos, de una expresión vaga, pero anunciaban un delicioso porvenir.
“Y la vida se me apareció rápida, como un viaje en ferrocarril.
“Llegamos a Maisons-Laffitte. Besé la mano de mi amiga. En mi conversación con ella, sólo se me habían ocurrido vulgaridades; no encontré ni una frase feliz. Estaba demasiado aturdido para reflexionar.
“Por la noche, y aprovechando un cuarto de hora que mis amigos me dejaron solo, contemplé detenidamente mi rostro en un espejo. Y acabé recordando mi fisonomía como era en otro tiempo; imaginé mis bigotazos y mis cabellos negros, mis facciones juveniles, mis ojos penetrantes…
“Ya todo había cambiado. Me hallé viejo.
“¡Adiós!”
 

 
*René Albert Guy de Maupassant (Dieppe, 5 de agosto de 1850-París, 6 de julio de 1893) fue un escritor y poeta naturalista francés. Escribió principalmente cuentos, aunque también cuenta con seis novelas y varias crónicas periodísticas, especialmente sobre literatura francesa.

Seudónimo: Joseph Prunie.


viernes, 26 de agosto de 2022

Tips para mejorar nuestra ESCRITURA: 3. Cacofonía. 4. Escritura utilitaria y literaria

 Aprovechemos la generosidad del portal Ciudad Seva del escritor LUIS LÓPEZ NIEVES (https://ciudadseva.com/texto/instrucciones-para-escribir-cuentos-o-novelas/) y repasemos los consejos prácticos que nos ofrece para mejorar nuestra narrativa con los temas de ESCRITURA


3. Cacofonía

 

“Cacofonía” es una combinación de palabras que resulta desagradable, ya sea por repetición o dificultad de pronunciación.

Hay veces en que una oración está técnicamente correcta, pero resulta desagradable o de mal gusto. Por ejemplo, digamos que una persona recibe un homenaje. En su discurso de agradecimiento dice:

“Muchas gracias. Me alientan tanto todos ustedes.”

Técnicamente, la oración está correcta. Sin embargo, la repetición de “tan, tanto y todos” tiene un efecto cacofónico desagradable. Un escritor consciente no usaría estas palabras en su mensaje. Buscaría otras. Por ejemplo:

“Muchas gracias. Todos ustedes me alientan mucho.”

Obviamente, esta es solo una manera de eliminar la cacofonía. Hay muchísimas más.

Una cacofonía puede ocurrir en cualquier momento mientras escribimos. Es importante siempre estar pendiente, para eliminarlas, sobre todo durante la revisión de nuestros textos.

Para ayudarlos a reconocer cacofonías, coloco a continuación otros ejemplos:

Cuando mamá se cayó yo ya llamaba a papá.

Cuando te tomes el té te tendrás que tender en la cama.

Cada caja encaja o se desquebraja.

Trataron de traer a Teresa.

Hasta que el científico presente el potente cohete .

Aparicio aparece solo cuando le parece.

Pedro parece perdido.

Sin embargo, recuerden que en la literatura casi siempre hay excepciones. En el caso de la cacofonía, existe el caso contrario y se llama “aliteración”, que consiste de la repetición artística de sonidos para producir un efecto placentero, normalmente en la poesía. Hay muchos ejemplos famosos de agradable aliteración. Algunos son:

El ala aleve del leve abanico. (Rubén Darío)

Sola en la soledad del solitario Sur del Océano. (Pablo Neruda)

Un no sé qué que queda balbuciendo. (San Juan de la Cruz).

Mi mamá me mima. (Anónimo)

El ruido con que rueda la ronca tempestad. (José Zorrilla)

Tres tristes tigres comen trigo de un trigal. (Trabalenguas anónimo)

En resumen, la cacofonía es un defecto que siempre debemos evitar.

A las aladas almas de las rosas. (Miguel Hernández)

 

 

4. Escritura utilitaria y literaria

Podemos decir que hay dos tipos de escritura: la utilitaria y la literaria.

En la escritura utilitaria lo importante es el mensaje, lo que se dice. Puede ser una nota a nuestra pareja: “Trae leche cuando llegues del trabajo”. O un anuncio comercial: “Mañana estaremos ofreciendo dos litros por el precio de uno.”

En cambio, la escritura literaria es mucho más. Lleva un mensaje, claro, pero también pretende crear belleza por medio de la palabra. Y se propone hacerlo de manera original.

En la escritura literaria no solo importa lo que se dice, sino cómo se dice. Esta es la diferencia principal entre ambas escrituras.

Cuando un empleado le escribe una nota a su jefe y le dice “Se dañó el camión”, en ningún momento piense que el jefe leerá y releerá la nota con éxtasis ni que la reenviará a todos sus amigos para que la lean extasiados ni que pegará una copia a su nevera para leerla todas las mañanas y sentirse feliz de estar vivo. No. El único objetivo es comunicar que el camión se ha dañado. Punto.

En cambio, cuando un escritor literario escribe un poema, cuento o novela, sí entiende que sus palabras podrían crear éxtasis, alegría, tristeza o cualquier otra emoción. También podrían ser compartidas e incluso aparecer en varias neveras como inspiración matutina… o como herramienta crítica de la realidad. Más todavía: una buena novela o un buen cuento pueden provocar un cambio profundo en la vida o en la visión de mundo de un lector.

