Tomado de semana.com, y sugerido por el escritor y médico Carlos Alberto Valencia.
DECALOGOS LITERARIOS: El capítulo
de los decálogos tomó vida propia y dada la avalancha de visitas, consideramos
que se merece un blog aparte, para degustarlos y organizarlos, para darle el
real valor a cada uno de sus autores y sus ideas. Esta página pretende hacer
una recopilación de muchos de ellos. Bienvenidos los aportes.
En esta breve taxonomía, Andrés Delgado examina y presenta algunos
ejercicios de sus talleres de escritura creativa.
La expresión “taller de escritura” es una
divagación, un rodeo, una ambigüedad. Lo es porque es evidente que existen
múltiples talleres para aprender y practicar la escritura. Por ejemplo, hay
talleres de escritura periodística a los que van los poetas que evitan morir de
hambre. Allí aprenden a resumir y concretar, evitando los adjetivos floridos y los juicios alborotados.
Hay talleres de escritura académica: para aprender a firmar papers y ganar
prestigio en la universidad. También existen talleres de escritura jurídica,
administrativa, médica. Hay talleres de escritura científica: para bajar a la
tierra el lenguaje de las ecuaciones diferenciales. A propósito, el matemático
James Maxwell decía que hasta que no describía en inglés sus ecuaciones no
tenía plena seguridad de haberlas entendido. Y, claro, hay talleres de
escritura literaria, que transmiten una emoción: allí están los talleres de
poesía, de cuento, de novela, incluso los talleres de crónica y ensayo, géneros
donde el autor cobra lo suyo y no tiene que conservar el anonimato. En esta
breve taxonomía de ejercicios comentaremos algunos que se proponen en los
talleres de escritura literaria.
Ejercicios de estilo
En un taller de escritura literaria, doña
Doralba alegaba que estaba harta de escucharme repetir que el estilo se refiere
a las palabras que un escritor decidía utilizar. “El estilo es otra cosa”,
decía, “el estilo no puede definirse de manera tan sencilla”. Ante tal enojo
era mejor quedarse calladito, además porque a Doralba le encantaba escribir,
pero no leer. De manera que yo cerraba el pico. Siempre es bueno saber en qué pelea ajustarse las mangas
y en cual hacerse el bobo.
Ejercicios
de estilo de Raymond Queneau está muy bien para estudiar
el concepto. El libro va sobre una historia sencilla contada en dos párrafos.
Luego Queneau la reescribe noventa y nueve veces de maneras distintas,
aplicando diferentes estilos, diferentes maneras de usar las palabras. La
historia sencilla cobra otro nivel.
En la tarea de escoger las palabras, en un
primer momento, podría ayudar el estudio de La cocina de la escritura de
Cassany. Luego, un poco al mismo nivel está el Manual de escritura de Andrés Hoyos donde se dejan
consejos como “la voz activa es preferible a la voz pasiva”, “la afirmación es
preferible a la retórica”, “el lead y la coda: lo que bien comienza bien
termina”, “privilegie los sustantivos” y “pastoree sus adjetivos”.
Bien sea para escribir poesía, cuento o
crónica es muy importante molerse el cerebro con las palabras que funcionan y
con las que no, es decir, forjándose un inventario de cada categoría. Yo, por
supuesto, tengo una tablita de Excel con una columna para cada una. De esta
manera tener claridad para saber cuáles se ajustan para saber cuáles sirven en
la descripción de un atardecer en el Peñol, en la Isla Martinica o en la Pampa
argentina. Para pintar a un ladrón o a un policía, que por estos días algunas
palabras funcionan para uno y para otro.
Por este lado, podría leer: Apegos y agotamientos: sobre las
implicaciones estilísticas del uso de algunas palabras
Ejercicios creativos
El mercado está plagado de libros y ejercicios de escritura creativa.
Keri Smith escribió varios: Este no es un libro y Destroza este diario.
Son un par de inventarios al estilo de “escribe un mensaje secreto para un
extraño, arranca esta página y déjala en un lugar público”. Un buen reto para
talleres de escritura creativa para muchachos de colegios.
Otros títulos que marchan por esta línea son Este libro lo escribes tú, de Carlos
García Miranda, en el que se proponen 78 retos de escritura creativa.
