domingo, 26 de octubre de 2025

Actividades de Vecinas del cuento y la difusión de su primera antología, 2025

Además del lanzamiento en la FEria del libro de Manizales, de la presentación oficial en el Banco de la República, hemos visitado casas de la cultura y espacios culturales de la ciudad. Esta vez en la casa Atardecerews, de Chipre, dirigida por Luis David Arias..

🚨VECINAS DEL CUENTO / ACTIVIDADES

Las Vecinas del Cuento seguimos compartiendo nuestras Palabras con propósito.  🏻

 Este viernes 17 de octubre, desde las 4:00 p.m., estuvimos en la Casa de la Cultura Atardeceres, en el barrio Chipre, presentando nuestra Antología Vecinas del Cuento 2025.

Una ocasión para encontrarnos, leer juntas y seguir tejiendo historias que nacen de la vida cotidiana, la memoria y la comunidad.

 a de la Cultura Atardeceres

Chipre, Manizales






Publicación en "El Barequeo", importante medio de periodismo artesanal de Manizales: Libro Vecinas del Cuento. Y un texto de Beatríz Santander

https://barequeo.com/tesoros/perro-apaleado/

"Vecinas del cuento" reúne relatos de siete autoras de Manizales. El libro fue publicado por Editorial Raya y ganó el Programa de Estímulos para Proyectos Culturales y Artísticos de la Alcaldía de Manizales. Hoy publicamos uno de los cuentos de este libro.

 

 

 

  • El libro "Vecinas del cuento" incluye obras de Judy Ramírez, Luz Adriana Suárez, Marta Lucía Londoño, Cristina Botero, Beatriz Elena Santander, Olga Lucía Jaramillo-Galu, y María Elena Jiménez.

 

 

«Perro apaleado», un cuento de Beatriz Elena Santander Mejía

25 de octubre de 2025

 

El capataz ordenó, mientras se fumaba un cigarrillo: Se irán los mayores de sesenta esta misma tarde, ya saben quiénes son. Se oyó con una voz nerviosa que luchaba por no perder el tono autoritario. Ramón solo pensó en que se le iba de entre las manos el sueño de comprarle la casa a su mujer.

Más tarde, la hermana de Ramón lo llamó para pedirle que se cuidara del virus mortal, que el gobierno ordenaba el confinamiento. Su voz chillona, casi histérica, le molestó. Cuando intentó responderle y preguntarle por Fifí, un hilo de amargura se le enredó en la garganta, como un mal augurio. Ella, que nunca le ofreció ningún gesto de cariño, parecía activar un mecanismo de compasión secreto por su único hermano vivo. Le pidió, casi le rogó, que no saliera a la calle, que los viejos tenían mayor riesgo de contagio. Además, usted es muy vicioso. Él pensó en decirle que ya no fumaba ni bebía, pero no se animó.

Tres años antes, Ramón había perdido la casa y a la mujer por deudas de juego, pero su hermana no lo sabía. Tranquila, que me voy a cuidar. Colgó tembloroso el teléfono, sin entender aún todo lo que le había pasado.

Oscureció temprano, como si el miedo colectivo precipitara los ritmos del día. En la calle se escuchaba un zumbido. Ramón entró en una droguería a comprar un tapabocas, se lo puso y sintió el primer pánico. En el televisor de la farmacia, un noticiero mostraba imágenes de una ciudad italiana donde transportaban en camiones a miles de muertos hacia tumbas colectivas. Le aterró pensar que el fin del mundo era una realidad, y al mismo tiempo se alegró de liberarse de las deudas.

Al día siguiente, la dueña de la pensión les advirtió a sus huéspedes que, en vista de la situación de encierro obligatorio, les exigía el pago adelantado de la mensualidad. Los que tengan a dónde ir, es mejor que se vayan, aquí ya hay mucha gente, dijo desafiante levantando la cabezaSe hizo un silencio profundo y de pronto una verdulera de rostro congestionado gritó: No estaríamos aquí si tuviéramos a dónde ir. Nadie más alzó la voz, solo sonaba el noticiero.

Usted sabe que nos han mandado a todos a guardarnos y sin paga, se animó airado Ramón. La dueña de la pensión suspiró y, agitando los brazos, dijo: Eso, Ramón, no es problema mío, aquí no caben los que no estén al día. Luego siguieron protestas y cuchicheos convertidos en una masa espesa de voces agrias.