Por estas razones, para escribir un cuento o una novela no basta con contar una trama. También hay que saber cómo contarla y cómo escoger las palabras para hacerlo.

El objetivo de estas Instrucciones para escribir cuentos o novelas es ayudar a los escritores principiantes o de poca experiencia a entender esta diferencia.


Un cuento del máximo exponente de la narrativa moderna en hebreo: Etkar Keret

La historia del conductor de autobús que quería ser Dios 

Etgar Keret*. (Del libro Pizzería Kamikaze).


Esta es la historia de un conductor de autobús que nunca se avenía a abrir la 
puerta a los que llegaban tarde. Este chófer no estaba dispuesto a abrirle la puerta 
a nadie: ni a los introvertidos chicos del instituto que corrían en paralelo 
lanzándole unas miradas de lo más tristes ni tampoco, por supuesto, a las 
personas nerviosas que, envueltas en bastos anoraks, golpeaban enérgicamente 
la puerta como si hubieran llegado a tiempo y fuera él quien se estuviera 
comportando inadecuadamente, ni tan siquiera a las viejas cargadas con bolsas 
de papel marrón llenas a reventar de víveres que agitaban una mano temblorosa 
haciéndole señas. Y no era por maldad por lo que no les abría la puerta, porque 
en ese conductor no había ni el más mínimo atisbo de maldad, sino por ideología. 
La ideología del conductor decía que si, supongamos, el retraso sufrido por dejar 
montar a alguien era de aproximadamente medio minuto y la persona que se 
quedaba en tierra fuera del autobús perdía por eso un cuarto de hora de su vida, a 
pesar de todo seguía siendo más justo para la sociedad no abrirle la puerta, 
porque ese medio minuto lo perdía cada uno de los pasajeros del autobús; y si, 
supongamos, en el autobús había sesenta personas que no le habían hecho nada 
a nadie y que habían llegado a su parada a tiempo, en conjunto perderían media 
hora, que es el doble de un cuarto. Ésa era la única razón por la que nunca abría 
la puerta. Sabía que los pasajeros no tenían ni idea de que ésa fuera la razón, y 
que tampoco la conocían los que corrían tras de él haciéndole señas para que les 
abriera. Sabía también que la mayoría se limitaba a considerarlo un tarado, y lo 
cierto era que para él habría sido pero que muchísimo más fácil dejarlos montar y 
recibir de ellos agradecimientos y sonrisas. Sólo que, si tenía que elegir entre unos 
agradecimientos, unas sonrisas y el bien común, al conductor no le cabía la menor 
duda de que prefería el bien común. 
La persona que supuestamente más debía sufrir la ideología del conductor se
llamaba Adi, sólo que él, al contrario que las demás personas de esta historia, ni
siquiera intentaba correr tras el autobús, de puro vago que era y de lo
desesperado que estaba. El tal Adi era ayudante de cocina en un pub-restaurante
llamado Boca-Dos, el juego de palabras más logrado que su estúpido propietario
había sido capaz de encontrar. La comida de aquel sitio no era nada del otro
mundo, pero lo cierto es que Adi era una persona muy maja, tan maja que, a
veces, cuando le salía un plato especialmente poco logrado, lo servía él en
persona a la mesa que correspondiera y pedía disculpas. Fue durante una de esas
disculpas cuando encontró la felicidad, o, por lo menos, la posibilidad de ser feliz,
en la forma de una chica tan encantadora que intentó terminarse hasta el último
trozo del rosbif que Adi le había preparado para que él no se sintiera mal. Y eso
que la chica no quiso decirle cómo se llamaba ni darle su número de teléfono,
aunque fue lo suficientemente dulce como para acceder a quedar con él al día
siguiente, a las cinco, en un lugar fijado de antemano, en el delfinario, para ser
más exactos.
Adi tenía una enfermedad, una enfermedad que le había hecho perderse varias
cosas en la vida. No era esa clase de enfermedades que hacen que se te inflamen
las amígdalas o cosas por el estilo, pero aun así le había causado a Adi mucho
daño. La enfermedad esa hacía que Adi durmiera siempre diez minutos de más, y
no había despertador que pudiera con ello. Por su culpa también llegaba todos los
días tarde al trabajo en el Boca-Dos, por su culpa y por culpa de nuestro
conductor, ese que prefería el bien común a los elogios y las buenas palabras que
pudieran dedicarle. Sólo que, en esta ocasión, como se trataba de la felicidad, Adi
decidió vencer la enfermedad y, en lugar de dormir la siesta, permanecer despierto