Uno de los más graciosos es “las cosas están vivas”. La consigna es tomar la
voz de algunos objetos y escribir lo que dirían. De esta manera, se pretende
plasmar lo que pensaría la taza de tu baño, por ejemplo, las plantas que
siempre olvidas regar, el limón podrido que mantienes en la nevera o el libro
que tienes pendiente de leer en la mesita de noche desde hace más de un año.
Son libros livianos y entretenidos. Son para
recrearse y jugar, para soltar el teclado, el lápiz, para destrabar las
palabras a diestra y siniestra, es decir talleres de escritura creativa.
En
esta misma parte de la biblioteca se podrían ubicar: El gozo de escribir de
Natalie Goldberg y El camino del artista de Julia Cameron y otros libros con
expresiones como “mayor libertad”, “disparadores creativos”, “desbloqueo”,
“encuentros con el artista interior”, “el juego”, “introspección guiada”,
“horizontes imaginativos”, incluso “camino espiritual” y “nuestra verdadera
naturaleza”.
Hay ocasiones en que estos retos apelan más a
las terapias de autovaloración que a la creación estética. Lo cierto es que en la escritura creativa hay una
palabra clave: disparadores; es decir, los detonantes, la pólvora con la que se
descubre una idea. Muy cerca de este punto está la escritura automática de André Breton
y los surrealistas. Es seguro que me voy a ganar un problema con mis amigos
poetas. No importa. Acá vamos. Ellos me perdonarán de antemano.
En la escritura creativa podrían encajar esas cosas
del cadáver exquisito, la irracionalidad, la visceralidad, el trance y la fuma.
Es un tipo de escritura que no tiene filtro y el autor permite que toda
ocurrencia, cualquier asociación, recuerdo, nostalgia o apuesta por el futuro,
cualquier juicio o justificación quede escrita. Desde esta trinchera disparó en
muchas ocasiones el querido Andrés
Caicedo y su flujo de la conciencia, la herencia de Joyce y Proust, y a pesar
de ello Caicedo escribió cosas muy buenas. Por acá también aparece Cortázar y
su combo.
En este cajón cabe buena parte de los talleres
que se realizan en ferias y fiestas del libro, en espacios en los que se
prioriza en el juego. Pero por supuesto, eso es claro (qué tal obligar a la
gente a quebrarse el lomo con un buen cuento o poema).
Ahora bien, un taller de escritura literaria
no debería detenerse solamente en estos ejercicios. Son necesarios otros
prototipos de problemas que acá llamaremos ejercicios de rigor.
Ejercicios
de rigor
En este tipo de ejercicios hay una palabra
clave: edición. Cuando la escritura creativa pasa por la edición parece que se
convierte en otra cosa. Las novelas, por lo general, tienen que salvar un
filtro y aunque parezcan naturales y espontáneas son cerebrales y premeditadas.
¿Y los poemas no se editan? Dirán mis amigos
poetas. Se editan, claro, pero no todos, y por eso algunos poemas también son
“ejercicios técnicos”. Algunos
libros que siguen esta línea son Mientras escribo, de Stephen King; Cartas a un
joven novelista, de Mario Vargas Llosa; El guion, de Robert McKee. La
crítica más común para ellos es que son muy flojos porque parecen enseñando
trucos, porque dejan fórmulas, recetas, como si la literatura se tratara de una
ecuación, como si el arte obedeciera a la operación de algunas variables que siempre
arrojarían un resultado.
Son libros “muy aristotélicos” dicen los
vanguardistas. Y es verdad, son trucos muy básicos, pero también es cierto que
son necesarios. Lo que sucede es que este tipo de libros se ocupan de problemas
fundamentales de la narrativa. No estoy seguro si estos mecanismos también se
presentan en la poesía. En algunos casos también se necesitan para la crónica,
sobre todo en la construcción de escenas, diálogos y descripción de personajes.