Ramón decidió volver al trabajo al día siguiente, con el tapabocas puesto. Encontró el taller cerrado, pero dentro se escuchaban los motores de los soldadores y esmeriles. Golpeó el portón, nadie atendió y se sentó a esperar la hora del café. Al rato empezaron a salir jóvenes con delantales de hule. Lo saludaron con gestos y se sentaron junto a él a fumar.

Ramón entró al taller, buscó al capataz. Subió nervioso el mezanine y se encontró con una cabeza blanca de rostro curtido. El hombre revisaba papeles recostado en su silla. Le lanzó una mirada de soslayo: ¿Qué quiere, Osorio? Trabajar, respondió Ramón. Usted es un anciano. Si todavía tengo jóvenes aquí, es porque solo ellos lo pueden hacer, le dijo el capataz. ¿Y de qué voy a vivir? No tengo familia. Como si la súplica le hubiera hecho reaccionar, el hombre dejó los papeles y levantó la mirada por encima del hombro, mientras sacaba de su chaqueta una caja de cigarrillos. Le ofreció uno. Ramón respondió con impaciencia, Ya no fumo. El capataz encendió el suyo y dio la primera bocanada. Lo miró con arrogancia. Dijo: Mire, Osorio, el día que seamos monjitas de la caridad vuelva, por ahora no tengo nada más para decirle. Tiró el cigarrillo y lo pisó con su bota de cuero. Se acercó a Ramón, que se disponía a bajar las escaleras, le palmeó la espalda y agregó: Cuídese, hombre, cuídese.

Ramón caminó lento y sin rumbo, como si la meditación lo fuera a sacar de sus problemas. Circulaban muy pocos carros, algunos vendedores ambulantes desafiaban la orden de confinamiento. Le llamó la atención la larga fila con gente de mirada ansiosa en la puerta de un supermercado. ¿Iba en serio lo de la pandemia? Se indignó, los pobres como él no podían encerrase hasta nueva orden, y decidió seguir buscando la forma de sobrevivir.

Quiso pedirle a la dueña de la pensión que le fiara siquiera un mes; le pagaría cuando todo se normalizara, pero recordó que ella conocía su pasado.

A mediodía ya había caminado hasta las afueras de la ciudad. Divisó el río de aguas ocre y una cuadrilla de hombres que sacaban material de la orilla y llenaban bolsas de fique. Ramón preguntó, esperando otra negativa, si había trabajo. Uno de ellos lo miró de arriba abajo, sorprendido de que un hombre tan esmirriado fuera capaz de dedicarse a esa labor. Claro que sí, se paga por bulto. ¿Tiene experiencia? No, respondió RamónSus ojos, empequeñecidos por la luz intensa, solo veían sombras. Su cabeza casi calva, nariz aguileña y grande, acompañada de unos labios descarnados y una barba de tres días, le daban el aspecto de un perro apaleado. El hombre le miró las manos fuertes y callosas, y agregó: Si quiere empezar de una vez, coja esa pala, que no tiene dueño.

Ramón logró que lo dejaran dormir en la enramada donde guardaban los bultos. Se sintió agradecido, encontró trabajo y casa, más de lo que esperaba. Cada día lograba llenar dos sacos de arena, y su exiguo ahorro le permitía soñar con comprar una casa y pedirle a su mujer que regresara con él.

La mañana del domingo se despertó tarde y se sintió muy cansado. Le dolía la cabeza y tenía algo de tos. Se quedó echado sobre los costales que le servían de cama. Al atardecer fue al río por un poco de agua para la sed que le quemaba las entrañas. Se sintió sin aliento para ir hasta el hospital. La calentura la tenía en todo el cuerpo y decidió tirarse al río. Al día siguiente fue incapaz de levantar la pala, la debilidad le ganaba a sus fuerzas.

Cuando los areneros lo encontraron en ese estado, lo echaron de allí y le tiraron un tapabocas al rostro. Se alejó arrastrando los pies. La falta de aire comenzaba a molestarlo y creyó que no alcanzaría a llegar a urgencias. El miedo a la muerte lo consumía, más que la fiebre. No quería morir sin devolverle la casa a su mujer.

La ropa húmeda y sucia le pesaba. Intentaba orientarse hacia el hospital donde alguna vez fue operado del apéndice, después creyó que era mejor volver a la pensión y entregarle a la dueña el dinero que llevaba encima, pero desechó la idea con rabia.