viendo la tele. Para más seguridad, esta vez quiso ser tajante y se puso no un reloj
sino tres, y además llamó al servicio de despertador telefónico. Pero la
enfermedad esa era incurable, y Adi se quedó dormido como un bebé frente al
canal infantil para despertarse completamente bañado en sudor en medio del
ensordecedor alarido de un trillón de relojes con diez minutos de retraso. Adi salió a la calle con la ropa con la que había dormido y echó a correr en dirección a la
parada del autobús. Ya no recordaba lo que era correr, así que los pies se
armaban un poco de lío cada vez que dejaban la acera. La última vez que había
corrido en su vida había sido antes de descubrir que uno se podía escapar de la
clase de gimnasia, y eso fue más o menos en sexto, sólo que, al contrario que en
aquellas clases de gimnasia, esta vez corría con todas sus fuerzas, porque ahora
tenía algo que perder, de manera que tanto los dolores que sentía en el pecho
como los pitidos debidos a los cigarrillos Noblesse le parecían una nimiedad en
medio de su carrera en pos de la felicidad. En realidad, todo le parecía una
nimiedad, excepto nuestro conductor, que acababa de cerrar la puerta y
empezaba a alejarse de la parada. El conductor vio a Adi por el espejo retrovisor,
pero, como ya se ha dicho, tenía una ideología; una ideología muy lógica que más
que nada se basaba en la búsqueda de la justicia y la equidad más simples. Sólo
que a Adi poco le importaba esa equidad la primera vez en la vida en que de
verdad quería llegar a tiempo a un sitio, y por eso siguió corriendo tras el autobús,
a pesar de que no tenía posibilidad alguna de alcanzarlo. Pero, repentinamente, la
suerte de Adi decidió acudir en su ayuda, aunque sólo a medias, porque cien
metros después de la parada había un semáforo, y éste, un segundo antes de que
el autobús llegara, se puso en rojo. Adi consiguió alcanzar el autobús y arrastrarse
hasta la puerta del conductor. Ni siquiera golpeó el cristal, por falta de fuerzas,
sino que se limitó a mirar al conductor con los ojos húmedos y se hincó de rodillas,
resollando en medio de su asfixia. Eso le recordó al conductor algo de hacía
mucho tiempo, cuando todavía no quería ser conductor de autobús, sino que
quería ser Dios. Ese recuerdo era un poco triste, porque al final el conductor no
pudo ser Dios, aunque también era alegre, porque había llegado a ser conductor
de autobús, que era la segunda cosa que más deseaba ser. Y de repente el
conductor se acordó de aquel tiempo en que se había prometido que, si finalmente
llegaba a ser Dios, sería clemente y misericordioso y escucharía a todas sus
criaturas, así que, cuando desde las alturas de su asiento-trono de chófer vio a Adi
arrodillado en el asfalto, ya no pudo más y, a pesar de todas sus ideologías y de sus ansias de equidad, le abrió la puerta. Entonces Adi subió y ni siquiera le dio
las gracias porque estaba sin aliento.
Llegados a este punto, lo mejor que se podría hacer sería dejar de seguir leyendo
esta historia, porque, a pesar de que Adi llegó a tiempo al delfinario, al final no
pudo alcanzar la felicidad, por la sencilla razón de que la chica ya tenía novio. Sólo
que, como era tan maja, no le había parecido correcto decírselo a Adi, y había
preferido darle plantón. Adi la estuvo esperando durante casi dos horas en el
banco donde habían quedado. En el tiempo que estuvo allí sentado le pasaron por
la mente todo tipo de pensamientos deprimentes sobre la vida y después se quedó
mirando la puesta de sol, que resultó relativamente bonita, mientras se imaginaba
las agujetas que tendría al cabo de un rato. En el camino de vuelta, cuando
realmente se moría ya de ganas de llegar a casa, vio a lo lejos el autobús que se
detenía en la parada para soltar a un grupo de pasajeros, y supo que, aunque
todavía le quedaran fuerzas y ganas, jamás conseguiría alcanzarlo. Así que siguió
andando despacio, sintiendo un millón de músculos cansados a cada paso, y,
cuando finalmente llegó a la parada, vio que el autobús seguía allí, esperándolo.
Porque el conductor, a pesar de los murmullos de enojo y de las quejas airadas de
los pasajeros, esperó a que Adi montara y no pisó el pedal del acelerador hasta
que aquél hubo encontrado asiento. Y, cuando arrancaron, le guiñó el ojo a Adi
con tristeza a través del espejo retrovisor, haciendo que todo aquel asunto se
convirtiera para él en algo casi soportable.

