Sugerido de la
maestra poeta Marga López Díaz:
L A
P O É T I C A D E L E S P A C I O I
Documento basado en la obra de GASTON
BACHELARD.
Uno de los más
extraordinarios filósofos franceses,
procede, por confesión expresa, de la filosofía de la ciencia natural. Su
rigurosa formación científica le llevó en su madurez a romper sus hábitos de
investigación filosófica, para abrazar en forma personalísima, el estudio del
fenómeno de la imagen poética, entendida
como simple repercusión o resonancia del ser; en un novedoso y eminente estilo
de filosofar. Es de admirar, que en las manos mágicas de este poeta de un
insólito género de poesía, las cosas y las criaturas revelan su ontología y lo
que es más significativo, su extraordinaria belleza oculta. Bachelard nació en
Bar-sur Aube, de Francia, en 1884 y murió en 1962.
Algunas de sus
obras: El agua y los sueños, El aire y los sueños, La intuición del instante,
La tierra y los ensueños de la voluntad, Psicoanálisis del fuego. La primera
edición de este libro en francés, fue en 1957 y en español, en 1965
INTRODUCCIÓN. - (Apartes literales esenciales)-.
Un filósofo que
ha formado todo su pensamiento basado en la filosofía de las ciencias, debe
olvidar su saber, si quiere estudiar los problemas planteados por la
imaginación poética. Hay que estar en el presente, en el minuto de la imagen.
La filosofía de la poesía debe renacer con el motivo de un verso dominante, en
la adhesión total a una imagen aislada y en el éxtasis mismo de la novedad de
la imagen; ella es un resaltar súbito del psiquismo, esa novedad psíquica
esencial del poema. En el resplandor de una imagen poética resuenan los ecos de
un pasado lejano y en su novedad tiene un dinamismo propio.
Procede de una
ONTOLOGÍA DIRECTA. Esa imagen tiene una SONORIDAD DE SER. EL POETA HABLA EN EL
UMBRAL DEL SER.
El poeta no me
confiere el pasado de su imagen y, sin embargo, su imagen arraiga en seguida en
mí. La comunicabilidad de una imagen singular es un hecho de gran significado
ontológico. Se pide a un lector de poemas que no tome una imagen como objeto,
sino que capte su realidad específica. La imagen en su simplicidad, no necesita
un saber. Es propiedad de una conciencia ingenua. El poeta, en la novedad de
sus imágenes es siempre origen del lenguaje. Para aclarar que la imagen es
antes que el pensamiento, habría que decir que la poesía es una fenomenología
del alma. La palabra alma es una palabra inmortal, es una palabra del aliento.
“Los diferentes nombres del alma, en casi todos los pueblos son otras tantas
modificaciones del aliento y onomatopeyas de la respiración”. Charles Nodier.
Diccionario de onomatopeyas francesas. París, 1828. La importancia vocal de una
palabra debe retener por sí sola la atención de un fenomenólogo de la poesía.
La palabra alma puede ser dicha con tal convicción que comprometa todo un
poema. Para una simple imagen poética no hace falta más que un movimiento del
alma. En una imagen poética el alma dice toda su presencia. “La poesía es un
alma inaugurando una forma”. Pierre-Jean Jouve. El alma inaugura. Es aquí
potencia primera, es dignidad humana. Una impresión conocida de todo buen
lector de poemas es que EL POEMA NOS CAPTA ENTEROS. Por su resonancia, por su
exuberancia el poeta reanima en nosotros unas profundidades. Se trata de determinar,
por la repercusión de una sola imagen poética, un verdadero despertar de la
creación poética hasta en el alma del lector. Por su novedad, una imagen
poética pone en movimiento toda la actividad lingüística. La imagen poética nos
sitúa en el origen del ser hablante. Por esa repercusión, sentimos un poder
poético que se eleva candorosamente en nosotros mismos. Luego podremos experimentar resonancias sentimentales,
recuerdos de nuestro pasado. Esa imagen echa raíces en nosotros mismos. Aquí la