Este tipo de libros, que llamaremos “textos aristotélicos” para
darle gusto a la vanguardia, contestan las preguntas de la narrativa primaria:
qué es un personaje, cómo se construye un villano, qué es un clímax narrativo,
preguntas básicas que todo estudiante de escritor podría aprender. Qué es un
acontecimiento narrativo, cómo se construye una escena, cómo se crea una
conexión emocional con el lector, entre otros, son problemas narrativos que
podrían estudiarse si se tiene la pretensión de contar historias.
En este punto vale la pena anotar que, por
ejemplo, en la pintura antes de pasar al impresionismo siempre es bueno
estudiar la teoría del color y la perspectiva, así como en la música antes de
pasar por la atonalidad es conveniente estudiar la armonía básica y la
polifonía.
Los “textos aristotélicos” ayudan a escribir literatura para el
entretenimiento, porque es verdad, la literatura de la línea dura
responde a otros pálpitos. Ya lo hemos dicho por otros lados. La literatura del
entretenimiento es masiva, popular y aparentemente sencilla. Por los “textos aristotélicos” ayudan a
resolver problemas de estructura, de conflictos, de escenas.
Se ha dicho que un taller de escritura
narrativa es un gimnasio mental donde se fuerzan repeticiones para agilizar y
fortalecer los músculos de las habilidades necesarias para el género. Si lo que
quiero es aprender a crear un personaje necesitaré obligatoriamente repetir el
ejercicio una y otra vez, inventar uno, otro y otro, hasta que incorpore la
técnica para crearlos. Y lo mismo con la creación de atmósferas y clímax
narrativos. La clave es ensayar, repetir, volver a repetir, como en un
gimnasio, ejecutándolas muchas veces.
Los
ejercicios creativos hacen hincapié en los disparadores mientras que los
ejercicios de rigor en la técnica.
¿Y entonces, cómo se ejercita el músculo en
una maestría de escrituras creativas?
La
creatividad es muy necesaria para el punto de partida, para la generación de
las ideas y para aliviar bloqueos. Sin embargo, una vez superada la etapa
inicial hay que vaciarlo todo en el colador, decantarlo, pulir para que se
pueda leer. Y esto solo es posible si se racionaliza editando con las
herramientas de la técnica.
En
el libro Cómo se cuenta un cuento, que recopilan algunas
sesiones del taller de escritura de guion de Gabriel García Márquez, se expone la metodología
del taller: se proponen historias y entre todos los asistentes las van
comentando y puliendo. El título del libro es un tanto engañoso pero
enganchador, como todo lo de Gabo, porque no es un taller de cuento es un
taller de guion. Pero no importa, aun así, es un gran libro para asomarse a
esta metodología.
En una oportunidad, intentando solucionar un
problema narrativo, al elegir un suceso entre varios posibles, el maestro
resumió la diferencia entre ejercicios técnicos y creativos de la siguiente
manera: “Sí, esta propuesta parece ser la mejor. Es la más creativa. Por
cierto, estas palabras —creativo, creativa— las vamos a oír mucho aquí, en el
taller. Las reservaremos para aquellas soluciones que no sean simplemente
técnicas. A la técnica pertenecen algunos recursos… que nos ayudan a decir, de
la mejor manera posible, lo que queremos decir. Pero las ideas fundamentales,
las que hacen avanzar la historia, pertenecen al campo de la creación”.
Gabo
señala que, si bien al principio se necesita pasar por ejercicios de
creatividad, luego hay que hacer una ronda de ejercicios de rigor. Desde este punto de vista un taller de escritura creativa se queda
corto cuando abarca algunos géneros como las novelas y los cuentos. El taller
parece insuficiente porque encaja solamente un tipo de ejercicios, los que
hacen avanzar la historia. Por eso, creo, es diferente un taller de escritura creativa a uno de
escritura narrativa.
Ahora vamos al subtítulo. Al respecto se
vienen varias preguntas. ¿En una maestría en escrituras creativas qué tipo de
ejercicios se prioriza? ¿Los disparadores? ¿La técnica? Creo que el nombre de
la maestría tiene ya una ruta y según lo que hemos comentado hasta entonces ya
tiene un derrotero para seguir.
Por otra parte, en una entrevista el escritor
mexicano Alberto Ruy Sánchez dijo que “la escritura se enseña mal, pero hay que
aprenderla bien”. Y Gabriel
García Márquez dijo que "la literatura no se aprende en la universidad,
sino leyendo y leyendo a los otros escritores".
