jueves, 29 de agosto de 2019

La trágica busca de la perfección. Documento sugerido Marga López


La maestra MARGA LÓPEZ DÍAZ nos aporta otro interesante documento:
Ahí, compartiendo magias para tu blog. 
aprendiendo...aprendiendo en medio del asombro....

LEONARDO DA VINCI.  DOCUMENTO VII.
 BASADO EN LA BIOGRAFÍA DE ANTONINA VALLENTIN:
“LA TRÁGICA BÚSQUEDA DE LA PERFECCIÓN”.
Editorial Losada, Buenos Aires, 1946.
Cuando Leonardo llegó a Arezzo, se encontró en el campamento con el enemigo más enconado de su ciudad natal, Vitellozzo Viteli. Quería vengar la muerte de su hermano, quien hallándose al servicio del estado florentino había sido acusado de traición y ejecutado.
Los florentinos se dirigieron al rey de Francia. César Borgia eludió el conflicto y declaró que Arezzo había sido atacada sin su consentimiento.  No obstante, Vittelozzo, continuó su venganza contra Florencia, de la que ya había caído su fortaleza, conmoviendo a Italia entera. Luego de una breve lucha, tomó la ciudad. Mientras sus capitanes gruñían que los había dejado en la estacada, César Borgia conquistaba un nuevo dominio mediante una traición, el ducado de Urbino. Para ello puso en juego un arma más peligrosa que el célebre veneno blanco de los Borgia; su aptitud para convencer. El débil duque, Guidobaldo da Montefeltro, sucumbió a ese siniestro don de persuasión de César y le proporcionó hombres y armas cuando le aseguró que los necesitaba para una campaña contra un territorio vecino.