La tos le salía de los pulmones agotados. Recordó la llamada de su hermana y pensó que no era tan perversa, que estaba arrepentida de su abandono. Entró a una cafetería en busca de un teléfono y sacó del bolsillo del pantalón la libretica donde tenía anotado su número. ¿Doris? Sí, ¿yo con quién? Con Ramón. Es que estoy un poco enfermo, Ramón no pudo decirle más. ¿Qué le pasa?,del otro lado se oía la voz angustiada de la mujer y los ladridos de Fifí. Necesito ir a su casa, es que no tengo a dónde ir. El silencio de su hermana se le clavó en la mente afiebrada. ¿Y su casa y su esposa?,dijo ella impaciente. No la tengo sino a usted… ¿Me recibe mientras me recupero?, atinó a decir. Sí, claro, pero es que… es que… Fifí es muy delicadita…

El tendero lo amenazó con llamar a la policía si no se iba. Ramón lo miró sin expresión, pero la rigidez de los músculos de las piernas solo le sirvió para caer derrumbado sobre una silla. El delirio de la calentura lo sumió en la ilusión de que volvía a su casa con una mujer que tenía un hábito blanco, y que carecía de ojos. Diez minutos después recobró la conciencia y le mostró al tendero la dirección de su hermana. Las sirenas le aturdieron los oídos.

Un joven domicilio lo dejó en la entrada de la casa de su hermana. Intentó rasguñar la madera de la puerta mientras le salía un agónico Hermana, hermanita. Su cuerpo flotaba sin dolor. La fiebre y la falta de aire lo vencieron. Se encontró en una casita rodeada de jazmines que lo emborrachaban con su olor dulce y su esposa lo acariciaba. Mientras, soltaba un último suspiro.

Beatriz Elena Santander Mejía publicó el cuento «Perro apaleado» en la Antología Relata, de Mincultura, en 2022.


El libro Vecinas del cuento. Palabras con propósito. Antología 2025 es una obra publicada por Raya Editorial, gracias al apoyo ganado en el Programa de Estímulos para Proyectos Artísticos y Culturales del municipio de Manizales.

“Vecinas del Cuento» es un proyecto que reúne a un grupo de mujeres mayores de la ciudad de Manizales que dedican su retiro laboral a leer y escribir literatura. Con una rica experiencia y una pasión por la cultura, estas mujeres han creado una obra que captura la tradición y la memoria de su comunidad, su ciudad, su país y otros mundos imaginados.

Vecinas del cuento. Palabras con propósito. Antología 2025.

Judy Ramírez Orozco, Cristina Botero Calderón, Martha Lucía Londoño Carvajal, Beatriz Elena Santander Mejía, María Elena Jiménez Gómez, Luz Adriana Suárez González, y Galu (Olga Lucía) Jaramillo Ochoa. Prólogo de Alejandra Jaramillo Morales, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.

Raya Editorial

Manizales, 2025

179 páginas

ISBN: 978-628-02-0112-2

 


XII Festival Nos queda la palabra.

Acá estuvimos Las Vecinas del Cuento. 

Compartimos algunos de nuestros textos, contamos sobre nuestro proyecto... siempre "Nos queda la palabra".

El Escondite, Manizales, octubre 2025.




jueves, 16 de octubre de 2025

Cuento del autor contemporáneo Hernán Casciari. Escrito con base en "El brujo postergado" de Borges.

 

Como por arte de magia*

 

Pablo entró a robar al negocio de magia del viejo Caracoche (esto pasó en Mercedes) con una pistola de juguete. Sin leer el cartel del vidrio que decía: Se busca un ayudante joven. Cuando lo vio entrar, a Pablo, el viejo creyó que el joven venía a buscar trabajo y salió del mostrador a recibirlo, le dijo: Qué hacés pibe, pasá. Pablo, un poco confuso, sacó la pistola y apuntó al viejo. La pistola era de juguete. Abrí la caja y dame todo, le dijo, y si haces algo raro te quemo. Lo dijo medio tartamudeando porque en Mercedes se rumoreaba que el viejo Caracoche era medio mago en serio, que había hecho desaparecer cosas y también se decía que era rico. Tranquilo, tranquilo, le dijo Caracoche, no voy a hacer nada raro, qué necesitas, pibe.

Dame toda la plata que tengas, dijo Pablo. Mirá, dijo Caracoche, podemos hacer dos cosas; te doy dos horas para que busques en todo el negocio y te lleves la plata que encuentres, las bolas que cambian de color, todos los trucos que tengo a la venta, lo que quieras. El chico lo miró ansioso con la pistola en la mano y le dijo: ¿Y la segunda cosa? Lo segundo, dijo el viejo y le mostró el cartel de la puerta, es que trabajes conmigo, te puedo pagar 35 australes al mes más almuerzo, tu trabajo sería ir con estos folletos al centro para que el negocio mejore, antes lo hacía yo pero estoy viejo.  Cuál preferís, te llevas todo lo que encuentres ahora o un sueldo todos los meses de 35 australes.

