Reflexiones
sobre la situación mundial actual, a causa de la pandemia provocada por el
SARS-COVID-19.
Por
Hernando Restrepo Diaz. MD. II parte.
Continuando
con nuestro tema de reflexiones acerca de los efectos, totalmente
negativos que a nivel mundial sigue causando esta pandemia provocada por el
SARS-COVID -19 ―tan inesperada como nefasta―, ahora nos enfocamos en la
situación vivida por quienes ejercen la profesión, por obvias razones, más
directamente afectada por tal crisis: la de los trabajadores de la salud; y
yendo aún más profundamente, enfatizamos en su impacto sobre la profesión
médica. Para ello, nos adentramos, con todo respeto, en el heterogéneo mundo
que envuelve la vida de un médico, quien, luego de dedicar todos los años de su
vida laboral a la práctica asistencial ―amén de formar su hogar―, llega a su
retiro obligado y prudente, y cómo ya durante el ocaso de su vida es afectado
por segunda vez por la enfermedad causada por el nuevo Coronavirus.
LA
ENFERMEDAD POR CORONAVIRUS Y EL MEDICO-PACIENTE Fragmento A
El dolor en
el presente se experimenta como ofensa. El dolor en
el pasado se recuerda como enojo. El dolor en el
futuro se percibe como ansiedad.
Deepak Chopra
Me
escribe un viejo amigo y colega, con quien soy además coetáneo y coterráneo.
Esto me dice:
Hola,
recordado amigo, espero te encuentres bien, en unión de los tuyos. Yo, como
toda mi familia, y como mucha gente, y ante el advenimiento de las vacunas,
comencé a pensar que esto ya había pasado, que ya por fin retornaríamos a la
ansiada normalidad. Si te pregonan por todos los medios de comunicación ―apoyándose
en conclusiones y recomendaciones de las entidades científicas―, que ellas, las
esperadas vacunas, serían la panacea, pues la confianza te va invadiendo ―por
muy médico que seas, no puedes escapar al sentir como cualquier ciudadano―; así
entonces, te haces vacunar, y listo!
Aunque,
en honor a la verdad, debo aclarar que esas mismas publicaciones científicas
recomendaban continuar, no obstante estar vacunados, con las
medidas de precaución: el frecuente y buen lavado de las manos, el buen uso de
las mascarillas, evitar el contacto físico cercano ―en especial las
aglomeraciones―, ventilar adecuadamente las habitaciones, priorizar los
espacios abiertos, así como observar precauciones al toser.
Y
todos en casa, mayores y jóvenes, acudimos prestos a la vacunación recomendada;
bien sabíamos que no quedábamos por ello exentos de la enfermedad en cuestión,
pero sí nos auguraban, en caso de afectarnos, menos complicaciones. Y aquella
falsa seguridad en que ya podíamos ir de regreso a la normalidad una vez
vacunados, pues ciertamente fue reforzada por la evidente disminución a escala
mundial de contagios y de muertes. Los privilegiados con la vacunación completa,
en una o en dos dosis ―según la marca―, fuimos un buen porcentaje de personas a
nivel mundial, pero muchas gentes que han querido vacunarse no han logrado
acceso a tales beneficios, aunque, como sucede siempre, muchos otros disponían
de las vacunas, pero no han querido someterse a ellas, por prejuicios diversos,
respetables, pero no razonables del todo.
Los retos de la vida no están ahí para
paralizarte, sino para ayudarte a descubrir quién eres.
Bernice Johnson Reagon
Pero,
admitámoslo, nadie, absolutamente nadie, nos vendió la idea de que podíamos ya
considerar que estábamos libres de este mortal virus. Esas fueron nuestras
propias conclusiones, derivadas de la gran ansiedad que nos
envuelve y que nos conduce a idealizar nuestro regreso cuanto antes a la vida
anterior, a la que consideramos como nuestra vida normal. Así como cuando crees
que tu nuevo amor es lo máximo, y disimulas cualquiera cosa negativa de esa
persona y solo avizoras lo positivo en ella, en aras del afecto del que careces
y buscas desesperadamente.
Pero
así somos, y entonces, olímpicamente, creímos muchos que toda esta horrible
tragedia ya estaba bajo control; y eso lo concluimos al observar la actitud
asumida por parte de las autoridades,
vale decir, ¡de aquellos dirigentes llamados a saber que están hablando de algo
tan grave, que incluso ya ha matado a muchos! Y es más, a ser muy
cuidadosos con sus conceptos, los cuales obligatoriamente deben tener
fundamento en lo científico. Ellos, en efecto, autorizaban la apertura de
escenarios deportivos, hoteles/moteles, teatros, centros comerciales, parques
recreativos, bares/cantinas, restaurantes, etc. ―aunque insistían en seguir las
recomendaciones ya citadas―. Sin embargo, ellos mismos propiciaron las
aglomeraciones con las medidas anteriores y además, enfatizándonos en que
aprovecháramos los muy promocionados días sin IVA. Y, con todo esto, nos
dijimos: pues ¡a la calle!
Y
fue así como empezamos a tener cercanías con
los nuestros en casa, a saludarnos y despedirnos con besos de amor y de los
otros, los abrazos iban y venían; a recibir y hacer visitas, salíamos a tomar
un café a algún centro comercial y a vitrinear o loliar (como dice mi señora).