Guidobaldo esperó inútilmente los resultados de esa pretendida campaña, mientras el ejército de César marchaba contra el ducado de Urbino. El duque pudo huir, precipitadamente. Después de vencer muchas dificultades llegó a Mantua, disfrazado de campesino, preguntándose todavía perplejo cómo podía hacerse alguien culpable de una traición tan pérfida. “Esto ocurrió –escribió Isabella d`Este a su cuñada Clara de Montpensier- porque confió en el duque de Valentinois, quien le hizo protestas de tal amor fraterno que habría hecho caer en la trampa a cualquier hombre honrado incapaz de engañar”. Hasta quienes se hallaban cerca de César, comprendieron que la traición de éste al duque de Urbino era indeciblemente brutal y cruel. Lucrecia Borgia pensaba en la acogida que les habían dispensado, el duque y su esposa Elizabetta, a ella y a su esposo en Urbino, durante su luna de miel, seis meses antes, poniéndoles el palacio a su disposición y prodigándoles atención y hospitalidad; pero desde hacía tiempo se veía obligada a perdonar a su hermano. La población de Urbino sentía un respeto afectuoso por su duque y por su bella esposa valiente y bella. El castillo de Urbino se alzaba como si hubiese surgido de la roca; Leonardo anotó sus dimensiones y César trasladó a lugar seguro los tesoros artísticos que Federigo de MOntefeltro había reunido con tanto cariño. Envió los tapices que representaban la guerra de Troya, como un regalo al cardenal de Ruán, quien cuidaba de sus intereses en la corte francesa, la magnífica biblioteca, en la que en el pasado habían trabajado treinta y cuatro copistas, fue trasladada a Cesena. Leonardo vio cómo los famosos manuscritos latinos, griegos y hebreos y las preciosas obras encuadernadas en brocado de oro, eran empaquetados y cargados a lomo de mulas y escribió una de sus  “profecías” enigmáticas: “De las mulas que transportan grandes cantidades de plata y oro; muchos tesoros de gran riqueza se encontrarán en animales de cuatro patas que los llevarán a diversos lugares.”
En Pesaro, César no sacó del palacio la biblioteca que Alessandro  Sforza había formado a tanto costo. Contenía todas las traducciones latinas de los griegos, todas las obras de astrología, medicina y cosmografía de la época, todos los poetas, todos los escritos de los Padres de la Iglesia y, en resumen, como escribió Bistizzi, “todos los libros dignos de tenerse”. Leonardo tenía especial interés por las bibliotecas y escribió en la tapa de su libro de apuntes: “El 11 de agosto de 1502, la biblioteca de Pesaro”. En la misma tapa escribió también un extraño dístico que puede verse inscrito en el sarcófago dl arzobispo de Squillace en la catedral de Otranto:
Decipimur votis et tempore fallimur et mors
Deridet curas; anxia vita nihil
Había ido Leonardo hasta Otranto, o había encontrado el dístico en uno de los manuscritos de Pesaro y lo copió pensando en la vida azarosa de su nuevo patrón, en la elevación y en la caída de los poderosos, en las desilusiones de la vida y en la muerte que se burla de las preocupaciones humanas? Anxia vita nihil era el resumen de sus experiencias en el período más lleno de acontecimientos de su vida. En medio de su viaje urgente y de ese período agitado se detuvo como si tuviese el propósito de recoger impresiones pacíficas y armoniosas, como si necesitase algo que contrapesase la febril actividad que le había sido impuesta.
César reforzaba y extendía la fortaleza de Rimini y derribaba las casas que se levantaban en la línea de fuego. Leonardo recorrió las calles de la ciudad en busca de un lugar tranquilo, permaneció largo rato junto a una fuente, oyendo el sonido del agua y su elevarse en hebras de plata líquida; esa fue la única impresión que encontró digna de recuerdo: “Haz una armonía con varios chorros de agua que caen, como los que viste en las fuentes de Rimini, las que viste el 8 de agosto de 1502”.
Isabella d´Este, advirtió a su esposo, quien se hallaba entonces en Milán, que fuese prudente al hablar de César y tuviese cuidado con lo que comía y bebía, “pues un hombre que es capaz de levantar su mano contra hombres de su misma carne y sangre es capaz de todo”.
Cuando César se dirigió con su amigo el rey Luis a Pavía, se sentía lo bastante seguro de su poder para emprender la realización de sus planes más ambiciosos. Desde Pavía envió la carta a Leonardo, certificando su puesto oficial; con su claridad característica daba instrucciones a todos sus “ enviados, castellanos, capitanes, condottieri, oficiales, soldados y subordinados”, para que diesen libre paso al portador dl documento, “el excelente y más caro servidor, Arquitecto e Ingeniero general, Leonardo da Vinci, a quien hemos encargado de inspeccionar nuestras plazas y fortalezas para que podamos proveerlas de lo necesario de acuerdo con sus exigencias y su juicio”. Debían darles entrada en todas partes, libres de todo pago público a él y a sus ayudantes y permitirles que vieran, midieran y formasen un buen juicio de todo lo que quisieran. Todos los demás ingenieros se pondrían en contacto con él y seguirían sus instrucciones. Y que nadie osase hacer lo contrario si le importaba “no incurrir en nuestra indignación”.
Ese lenguaje inequívoco facilita a Leonardo el camino dondequiera que fuese. Leonardo se proponía conectar el puerto a Cesena con un canal; en el plano indicó la organización de las columnas de obreros en forma de pirámide. Dibujó el plano del nuevo barrio de la ciudad, el borgo integro por el que tanto se interesó Alejandro VI. El palno estaba terminado en el papel, antes de que se construyese una nueva casa.
LEONARDO SE IMAGINABA EL BORGO tal como sería cuando estuviese poblado por completo y escribió al margen de su plano: “Debe tenerse cuidado de que los tanques estén siempre llenos”. Tomó disposiciones para la ampliación del palacio y dirigió las obras de las fortificaciones; hizo colocar bien los bastiones en el frente, para proteger los fosos exteriores del fuego de la artillería.
Recorrió las calles de Cesena y al llegar a un palacio medieval con fuertes murallas almenadas lo dibujó en su libro de apuntes; se detuvo por largo tiempo en la plaza de mercado, observó a los campesinos que acudían con su cosecha de uvas y bosquejó los ganchos con que colgaban sus pesados racimos. Hizo muchas excursiones por el campo alrededor de la ciudad; observó cómo el grano era llevado a los molinos primitivos y estudió cómo se podía utilizar mejor la fuerza del viento. Inventó un molino de viento con techo movible, apoyado en una torre redonda sólidamente construida y capaz de girar y mover las velas al hacerlo. Parece que el molino fue construido realmente, siendo el primero de los molinos “holandeses”, el cual llegó a ser usado cincuenta años más tarde. Inventó un freno de cinta, un semicírculo de madera en el que se acuñaba la gran rueda dentada del mecanismo de transmisión, disposición que se ha seguido utilizando al presente.