*Etgar Keret es un escritor de cuentos cortos, guionista de televisión y director de
cine israelí, considerado el máximo exponente de la narrativa moderna en hebreo,
por su empleo del lenguaje corriente

lunes, 15 de agosto de 2022

Del poeta manizaleño John Hoyos

 

LAS  VENTANAS


Las ventanas son los espejuelos de las edificaciones,

chismosas ellas, miden el pulso diario de la ciudad.


Un hombre mira las montañas del poniente en la mañana,

ya no parecen una novia con su velo blanco para ir de boda.

Su vestido es cada día más corto, 

él no sabe si es asunto de moda

o cuestión climática.


Las comadres son adictas a las ventanas,

por ellas se enteran de la historia del barrio:

la desgreñada colegial que llegará tarde a clase,

el jubilado que sale a comprar la leche y el periódico

y la señora del 501 que cumplirá su cita clandestina.


En las tardes, los enamorados se regocijan con los estallidos del solferino

escuchando un extraño ruido

como de una plancha cuando le caen gotas de agua.

Ellos no saben que es el astro rey bañándose en el océano Pacífico.


Yo, en las noches,

me paro frente a la ventana

y escribo tu nombre en el cristal

que, sin piedad,

lo borran las nubes del olvido.


                                                                            John Hoyos.

sábado, 13 de agosto de 2022

Del doctor Hernando Restrepo: DESEMPOLVANDO VIEJOS RECUERDOS II


DESEMPOLVANDO VIEJOS RECUERDOS II     

 

EL PACHANGA                             

 

Como les decía en la entrega anterior, son muchísimos los recuerdos que guardo de las décadas de los años 60 y 70, pues eran épocas bien distintas a lo que hoy día vivimos. Hacíamos largas caminatas —en parte obligados por lo accidentado de los terrenos y por las carencias económicas- pero además porque nos gustaba hacerlas; practicábamos muchos deportes recreativos: nadábamos en charcos o en piscinas, hacíamos largas travesías en bicicletas (en las que alquilaban más baratas porque no tenían frenos, nosotros se los poníamos), marca Croydon—. Igualmente, jugábamos mucho al fútbol en las mangas, apostábamos carreras, etc. Todo ello dentro de un ambiente sano y de un aire limpio, lo que contribuía a conservarnos en buen estado de salud amén de proporcionarnos defensas para nuestros futuros. 

 

Eran esas las épocas en las que escuchábamos en casa los casetes que grababa David Sánchez Juliao —escritor costumbrista natural de Lorica (Córdoba) e iniciador de la literatura casete—, quien relata con maestría y en su propia y privilegiada voz la vida de El Pachanga. Hoy los invito a deleitarse con las ocurrencias de este personaje que se nos presenta en un comienzo como: “José de Jesu Negrete, el man bacano, el que imponeel ritmo y la legalidá poronde pasa” —aquel era su nombre de pila—; para luego explicarnos que su nombre actual, El Pachanga, lo tiene desde cuando “llegaron los papáj e la salsa, por loj tiempo del viejo Cortijo y su Combo teso”, con su nuevo ritmo La pachanga; relata que le puso tal nombre a su viejo camión, pero que las gentes luego se lo pusieron a él, cambiándole el La por el El y lo apodaron El pachanga, “como me dicen hoy… un nombre de son, de ritmo, de legalidá, de jacarandonsimrno y tal, erda”. 

 

Se pasa los días en la plaza de Lorica, recostado en las paredes de la iglesia y "matando el tiempo y la desocupación con la lengua, pa' olvidar, mano, pa' olvidar". Mientras le resulta una carretita en su viejo camión saluda a todo el que pasa y les pone conversación —o más bien emprende con ellos un monologo interminable—, en el más puro español costeño, lenguaje coloquial, pueblerino (su forma de hacerlo atrae a muchos y le hacen corrillo), contándoles su vida de pobre negro sin derecho a la educación “¡Ejta que ejtudio, mira vé! Eso ej pa ricoj” y dedicado al rebusque desde muy pelao. Lo afecta la lucha de su madre como cocinera de los ricos y los abusos que con ella cometen; pero "Así é lavida, ¿sabe?, como un dominó: unoj pasan y otroj cierran el juego"o como una película de vaqueros -siempre ganan "los boniticos blancos"-.

                                           

Andando "en son de rebujque y tal" aprovecha la época de bonanza que tuvo Coveñas con la llegada de las petroleras "cuando Coveña era Coveña", negociando "con loj misteres" que llegaban en esos barcos y le decían: “oh, oh, mister Pachs, yo querer tu llevarme donde las... y arrancaba con ellos en su viejo camión para donde la mujeres de la vida fácil; lo mejor de todo era que le pagaban con puros dólares; con ellos, "loj misteres, aprendí a espiquiar el ínngliss"  . Pero, dice: "ya Coveña se fregó", quitaron las petroleras, se fue el dólar, "y ahora (dejpué de que se fue el dólar) puro cachaco bandera ahi con su caminao zarnpao, suj nalguitaj ejcurríaj y tal, suj barbitaj'e chivo y su cachete colorao", "y ni propina ni un carajo".

 

Bien amigos, ahí los dejo con esta delicia de narración, la misma que también pueden disfrutar en video. 

 

  

 DAVID SÁNCHEZ JULIAO (EL PACHANGA)


"Quítate de la vía, perico,

que ahí viene el tren... ".
                        (Cortijo)

La plaza de Lorica. Un día lluvioso. La torre de la iglesia chuza un nubarrón gris oscuro que hace una hora se ha estacionado sobre el centro del pueblo. Por esa herida va a empezar a derramarse toda el agua del cielo. El aguacero va a empezar por allí. Y la herida se irá abriendo hasta que llueva sobre todos los techos, hasta que el cielo negro desembolse toda esa humedad que lo tiene embuchado y que hace transpirar grueso y pegajoso. Un frío tibio camina por las calles a la altura de las canillas. El está parado en
la esquina, recostado contra la pared desconchada de la iglesia, mirando el parque todavía rociado por la tempestad de hace tres noches. Espera algo, o a alguien: abarcas de tres puntás, y él, erigido sobre sus suelas rasas como un enorme monumento negro a la soledad y a la desven tura. Pensará quizá que a la mala suerte. Aguajero: saludando con bacanidad a los que pasan por allí. Y su camión, pura lata llagada, cuadrado a un ladito de la iglesia Para no estorbar.