Incluso, asistíamos a reuniones y fiestas familiares. Y por supuesto, mi amigo,
sucedió lo que tenía que suceder:
Ese
tal virus, esa arma letal, ¡nos dio un portazo en la cara! Y nos despertó de
nuestro letargo a la realidad indeseada.
Comenzamos
entonces a caer en casa con una “gripita” ―como la siguen llamando muchos
incautos―, con varios síntomas, aunque moderados al inicio, y envueltos en el
bien llamado efecto dominó: del menor de los tres hijos, pasó a sus
hermanos, luego a la madre, y por último al suscrito ―aun siendo quien menos
salía de casa, pero a su vez el de mayor morbilidad―. Y así, vimos cómo
se aliviaba el uno, pero pasándosela al siguiente, y así escalonadamente. Como
era de esperarse, los muchachos no le paraban bolas al asunto y seguían en las
calles, interactuando con muchas personas mientras desempeñaban sus respectivas
ocupaciones; (¡y por supuesto, iban así llenando de más bichos la casa!); sin
embargo, cosas de juventud, rápidamente alcanzaban a recuperarse casi
totalmente de sus síntomas. La matrona, por su parte, en buena hora logró
recuperarse.
Comentábamos
entre nosotros, con mucho asombro, cómo muchas personas ―de los mismos a
quienes se nos sigue denominando “seres racionales” ―, no usaban las mascarillas
o las llevaban de adorno (?); incluso los veíamos portar mascarillas “último
modelo”. (¡Es increíble hasta donde llega nuestro afán de negocio, en unos, y
de exhibición, en otros!). Pero, aun así, nos relacionábamos con ellas, unas
veces lográbamos sacarles el cuerpo, pero en otras no.
Bien,
¿y el veterano...?, ¿yo?, pues, seguí muy enfermo y hube de ser recluido en la
clínica, (casualmente en la misma en la que estuve a mediados del año pasado,
el fatídico 2020). ¿Recuerdas, mi amigo, que en esa ocasión, hace un año largo,
desde aquí mismo te dirigí mi primera misiva? Nunca podré olvidar lo que me
ocurrió y cómo el personal que me atendió en ese entonces, con su dedicación y
sapiencia, me lograron sacar de semejante emergencia en la que me vi envuelto;
¡casi me voy de este mundo!
Te
lo repito, mi viejo y caro amigo, así somos, ¡no escarmentamos! Y heme
aquí de nuevo, pues recaí y aun vacunado, me estaba complicando ―hay que tener
en cuenta ante todo mi edad avanzada, amén de mis antiguos problemas de hiperreactividad
bronquial, causantes de la dificultad respiratoria que a veces me invade―, así
como también juegan papel importante todas las comorbilidades mías y de los
otros afectados. Pero, aquí vamos, me tienen, al igual que a otros pendejos,
quienes, como yo, también se tragaron el cuento de que ya esta pandemia era
solo historia; nos tienen en una sala especial y, en observación con
aislamiento obligatorio a todos los nueve porque nuestras pruebas
resultaron positivas ―entre nosotros hay jóvenes, adultos y los viejos, los
menospreciados adultos mayores, (y sabemos que también hay niños pequeños y
escolares muy enfermos) ―. Es que, durante esta pandemia, el Coronavirus nos ha
demostrado hasta la saciedad que no respeta edades, géneros o razas, y que,
excepto él, ¡nadie más tiene corona!
En
justicia, debo destacar cómo la atención por parte de todo el personal de salud
ha sido muy especial; me pongo a observarlos detenidamente y admiro su
dedicación y esmero; desempeñar estas profesiones, ya sea la de enfermería o la
de bacteriología, o de medicina, no es nada fácil ― ¡nunca lo ha sido! ―.
Definitivamente, la experiencia ha demostrado que estos menesteres
asistenciales, el arte de manejar personas, no está para ser
desempeñados por cualquiera. Eso, vos y yo lo experimentamos antaño durante
nuestro ejercicio profesional y dentro de las muchas fatigas consecuentes.
Y
este personal sanitario, como seres humanos que son, no pueden disimular sus
temores, (¡ni tienen por qué hacerlo, no faltaba más!), al acercársenos para
algún examen de laboratorio, o para suministrarnos alguna medicación o para evaluarnos,
debido a que somos pacientes contaminados y a la vez contaminantes. Tienen todo
el derecho a pensar en ellos y en los suyos; el riesgo más grande que tienen
encima muchos de estos abnegados profesionales de la salud ―uno de tantos―, es
el de no contar con las adecuadas medidas de protección para ejercer sus
oficios, causa por la que han caído incapacitados y aislados muchos, y otros,
lastimosamente inmolados al interior de esta pandemia.
¿Y,
quién les responde a ellos y a sus familias por estos perjuicios y por sus
sacrificios?
Ahora
vemos cómo, para colmo, desde este segundo semestre de 2021, se nos está
promocionando que debemos acudir a una tercera dosis… ¿Hasta cuándo?
Debo ahora, caro amigo, suspender nuestro diálogo textual. Es la
hora de mi terapia respiratoria, y para ella se me acerca una hermosa joven,
rubia ella, y muy afable.
Hemos jugado a la 'ruleta rusa' con nuestra salud. Nos
autoadministramos medicamento (...) esto ha provocado que nuestro sistema
inmunológico se defienda con más dificultad que hace años
Antonio
Navalón
Esta
historia continuará.
Hernando
Restrepo Diaz. MD.
Medellín,
diciembre 31 de 2021
Visión de un médico que sufre el COVID, bonito
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