expresión crea ser. No alcanzamos a meditar en una región que existiría antes
que el lenguaje. La lectura convierte al lector en un poeta sal nivel de la
imagen leída; este orgullo de simple lectura que se nutre con la soledad de la
lectura, lleva en sí un signo fenomenológico innegable, si se conserva su
simplicidad. En cuanto a nosotros, aficionados a la lectura feliz, no leemos y
releemos más que lo que nos gusta, con un pequeño orgullo de lector mezclado
con mucho entusiasmo. El orgullo que nace de la adhesión a una dicha de imagen,
es siempre discreto, secreto. Está en nosotros, simples lectores, únicamente
para nosotros. Es un orgullo de cámara. Nadie sabe que revivimos, leyendo,
nuestras tentaciones de ser poetas. Todo lector alienta y reprime, leyendo, un
deseo de ser escritor. Todo lector que relee una obra que ama, sabe que las
páginas amadas “le conciernen”. La simpatía en la lectura es inseparable de la
admiración. Parece que el goce de leer sea reflejo del goce de escribir como si
el lector fuera el fantasma del escritor. La imagen poética está siempre por
encima del lenguaje significante. Un gran verso puede tener una gran influencia
sobre el alma de una lengua. Despierta imágenes borradas. El verso tiene
siempre un movimiento, la imagen se vierte en la línea del verso, arrastra la
imaginación como si esta fuera una fibra nerviosa. La poesía tiene una
felicidad que le es propia, sea cual
fuere el drama que descubre. Se trata de pasar a imágenes no vividas, a
imágenes que la vida no prepara y que el poeta crea.
Se trata de
vivir lo no vivido y de abrirse a una apertura del lenguaje. El bien decir es
un elemento del bien vivir. Las palabras vividas crean un espacio sensible. La
conciencia poética, absorta por la imagen, aparee sobre el lenguaje habitual. La
imagen poética está siempre bajo el signo de un ser nuevo. Es una dicha hablada. La poesía TIENE UNA DICHA
QUE LE ES PROPIA, SEA CUAL SEA EL DRAMA QUE DESCUBRE. Se trata de vivir lo no
vivido y de abrirse a una apertura del lenguaje. “La poesía rebasa constantemente
sus orígenes, y padeciendo más lejos en el éxtasis o en la pena, se conserva
más libre. Cuanto más avanzaba en el tiempo, mejor dominaba el buceo alejado de
la causa ocasional, conducido a la pura forma del lenguaje””. P.J. Jouve.
“Miroir”. El poeta sabe bien que su aliento lo llevará más lejos que su deseo.
La poesía RESPONDE A PENSAMIENTOS ATENTOS, ENAMORADOS DE ALGO DESCONOCIDO
YESENCIALMENTE ABIERTOS AL DEVENIR.
EL POETA ES EL
QUE CONOCE, EL QUE TRASCIENDE Y NOMBRA LO QUE CONOCE. NO HAY POESÍA SI NO HAY
CREACIÓN ABSOLUTA. La vida de la imagen está toda en su fulguración, en el
hecho de que la imagen supere hasta a la sensibilidad. Un acto creador que
ofrezca tanta sorpresa como la vida. Ese asombro que excita nuestra conciencia
y le impide adormecerse. Proust, decía de las rosas pintadas por ELSTIR, que
eran UNA VARIEAD NUEVA, CON LA QUE EL PINTOR, COMO HORTICULTOR, HABÍA
ENRIQUECIDO LA FAMILIA DE LAS ROSAS. Proponemos considerar a la IMAGINACIÓN
como una potencia mayor de la naturaleza humana. En sus acciones vivas nos
desprende a la vez del pasado y de la realidad. Se abre en el porvenir. Es una
función de lo IRREAL realmente positiva.
En el poema que teje lo irreal y lo real, se
dinamiza el lenguaje por la doble
actividad d la significación de la acción y del a poesía. Con la poesía, la
imaginación se sitúa en el margen donde lo irreal viene a seducir o despertar
al ser dormido en su automatismo del lenguaje, se ha penetrado ya en el terreno
dela sublimación pura. En este libro solo queremos señalar las imágenes del
ESPACIO FELIZ. LA TOPOFILIA. Aspiramos a determinar el valor humano de los
espacios de posesión, de los espacios defendidos contra fuerzas adversas, de
los espacios amados, LOS ESPACIOS ENSALZADOS. LOS ESPACIOS DE VALORES IMAGINADOS.