Le irritaban los carros de cuatro ruedas, con las dos delanteras chicas y las traseras grandes, lo que hacía que el peso principal recayese sobre las delanteras y dificultase la marcha. “La romaña es la patria de toda clase de estupideces”, fue su resumen final.
Su sueño de viajar al Oriente había revivido gracias a una delegación de la Sublime Puerta a César Borgia. Leonardo conocía muy bien al Oriente; mediante sus estudios se había familiarizado con regiones raras veces atravesadas, el curso de los ríos y ciudades construidas de manera curiosa que muy pocos exploradores habían visitado; conocía también las costumbres de ls mahometanos y sus doctrinas religiosas, hasta el punto de que más tarde se creó la leyenda de que se había convertido al islamismo.
Se le había ovidado que antes estaba dispuesto a luchar contra la Media Luna. Tampoco Bayaceto II parecía tener prejuicios para los cristianos que le podían ser útiles y buscaba en Italia un arquitecto que le construyese un sólido puente entre Pera y Constantinopla para reemplazar al de madera, que descasaba sobre pesados lanchones, tendidos por Mahomet II a través del Cuerno de Oro. Leonardo diseñó el puente “Puente de Pera a Constantinopla”, escribió al pie del dibujo: “40 anas de anchura, 70 anas sobre el agua y 600 anas de longitud, 400 de ellas sobre el agua y200 descansando en tierra, de este modo proporciona sus propios sostenes”.
¿Renunció al molesto viaje o no hizo más que ejercitar su imaginación en el puente, para alejarse del prosaísmo de los romañolos? Algunos años más tarde sintió Miguel Angel el mismo deseo de huir del tedio de la vida y tras de una querella con el irascible Papa entró en negociaciones con los turcos para construir ese puente; pero Julio II lo consideró indispensable y le convenció para que siguiera a su servicio.
Tampoco César Borgia podía prescindir de su ingeniero general. Los aliados de César estimaban que los había utilizado para traicionarlos luego. Unieron sus fuerzas y lo derrotaron. Quedaba libre el camino para que los príncipes desterrados regresasen a sus estados y Guidobaldo entró en Urbino entre las aclamaciones de su población.
En Mantua, la monja Osanna había profetizado en un rapto que “el Borgia parecería un fuego de paja”, y entonces parecía que el fuego prendía. Todos los rebeldes cayeron sobre César y lo rodearon en Imola. Pero todavía ondeaba su estandarte con la orgullosa inscripción: Aut Caesar, aut nihil. Siempre se había considerado a sí mismo como la encarnación de su homónimo romano y, como cardenal, había grabado en el pomo de  su espada  las palabras “Cum nomine Caesaris omen”. Además, era un jugador siempre dispuesto a apostar la vida a una sola echada. El pomo de su espada llevaba asimismo las palabras  Jacta alea est.
Pero en aquel momento, desesperado, consultaba las estrellas para averiguar su destino. Su enfermedad le llenaba de llagas la piel. A nadie se le permitía verle, salvo a su fiel ayuda de campo, Micheletto, por medio del cual impartía todas las órdenes. Muchos de sus capitanes nunca habían oído la voz de su comandante. Dormía de día oculto detrás de cortinas cerradas. En la noche, saltaba del lecho al escritorio y ahí seguía trabajando, taciturno, tenso como un animal a punto de saltar, hasta la madrugada. Tan pronto como la luz de la aurora iluminaba su habitación, volvía a su lecho y se encerraba.
Leonardo le había hecho un plano de Imola, que mostraba todos los accesos, las murallas de la ciudad en ocre amarillo, los grupos de casas en color bermejo, los campos en verde brillante y el río Salerno como una línea azul serpenteando entre ellos. Entonces César tomó una medida que él fue la primera en adoptar: la de llamar a la población a prestar servicio militar, en vez de emplear mercenarios. Con su notable don de organización consiguió formar rápidamente un ejército entre el pueblo. Maquiavelo se hizo cargo de las negociaciones de hablar con los enemigos, sobre todo con Vitellozzo Vitelli. Para sí mismo prefería el ocio, por lo que abandonó de mala gana la modesta comodidad, la quietud y la dicha de su hogar, en compañía de su esposa.
Y sabía que al duque no se le podía conquistar con meras palabras pues era un maestro en ese arte. La rápida mirada de Nicolás, percibía todo lo que pasaba y el propio duque no tomaba en serio al secretario florentino ni lo consideraba lo bastante importante como para que mereciera la pena engañarle o ocultarle información. Dedicó su excitada imaginación a estudiar el carácter del inescrutable Cesar Borgia, questo signore secretissimo, a quien iba a presentar más tarde como un modelo de todos los príncipes. Pero todo lo que hacía su modelo era permanecer en su triste castillo como una gran araña en su escondite; formando una tela que flotaba en el aire. ”Trato de ganar tiempo –explicó a Maquiavelo- observando los acontecimientos y esperando mi oportunidad”. César prosiguió su trabajo de sembrar la disensión entre los conspiradores, lanzando a los unos contra los otros y preparando fría y cautelosamente su venganza segura. Un duro invierno había hecho intransitables los caminos helados de la Romaña. De pronto pareció ceder la opresión y César salió de su retiro. Había llegado la fuerza de socorro francesa. El duque recuperó toda su confianza durante aquel invierno. En el bullicio de las noches de Carnaval, hacía abrir el palacio y la gente lo veía acostado en su lecho, forrado de armiño, sobre la colcha dorada, inmóvil, con la espada desenvainada en una mano y el cetro en la otra, bello, grave, terrible, como el pueblo imagina a su príncipe.









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