Para dar luces sobre el tema le pregunté al
escritor y cronista Alberto Salcedo Ramos qué pensaba y esto me dijo: “Borges
decía que un maestro es alguien capaz de contagiar un entusiasmo. Si en una
maestría en escritura uno encuentra por lo menos un maestro capaz de inspirar,
de abrir algún camino nuevo, ya se habrá justificado la experiencia. En todo
caso, no creo que la
maestría sea una fábrica de fórmulas milagrosas. Quien quiere escribir debe
estar dispuesto a forjarse con sus propias equivocaciones y búsquedas. Nada
está garantizado. Hay que aplicar el célebre verso navajo: ‘salta, ya aparecerá
el piso’”.
Y lo mismo le pregunté al escritor Gilmer Mesa, y esto
contestó: “Para escribir se requieren dos cosas: tener algo que contar y saber
cómo hacerlo. Lo primero es indudable que solo se logra viviendo a
fondo, partiéndose la crisma con el día a día, sin importar en donde se esté y
cómo se viva. La segunda es algo más complicado y se aprende con atención y
dedicación al oficio y en eso creo que sí cumplen un papel fundamental los
cursos de escritura creativa. Nadie puede enseñar el talento, eso es algo imposible de definir y a lo
más que llegamos es a descubrir quién lo tiene y quién no. Pero la técnica, el
ritmo, la estructura y todas las herramientas que hacen de un texto algo
digerible, encarretador y fluido se aprenden. De manera que se estudian estas
maestrías para depurar la técnica y mejorar el estilo. Además, allí hay gente
apropiada para leer las creaciones y encontrar quien lea objetivamente lo que
uno hace.”
¿Un aprendiz de escritor para qué tendría que
ir a la universidad? Entre otras, me parece, para aprender a leer, pero no a
leer de cualquier manera, sino a aprender a leer como escritor. El inefable Ricardo Piglia lo
explica en el libro El último lector y particularmente en el ensayo Cómo está
hecho el “Ulysses”. Piglia desempaca su destornillador y su martillo
para intentar abrir la máquina de Joyce. En las páginas siguientes
destornillará y machacará abriendo los mecanismos y ojeando formalismos,
retirará un tornillo y otro, limpiará y echará un ojo para descubrir qué hay
dentro. Entonces encuentra algunos dispositivos formales que le interesan. Solo
algunos, los que lo seducen, los que tiene tiempo de describir, los que le
caben en el ensayo porque es claro que Piglia limita su trabajo descriptivo
dejando otros dispositivos narrativos por fuera. Al escritor argentino le interesan, en este ensayo, como él
mismo dice, “los problemas de la construcción y no los de la interpretación”.
Sigamos con la idea: aprender a leer “desde
una posición cercana a la composición misma”. En Cómo está hecho el “Ulysses”
Ricardo Piglia cita a Nabokov: “El buen lector, el lector admirable no se
identifica con los personajes del libro, sino con el escritor que compuso el
libro”. Efectos personales de
Juan Villoro es otro ejemplo de esta propuesta, lecturas personales que
describen cómo se relacionó el escritor con un texto desde la construcción.
Volviendo con la opinión de Gabo, por este
lado también se difiere con él. Creo que, en una maestría de escritura, aparte de los ejercicios, sean
cualquier que fueran, sería muy bueno entrenar un método de lectura, aquel que
enseña a leer como escritor. En una maestría de escritura creativa,
sería muy interesante que a un estudiante además de la hermenéutica, se le
enseñe a usar el destornillador y el martillo. Con ellos podría desarmar los
libros con las poéticas que le interesan. Si le interesa la literatura de la
línea dura el estudiante podría aprender a desarmar las obras con los que se
siente identificado. Si al aprendiz de escritor le interesa la literatura del
entretenimiento podría buscar su poética en estos autores. Ahora, otro asunto
diferente, y problemático sucede en los ámbitos académicos en los que se denigra
de la literatura popular, la literatura masiva, y se cree que estas obras no
merecen ser objeto de estudio. Pero esa es otra discusión.
Excelente aporte. Gracias
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