Espera. Esperan.

 

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-¿Mi nombre? José de Jesú Negrete, llave. Un nombre, erda, barro. Con olor a santo, y tal. Por eso me lo troqué, sabe, por uno maj bacano:  El Pachanga, como me dicen hoy, y tal. Eso, lo de mi nombre, ej una hijtoria medio larga y tal, pero ni tan complicá que dígamo, Nada máj é darle un empunjoncito al tiempo en retro y se ven la cosaj clara. Lo que pasó, la verdá, fue que llegaron los papáj e la salsa, por loj tiempo del viejo Cortijo y su Combo teso, revolucionando cuanto baile de picó se armaba por ahí, y a mí me trajtornó su nuevo rirnmo, sabe, la pachanga. Y yo, ujté me conoce, que soy to un sior estop en asunto de moda (quiero decí, que no me ejcapa ni una bola), agarré'l nombre del nuevo rimmo, y rajtrá, se lo zampé en letraj colará a la defensa' el camioncito que manejaba: La Pachanga. Del camión me lo pasaron a mí, ¿sabe?, porque así ej la gente. Pero, jada, faltaba má, permitadió, me cambiaron la La por el El, y menoj mal, porque yo de La no tengo ni la con traseña, cuadro. Total, ahí me tiene ujté hoy: El Pachanga. Pero, dígame, ¿quién de aquí se ha ejcapao de lo sobrenombre? ¿Quien? Coño, que ejte vergajo pueblo con la lengua ej un látigo, cuadro; ej que lo agarran a ujté y le dan son limpiaj física, ¿ah?, a punta'e lengua, coño. Dígame, oigase eso, ¿ah? ¿Quien se ha ejcapao? Nadien, hermano, nadien. Yo creo que aquí a loj chismoso, ¿sabe?, se le han acabao los nombre' e los animales p'a ecostárseloj a la gente, la verdá. No, ej en serio, va pué. La madre si no. Pero siquiera, ¿sabe?, yo me puedo echá mi alaba, porque pa' mí. .. no hubo nombre de animal, sino de son, de rimmo, de legalidá, de jacarandonsimrno y tal, erda, mira no má.

 

Es que é legal, bacanísimo, ¿sabe?, sentirse uno mancorna o con su llaguita, con su camión, con su llave mionca, fuerte sabe, que la barra y to el mundo noj tenga el mimrno apodo a loj do, uy hermano. Erda, mira cómo me suenan loj deos hoy pué ... íra, fuI, hermano. Ej que él y yo, somoj hermano en la mejcsera'e la vida, quiero decí, ejplícome: en la jodidencia de ejte mundo; compañeritoj'e viaje, de corre-que-te-cojo. Pero ejto'e de ayer pacacito namá, ¿sabe?, porque ante de dar loj veinte mil rúcanoj que me cojtó , fue mucho el timón ajeno qu el viejo Pachanga tuvo que tirá, uy hermano ... ni le cuento porque ahí muere ujté de la impresión, sabe. Porque eso fue duro, llave, dúuuro. Fue mucho el bajotra que hubo que pasá primero. Pero así ej la davi yu nóu, que hay que manyar to loj día, y el ejtómago es nada lo que espera, ¿sabe? Si uno no le da de comer a él y tal, es él el que se lo come a uno vivo, bíbo, se lo come: bíbo.

 

Puesí, hermano, tanto trabajo que pasé pa'conseguí loj bendito veintemil manduca pa vení a soltarloj así: chan con chan. Dá, eso fue lo que má me dolió pué. Pero, cuadro, el consuelo que le queda auno , ¿sabe cual'é? Que ahí le queda su llaga pal rebujque. Oigase bien: su llaga. Porque ejte camión come má que una llaga. Pa' mejor decirle, pué: come má que una mujé. Así como lo oye: más que, una mujer. Positibéison; uy, ¡ fuerte con el inglé! Si mano, serio: ¿que si come? Dígamelo. Y a mí, que dejde loj veinte, dejde loj meroj tévein, ando ensopao tirando llanta a lo duro. ¡Qué no he hecho, cuadro! Dígamelo. Y pelao que salí yo de la casa a bujcá pa la manyuta, ¿ah?, bien pelao. ¿Ejtudio? Nati... ; ¿cómo? Nati, Natividá Torralvo, viejo, ¡Ejta que ejtudio, mira vé! Eso ej pa ricoj, cuadro; uno a su rebujque: busca-tu-charco-babilla, conejo-a-tu-conejera. La vieja mía, vieja de uno al fin y al cabo, quería ponerme en el colegio, pero nada, mano: cuando no se puede no se puede, hermano. Así é la vida, ¿sabe?, como un dominó: unoj pasan y otroj cierran el juego; y con dobleséij algunoj cabronej'e leche. La vida ej eso, hermano: una película'e vaquero; con to lo que tienen laj maldita: unoj mono, boniticoj y tal, los del lao' el chacha, loj que ganan, y otroj barbonej y pelúo que, ni modo, son loj que se ejmierdan del caballo; loj que el chacha hace así, medio mueve el gatillo, y van cayendo como quien tumba mango, ¿sabe? Y laj mejicanaj, laj película, digo; esaj sí que son como la vida, hermano: métase ujté, óigase eso, métase ujté que ej negrito a asaltá una diligencia que le aseguro que va a caer de papaya; métase usté que ej negrito, hermano. Sí, señor, como lo oye.