ESPACIO VIVIDO EN TODAS LAS PARCIALIDADES DE LA IMAGINACIÓN. Los que concentran
SER en el interior de los límites que
protegen. LA IMAGIANCIÓN IMAGINA SIN CESAR Y SE PROTEGE CON NUEVAS IMÁGENES.
Carl Gustav
Jung compara el alma con la casa, ¿No encontramos, en nosotros mismos, soñando
en nuestra simple casa, consuelos de gruta? No solamente nuestros recuerdos,
sino también nuestros olvidos, están “alojados”. Nuestra alma es una morada.
Así aprendemos a “morar” en nosotros mismos. Las imágenes de la casa están en
nosotros tanto como nosotros estamos en ellas. ¿No encontramos en nuestras mismas casas reductos y rincones donde nos
gusta agazaparnos? Agazapar, pertenece a la fenomenología del verbo habitar. Solo
habita con intensidad, quien ha sabido agazaparse. Llevamos en nosotros toda
una reserva de imágenes del agazapamiento.
“Casa, jirón de prado, oh luz de la
tarde
De súbito alcanzáis faz casi humana,
Estáis junto a nosotros, abrazando,
abrazados. R.M. RILKE
I.
LA CASA DEL SÓTANO A LA
GUARDILLA. EL SENTIDO DE LA CHOZA.
“¿Quién vendrá a llamar a al puerta?
/ Puerta abierta, se entra / Puerta cerrada, un antro. / El mundo llama del
otro lado de mi puerta.”
Para un estudio
fenomenológico de los valores de la intimidad, la casa es, sin duda alguna, un
ser privilegiado. Y la imaginación aumenta los valores de la realidad. Través de todos los recuerdos de todas las
casas que nos han albergado, y allende todas las casas que soñamos habitar, se
desprende una esencia íntima que justifica el valor singular de todas nuestras
imágenes de intimidad protegida. Es
preciso rebasar la descripción de la casa, sus hechos o impresiones, para
llegar a las virtudes primeras, a aquellas donde se revela una ADHESIÓN innata
a la función primera de habitar, captar ese germen de la felicidad central,
segura, inmediata. En toda vivienda, incluso en el castillo, el encontrar la
concha inicial, es la tarea ineludible del fenomenólogo; esa realidad profunda
de cada uno de los matices de nuestro apego a un lugar de elección; cómo
habitamos nuestro espacio vital de
acuerdo con todas las dialécticas de la vida, cómo nos enraizamos de día en
día, en un “rincón del mundo”. La casa
es nuestro Rincón del mundo, NUESTRO PRIMER UNIVERSO. ES REALMENTE UN COSMOS.
Un cosmos en toda la acepción del término, Vivir realmente la calidad
PRIMITIVA, calidad que pertenece a todos, si aceptan SOÑAR.
Pero nuestra
vida adulta se halla tan despojada de los bienes primeros.
Los lazos antropocósmicos están tan relajados
que no se siente su primer apego en el universo de la casa. En los valores del
espacio habitado, el no-yo protege al yo. Todo espacio realmente habitado lleva
como esencia la noción de casa.
Veremos, en el
curso de este ensayo, cómo la imaginación trabaja en ese sentido cuando el ser
ha encontrado el menor albergue: veremos a la imaginación construir “muros” con
sombras impalpables, confortarse con ilusiones de protección o temblar tras
unos muros gruesos y dudar de las más sólidas atalayas. En la más interminable
de las dialécticas, el ser amparado sensibiliza los límites de su albergue.
Vive la casa en su realidad y en su virtualidad, con el pensamiento y los
sueños. Desde ese momento, todos los refugios, todos los albergues, todas las
habitaciones tienen valores de onirismo consonantes. Los verdaderos bienestares
tienen un pasado. Todo un pasado viene a vivir por el sueño en una casa nueva.
La vieja
expresión: “transportamos allí nuestros dioses lares” tiene mil variantes. Y la
ensoñación se profundiza hasta el punto en que una propiedad inmemorial se abre
para el soñador del hogar más allá del más antiguo recuerdo. La casa, como el fuego, como el agua, nos
permitirá evocar fulgores de ensoñación que iluminan la síntesis de lo
inmemorial y del recuerdo. En esta
región lejana, memoria e imaginación no permiten que se las disocie. Una y otra
trabajan en su profundización mutua, son una comunidad del recuerdo de la imagen.
