EL DÍA QUE CONVERSÉ CON EL VIENTO
El sol está remiso el día de hoy. La gente que
camina por la calle no parece esperar su luz. Va con suéteres y sombrillas
cerradas. Ella tiene frío, lo extraña. Desde su cama de hospital se
pregunta cuándo entrará por la ventana para abrigar su cuerpo. Su alma también
tiene frío.
Mide 1.72 metros, camina como gacela, realzando su
figura estilizada; armonía en sus facciones, piel satinada. Belleza pura era su cara.
Sí, era. Una bala perdida intentó quebrantarla.
El proyectil tocó un sitio frágil de la identidad. Sacudió su
vanidad.
Mientras camino hacia el hospital me pregunto si es justo con mi querida prima,
tan buena. La respuesta es obvia: así es la vida.
Un viento acechante me toca; potencia el frío
de la mañana. Penetra por los oídos. Siento que me
habla. Yo le hablo:
Porque en tiempos de debilidad tu
espiral absorbe,
suaviza el rigor, matiza el temor,
trae sosiego;
Mitiga la inquietud, la desolación.
Disminuyo la velocidad de mis pasos, dilatando el
plazo de enfrentar la realidad que
duele. Observo al hombre en la bahía para buses. Viste pantalón azul, chaqueta
gris, gafas oscuras; sujeta su bastón-paraguas con la mano derecha; con la
izquierda, el brazo de la mujer que lo acompaña. Ella lleva falda de paño, con
prenses, suéter de lana rojo; vestimenta que ensancha, aún más, su figura. No hacen
uso del bus que se detiene, pero sí de la banca del paradero cubierto. Parece
ser que esperan una ruta especial.
Me llaman la atención. ¿Por qué se me hacen conocidos? Resuelvo sentarme a su lado. Al
oírlos hablar, los identifico. ¡Claro!
En Bogotá y en las noticias. El
hombre fue víctima del atentado (en en dicha ciudad), junto a mi prima. La bala que
salió a la luz con otro destino, segó la de este señor. Me estremecí pero
decidí hablarles.
-Don Octavio, ¿cómo
está? Yo soy la prima de Sara Martínez, ¿recuerda? La señora que, como usted,
fue víctima de la balacera. Estuvo
en el hospital en la habitación cercana a la suya.
-Buenos días señora,
mucho gusto. Sí, puedo acordarme por su
voz, cuénteme ¿cómo está ella? -Bien señor, está muy recuperada. Dos cirugías solucionaron en gran medida la lesión
en su rostro. Actualmente está convaleciente del procedimiento en el maxilar
superior para recuperar su dentadura y facilitarle la ingestión. -Y la suya,
¿cómo le ha ido?
-Muy bien afortunadamente. Agradecido
de estar vivo.
-¡Cuánto me alegra! Ya mismo voy a visitar a Sara. En días pasados viajó acá
a mi ciudad. Ha estado hospitalizada; ahora tiene salida y seguirá el
tratamiento en la casa de su hijo, en las afueras de la ciudad.
-Ay, cuánto me
gustaría visitar a doña Sarita unos minutos. ¿Sería posible doña?
-Sí, no hay
problema, vengan conmigo. El hospital es allá en la cuadra siguiente.
-Lo conocemos, de
ahí venimos.
El encuentro resultó ser benéfico para mi prima.
Ver una lesión mayor a la suya, con tan buenas recuperación y actitud de
superación, le enclavaron sentimientos de optimismo. También para don Octavio y
su señora fue beneficioso. Los tres hicieron catarsis; concluyeron que el mejor
tratamiento de sanación era el perdón.
La visita pensada para unos minutos resultó ser de dos horas. Se habló
de la principal guerrilla del país (FARC) protagonista por cincuenta años de la
mayor resistencia al Estado colombiano con todo tipo de crímenes atroces. Se
alegraron de que por primera vez en medio siglo, se llegara a un acuerdo de paz, se hubieran silenciado
los fusiles y hoy se estuviera viviendo como en
otra atmósfera con vientos de esperanza. Mi prima
y don Octavio son víctimas pero se animaron en el propósito de erigirse como
símbolos del perdón, de la paz, aportando su contribución al nuevo país.
Salgo del hospital mientras el hijo de Sara termina las diligencias para
llevarla a casa. Irá contento con su madre, llevando también preocupación por
su alimentación. Voy pensando en ello. Camino de nuevo para unírmeles luego,
cuando lleve a cabo un propósito recién concebido. El viento sigue aumentando
su intensidad, hablando más alto. Sobrecogida, le hablo también:
Ven a oxigenar los sueños,
orea las ideas anquilosadas;
trae los aires de lo posible.
Ve y vuelve con las alegrías,
difunde el virus de la felicidad,
arrasa como huracán los odios,
propaga el eco de la paz.
Visito algunos sitios especializados donde intento ultimar una
lista inusual. Para contribuir a la sanación física de Sara,
consigo fórmulas e ingredientes extraordinarios; experimento
en un terreno inexplorado para mí.
Aunque suene como culebrero, la tarea es conseguir
y combinar jengibre, guayabas, aguacates, hígado, miel de abejas, JGB tarrito rojo,
Ensure, uvas isabelinas, ahuyama, espinacas, manzanas, fresas, moras, banano,
zanahorias... unas y otros en diferentes mezclas, con sus dosis de amor y
esperanza de sanación. La misión: nutrir cuerpo y alma.
Hoy mi día ha sido bien particular. Presenciar el encuentro sanador, hablar con
el viento y elaborar en casa ajena compotas, jugos y sopas a base de alimentos
hiper nutritivos, ha sido un ejercicio inspirador, gratificante.
El experimento funciona en el sabor y asimismo en la aceptación de la enferma.
Este día me ha dejado sabor a miel.
Qué ilusión verla mejorando en su calidad de vida, donde anide de nuevo la
sonrisa con alegría; que su coraje, abnegación, su ejemplo, surtan no solo el
efecto de edificarnos el valor de la aceptación, sino también la capacidad de
ver la belleza interior antes que la física.
Lindo ver su fe, la decisión de salir adelante, el amor que la rodea, su
estoicismo tolerando la dificultad.
A todos nos alcanza su dolor. A todos nos
contagia la cruzada de perdón.
Comparo este día con los de ayer, en la cúspide del afán, cuando quería beberme
el mundo de un sorbo. Hoy, a mis sesentas, vivo de a poco, por pequeñas dosis
que la vida, la salud y la paz me conceden. Este día me supo a miel.
FIN
Galu, junio 2017