Pablo tenía 15 años en ese momento y había dejado la escuela a los nueve. Era hijo bastardo de una familia paterna que lo abandonó, vivió en la calle desde la muerte de su abuela. Sí había visto el cartel de la puerta, pero no sabía leer de corrido y como tampoco sabía de números se quedó apuntando con la pistola sin saber qué responder. Caracoche lo ayudó: Mirá, yo me voy adentro y si cuando vuelva me robaste todo y te fuiste, mala suerte para los dos. Pero si cuando vuelvo con la chocolatada vos seguís acá, empezàs hoy. Y el viejo se metió para adentro.

Pablo estuvo todo ese verano entregando folletos de Casa de magia Caracoche en el centro de Mercedes, y el negocio prosperó. No tanto en la venta de trucos, sino en las presentaciones en cumpleaños y en casamientos. Ahora que el viejo tenía ayudante podía hacer shows privados sin cargar él con los accesorios en sus espaldas. Cuando Pablo cumplió 18, 3 años después del intento de robo, el viejo Caracoche era como un padre para él, un abuelo muy presente. Charlaban todas las tardes, eran los dos de Boca y el viejo lo había entrenado en la magia para que siguiera sus pasos. Sin decirle nada al chico se había propuesto dejarle el negocio. La tarde en que Caracochi murió ya no existían los australes, había un peso que valía lo mismo que el dólar y Pablo ya era un mago profesional. El viejo le había enseñado todo. En el velorio Pablo lloró desconsolado al lado del cajón y cuando todo el mundo se fue él seguía llorando solo.

La gente nueva de Mercedes creía, los que no conocían la historia, que era su nieto de verdad. El chico adoró todos esos años a su patrón porque lo había sacado de la calle y le había dado un oficio. El negocio de Pablo se siguió llamando Casa de magia Caracoche, en honor a su maestro. Actualizó los trucos, empezó a vender por internet, hacía shows privados cada vez más caros, compraba accesorios en la Avenida Cabildo. Hubiera sido un sueño para el viejo ver esa marquesina, pensaba Pablo cada vez que entraba con su auto caro al negocio.

Cuando Pablo cumplió 52 años estaba chequeando mercadería en el local de Cabildo, ya eran más de las 8 de la tarde y estaba solo, las dos empleadas vespertinas habían salido a las 7 y él estaba pensando en poner más vigilancia porque ya le habían entrado dos veces a robar de noche. Entonces sintió un ruido a sus espaldas y vio aparecer a un chico encapuchado por abajo de las rejas. El chico tenía una pistola y le temblaba la mano porque no esperaba que hubiera gente en el negocio. Pablo sospechó que el arma del chico podía ser de juguete, pero no quiso correr riesgo. Sin que el chico pudiera hacer nada Pablo sacó del doble fondo del mostrador su Maverick y le disparó una sola vez al chico a la altura del pecho. El disparo fue seco.

Y cuando Pablo abrió de nuevo los ojos, como por arte de magia, estaba en Mercedes en el negocio del viejo Caracoche, solo con su pistola falsa de juguete y tenía de nuevo 15 años. No entendió nada. Todavía resonaba en su cabeza el eco del disparo de la sucursal de Cabildo. Pero no era 2023, era 1987 de nuevo. Como si la cinta de su vida se hubiera rebobinado después de gatillar el arma. Entonces apareció desde adentro del negocio el viejo mago Caracoche con un vaso de chocolatada en la bandeja y le dijo a Pablo: Lo siento mucho pibe, pero me arrepentí, no vas a ser bueno en este trabajo, tomá la leche y mandate a mudar.

 

*Cuento "Como por arte de magia" del autor argentino Hernán Casciari. (Cuentos contra reloj).

Basado en el cuento de Borges: "El brujo postergado".

martes, 14 de octubre de 2025

"El brujo postergado" Jorge Luís Borges. Para que luego hablemos del género del cuento.

 

El brujo postergado

Jorge Luís Borges

 

En Santiago había un deán que tenía codicia de aprender el arte de la magia. Oyó decir que don Illán de Toledo la sabía más que ninguno, y fue a Toledo a buscarlo.