-Adió, hombe, adió, caráj, que ya no te dajaj ver, cuadro, qué pasa. Nada viejo, nada, yo aquí, matando el tiempo y la desocupación con la lengua, pa' olvidar, mano, pa' olvidar. Cháu, noj verno.

Puesí, ej que la gente pasa y hay que saludarla, cuadro, puesí: el caso ej que con mis treinta y cinco y todo, aquí ve usté a mi camioncito: llagoso y tal, pero ahí va andandito con el alma, ¿sabe?, con la pura alma. Y alma de siete vida que tiene el condenao, que ej un gato una vé. El alma de ejte camión, óigame, ej una llanta pantanera de siete lona, porque el clavo que ha llevao ejte animal.. jooda, mejor no le cuento pué, imagínese: traído por loj Lavalle pa' la primera quesería que hubo en Lorica, pué ; magínese no má.

 

Pero eso era cuando los Lavalle eran los Lavalle, que to ejto, hajta el aire que ujté rejpira era de ello. Ahora ujté no sabe lo de buena que han slo loj que han nacío en ejto tiempo. Porque en el tiempo de esoj condenao, hermano: hajta el aire era emprejtao, pa' mejor decí. Va pué, no lo crea. ¿Ujté cree que la memoria' e mi vieja ej pendejá? Y pa maj, mire cuadro: cocinera de elloj que fue, de loj mijmitoj ello. La botaron, ¿sabe? juera vieja neracoci, fuera: de patitas en la calle y tal; uy , nada menoj que la móder del viejo Pachs, de patitas en la calle. ¡Qué insulto, viejo man, qué insulto! Pero así ej 1a davi, viejo Davy, ¿me entiende? La vieja mía, después que la botaron, ¿sabe? calletana y tal, sordina en la boca, cuadro, porque ... ¿ycómo? Eran elloj: loj chacho, viejo mano Loj vaquero monoj'e la serie, ¿sabe? Figúrese: cómo serían de chachoj, que la plaza principal de Santa Cruj'e Lorica, tierra natal del, sus que parla y tal, era corral de elloj, Va pué, no me lo crea. Tal y como me lo oye, tal y como se lo ejtoy diciendo, y mejor le alvierto: creárnelo que soy sincero: la plaza principal de Santa Cruj 'e Lorica era corral de su ganado, de su ga.na.do, como diría Morgana, y como lo oye. Encerraban aquí su ganado, ve, donde ejtoy yo ejperando que me caiga una carrerita en la chatarra'e mi camioncito, así como lo oye, conversandito para matar el tiempo, y la gente, ¿qué? Natilla, tocaba: a ver ordeñá con la boca abierta: tocaba, Eran loj tiempo, digo yo. Elloj, trajeron mi camión. Y cuando nuevecito, era del viejo buchú Davil Lavalle de la Torre (nada meno, pué), y ahora en loj tiempo astronáuticoj es del man legal ejte que habla: José de Jesú Negrete, el man bacano, el que impone el rimmo y la legalidá poronde pasa, el fuI salsoso, salsosísimc, del viejo Pa.chan.ga.

 

¿Y sabe pa lo que me má me ha servío ejta lIaguita? Adinive. Nada menoj que pa jarriá gringo, ¿sabe? ¿Cómo que por qué? No me pregunte eso, cuadro. Erda, ¿acaso no sabe ujté que yo he vivío la mayor partee mi vida en Sanantero, nada má que a un pasito'el mar? ¿No lo sabe'> Y cuando llegaban loj barcoj eso, petroleroj, que llegan ahí, que llegaban mejor dicho, cuando Coveña era Coveña, por ahí me andaba yo como quien no quiere la cosa, ¿sabe? en son de rebujque y tal. Y así fue como me enfamilié con loj místeres , ¿sabe?, organizándoloj y tal con las guerls, guerls, guerls, ¿sabe?. No hombre, no, así no, juera cuadro, ujté no sabe darle al inglé: así: guerls, guerls: tiene que enroscá la lengua adentro'e la boca como una ejtera: guerls, guerls. Bueno, así: llevando y trayendo míjteres, fue que me empecé a pulir en el inglé, ¿sabe? Aprendí a espiquiar el ínngliss, sabe como é: jálou yiejo Pachs, me decían loj americano,' y yo jálou mister, jáu du yu dú y tal, guachi mínijáus y tal, yes maclés íngliss buéiss-méíss, man, y enseguida; oh, oh, mister Pachs, yo querer tu llevarme donde güerisméiss cúlis-jéiss (a donde las putas, sabe). Y el viejo Pachs, mira: ni corto ni pereséison, salíamos pallá en mi camioncito por toa la carretera, oh, oh, mister Pachs, viejo old camión el de yú y tal, Y yo oh, oh, yes, viejo model mister, yú nóu; y loj encarrilaba con laj muchachaj'el Nalga 'e gallo, cuando el Nalga 'e gallo tenía el cabarecito aquel alantico'e la Playa'el Bobo, ¿te acuerda? Sí, hombe, tu dejajte unoj valej allá. Bueno, ahí loj metía en el metedero ese. Y se encantaban con laj negritaj del Nalga'e gallo (que el Nalga'e gallo, ¿sabe? tenía unaj embrrrraaj que ay-mi-madre ... me hacían temblá, cuadro. Y en todavía: mira no máj cómo se me ejcocorota la barbilla cuando me acuerdo 'e la Tuliaflor: bbrrr) y laj negritaj con ello oh, oh, mister .muchoj dólares mini-guéiss-réiss, y elloj oh, oh, mister Pachs, dólars for yú y tal, y me aflojaban una cara'e perro de a veinte: veinte do.la.re.tes. Enseguida, venga pacá mi vieja y a parrandeá por cuenta' el imperialismo yanqui y tal, a tirá paso por cuenta de otro. Pero qué va: eso era cuando Coveña era Coveña, que arrimaban trej barco por semana a buscá petróleo, y yo ¿sabe? fui de legalidá ahí con esoj mane y tal que no quería salir de allá, cuadro. Malaya un yipcito decía yo, pa' sacarle plata con cocá, pero ni modo, ahí seguí defendiéndome con mi llaga llevando mistere onde laj puta.

