Una muestra de nuestro trabajo en el taller Vecinas de Cuento de Manizales. Nos alegra ver que los objetivos se cumplen y el fomento de la escritura creativa da frutos.
Vida de telenovela
María Elena Jiménez
Gómez
Taller Las vecinas del
cuento, Manizales
Publicado en la Antología
Relata 2020
Más que el sueño, lo que
realmente retenía en la cama a Emilia era la pesada sensación de que no había
motivos para levantarse. Los ruidos de los carros frente a su edificio la
habían despertado desde temprano. La luz que entraba por la ventana anunciaba
que ya era de día. Ella prefirió volver a ovillarse en las cobijas al lado de
su gato Tristán. Necesitaba más sueño. Se había trasnochado viendo la
telenovela Pasiones fatales y pensando en cómo Adrián, el protagonista,
resolvería el dilema entre el deseo por Juliana y el deber con su familia.
Cuando
Emilia se casó con Roberto, él le compró un lindo apartamento con todo lo
necesario y siempre estuvo dispuesto a satisfacer sus antojos. En eso ella
podía sentirse tan satisfecha como Lupita al final de Alas de amor, la
telenovela que estuvo de moda por los días de su matrimonio. No tenía cómo
saber la suerte de Lupita después del final feliz, pero sí sufría la propia.
Para ella lo que siguió a la boda fueron días de soledad esperando que Roberto
regresara de sus largas correrías como camionero. Su única compañía eran
Tristán y la pantalla de su televisor.
Eran las nueve cuando volvió a despertar. Miró el celular: Roberto no la había llamado todavía. Prefería que él la llamara cuando se detuviera, no fuera que al contestarle en carretera sufriera un accidente. Se levantó, tendió la cama, recogió la ropa sucia, la vajilla de la merienda y se dirigió a la cocina cuidando
de no atropellar a Tristán que se enredaba en sus pies a cada
paso. Le gustaba sentir el roce de su piel peluda, la ayudaba a no sentirse tan
sola.
Buscó
el alimento del gato y vació un poco en el cuenco que estaba en el rincón de la
cocina. Se tomó el tiempo para desayunar café con galletas y una tajada de
queso. Se bañó y se vistió. Con eso acababa su rutina de oficios matutinos. No
tenía que limpiar, lo hacia una vez a la semana. Solo con ella y el gato, el
apartamento permanecía limpio. Tampoco tenía que lavar, lo hacía el día que
Roberto llegaba de viaje para tenerle limpia la ropa el día que partiera de
nuevo.
Prendió
el televisor. Sentado sobre sus piernas, Tristán se dejaba acariciar. Acababa
de empezar la telenovela de la mañana, Amores difíciles. Rocío llegó a
la casa de Julián, donde la hermana le dijo que él se había ido, que no quería
verla y que no se casaría con ella.
—Maldita
traicionera, la vas a pagar —dijo Emilia en voz alta.
Por el
capítulo anterior sabía que Julián había dejado con su hermana una carta que lo
explicaba todo. Le pedía que recibiera a Rocío y la llevara a un hotel
mientras él regresaba del viaje. Su padre lo había obligado a irse para
alejarlo de ella e impedir su matrimonio. Emilia se sintió desolada al ver cómo
Rocío se alejaba llorando sin tener a quién acudir. El episodio terminó al
mediodía. El sentimiento por la suerte de Rocío le quitó las ganas de cocinar
para ella sola, así que se maquilló un poco, se puso una chaqueta y se fue a un
centro comercial.
Recorrió
los pasillos observando las vitrinas, sin decidirse a comprar nada. Se antojó
de una cartera, y hasta alcanzó a pensar que hacía juego con los zapatos que
llevaba, pero el desgano por la vida le pudo al deseo, después de todo no era
objetos materiales lo que ella necesitaba.
Cuando llegó al piso de comidas pidió un ajiaco y se sentó en una mesa alejada. Vio que el sitio estaba lleno de empleados de las oficinas cercanas, de amigas que conversaban entretenidas, parejas que se miraban con amor y compartían un bocado.
La multitud llenaba el lugar con un murmullo inentendible que la
ahogaba.
De
repente, alguien que se paró de una de las mesas llamó su atención. Se le
pareció tanto a Julián que creyó reconocerlo. Se veía tan guapo: alto,
esbelto, vestido con traje de oficina como el que usaba en la telenovela, con
su cabello bien peinado, su cara trigueña y sus ojos color miel. Abandonó su
ajiaco y corrió hacia él. Lo alcanzó justo cuando empezaba a abordar las
escaleras eléctricas.
—¡Julián!
¡Julián!
El
hombre no se dio por enterado. Ella lo tomó por el brazo y lo sacudió
obligándolo a que se volteara a verla.
—Julián,
tu hermana te traicionó, le mintió a Rocío, le dijo que no la amabas, ella no
sabe qué hacer, tienes que regresar a salvarla.
—Señora,
está equivocada, no conozco a ninguna Rocío.
—Si de
verdad la amas, tienes que buscarla. Ella está sufriendo mucho pensando que la
abandonaste. Ve por ella para que sean felices para siempre.
—Ya se
lo dije, señora, no la conozco, no la amo, no sé de qué me habla. ¡Déjeme en
paz! —fue lo último que dijo el hombre mientras sacudía su brazo
desprendiéndose de Emilia.
Ella,
desorientada, se sentó en la primera banca que encontró. Por aferrarse a algo,
abrazó su cartera y bajó la cabeza. No podía creer lo que había escuchado.
Julián negó amar a Rocío, hasta dijo que no la conocía. Entonces era verdad lo
que había dicho su hermana. La confundida había sido ella. Julián no buscaría a
Rocío, no habría en su destino un final feliz.
Con
movimientos desganados, la mirada estrecha bajo sus párpados y sin saber cómo,
Emilia regresó a su casa. Acarició a Tristán pensando en lo desconcertante,
pero revelador que había sido su encuentro. Suspiró profundo y se dijo:
—Todo
es mentira. El amor verdadero no existe. Llegará el día en que Roberto no
regrese.
Se sentó y prendió el televisor para ver Más allá de la muerte.