Lucila Godoy
Ven y dale otra vez tu calor a mis labios
antes que sean cenizas, y contempla conmigo la bóveda del cielo antes de que se arruinen sus cadastros, y miremos la luna blanca y perfecta que un día yacerá en pedazos sobre la llanura, y miremos el sol antes de que se desangre en el atormentado crepúsculo del mundo. Ven y acaricia mi cabeza donde se habrán de destejer los abismos, llena con tu hermosura mis pupilas que verán disgregarse los Palacios, toma en las tuyas tibias mis manos blancas que un día no hallarán asidero en lo inmenso, pon tu cabeza en mi pecho, oye cantar a mi corazón que un día en su quietud matará a las estrellas. Oye otra vez mi voz en el viento, aún puedo nombrar los limones y el vino que al final se unirán en su amargura, ven y contemos todavía los hilos de la luz de septiembre antes de que los corte la tijera de octubre. Hay un gran espectáculo en el cielo: una nube, gózala junto a mí antes que arrecie el viento. Acércate y desnúdame de estos pesados mantos antes que el tiempo me desnude a mí, toca mi arcilla estremecida antes que sea tristeza en el tiempo. Mis senos tiemblan para ti, cruel amigo, y no los cubres con tus manos ardientes. Ven y cierra los ojos junto a mí, siente el bosque lleno de mi perfume, antes que este esplendor sea despojo. Qué triste es ver que es inútil la luna, ese ciego cristal resplandeciente, que por el bosque huyen las voces recias de los cazadores y no hay quien tome a la agitada liebre, qué triste las ciudades llenas de tristes rostros, porque el único rostros fue al destierro. En tu exilio de huesos, en tu exilio de sombras, en tu pecho de hierba, en tu silencio, compadece a esta pájara cautiva en la tremenda jaula del mundo, entre el mar y la estrella, amigo mío diluido en la muerte, mientras yo miro como abeja enferma la rosa inhabitable. De: Poesía Completa |