La maestra MARGA LÓPEZ DÍAZ nos aporta otro interesante documento:
Ahí,
compartiendo magias para tu blog.
aprendiendo...aprendiendo
en medio del asombro....
LEONARDO DA VINCI. DOCUMENTO VII.
BASADO EN LA BIOGRAFÍA DE ANTONINA
VALLENTIN:
“LA TRÁGICA BÚSQUEDA DE LA PERFECCIÓN”.
Editorial Losada, Buenos Aires, 1946.
Cuando Leonardo llegó a Arezzo, se encontró en el
campamento con el enemigo más enconado de su ciudad natal, Vitellozzo Viteli.
Quería vengar la muerte de su hermano, quien hallándose al servicio del estado
florentino había sido acusado de traición y ejecutado.
Los florentinos se dirigieron al rey de Francia.
César Borgia eludió el conflicto y declaró que Arezzo había sido atacada sin su
consentimiento. No obstante, Vittelozzo,
continuó su venganza contra Florencia, de la que ya había caído su fortaleza, conmoviendo
a Italia entera. Luego de una breve lucha, tomó la ciudad. Mientras sus
capitanes gruñían que los había dejado en la estacada, César Borgia conquistaba
un nuevo dominio mediante una traición, el ducado de Urbino. Para ello puso en
juego un arma más peligrosa que el célebre veneno blanco de los Borgia; su
aptitud para convencer. El débil duque, Guidobaldo da Montefeltro, sucumbió a
ese siniestro don de persuasión de César y le proporcionó hombres y armas
cuando le aseguró que los necesitaba para una campaña contra un territorio
vecino.
Guidobaldo esperó inútilmente los resultados de
esa pretendida campaña, mientras el ejército de César marchaba contra el ducado
de Urbino. El duque pudo huir, precipitadamente. Después de vencer muchas
dificultades llegó a Mantua, disfrazado de campesino, preguntándose todavía
perplejo cómo podía hacerse alguien culpable de una traición tan pérfida. “Esto ocurrió –escribió Isabella d`Este
a su cuñada Clara de Montpensier- porque confió en el duque de Valentinois, quien le hizo protestas de tal amor
fraterno que habría hecho caer en la trampa a cualquier hombre honrado incapaz
de engañar”. Hasta quienes se hallaban cerca de César, comprendieron que la
traición de éste al duque de Urbino era indeciblemente brutal y cruel. Lucrecia
Borgia pensaba en la acogida que les habían dispensado, el duque y su esposa
Elizabetta, a ella y a su esposo en Urbino, durante su luna de miel, seis meses
antes, poniéndoles el palacio a su disposición y prodigándoles atención y
hospitalidad; pero desde hacía tiempo se veía obligada a perdonar a su hermano.
La población de Urbino sentía un respeto afectuoso por su duque y por su bella
esposa valiente y bella. El castillo de Urbino se alzaba como si hubiese
surgido de la roca; Leonardo anotó sus dimensiones y César trasladó a lugar
seguro los tesoros artísticos que Federigo de MOntefeltro había reunido con
tanto cariño. Envió los tapices que representaban la guerra de Troya, como un
regalo al cardenal de Ruán, quien cuidaba de sus intereses en la corte
francesa, la magnífica biblioteca, en la que en el pasado habían trabajado
treinta y cuatro copistas, fue trasladada a Cesena. Leonardo vio cómo los
famosos manuscritos latinos, griegos y hebreos y las preciosas obras
encuadernadas en brocado de oro, eran empaquetados y cargados a lomo de mulas y
escribió una de sus “profecías”
enigmáticas: “De las mulas que
transportan grandes cantidades de plata y oro; muchos tesoros de gran riqueza
se encontrarán en animales de cuatro patas que los llevarán a diversos
lugares.”
En Pesaro, César no sacó del palacio la biblioteca
que Alessandro Sforza había formado a
tanto costo. Contenía todas las traducciones latinas de los griegos, todas las
obras de astrología, medicina y cosmografía de la época, todos los poetas,
todos los escritos de los Padres de la Iglesia y, en resumen, como escribió
Bistizzi, “todos los libros dignos de tenerse”. Leonardo tenía especial interés
por las bibliotecas y escribió en la tapa de su libro de apuntes: “El 11 de agosto de 1502, la biblioteca de
Pesaro”. En la misma tapa escribió también un extraño dístico que puede
verse inscrito en el sarcófago dl arzobispo de Squillace en la catedral de
Otranto:
Decipimur votis et tempore
fallimur et mors
Deridet curas; anxia vita nihil
Había ido Leonardo hasta Otranto, o había
encontrado el dístico en uno de los manuscritos de Pesaro y lo copió pensando
en la vida azarosa de su nuevo patrón, en la elevación y en la caída de los
poderosos, en las desilusiones de la vida y en la muerte que se burla de las
preocupaciones humanas? Anxia vita nihil era
el resumen de sus experiencias en el período más lleno de acontecimientos de su
vida. En medio de su viaje urgente y de ese período agitado se detuvo como si
tuviese el propósito de recoger impresiones pacíficas y armoniosas, como si
necesitase algo que contrapesase la febril actividad que le había sido
impuesta.