Por los sueños las diversas moradas d nuestra vida se compenetran y guardan los
tesoros de los días antiguos. Cuando vuelven, en la nueva casa, los recuerdos
de las antiguas moradas, vamos al país de la Infancia Inmóvil, LO INMEMORIAL.
NOS
RECONFORTAMOS REVIVIENDO RECUERDOS DE PROTECCIÓN. Los recuerdos del mundo
exterior no tendrán nunca la misma tonalidad que los recuerdos de la casa.
Somos siempre un poco poetas y nuestra emoción tal vez solo traduzca la poesía
perdida. Hay imágenes que nos conmueven con una profundidad insospechada. En
los poemas, tal vez más que en los recuerdos, llegamos al fondo poético del
espacio de la casa. La casa alberga el ensueño, la casa protege al soñador, la
casa nos permite soñar en paz. Al ensueño le pertenecen valores que marcan al
hombre en su profundidad. Las moradas del pasado son en nosotros imperecederas.
Ella da valores de continuidad, sin ella el hombre sería un ser disperso. Los
sostiene a través de las tormentas del cielo y de las tormentas de la vida. Es cuerpo y alma. Es el primer mundo del ser
humano. Antes de ser lanzado al mundo el hombre es depositado en la cuna de la
casa. Siempre, en nuestros sueños, la casa es una gran cuna. LA VIDA EMPIEZA
BIEN, EMPIEZA ENCERRADA, PROTEGIDA, TODA TIBIA EN EL REGAZO DE UNA CASA.
Desde el punto
de vista del fenomenólogo que vive de
los orígenes, la metafísica consciente que se sitúa en el instante en que el
ser es “lanzado al mundo”, depositado en un estar-bien, en el bien-estar
asociado primitivamente al ser. El sr reina en un paraíso terrestre de la
materia, fundido en la dulzura de una materia adecuada. Cuando se sueña en la
casa natal, en la profundidad extrema del ensueño, se participa de este calor
primero, de esta materia bien templada del paraíso material. Queremos señalar
así la plenitud primera del ser de la casa. Si la casa tiene rincones,
guardillas (buhardillas), sótano, corredores, nuestros recuerdos hallan
refugios trascendentes.
EL TOPOANÁLISIS
es el estudio de los parajes de nuestra vida íntima. En sus mil alvéolos el
espacio contiene tiempo comprimido. El espacio sirve para eso. Frente a las
soledades, el topoanalista puede preguntarse si era grande la habitación, si
estaba atiborrada de objetos la guardilla, si era caliente el rincón, de dónde
venía la luz o como se saboreaban los silencios de los diversos albergues del
ensueño solitario. Es en el espacio donde encontramos esos bellos fósiles de
duración, concretados por largas estancias. El inconsciente reside. Y todos los
espacios de nuestras soledades pasadas, los espacios donde hemos sufrido de la
soledad o gozado de ella, son en nosotros imborrables. Incluso cuando ya no se
tiene granero ni desván, quedará siempre el cariño que le tuvimos a esos
espacios, la vida que vivimos en la guardilla. Se vuelve allí en los sueños
nocturnos. Se vuelve al valor de una concha. Cuando se llega a lo último de los
laberintos del sueño, cuando se tocan las regiones del sueño profundo, se conocen
tal vez reposo antehumanos. Lo antehumano toca aquí lo inmemorial. Antaño la
guardilla podía parecernos demasiado estrecha, fría; pero ahora en el recuerdo
vuelto a encontrar por el ensueño, es pequeña y grande, cálida y fresca,
siempre consoladora.
Habría que
comprender, igualmente, a los espacios que nos llaman fuera de nosotros mismos.
Hay un ensueño del hombre que anda, un ensueño del camino. “Llevadme, caminos!...” dice Marceline
Desbordes-Valmore, pensando en su Flandes natal. ¡Y qué objeto dinámico es el
sendero, los senderos familiares de la colina! En mi cuarto pasisiense, el
recuerdo de aquel sendero me sirve de ejercicio. Al escribir esta página, me
siento liberado del deber de dar un paseo; estoy seguro que he salido de casa.
George Sand
(Aurora Dupin), soñando a orillas de un sendero de arena amarilla ve
transcurrir la existencia. Escribe: “¿Hay
algo más bello que un camino? Es el símbolo y la imagen de la vida activa y
variada.”