 

Eso era cuando Coveña era un puerto que eso arrimaban ahí barcoj era de toas partecita 'el mundo. Y yo me laj sabía toas por ahí, ¿sabe? porque de chiquito, la vieja me mandaba a venderle mochilaj y sornbrero'e vuelta a loj marinero que venían, que también eran americanoj. Y elloj noj pagaban en güijky, en puro güijky , cuadro, como lo oye: del.le.gí.ti.mo. Que así fue como me aprendí toa laj marca que yo sé, en puro inglis: juáitjors, juáitlebel, chibasrigal, ambásador, manes, olespar y tal, y ¡ fuera viejo! mil marcaj má, sabe, que si quiere se laj digo y tal, pero ¿pa' qué?, si tu no sabe de eso: ¿fuera man, no hay cultura mancito, no hay cultura!


-Hombe, adió llavecita, adió, gentecita, ¿cómo ejtá, y tal? Aquí, hombe, ejperando la muerte, sabe, y mientraj tanto queriendo matá el tiempo trabajando, ¿me entiende", o mejor dicho, queriendo trabajá, ¿sabe cómo'e? Hajta luego, llave, que le vaya bien y tal, hajta luego. Perdone ujté , llave, perdone, no se acalore gentecita, que hay que saludar y tal, sabe, porque si no se saluda se pirde la fama'e bacano que tiene ejte man legal, el Pachs, Punto y tal.

 

Pero ya Coveña se fregó, ¿sabe como'e?: quitaron la petrolera y se fregó to eso; se fue el gallo que máj cantaba, se fue el dólar, el que manda la parada, el superbacano, el que ejtá bien con to el mundo, el pinga de oro, el dólar, mi hermano. Errddaa, y ahóra: (dejpué de que se fue el dólar) puro cachaco bandera ahí, que no saben qué ej lo legal ni onde ejtá el ambiente. Erda, arrutanaoj ahí, pura agua'e bollo, cuadro: con su caminao zarnpao, suj nalguitaj ejcurríaj y tal, suj barbitaj'e chivo y su cachete colorao. Erda, van gajtando pesito a pesito ahí, truñuñoj nojooda, y ni propina ni un carajo pué. pa' remate traen todo de allá de Cachacolandia, mano; y tu loj ve pasá por delante de ti, coño, con to el mercao, con to el Carulla pa' la playa. No joda, como que creen que uno aquí en la Costa come ej mierda pué, de la pura. Erda, mane jopo, nojoda, ni bailan ni dan barato. Vienen ej a bañarse namá pué, y ni a pagarle a uno por el uso'e la playa: jueputa, nojoooda, mandan güevo, ¿ah? Antej había que verme a mí por ahí en el rebujque y tal: ¿qué barco gringo? ¡Vengan loj gringo, hermano jereméiss, pa' donde laj chachas, y mij dolaretes pal póquet, hermano! ¿Qué barco danés y tal? (de Dinamarca) ¡Vengan loj mono a orientarloj en el lecho del amor, ¿sabe?! Y lej gujtaba maj el culito caliente que el carájo. Pa ' eso que El Nalga'e gallo tenía unaj jembrita así, de esaj que uno ve por la calle y cree que son gente bien, de sociedá, señoritaj y tal. No joda, yo no sé ese man de dónde carajo sacaba tanta vieja guena: gu-é-naj con cocá. Y llegaban loj místere y ¿oh, oh, tu joder?, y ellaj, que ya habían aprendío algo a fuerza'e tanto ejercicio, oh, oh , yes mister, yo jorer... fuqui-fúqui: ten dólar. loj gringo: oh, oh, mucho barato colombian culito.