César reforzaba y extendía la fortaleza de Rimini
y derribaba las casas que se levantaban en la línea de fuego. Leonardo recorrió
las calles de la ciudad en busca de un lugar tranquilo, permaneció largo rato
junto a una fuente, oyendo el sonido del agua y su elevarse en hebras de plata
líquida; esa fue la única impresión que encontró digna de recuerdo: “Haz una armonía con varios chorros de agua que
caen, como los que viste en las fuentes de Rimini, las que viste el 8 de agosto
de 1502”.
Isabella d´Este, advirtió a su esposo, quien se
hallaba entonces en Milán, que fuese prudente al hablar de César y tuviese
cuidado con lo que comía y bebía, “pues un
hombre que es capaz de levantar su mano contra hombres de su misma carne y
sangre es capaz de todo”.
Cuando César se dirigió con su amigo el rey Luis a
Pavía, se sentía lo bastante seguro de su poder para emprender la realización
de sus planes más ambiciosos. Desde Pavía envió la carta a Leonardo,
certificando su puesto oficial; con su claridad característica daba
instrucciones a todos sus “ enviados, castellanos, capitanes, condottieri, oficiales, soldados y
subordinados”, para que diesen libre paso al portador dl documento, “el
excelente y más caro servidor, Arquitecto e Ingeniero general, Leonardo da
Vinci, a quien hemos encargado de inspeccionar nuestras plazas y fortalezas
para que podamos proveerlas de lo necesario de acuerdo con sus exigencias y su
juicio”. Debían darles entrada en todas partes, libres de todo pago público a
él y a sus ayudantes y permitirles que vieran, midieran y formasen un buen
juicio de todo lo que quisieran. Todos los demás ingenieros se pondrían en
contacto con él y seguirían sus instrucciones. Y que nadie osase hacer lo
contrario si le importaba “no incurrir en nuestra indignación”.
Ese lenguaje inequívoco facilita a Leonardo el
camino dondequiera que fuese. Leonardo se proponía conectar el puerto a Cesena
con un canal; en el plano indicó la organización de las columnas de obreros en
forma de pirámide. Dibujó el plano del nuevo barrio de la ciudad, el borgo integro por el que tanto se
interesó Alejandro VI. El palno estaba terminado en el papel, antes de que se
construyese una nueva casa.
LEONARDO SE IMAGINABA EL BORGO tal como sería
cuando estuviese poblado por completo y escribió al margen de su plano: “Debe tenerse cuidado de que los tanques
estén siempre llenos”. Tomó disposiciones para la ampliación del palacio y
dirigió las obras de las fortificaciones; hizo colocar bien los bastiones en el
frente, para proteger los fosos exteriores del fuego de la artillería.
Recorrió las calles de Cesena y al llegar a un
palacio medieval con fuertes murallas almenadas lo dibujó en su libro de
apuntes; se detuvo por largo tiempo en la plaza de mercado, observó a los
campesinos que acudían con su cosecha de uvas y bosquejó los ganchos con que
colgaban sus pesados racimos. Hizo muchas excursiones por el campo alrededor de
la ciudad; observó cómo el grano era llevado a los molinos primitivos y estudió
cómo se podía utilizar mejor la fuerza del viento. Inventó un molino de viento
con techo movible, apoyado en una torre redonda sólidamente construida y capaz
de girar y mover las velas al hacerlo. Parece que el molino fue construido
realmente, siendo el primero de los molinos “holandeses”, el cual llegó a ser
usado cincuenta años más tarde. Inventó un freno de cinta, un semicírculo de
madera en el que se acuñaba la gran rueda dentada del mecanismo de transmisión,
disposición que se ha seguido utilizando al presente.
Le irritaban los carros de cuatro ruedas, con las
dos delanteras chicas y las traseras grandes, lo que hacía que el peso
principal recayese sobre las delanteras y dificultase la marcha. “La romaña es la patria de toda clase de
estupideces”, fue su resumen final.
Su sueño de viajar al Oriente había revivido
gracias a una delegación de la Sublime Puerta a César Borgia. Leonardo conocía
muy bien al Oriente; mediante sus estudios se había familiarizado con regiones
raras veces atravesadas, el curso de los ríos y ciudades construidas de manera
curiosa que muy pocos exploradores habían visitado; conocía también las
costumbres de ls mahometanos y sus doctrinas religiosas, hasta el punto de que
más tarde se creó la leyenda de que se había convertido al islamismo.