Cada uno debería
hablar de sus carreteras, sus encrucijadas, sus campiñas perdidas. HENRY DAVID
THOREAU dice que tiene el plano de los
campos inscritos en el alma y Jean Wahl escribió:
“El aborregamiento de los setos/ en mí lo siento”.
Cubrimos así el
universo con nuestros diseños vividos. No hace falta la exactitud, sino que
estén tonalizados sobre el modo de nuestro espacio interior. El espacio llama a
la acción, y antes de la acción nuestra imaginación trabaja. Siega y labra.
Habría que cantar los beneficios de todas estas acciones imaginarias. En esta
obra consagramos nuestras investigaciones a la región de la intimidad, a la
región donde el peso psíquico domina. NINGUNA INTIMIDAD AUTÉNTICA RECHAZA.
TODOS LOS ESPACIOS DE INTIMIDAD SE DESIGNAN POR UNA ATRACCIÓN.
Su estar es
bienestar. La topofilia. En ese sentido estudiamos el albergue. Estos valores
son sencillos, se hallan profundamente enraizados en el inconsciente y se les
vuelve a encontrar por una simple evocación; entonces el matiz revela el color.
La palabra de un poeta, porque da en el blanco, conmueve los estratos profundos
de nuestro ser. Toda casa enriquecida por un onirismo fiel, debe conservar su
penumbra; se relaciona con la literatura profunda, es decir, con la poesía.
Solo debo decir de la casa de mi infancia lo necesario para ponerme yo mismo en
situación onírica, para situarme en el umbral de un ensueño donde voy a
DESCANSAR en mi pasado.
Entonces puedo
esperar que mi página contenga algunas sonoridades auténticas, quiero decir una
voz lejana en mí mismo que será la voz que todos oyen cuando escuchan en el
fondo de la memoria, tal vez allende la memoria, en el campo de lo inmemorial.
Se comunica únicamente hacia los otros una ORIENTACIÓN hacia el secreto, sin
poder decir jamás éste objetivamente. En esta vía se orienta al onirismo, no se
le realiza. Leamos este ejemplo, donde el poeta Sainte-Beuve evoca su casa de
Canaen: “…Amigo mío que no has visto estos lugares, o que si los hubieras
visitado, no podrías ahora sentir mis impresiones y mis colores…no vayas ahora
a tratar de representártelos por lo que te digo: deja que la imagen flote en
ti; pasa levemente; la menor idea te bastará…”
Yo solo, en mis
recuerdos de otro siglo, puedo abrir la pequeña habitación en el fondo de un
granero, decir que desde la ventana, a través de la desgarradura de los
tejados, se veía la colina; abrir la alacena profunda que conserva todavía,
para mí solo, el aroma único del olor de las uvas que se secan sobre el zarzo.
¡El olor de las uvas! Olor límite; para percibirlo hay que imaginar muy a
fondo. Si dijera más, el lector no abriría, en su habitación nuevamente
encontrada, el armario único, el armario de olor único, que señala una
intimidad. Para evocar los valores de intimidad, se precisa un estado de lectura
suspensa. Es en el momento en que los ojos del lector abandonan el libro,
cuando la evocación de mi cuarto puede convertirse en umbral de onirismo para
los demás. Cuando es un poeta quien habla, el alma del lector resuena, conoce
esa resonancia, que como lo expone Minkowski, devuelve al ser la energía de un
origen.
Por lo tanto,
tiene sentido decir, en el plano de una filosofía de la literatura y de la
poesía en que nos situamos, que “se escribe un cuarto”, se “lee un cuarto”, se
“lee una casa”. Así, al leer el poema, se suspende la lectura y se empieza
pensar en alguna antigua morada. Abrimos al lector una puerta al ensueño. Los
valores de intimidad son tan absorbentes que el lector VUELVE A VER ese espacio
antiguo de su intimidad. Ya marchó a escuchar los recuerdos de un padre, de una
abuela, de una madre, de una sirvienta, de “la sirvienta de gran corazón”. Así
el ser domina el rincón de sus recuerdos más apreciados. La casa natal es una
casa habitada; está físicamente inscrita en nosotros; es un grupo de costumbres
orgánicas. Con veinte años de intervalo, pese a todas las escaleras anónimas,
volveríamos a encontrar los reflejos de la “primera escalera”, no tropezaríamos
con un peldaño un poco más alto. Todo el ser de la casa se desplegaría, fiel a
nuestro ser. Empujaríamos con el mismo gasto la puerta que rechina, iríamos sin
luz hasta la guardilla lejana. El menor de los picaportes quedó en nuestras
manos.