 

Pero ya eso tá barro en Coveña, cuadro. El cabaré el Nalga'e gallo se dejbarató tó, mano: cada puta dicen que cargó con su jornal de palma, y tal, jarriá en el hombro, y eso quedó hecho una mierda, ¡ trijte como el cará! Erda, ej que eso sí lo tenía bonito ese carajo, tó alumbraíto con foquitoj'e colorej y tal: mono, monísimo, llave.

 

Puesí: se jodió Coveñaj hermano. Cuando se fue to esa vaina, el viejo Pachs con laj mijmaj ejtriló, cuadro. Y aquí me tiene ujté en Lorica: un publecito regular de bacano y regular de ambiente, pero nojoda donde parece que regalaran el hambre porque a vece se me pasan mij semanas entera sin probá un bocaíto'e carne, mano. ¡Erda pa' la ejsistencia dura, nojoda! Ejto ejtá duro, chuchi, como dicen loj panameño. Duro, durísimo, llave. Quién puede creé que el dólar anda un poquito máj allá'e laj nube. Barro, cuadro, barrisimo, no joda, la vida va creciendo maj que la torre'e la iglesia, la verdá. Y hay que vé que ejta iglesia ta alta, ¿ah? Erda, hajta el aguaje se le jode a uno con el hambre pué. Verdá, cuadro, verdá. Se le va a uno  ej acabando el aguaje, el su ín, ¿sabe? Ejto ta duro, si señor. Aquí me ve ujté parao dejde laj siete'e la mañana allacíto'e la iglesia con mi llaguita afinada y tal pa' sacarle cualquier carrera y nada es lo que sale, es nada, ni pa' cogé con tarraya. Dá, yo no sé pa' ónde va esta vaina, cuadro. Y to loj gobierno la mirnma vaina, ¿ah? La mimma mierda con dijtinto mojón. Mierda y tal pero de positivo ni el forro. Dá, créamelo: parao aquí ande ujte me ve, arrecojtaíto a laj pared de ejta iglesia, que hajta que creo que fui yo el que laj de, cajcaré va pué. Tó el malparío día, viejo, toitíco el santo día. Hajta a vece, pa' mejor .. decirle , le doy ñapa a la ejpera y me quedo hajta 'la siete'e la noche, pero nada, nada. Y pa' remate laj lluviaj ahora, fíjese loj agricultore, ful pué , con tempejtá y aguacero cada trej día como pa' que laj semilla se ejtiren sola y salga el ñame a loj veinte día. Ejto ejtá que se termina de ejpiporrá, viejo man: ¡jueputa invierno-que no me da ni pa' la gasolina! De aquí a que paren laj lluvia lo que soy yo ejtrilo, ¿sabe? Menoj mal que dicen que Dió izque supo hacé laj vaíjiaj bien, porque allao'e Lorica puso a Venezuela, ¿sabe?; es decir, al lao del ambientico chévere y legal de éjte pueblo' noj puso el billete fuerte, ¿sabe? Ahí la puso no máj mi Dió ; no maj a doce horaj en chiva, en bú, y en el momento que el viejo Pachs se" enmojone no me van a ver ni el forro, ni el forrano: que me voy con mi ángel-de-la-guardia-dulce-compañía-no-me-desampares-ni- de-noche-ni-de-día- para las Venezuelas, hermano lobo. Sí, mano, ej que hay que ponerse laj pila, laj everredy, ¿sabe? y irse pa' donde ejtá el billete fuerte, pa' ande ejtán loj bolo, loj bolívarej y tal.


Uúuuii, eso sí; eso sí, viejo Seño: si arrima por aquí la erre mayúscula, será la única forma de que me vean mi linda cara otra vé. La erre mayúscula, cuadro, sab e de lo que le hablo, ¿ verdá? La erre mayúscula. La verdá ej que yo no sé qué ej lo que ejtoy ejperando pa' estrilar, cuadro, pa' irme, mano'. Ahora que aprieten laj lluvia... de que estrilo, estrilo: ¡El viejo Pachs is góin yú nóu! Pero qué va, uno ej pura agua'e bollo, no se va ni un carájo, lo dice uno pero no lo cumple, sabe; se queda uno aquí aunque el hambre lo atropelle, el loriquero tiene eso: erda, sale uno de su tierra y se ejtá ej muriendo pué. Pero le digo en serio, que si la vaina se sigue poniendo maj tesa de lo que ejtá (y va en serio), toca estrilar, toca largarse, ¿sabe?, toocaaa.

 

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La nube ha logrado soltarse de la torre del campanario. El sol como que quiere empezar a colarse por los claros de fondo azuloso. El corredor de la iglesia alcanzó a salpicarse de una gotas descarnadas que ahora han empezado a secarse. El sigue recostado a la pared desconchada de la iglesia y ha dejado de hablar. Sabe que no tiene más remedio que esperar. Está contento de que el mediodía se haya disfrazado de oscuro con la arropada de las nubes; así puede hacerse el que es de mañana el que faltan más de tres horas para pensar en el almuerzo. Pero las campanas de la torre suenan: una, dos, tres, cuatro -él cuenta-, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez - aprieta la cara como esperando un golpe-, once, doce.

 

- ¡Mierdaaa nojoda!-dice, y se toca la barriga.

 

 (Lorica, 1973).