Se le había ovidado que antes estaba dispuesto a
luchar contra la Media Luna. Tampoco Bayaceto II parecía tener prejuicios para
los cristianos que le podían ser útiles y buscaba en Italia un arquitecto que
le construyese un sólido puente entre Pera y Constantinopla para reemplazar al
de madera, que descasaba sobre pesados lanchones, tendidos por Mahomet II a
través del Cuerno de Oro. Leonardo diseñó el puente “Puente de Pera a Constantinopla”,
escribió al pie del dibujo: “40 anas de anchura, 70 anas sobre el agua y 600
anas de longitud, 400 de ellas sobre el agua y200 descansando en tierra, de
este modo proporciona sus propios sostenes”.
¿Renunció al molesto viaje o no hizo más que ejercitar
su imaginación en el puente, para alejarse del prosaísmo de los romañolos?
Algunos años más tarde sintió Miguel Angel el mismo deseo de huir del tedio de
la vida y tras de una querella con el irascible Papa entró en negociaciones con
los turcos para construir ese puente; pero Julio II lo consideró indispensable
y le convenció para que siguiera a su servicio.
Tampoco César Borgia podía prescindir de su
ingeniero general. Los aliados de César estimaban que los había utilizado para
traicionarlos luego. Unieron sus fuerzas y lo derrotaron. Quedaba libre el
camino para que los príncipes desterrados regresasen a sus estados y Guidobaldo
entró en Urbino entre las aclamaciones de su población.
En Mantua, la monja Osanna había profetizado en un
rapto que “el Borgia parecería un fuego de paja”, y entonces parecía que el
fuego prendía. Todos los rebeldes cayeron sobre César y lo rodearon en Imola.
Pero todavía ondeaba su estandarte con la orgullosa inscripción: Aut Caesar, aut nihil. Siempre se había
considerado a sí mismo como la encarnación de su homónimo romano y, como
cardenal, había grabado en el pomo de su
espada las palabras “Cum nomine Caesaris omen”. Además, era un
jugador siempre dispuesto a apostar la vida a una sola echada. El pomo de
su espada llevaba asimismo las palabras Jacta alea est.
Pero en aquel momento, desesperado, consultaba las
estrellas para averiguar su destino. Su enfermedad le llenaba de llagas la
piel. A nadie se le permitía verle, salvo a su fiel ayuda de campo, Micheletto,
por medio del cual impartía todas las órdenes. Muchos de sus capitanes nunca
habían oído la voz de su comandante. Dormía de día oculto detrás de cortinas
cerradas. En la noche, saltaba del lecho al escritorio y ahí seguía trabajando,
taciturno, tenso como un animal a punto de saltar, hasta la madrugada. Tan
pronto como la luz de la aurora iluminaba su habitación, volvía a su lecho y se
encerraba.
Leonardo le había hecho un plano de Imola, que
mostraba todos los accesos, las murallas de la ciudad en ocre amarillo, los
grupos de casas en color bermejo, los campos en verde brillante y el río
Salerno como una línea azul serpenteando entre ellos. Entonces César tomó una
medida que él fue la primera en adoptar: la de llamar a la población a prestar
servicio militar, en vez de emplear mercenarios. Con su notable don de
organización consiguió formar rápidamente un ejército entre el pueblo.
Maquiavelo se hizo cargo de las negociaciones de hablar con los enemigos, sobre
todo con Vitellozzo Vitelli. Para sí mismo prefería el ocio, por lo que
abandonó de mala gana la modesta comodidad, la quietud y la dicha de su hogar,
en compañía de su esposa.
Y sabía que al duque no se le podía conquistar con
meras palabras pues era un maestro en ese arte. La rápida mirada de Nicolás,
percibía todo lo que pasaba y el propio duque no tomaba en serio al secretario
florentino ni lo consideraba lo bastante importante como para que mereciera la
pena engañarle o ocultarle información. Dedicó su excitada imaginación a
estudiar el carácter del inescrutable Cesar Borgia, questo signore secretissimo, a quien iba a presentar más tarde
como un modelo de todos los príncipes. Pero todo lo que hacía su modelo era
permanecer en su triste castillo como una gran araña en su escondite; formando
una tela que flotaba en el aire. ”Trato
de ganar tiempo –explicó a Maquiavelo-
observando los acontecimientos y esperando mi oportunidad”. César prosiguió
su trabajo de sembrar la disensión entre los conspiradores, lanzando a los unos
contra los otros y preparando fría y cautelosamente su venganza segura. Un duro
invierno había hecho intransitables los caminos helados de la Romaña. De pronto
pareció ceder la opresión y César salió de su retiro. Había llegado la fuerza
de socorro francesa. El duque recuperó toda su confianza durante aquel
invierno. En el bullicio de las noches de Carnaval, hacía abrir el palacio y la
gente lo veía acostado en su lecho, forrado de armiño, sobre la colcha dorada,
inmóvil, con la espada desenvainada en una mano y el cetro en la otra, bello,
grave, terrible, como el pueblo imagina a su príncipe.
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