Sin duda las
casas sucesivas donde hemos habitado más
tarde han trivializado nuestros gestos. Pero nos sorprende mucho, si
entramos en la antigua casa, tras décadas de odisea, el ver que los gestos más
finos, los gestos primeros son súbitamente vivos, siempre perfectos. La casa
natal ha inscrito en nosotros la jerarquía de las diversas funciones de
HABITAR. Somos el diagrama de las funciones de habitar esa casa y todas las
demás casas no son más que variaciones de un tema fundamental. La palabra
hábito es una palabra demasiado gastada
para expresar ese ENLACE APASIONADO De NUESTRO CUERPO que no olvida LA CASA INOLVIDABLE.
Recuerdos de los sueños que solo la meditación
poética puede ayudarnos a encontrar otra vez. La poesía, en su gran función,
vuelve a darnos las situaciones del sueño. La casa natal es más que un cuerpo
de vivienda, es un cuerpo de sueño. La
casa, el cuarto, el granero donde estuvimos solos, proporcionan los marcos de
un ensueño interminable, de un ensueño que solo la poesía, por medio de una
obra, podría terminar, realizar. Si se
da a todos esos retiros su función, que es la de albergar sueños, puede decirse
como yo afirmaba en un libro anterior (La terre et les revéries du repos ), que
existe para cada uno de nosotros una casa onírica, una casa del recuerdo-sueño,
perdida en la sombra de un más allá del pasado verdadero. Decía que esa casa
onírica es la cripta de la casa natal. Estamos aquí en la unidad de la imagen y
del recuerdo, en el mixto funcional de la imaginación y de la memoria.
Determinar el “ser verdadero” de nuestra infancia. La infancia es ciertamente más grande que
la realidad. Son las potencias del inconsciente las que fijan los recuerdos más
lejanos. Es en el plano del ensueño, y no en el plano de los hechos donde la
infancia sigue en nosotros viva y poéticamente útil. Por esta infancia
permanente conservamos la poesía del pasado. Habitar oníricamente la casa
natal, es más que habitarla por el recuerdo, es vivir en la casa desaparecida como lo habíamos soñado.
¡Qué privilegios de profundidad hay en los ensueños de niño! ¡Dichoso el niño
que ha poseído, verdaderamente poseído, sus soledades! Es bueno, es sano
que un niño tenga sus horas de tedio, que conozca la dialéctica del juego
exagerado y de los aburrimientos sin causa, del tedio puro. En sus Memorias, Alejandro Dumas dice que era
un niño aburrido, aburrido hasta llorar. Cuando su madre lo encontraba así,
llorando de aburrimiento, le decía: -¿Por qué llora Dumas?
-Dumas llora,
porque Dumas tiene lágrimas – contestaba el niño de seis años-. Qué bien señala
el tedio absoluto, ese tedio que no procede nunca de una falta de compañeros de
juego. ¿No hay niños que dejan de jugar para ir a aburrirse a un rincón del
desván? Desván de mis tedios, cuántas veces te he echado de menos, cuando la
vida múltiple me hacía perder el germen de toda libertad. Más allá de todos los
valores positivos de protección, en la casa natal se establecen valores de
sueño. Últimos valores que permanecen cuando la casa ya no existe. Y no
olvidemos que son esos valores de sueño los que se comunican poéticamente de
alma a alma. La lectura de los poetas es esencialmente ensueño.
La casa es
un cuerpo de imágenes que dan al ser razones o ilusiones de estabilidad.
Reimaginamos sin cesar nuestra realidad: distinguir todas esas imágenes sería
decir el alma de la casa; sería desarrollar una verdadera psicología de la
casa.
Creemos que
para ordenar esas imágenes hay que tener en cuenta dos puntos de enlace
principales: 1. La casa es imaginada como un ser vertical. Se eleva. Es un
llamamiento a nuestra conciencia de verticalidad. 2. La casa es imaginada como
un ser concentrado. Nos llama a una conciencia de centralidad.
