CRONICA DOLIENTE
.
Ayer fue un día apacible, antes
del almuerzo ya corrían por mis venas muchos centímetros cúbicos de Diclofenaco
Sódico al 60 por ciento. A las 2 de la tarde mi dolor había disminuido un 20
por ciento y mi velocidad de desplazamiento no llegaba al 20 por ciento. Usando
mi calculadora calculé que mi capacidad habitual aún no llegaba al ciento.
Decidí tomar
las cosas con calma y me dediqué a mi pasatiempo dominical favorito: leer El
Espectador, resolver los dos crucigramas (ahora me valgo de Google y así no vale),
gozar de la pluma de Osuna y reírme con Tola y Maruja. Estaba donde un amigo,
quien vive entre la vida y la muerte pues su casa queda entre el Hospital
Universitario y el Cementerio San Esteban. Sabedor de mis dolencias me atendió
como a un rey: hizo tinto y después preparó el algo. Tan considerado, tampoco
me dejó lavar la loza.
Poco antes de
las cinco de la tarde, como me conozco bien pues vivo por mi casa, sabía que
mis queridos dolores volverían… son muy agradecidos, entonces decidí salir para
la Clínica Ospedale y me despedí de mi amigo no sin antes agradecerle por su
consideración.
Una tarde
dominical normal, poca gente en la calle, alguno que otro carro y una cola de
una cuadra para comprar helados de aguacate en La Niña. Un recorrido de no más de
ocho cuadras que me tomaría un buen tiempo, ya empezaba a caminar a la
velocidad de Burocracia, ya saben: la tortuga de Mafalda.
Me entretuve
mirando los grabados del concreto en las aceras, los avisos de peregrinaciones
a Buga pegados en los postes y una que otra chica en minifalda. Estoy enfermo,
pero alentado. De los ojos, digo yo. Iba urdiendo un siniestro plan: mi querida
amiga Pilar (conocedora de las mañas de las enfermeras) me había dicho: "Debes
hacer drama como en Hamlet de Shakespeare, de lo contrario no te
atienden". Y le creí, ella debe de saber de teatro, es buena actora,
perdón es gran lectora.
Con cara de
circunstancia presenté mi cédula en portería y me invitaron a esperar sentado
en una cómoda silla Rimax, especiales para problemas lumbares.
Yo iba muy
bien armado. Desde el dos de abril empecé a coleccionar documentos médicos. Mi
sobre de manila es más voluminoso que el prontuario de Pablo Escobar en el
juzgado Quinto Penal de Barrio Triste. Cuando me llamaron ya tenía una horrible
mueca de dolor en mi ya horrible cara y entré al cubículo donde me esperaba la
enfermera jefe con los brazos abiertos. Soñador que soy.
- Qué le pasa
señor?
Entonces yo le
respondí con otra pregunta:
-¿Su Merced
prefiere la versión escrita que traigo acá o escuchar la oral?
Entonces yo recordé lo aprendido en los
Festivales Latinoamericanos de Teatro y arranqué con mi montaje tipo Santiago
García o Enrique Buenaventura, ¿qué sé yo de teatro?
Al terminar la miré al entrecejo
con cara de cordero degollado y rematé:
-Si no cumplo
con el protocolo de la tarjeta Trage, Triage, o como se llame, y decide no
atenderme, entonces hágame la caridad de inyectarme con Diclofenaco (¿quién
bautizará los medicamentos?), sucede que hoy es domingo y es difícil encontrar
un farmacéutico que me quiera ver la nalga. Muy seria me indicó que esperara la
llamada del médico.
Me apropié de
una silla Rimax y como me faltaba la sección deportiva me entretuve leyendo
sobre las barras bravas del fútbol colombiano, tengo mucho aprecio por
Holocausto Norte y el representante Juan Sebastián Bach quien compuso las
cantatas que entonan en las tribunas y las fugas de las persecuciones
policiales.
Estaba leyendo
los apuntes de Óscar Alarcón cuando, con voz gangosa como de aeropuerto,
escuché mi nombre y cubículo 6.
El médico era
joven y con una barba incipiente, producto de 9 años quemándose las pestañas. El
hombre fue al grano:
-Siéntese en
la camilla -me dijo con acento rolo. Me apretó el brazo con un caucho y empezó
a bombiar. Después me hizo meter el dedo (como si estuviera votando hace
treinta años y me dijo:
-Tiene la
presión por las nubes.
Claro, pensé,
mi abuelo fue pionero de la aviación manizaleña, era el copiloto del primer
avión que sobrevoló la aldea de Manizales, un Cuadron francés. Si no me creen,
pregúntenle a Dorian Hoyos que para ese entonces ya escribía sonetos sobre los
pajaritos que también sobrevolaban Manizales.