El día que llegó enderezó a la casa de don Illán y lo encontró leyendo en una habitación apartada. Éste lo recibió con bondad y le dijo que postergar el motivo de su visita hasta después de comer. Le señaló un alojamiento muy fresco y le dijo que lo alegraba mucho su venida. Después de comer, el deán le refirió la razón de aquella visita y le rogó que le enseñara la ciencia mágica. Don Illán le dijo que adivinaba que era deán, hombre de buena posición y buen porvenir, y que temía ser olvidado luego por él. El deán le prometió y aseguró que nunca olvidaría aquella merced, y que estaría siempre a sus órdenes. Ya arreglado el asunto, explicó don Illán que las artes mágicas no se podían aprender sino en sitio apartado, y tomándolo por la mano, lo llevó a una pieza contigua, en cuyo piso había una gran argolla de fierro. Antes le dijo a la sirvienta que tuviese perdices para la cena, pero que no las pusiera a asar hasta que la mandaran. Levantaron la argolla entre los dos y descendieron por una escalera de piedra bien labrada, hasta que al deán le pareció que habían bajado tanto que el lecho del Tajo estaba sobre ellos. Al pie de la escalera había una celda y luego una biblioteca y luego una especie de gabinete con instrumentos mágicos.

Revisaron los libros y en eso estaban cuando entraron dos hombres con una carta para el deán, escrita por el obispo, su tío, en la que le hacía saber que estaba muy enfermo y que, si quería encontrarlo vivo, no demorase. Al deán lo contrariaron mucho estas nuevas, lo uno por la dolencia de su tío, lo otro por tener que interrumpir los estudios. Optó por escribir una disculpa y la mandó al obispo. A los tres días llegaron unos hombres de luto con otras cartas para el deán, en las que se leía que el obispo había fallecido, que estaban eligiendo sucesor y que esperaban por la gracia de Dios que lo elegirían a él. Decían también que no se molestara en venir, puesto que parecía mucho mejor que lo eligieran en su ausencia.

A los diez días vinieron dos escuderos muy bien vestidos, que se arrojaron a sus pies y besaron sus manos y lo saludaron obispo. Cuando don Illán vio estas cosas se dirigió con mucha alegría al nuevo prelado y le dijo que agradecía al Señor que tan buenas nuevas llegaran a su casa. Luego le pidió el decanazgo vacante para uno de sus hijos. El obispo le hizo saber que había reservado el decanazgo para su propio hermano, pero que había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Santiago.

Fueron para Santiago los tres, donde los recibieron con honores. A los seis meses recibió el obispo mandaderos del Papa que le ofrecía el arzobispado de Tolosa, dejando en sus manos el nombramiento de sucesor. Cuando don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese título para su hijo. El arzobispo le hizo saber que había reservado el obispado para su propio tío, hermano de su padre, pero que había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Tolosa. Don Illán no tuvo más remedio que asentir.

Fueron para Tolosa los tres, donde los recibieron con honores y misas. A los dos años recibió el arzobispo mandaderos del Papa que le ofrecía el capelo de cardenal, dejando en sus manos el nombramiento de sucesor. Cuando don Illán supo esto, le recordó la antigua promesa y le pidió ese título para su hijo. El cardenal le hizo saber que había reservado el arzobispado para su propio tío, hermano de su madre, pero que había determinado favorecerlo y que partiesen juntos para Roma. Don Illán no tuvo más remedio que asentir.

Fueron para Roma los tres, donde los recibieron con honores y misas y procesiones. A los cuatro años murió el Papa y nuestro cardenal fue elegido para el papado por todos los demás. Cuando don Illán supo esto, besó los pies de Su Santidad, le recordó la antigua promesa y le pidió el cardenalato para su hijo. El Papa lo amenazó con la cárcel, diciéndole que bien sabía él que no era más que un brujo y que en Toledo había sido profesor de artes mágicas. El miserable don Illán dijo que iba a volver a España y le pidió algo para comer durante el camino. El Papa no accedió. Entonces don Illán (cuyo rostro se había remozado de un modo extraño), dijo con una voz sin temblor:

–Pues tendré que comerme las perdices que para esta noche encargué.

La sirvienta se presentó y don Illán le dijo que las asara. A estas palabras, el Papa se halló en la celda subterránea en Toledo, solamente deán de Santiago y tan avergonzado de su ingratitud que no atinaba a disculparse. Don Illán dijo que bastaba con esa prueba, le negó su parte de las perdices y lo acompañó hasta la calle, donde le deseó feliz viaje y lo despidió con gran cortesía.

 

(Del Libro de Patronio del infante don Juan Manuel, que lo derivó de un libro árabe: Las cuarenta mañanas y las cuarenta noches)