Estos puntos
están enunciados de un modo abstracto; pero no es difícil reconocer, por medio
de ejemplos, su carácter psicológicamente concreto.
La verticalidad
es asegurada por la polaridad del sótano y la guardilla; se puede oponer la
irracionalidad del tejado a la irracionalidad del sótano. El tejado dice en
seguida su razón de ser; protege al hombre que teme la lluvia y el sol.
Los geógrafos
no cesan de recordar que en cada país, la inclinación del tejado es uno de los
signos más seguros del clima. Se “comprende” la inclinación del tejado. Para el
soñador, el tejado agudo rebana las nubes. Hacia el tejado todos los
pensamientos son claros. En el desván, se ve al desnudo, con placer, la fuerte
osamenta de las vigas. Se participa de la sólida geometría del carpintero. El
sótano es útil, pero es ante todo el ser oscuro
de la casa, el ser que participa de los poderes subterráneos. Soñando con
él nos acercamos a la irracionalidad de lo profundo. Nos hacemos sensibles a la función de
habitar, hasta el punto de convertirla en réplica imaginaria de la función de
construir. Con los sueños en la clara altura estamos en la zona racional de los
proyectos intelectualizados. Paro en cuanto al sótano, el habitante apasionado
lo cava, lo cava más, hace activa su profundidad. De lado de la tierra cavada,
los sueños no tienen límite. Presentaremos después ensueños de ultrasótano. He
aquí como el psicoanalista C.G. JUNG se sirve de la doble imagen del sótano y
el desván para analizar los miedos que habitan la casa. En su libro: EL HOMBRE DESCUBRIENDO SU ALMA hace
comprender la esperanza que tiene el ser consciente de: aniquilar la autonomía de los complejos desbautizándolos. La imagen es esta: La conciencia se conduce
ahí como un hombre que, oyendo un ruido
sospechoso en el sótano, se precipita al desván para comprobar que allí no hay
ladrones y que, por consiguiente, el ruido era pura imaginación. En realidad,
ese hombre prudente no se atrevió a aventurarse en el sótano”. En vez
de enfrentarse con el sótano (el inconsciente), “el hombre prudente” de Jung,
le busca a su valor las coartadas del desván. Allí ratas y ratones pueden
alborotar a gusto.
Si aparece el
señor, volverán silenciosos a su escondite. En el sótano se mueven seres más
lentos, menos vivos, más misteriosos. En el desván los miedos se “racionalizan” más fácilmente; en el sótano,
incluso para los valientes, la racionalización es menos rápida y menos clara,
no es nunca DEFINITVA. En el desván la experiencia del día puede siempre borrar
los miedos de la noche. En el sótano las tinieblas subsisten noche y día.
Incluso con su palmatoria en la mano, el hombre ve en el sótano cómo danzan las
sombras sobre el negro muro. Reavivamos la primitividad y la especificidad de
los miedos. En nuestra civilización, que pone la misma luz en todas partes e
instala la electricidad en el sótano, ya no se baja ahí con una vela encendida.
PERO EL INCOSNCIENTE NO SE CIVILIZA. ÉL SI TOMA LA VELA PARA BAJAR AL SÓTANO.
Leyendo los cuentos de EDGAR ALLAN POE el fenomenólogo y el psicoanalista a una
comprenderán su valor de realización. Esos cuentos son miedos infantiles que se
realizan. El lector que se “entrega” a su lectura, oirá al gato negro, signo de
las faltas no expiadas, maullar detrás de la pared. El soñador de sótanos sabe
que los muros son paredes enterradas, paredes de un solo lado, muros que tienen
TODA la tierra tras ellos. Y el drama crece y el miedo se exagera. ¿Pero qué cosa
es un miedo que deja de exagerar? En esa simpatía de temblor, el fenomenólogo
aguza el oído, como escribe el poeta Thoby Marcelin, “al
ras de la locura”. El sótano es entonces locura enterrada, grama
emparedado. Los relatos de los sótanos criminales dejan en la memoria huellas
imborrables, huellas que no nos gusta acentuar: ¿quién querría releer El barril de amontillado? El drama es
aquí demasiado fácil, pero explota los temores naturales, temores que están en
la doble naturaleza del hombre y de la casa.
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