Me hicieron
pasar a una sala con personas tan fregadas, o más, como yo.
Las poltronas eran suaves, y bien
cómodo empecé a atender a las auxiliares de enfermería. Una me sacó sangre, en
vez de ponerme un poquito pues ando como escuálido. Otra me pasó un frasquito
azul y me dijo que lo llenara con mi agüita amarilla, para lo cual no tuve
problemas pues, a mis 65 abriles, nada de Parkinson. La tercera colgó de un
tubo como tres represas de Hituango que por un conducto empezaron a gotear
hasta mi muñeca. Pura eficiencia de EPM.
| A
los quince minutos estaba relajado escuchando el partido de Millos y Unión
Magdalena. Iban empatados, uno a uno. A mi lado una chica se quejaba y decía:
-No más, no
más. -Al contrario de Esperanza Gómez. La montaron en una silla de ruedas y al
rato la bajaron más fundida que bombillo de hace 20 años.
Como a las 8 y
30 me empecé a preocupar, las Ituango nada que bajaban y la última buseta pasa
a las 10. ¿Será que me toca pagar taxi? Si estoy más quebrado que un cigarrillo
Piel roja en el bolsillo de atrás. Me parecía escuchar a Daniel Quintero
hablando de los desaciertos de Ituango, cuando él no era alcalde, claro está.
Pero Dios no
sólo escucha a los piadosos, también tuvo oídos para mí. Rayando las nueve de
la noche una enfermera me quitó los túneles y me mandó donde el médico. El
hombrecito, tan amable él, ya se ganó un rinconcito de mi acelerado corazón.
Primero me mandó una segunda ecografía, (¿será que al fin quedé en embarazo?).
Losartan Potásico para la presión y Tramadol para el dolor. El cura que bautiza
medicamentos no tiene alma. Le agradecí con todas las turbinas de Ituango y me
despachó para la casita. Clasifiqué para tinto afuera de la clínica y la última
buseta que venía de La Enea.
A las 11 de la
noche ya estaba bajo las cobijas, mas no logré dormir tratando de organizar las
cucarachas que habitan "el hórrido cuenco de mis grisáceos sesos". (Don
Leo le Gris).
Muy de mañana
ya estaba reclamando los medicamentos, pero siempre hay más madrugadores que
uno, me tocó la ficha P 288 y el tablero marcaba P 199. Aunque yo no puedo ser
desagradecido con el Estado, mi salud es subsidiada. El Tramadol es bueno para
el dolor y tiene un efecto secundario maravilloso: queda uno como si se hubiera
fumado un Bareto calibre 38 largo, Smith and Wetson. Pero en esta materia estoy
desactualizado, ¿la cripa es gringa? ¿De Holanda? O ¿de Corinto, Cauca? Famosa
población del norte de este departamento porque tiene unas gallinas muy
sinvergüenzas, se comen hasta los patos. Además, por la noche sus campos
parecen pesebres, llenos de faroles para que los moñitos de cannabis no se
mueran de frio.
Pero por andar
entre las ramas me perdí el almuerzo, volví a Ospedale para una cita con el
experto en desagües y otra para determinar el sexo de mi posible bebé. Se me fue
el tiro por la culata:
-Señor,
primero debe ir a Salud Total del Cable. Sí, aprovecha y se toma un tinto en
Juan Valdez. Allí le autorizan las citas.
Qué carajos, a
toda hora tinto en La Galería y si mucho en los termos de la Plaza Bolívar.
Vamos a ver las chicas bellas que andan por allá. Pero me toca pagar otra
buseta, le estoy llenando la monedera a los dueños de Socobuses.
Otra espera de
la N 120 a la N 186. Y más sillas Rimax. Estos deben tener jugosos contratos
con las Empresas Promotora de Salud y las Instituciones Prestadoras de
Servicios. ¡Cómo he aprendido de
salud en este mes! Aunque los futuros Centros de Atención Primaria van a
colocar taburetes de cuero de vaca, más acordes al carácter populista del
marido de doña Verónica. Pero no le metamos política a la vaina, nos la
tiramos.
Ya triunfante,
con dos autorizaciones en la mano, salí a pasear con un viejo y querido amigo
de infancia. Ejercimos nuestro carácter de verdes (de los viejos, no
ecologistas) y me acompañó hasta el Seminario Mayor y allí cogí buseta para el
centro histórico de la ciudad. Mañana madrugo a dos esperas y dos citas.
Esta crónica
continuará, quien quita que consiga tanta plata como Jefferson Cossío, pero sin
maricaditas. Digo, sin tatuajes.
John Hoyos
Manizales, abril de 2023.