martes, 6 de agosto de 2024

El hambre como Dios, una reflexión poética de John Hoyos

 

El hambre, como Dios,

es la única muchacha ubicua de la ciudad.

En la plaza nos la topamos,

nos encontramos con ella en las esquinas,

sentimos su mirada en los recovecos de los oscuros callejones

y en los elegantes bulevares camina oronda a nuestro lado.

 

Todos los habitantes de las urbes

parecen estar en una eterna batalla contra el hambre.

 

En los parques se come,

los puestos de viandas callejeros parecen arsenales proveyendo municiones para la contienda,

en los bares se pica,

en las bibliotecas los bocados llegan clandestinos a la boca

y hasta la gula, hambriento pecado capital, aparece en las iglesias.

Pero estas son apenas escaramuzas contra un hambre que no es real.

No luchan contra el hambre que agosta los músculos,

la que apergamina la piel y la resquebraja,

la que quita el brillo del cabello

y llena de nubes las miradas.

Esas hambres pequeñas no conocen a su hermana mayor: la hambruna.

La que llega con la guerra,

la compañera de catástrofes

y la precursora del apocalipsis.

 

Hay muchos hambrientos en la ciudad

y son muy fáciles para encontrarlos.

Parecen ubicuos.

Andan, a toda hora, perseguidos por otras hambres más peligrosas.

El hambre del dinero,

el hambre del poder,

el hambre del sexo,

el hambre de la fama.

Estas hambres son más mortales

que las que acechan en Somalia,

más letales que las que frecuentan en India,

más contundentes que las que azotan en La Guajira

y más pervertidas que el hambre de la hambruna.

Y eso es ya mucho decir.

 

John Hoyos.

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